con ojos oscuros, sin amenidad.
– Senor, ?sabe usted hablar espanol?
– Muy poco.
– Entonces, la hermana nos servira de interprete.
– Me han dicho que es usted frances.
– Si madre.
– ?Se ha evadido de la prision de Rio Hacha?
– Si madre.
– ?Cuanto tiempo hace de esto?
– Siete meses, aproximadamente.
– ?Que ha hecho usted durante ese tiempo?
– He estado con los indios.
– ?Como? ?Usted, con los guajiros? No es admisible. Esos salvajes jamas han admitido a nadie en su territorio. Ni un solo misionero ha podido penetrar en el, figurese. No acepto esa respuesta. ?Donde estaba usted? Diga la verdad.
– Madre, estaba con los indios y puedo probarselo.
– ?Como?
– Con perlas pescadas por ellos.
Desprendo mi bolsa, que esta prendida en medio de la espalda de la chaqueta, y se la entrego. La abre y saca un punado de perlas.
– ?Cuantas hay?
– No lo se, quinientas o seiscientas, tal vez. Mas o menos.
– Eso no prueba nada. Puede usted haberlas robado en otro sitio.
– Madre, para tranquilidad de su conciencia, si usted lo desea, me quedare aqui el tiempo necesario para que pueda informarse de si de verdad robe esas perlas. Tengo dinero. Podria pagar mi pension. Le prometo no moverme de mi habitacion hasta el dia que usted decida lo contrario.
Me mira muy fijamente. Pienso que debe decirse: “?Y si te fugas? Te has fugado de la carcel, figurate cuanto mas facil te sera de aqui. “
– Le dejare la bolsa de perlas, que es toda mi fortuna. Se que estara en buenas manos.
– Bien, conforme. No, no tiene por que quedarse encerrado en su habitacion. Manana y tarde, puede bajar al jardin cuando mis hijas esten en la capilla. Comera en la cocina con la servidumbre.
Salgo de esta entrevista medio tranquilizado. Cuando me dispongo a subir a mi cuarto, la hermana irlandesa me lleva a la cocina. Un gran bol de cafe con leche, pan moreno muy tierno y mantequilla. La hermana asiste a mi desayuno sin decir palabra y sin sentarse, de pie ante mi. Pone expresion preocupada.
Digo:
– Gracias, hermana por todo lo que ha hecho por mi.
– Me gustaria hacer mas, pero ya no puedo, amigo Henri.
Y, tras estas palabras, sale de la cocina.
Sentado junto a la ventana, contemplo la ciudad, el puerto, el mar. La campina, en torno, esta bien cultivada. No puedo quitarme la impresion de que estoy en peligro. Hasta tal punto que decido fugarme por la noche. ?Tanto peor para las perlas! ?Que la madre superiora se las quede para el convento o para si misma! No confia en mi y, por lo demas, no debo enganarme, pues, ?como es posible que no hable frances, una catalana, madre superiora de un convento y, por lo tanto, instruida? Es muy extrano. Conclusion: esta noche me ire.
Si, esta tarde bajare al patio para ver el sitio por donde puedo saltar la tapia. Sobre la una llaman a mi puerta.
– Haga el favor de bajar a comer, Henri.
– VOY en seguida, gracias.
Sentado en la mesa de la cocina, apenas empiezo a servirme carne con patatas hervidas, cuando la puerta se abre de golpe y aparecen, armados de fusiles, cuatro policias con uniformes blancos y uno con galones empunando una pistola.
– ?No te muevas o te mato!
Me ponen las esposas. La hermana irlandesa suelta un grito y se desmaya. Dos hermanas de la cocina la incorporan.
– Vamos dice el jefe.
Suben al cuarto conmigo. Me registran el hatillo y enseguida encuentran las treinta y seis monedas de oro de cien pesos que aun me quedan, pero no se fijan en el alfiletero con las dos flechas. Han debido creer que eran lapices. Con indisimulada satisfaccion, el jefe se mete en el bolsillo las monedas de oro. Nos vamos. En el patio, un coche.
