– Trato hecho, comandante, a quinientos ochenta. la venta se hara manana a mediodia.

Se va. El comandante se levanta y me dice:

– Muy bien. Entonces, ?cuanto me toca?

– Doscientos cincuenta por moneda. Ve usted, le doy dos veces y media mas de lo que queria usted ganar, cien pesos por moneda.

Sonrie y dice:

– ?Y el otro asunto?

– Primero, que venga el consul despues de mediodia para cobrar el dinero. Cuando se haya marchado, te dire el segundo asunto.

– ?Asi, pues, es verdad que hay otro?

– Tienes mi palabra.

– Bueno, ojala.

A las dos, el consul y el libanes estan ahi. Este me da veinte mil ochocientos pesos. Entrego doce mil seiscientos al consul y ocho mil doscientos ochenta al comandante. Firmo un recibo al comandante certificando que me ha entregado las treinta y seis monedas de oro. Nos quedamos solos, el comandante y yo. Le cuento la escena de la superiora.

– ?Cuantas perlas?

– Quinientas o seiscientas.

– Hubiese debido traertelas o mandartelas, o entregarlas a la Policia. Voy a denunciarla.

– No, iras a verla y le entregaras una carta de mi parte, en frances. Antes de hablar de la carta, le pediras que haga venir a la irlandesa.

la irlandesa es quien debe leer la carta escrita en frances y traducirla. Muy bien. Voy alla.

– ?Espera a que escriba la carta!

– ?Ah, es verdad! Jose, ?prepara el coche con dos policias! -grita por la puerta entreabierta.

Me siento al escritorio del comandante y, en papel con membrete de la prision, escribo la carta siguiente:

Madre Superiora del convento: Para entregar a la buena y caritativa hermana irlandesa.

Cuando Dios me condujo a su casa, donde crei recibir la ayuda a la que todo perseguido tiene derecho segun la ley cristiana, tuve el gesto de confiarle un talego de perlas de mi propiedad para garantizarle que no me iria clandestinamente de su techo que alberga una casa de Dios. Un ser vil ha creido que era su deber denunciarme a la Policia que, rapidamente, me detuvo en su casa. Espero que el… alma abyecta que cometio aquella accion no sea un alma que pertenezca a una de las hijas de Dios, de su casa. No puedo decirle que le la perdono, a esa alma putrefacta, pues seria mentir. Por el contrario, pedire con fervor que Dios o uno de sus santos castigue sin misericordia a la o al culpable de un pecado tan monstruoso. Le ruego, madre superiora, que entregue al comandante Cesario el talego de perlas que le confie. El me las entregara religiosamente, estoy seguro. Esta carta le servira a usted de recibo.

Le ruego, etc…

Como el convento dista ocho kilometros de Santa Marta, el coche no regresa hasta hora y media despues. El comandante, entonces, me envia a buscar.

– Ya esta. Cuentalas por si falta alguna.

Las cuento. No por saber si falta alguna, pues no se exactamente su numero, sino para saber cuantas perlas estan ahora en manos de ese rufian: quinientas sesenta y dos.

– ?Es eso?

– Si.

– ?No falta ninguna?

– No. Ahora, cuentame.

– Cuando he llegado al convento, la superiora estaba en el patio. Encuadrado por los dos policias, he dicho: “Senora, para un asunto muy grave que usted adivinara, es necesario que hable con la hermana irlandesa en presencia de usted. “

– ?Y entonces?

– La hermana ha leido temblorosa esa carta a la superiora. Esta no ha dicho nada. Ha bajado la cabeza, ha abierto el cajon de su escritorio y me ha dicho: “Ahi esta el talego, con sus perlas. Que Dios perdone a la culpable de un crimen semejante hacia ese hombre. Digale que rezamos por el.” ?Y ya esta, hombre! -termina diciendo, radiante, el comandante.

– ?Cuando vendemos las perlas?

– Manana. No te pregunto de donde proceden, ahora se que eres un matador peligroso, pero se tambien que eres un hombre de palabra y persona honrada. Toma, llevate este jamon y esta botella de vino y este pan frances para que celebres con tus amigos este dia memorable.

