hojas de coca, una completamente seca, la otra todavia un poco verde. Masco la verde. Todos me miran, estupefactos. Explico a mis amigos que se trata de las hojas de las que se extrae la cocaina.

– ?Nos estas tomando el pelo!

– Prueba.

– Si, en efecto, esto insensibiliza la lengua y los labios.

– ?Venden aqui?

– No lo se. ?Como te las apanas, Clousiot, para sacar a relucir la pasta de vez en cuando?

– Cambie en Rio Hacha y, desde entonces, siempre he tenido dinero a la vista de todo el mundo.

– Yo -digo- tengo treinta y seis monedas de oro de cien pesos que me guarda el comandante y cada moneda vale trescientos pesos. Un dia voy a plantearle el problema.

– Son unos muertos de hambre, sera mejor que hagas un trato con el.

– Es una buena idea.

El domingo he hablado con el consul belga y el preso belga. Ese preso cometio un abuso de confianza en una Compania bananera americana. El consul se ha puesto a mi disposicion para Protegernos. Ha rellenado una ficha en la que declaro haber nacido en Bruselas de padres belgas. Le he hablado de las monjas y de las perlas. Pero el, protestante, no conoce ni hermanas ni curas. Solo conoce un poco al obispo. En cuanto a las monedas, me aconseja que no las reclame. Es demasiado arriesgado. Convendria que le avisase con veinticuatro horas de antelacion nuestra salida para Barranquilla “y entonces podra usted reclamarlas en mi presencia dice, puesto que, si no me equivoco, hay testigos”.

– Si.

– Pero, en este momento, no reclame nada. El comandante seria capaz de volver a encerrarle en esos horribles calabozos y quizas, incluso, de hacerle matar. Esas monedas de cien pesos en oro constituyen una verdadera pequena fortuna. No valen trescientos pesos, como usted cree, sino quinientos cincuenta cada una. Es, pues, una fuerte suma. No hay que tentar al diablo. En cuanto a las perlas, es otra cosa. Deme tiempo para reflexionar.

Pregunto al negro si querria evadirse conmigo y como, en su opinion, deberiamos actuar. Su piel clara se vuelve gris al oir hablar de fuga.

– Te lo suplico, macho. Ni lo pienses. Si fracasas, te espera una muerte lenta, de lo mas horrendo. Ya has tenido un atisbo de eso. Aguarda a estar en otro sitio, en Barranquilla. Pero, aqui, seria un suicidio. ?Quieres morir? Entonces, estate quieto. En todo Colombia no hay un calabozo como el que tu has conocido. Entonces, ?por que correr el riesgo aqui?

– Si, pero aqui la tapia no es demasiado alta, debe resultar relativamente facil.

– Hombre, facil, no; conmigo no cuentes. Ni para irme y ni siquiera para ayudarte. Ni tampoco para hablar de ello. -Y me deja, aterrorizado, con estas palabras-: Frances, no eres hombre normal, hay que estar loco para pensar cosas semejantes aqui, en Santa Marta.

Todas las mananas y todas las tardes, contemplo a los presos colombianos que estan aqui por delitos importantes. Todos tienen pinta de asesinos, pero se ve en seguida que estan acoquinados. El terror de ser enviados a los calabozos les paraliza por completo.

Hace cuatro o cinco dias, vimos salir del calabozo a- un gran diablo que me lleva una cabeza, llamado El Caiman. Goza de reputacion de ser un hombre en extremo peligroso. Hablo con el y, luego, tras tres o cuatro paseos, le digo:

– Caiman, ?quieres jugarte conmigo?

Me mira como si fuese el mismisimo demonio y me dice:

– ?Para volver a donde estuve si fracasamos? No, gracias. Preferiria matar a mi madre antes que volver alla.

Fue mi ultimo intento. Nunca mas hablare a nadie de evasion.

Por la tarde, veo pasar al comandante de la prision. Se para, me mira y, luego, dice:

– ?Como va eso?

– Bien, pero iria mejor si tuviese mis monedas de oro.

– ?Por que?

– Porque podria pagarme un abogado.

– Ven conmigo.

Y me lleva a su despacho. Estamos solos. Me tiende un cigarro (no esta mal), me lo enciende (mejor que mejor).

?Sabes bastante espanol para comprender y contestar claramente hablando despacio?

– Si.

– Bien. Me has dicho que quisieras vender tus veintiseis monedas.

– No, mis treinta y seis monedas.

– ?Ah! ?Si, si! ?Y con ese dinero pagar a un abogado? Lo que ocurre es que solo nosotros dos sabemos que tienes esas monedas.

– No, tambien lo saben el sargento y los cinco hombres que me detuvieron y el comandante que las recibio antes de entregarselas a usted. Ademas, esta mi consul.