Los cinco policias y yo nos hacinamos en el cacharro y salimos a toda velocidad, conducidos por un chofer vestido de policia, negro como el carbon. Estoy aniquilado y no protesto; trato de mantenerme digno. No hay por que pedir compasion ni perdon. Se hombre y piensa que nunca debes perder la esperanza. Todo eso pasa rapidamente por mi cabeza. Y cuando bajo del coche, estoy tan decidido a parecer un hombre y no una piltrafa y lo consigo de tal modo que la primera frase del oficial que me examina es para decir:
– Ese frances tiene temple, no parece afectarle mucho estar en nuestras manos.
Entro en su despacho. Me quito el sombrero y, sin que me lo digan, me siento, con mi hatillo entre los pies.
– ?Sabes hablar espanol?
– No.
– Llame al zapatero.
Unos instantes despues, llega un hombrecillo con mandil azul y un martillo de zapatero en la mano.
– Tu eres el frances que se evadio de Rio Hacha hace un ano, ?verdad?
– No.
– Mientes.
– No miento. No soy el frances que se evadio de Rio Hacha hace un ano.
– Quitadle las esposas. Quitate la chaqueta y la camisa.
Toma un papel y mira. Todos los tatuajes estan anotados.
– Te falta el pulgar de la mano derecha. Si. Entonces, eres tu.
– No, no soy yo, pues no me fui hace un ano. Me fui hace siete meses.
– Da lo mismo.
– Para ti, si, pero no para mi.
– Ya veo: eres el matador modelo. No importa ser frances o colombiano, todos los matadores son iguales: indomables. Yo solo soy el segundo comandante de esta prision. No se que van a hacer contigo. Por el momento, te pondre con tus antiguos companeros.
– ?Que companeros?
– Los franceses que trajiste a Colombia.
Sigo a los policias que me conducen a un calabozo cuyas rejas dan al patio. Encuentro a mis cinco camaradas. Nos abrazamos.
– Te creiamos a salvo, amigo -dice Clousiot.
Maturette llora como el chiquillo que es. Los otros tres tambien estan consternados. Verles de nuevo me infunde animos.
– Cuentanos-me dicen.
– Mas tarde. ?Y vosotros?
– Nosotros estamos aqui desde hace tres meses.
– ?Os tratan bien?
– Ni bien ni mal. Esperamos que nos trasladen a Barranquilla donde, al parecer, nos entregaran a las autoridades francesas.
– ?Hatajo de canallas! ?Posibilidades de fugarse?
– ?Acabas de llegar y ya piensas en evadirte!
– ?Pues no faltaba mas! ?Crees que abandono la partida asi como asi? ?Sois vigilados?
– De dia no mucho pero por la noche tenemos una guardia especial.
– ?Cuantos?
– Tres vigilantes.
– ?Y tu pierna?
– Va bien, ni siquiera cojeo.
– ?Siempre estais encerrados?
– No, nos paseamos por el patio al sol, dos horas por la manana y tres horas por la tarde.
– ?Que tal son los otros presos colombianos?
– Al parecer, hay tipos muy peligrosos, tanto entre los ladrones como entre los matadores.
Por la tarde, estoy en el patio, hablando aparte con Clousiot, cuando me llaman. Sigo al policia y entro en el mismo despacho de la manana. Encuentro al comandante de la prision acompanado por el que ya me habia interrogado. La silla de honor esta ocupada por un hombre muy oscuro, casi negro. Su piel es mas propia de un negro que de un indio. Su pelo corto, rizado, es pelo de negro. Tiene casi cincuenta anos, ojos oscuros y malevolos. Un bigote muy recortado domina un abultado labio en una boca colerica. Lleva la camisa desabrochada, sin corbata. A la izquierda, la cinta verde y blanca de una condecoracion cualquiera. El zapatero tambien esta presente.
– Frances, has sido detenido otra vez al cabo de siete meses de evasion. ?Que has hecho durante ese tiempo?
– He estado con los guajiros.