– Buenas noches…

Y llego con una botella de dos litros de chianti, un jamon ahumado de casi tres kilos y cuatro panes largos franceses. Es una cena de fiesta. El jamon, el pan y el vino menguan rapidamente. Todo el mundo come y bebe con buen apetito.

– ?Crees que un abogado podria hacer algo por nosotros?

Me echo a reir. ?Pobrecitos, tambien ellos han creido en el cuento del abogado!

– No lo se. Hay que estudiar y consultar antes de pagar.

– Lo mejor -dice Clousiot- seria pagar solo en caso de exito.

– Si, hay que encontrar un abogado que acepte esa proposicion.

Y no hablo mas del asunto. Estoy un poco avergonzado.

El dia siguiente, vuelve el libanes:

– Resulta muy complicado dice-. Primero, hay que clasificar las perlas por tamanos; luego, por oriente; despues segun la forma; ver si son bien redondas o raras.

En suma, no solo es complicado, sino que, ademas, el libanes dice que debe traer a otro posible comprador, mas competente que el. En cuatro dias, terminamos. Paga treinta mil pesos. En el ultimo momento he retirado una perla rosa y dos perlas negras para regalarselas a la mujer del consul belga. Como buenos comerciantes, ellos lo han aprovechado para decir que esas tres perlas valen cinco mil pesos. De todos modos, me quedo con las perlas.

El consul belga pone dificultades para aceptar las perlas. Me guardara los quince mil pesos. Por lo tanto, poseo veintisiete mil pesos. Ahora, el problema estriba en llevar a buen termino el tercer asunto.

?Como y de que manera lo emprendere? Un buen obrero ganaba en Colombia de ocho a diez pesos diarios. Asi pues, veintisiete mil pesos son una fuerte suma. Al hierro candente, batir de repente. Es lo que hare. El comandante ha cobrado veintitres mil pesos. Con esos otros veintisiete mil, tendra cincuenta mil francos.

?cuanto vale una tienda que hiciese vivir a alguien mejor de lo que vive usted?

– Un buen comercio vale, al contado, de cuarenta a sesenta mil pesos.

– ?Y que renta? ?Tres veces mas de lo que usted gana? ?Cuatro veces?

– Mas. Produce cinco o seis veces mas de lo que gano.

– ?Por que no se hace usted comerciante?

– Necesitaria el doble de lo que tengo.

– Escucha, comandante, tengo un tercer asunto que proponer.

– No juegues conmigo.

– No, te lo aseguro. ?Quieres los veintisiete mil pesos que tengo? Seran tuyos cuando quieras.

– ?Como?

– Dejame marchar.

– Escucha, frances, se que no confias en mi. Antes, quiza, tenias razon. Pero ahora que, gracias a ti, he salido de la miseria o casi, cuando puedo comprarme una casa y mandar a mis hijos a un colegio de pago, sabe que soy tu amigo. No quiero robarte y que te maten; aqui no puedo hacer nada por ti, ni siquiera por una fortuna. No puedo hacerte evadir con posibilidades de exito.

– ?Y si te demuestro lo contrario?

– Entonces ya veremos, pero antes piensalo bien.

?Tienes algun amigo pescador?

– Si.

– ?Puede ser capaz de sacarme al mar y venderme su embarcacion?

– No lo se.

– ?Cuanto vale, mas o menos, su barca?

– Dos mil pesos.

– Si le doy siete mil a el y veinte mil a ti, ?que tal?

– Frances, con diez mil me basta, guardate algo para ti.

– Arregla las cosas.

– ?Te iras solo?

– No.

– ?Cuantos?

– Tres en total.

– Deja que hable con mi amigo pescador.

El cambio de ese tipo respecto a mi me deja estupefacto. Con su pinta de asesino, en el fondo de su corazon oculta hermosos sentimientos.

En el patio, he hablado con Clousiot y Maturette. Me dicen que obre segun me venga en gana, que estan dispuestos a seguirme. Ese abandono de sus vidas en mis manos me produce una satisfaccion muy grande. No abusare de ellos, sere prudente hasta el maximo, pues he cargado con una gran responsabilidad. Pero debo advertir a nuestros otros companeros. Acabamos de terminar un torneo de domino. Son casi las nueve de la noche. Es el ultimo momento que nos queda para tomar

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