– ?Ah! ?Ah! Bueno. Incluso es mejor que lo sepa mucha gente, asi obraremos a la luz del dia. ?Sabes?, te he hecho un gran favor. He callado, no he solicitado informes a las diversas Policias de los paises por donde pasaste para saber si tenian conocimiento de un robo de monedas.

– Pero debio usted haberlo hecho.

– No, por tu bien valia mas no hacerlo.

– Se lo agradezco, comandante.

– ?Quieres que te las venda?

– ?A cuanto?

– Bueno, al precio que me dijiste que te habian pagado tres: trescientos pesos. Me darias cien pesos por moneda por haberte hecho ese favor. ?Que te parece?

– No. Entregame las monedas de diez en diez y te dare no cien, sino doscientos pesos por moneda. Eso equivale a lo que has hecho por mi.

– Frances, eres demasiado astuto. Yo soy un pobre oficial colombiano demasiado confiado y un poco tonto, pero tu eres inteligente y, ya te lo he dicho, demasiado astuto.

– Bien, entonces, ?cual es tu oferta?

– Manana hago venir al comprador, aqui, en mi despacho. Ve las monedas, hace una oferta y la mitad para cada uno. Eso o nada. Te mando a Barranquilla con las monedas o las guardo mientras prosigo la indagacion.

– No, ahi va mi ultima proposicion: el hombre viene aqui, mira las monedas y todo lo que pase de trescientos cincuenta pesos por pieza es tuyo.

– Esta bien, tienes mi palabra. Pero, ? donde meteras una cantidad tan grande?

– En el momento de cobrar el dinero, mandas llamar al consul belga. Se lo dare para pagar al abogado.

– No, no quiero testigos.

– No corres ningun riesgo, firmare que me has devuelto las treinta y seis monedas. Acepta, y si te portas correctamente conmigo, te propondre otro asunto.

– ?Cual?

– Confia en mi. Es tan bueno como el otro y, en el segundo, iremos al cincuenta por ciento.

_?Cual es? Dime.

– Date prisa manana y, por la tarde, a las cinco, cuando mi dinero este seguro en el Consulado, te dire el otro asunto.

La entrevista ha sido larga. Cuando vuelvo muy contento al patio, mis amigos ya se han ido a la celda.

– Bien, ?que pasa?

Les cuento, toda nuestra conversacion. Pese a nuestra situacion, se parten de risa.

– ?Vaya zorro, el tipo ese! Pero tu has sido mas listo que el. ?Crees que se tragara el anzuelo?

– Me apuesto cien pesos contra doscientos a que esta en el bote. ?Nadie acepta la apuesta?

– No, yo tambien creo que tragara el anzuelo.

Reflexiono durante toda la noche. El primer asunto, ya esta. El segundo el comandante estara mas que contento de ir a recuperar las perlas, tambien. Queda el tercero. El tercero… seria que le ofreciese todo lo que se me devuelva para que me deje robar una embarcacion en el puerto. Esa embarcacion podria comprarla con el dinero que llevo en el estuche. Vamos a ver si resistira la tentacion. ?Que arriesgo? Despues de los dos primeros asuntos, ni siquiera puede castigarme. Veremos a ver. No vendas la piel del oso, etc. Podrias esperar para a hacerlo en Barranquilla. ?Por que? A ciudad mas importante, prision mas importante tambien, por lo tanto, mejor vigilada y con tapias mas altas. Deberia volver a vivir con Lali y Zoraima: me fugo cuanto antes, espero alla durante anos, voy a la montana con la tribu que posee bueyes y, entonces, establezco contacto con los venezolanos. Esa fuga debo lograrla a toda costa. Asi, pues, durante toda la noche solo pienso en como podria hacerlo para llevar a buen termino el tercer asunto.

El dia siguiente, la cosa no se demora. A las nueve de la manana, vienen a buscarme para ver a un senor que me espera en el despacho del comandante. Cuando llego, el policia se queda fuera y me encuentro ante una persona de unos sesenta anos, vestido de color gris claro, con corbata gris. Sobre la mesa, un gran sombrero de fieltro tipo cowboy. Una gran perla gris azul plata destella como en un estuche prendido en la corbata. Ese hombre flaco o enjuto no carece de cierta elegancia.

– Bonjour, Monsieur.

– ?Habla usted frances?

– si, senor, soy libanes de origen. Creo que tiene usted monedas de oro de cien pesos, me interesan. ?Quiere usted quinientos por cada una?

– No, seiscientos cincuenta.

– ?Esta usted mal informado, senor! Su precio maximo por moneda es de quinientos cincuenta.

– Mire, como se queda con todas, se las dejo en seiscientos.

– No, quinientos cincuenta.

Total, que nos ponemos de acuerdo en quinientos ochenta. Trato hecho.

– ?Que han dicho?

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