tercero fue derribado algunos segundos despues, al pasar por su campo de tiro. La continuacion fue una hermosa corrida. Yo me quede al lado del director que gritaba ordenes. Dieciseis de los nuestros, entre ellos los cuatro franceses, nos hemos encontrado con grilletes en un calabozo, a pan y agua.
Don Gregorio ha recibido la visita de Joseph. Me hace llamar y me explica que, en atencion a el, me hara volver al patio con mis camaradas. Gracias a Joseph, diez dias despues de la revuelta todos estabamos de nuevo en el patio, incluso los colombianos y en la misma celda de antes. Al llegar a ella, pido que dediquemos a Fernando y a sus dos amigos muertos en la accion unos minutos de recuerdo. Durante la visita, Joseph me explico que habia hecho una colecta y que entre todos los chulos habia reunido cinco mil pesos con los cuales pudo convencer a don Gregorio. Aquel gesto hizo aumentar nuestra estima por los chulos.
?Que hacer, ahora? ?Que inventar de nuevo? ?Pese a todo no voy a darme por vencido y esperar a la bartola la llegada del barco!
Tendido en el lavadero comun, al resguardo de un sol de justicia, puedo examinar, sin que nadie se fije en mi, el ir y venir de los centinelas en el muro de ronda. Por la noche, cada diez minutos, cada uno grita por turno: “?Centinela, alerta!” Asi, el jefe puede comprobar que ninguno de los cuatro duerme. Si uno no contesta, el otro repite su llamamiento hasta que conteste.
Creo haber dado con un fallo. En efecto, de cada garita, en las cuatro esquinas del camino de ronda, cuelga un bote atado a una cuerda. Cuando el centinela quiere cafe, llama al cafetero, quien le vierte uno o dos cafes en el bote. El otro, no tiene mas que tirar de la cuerda. Ahora bien, la garita del fondo de la derecha tiene una especie de torreta que sobresale un poco sobre el patio. Y me digo que si fabrico un grueso gancho atado al extremo de una cuerda trenzada, conseguir que quede sujeto a la garita sera cosa de coser y cantar. En pocos segundos, he de poder salvar el muro que da a la calle. Solo hay un problema: neutralizar al centinela. ?Como?
Veo que se levanta y da unos cuantos pasos por el muro de ronda. Me da la impresion de que el calor le agobia y lucha por no quedarse dormido. ?Eso es, maldita sea! ?Es menester que se duerma! Primero, confeccionare la cuerda y, si encuentro un gancho seguro, le dormire y probare suerte. En dos dias, queda trenzada una cuerda de casi siete metros con todas las camisas de tela fuerte que hemos podido encontrar, sobre todo las de color caqui- El gancho ha sido facil de encontrar. Es el soporte de uno de los sobradillos fijados en las puertas de las celdas para protegerlas de la lluvia. Joseph Dega me ha traido una botella de somnifero muy potente. Segun las indicaciones, solo puede tomarse diez gotas de el. La botella contiene aproximadamente seis cucharadas soperas colmadas. Acostumbro al centinela a aceptar que le convide a cafe. El me manda el bote y yo cada vez, le mando tres cafes. Como todos los colombianos gustan del alcohol y el somnifero sabe un poco a anis, me procuro una botella de anis. Digo al centinela:
– ?Quieres cafe a la francesa?
– ?Como es?
– Conanis.
– Primero, probare.
Varios centinelas han probado mi cafe con anis y, ahora, cuando convido a cafe, me dicen:
– ?A la francesa!
– Como quieras.
– Y, ?zas!, les echo anis.
La hora H ha llegado. Sabado al mediodia. Hace un calor espantoso. Mis amigos saben que es imposible que tengamos tiempo de pasar dos, pero un colombiano de nombre arabe, Ali, me dice que subira detras de mi. Acepto. Eso evitara que un frances pase por complice y sea castigado en consecuencia. Por otra parte, no puedo llevar encima la cuerda y el gancho, pues el centinela tendra tiempo de sobra para observarme cuando le de el cafe. En nuestra opinion, a los cinco minutos estara K.O.
Son “menos cinco”. Llamo al centinela.
– Bien.
– ?Quieres tomarte un cafe?
– Si, a la francesa, sabe mejor.
– Espera, te lo traigo.
Voy al cafetero: “Dos cafes.” En mi bote he echado ya todo el somnifero. ?Si con eso no se desploma como una piedra…
Llego bajo el y me ve echar anis ostensiblemente.
– ?Lo quieres cargado?
– Si.
Echo un poco mas, lo vierto en su bote y el lo sube en seguida. Cinco minutos, diez, quince. ?Veinte minutos! Sigue sin dormirse. Mas aun, en lugar de sentarse, da algunos pasos, fusil en mano, ida y vuelta. Sin embargo, se lo ha bebido todo. Y el cambio de guardia es a la una.
Como sobre ascuas, observo sus movimientos. Nada indica que este drogado. ?Ah! Acaba de tambalearse. Se sienta delante de la garita, con el fusil entre las piernas. Ladea la cabeza. Mis amigos y dos o tres colombianos que estan en el secreto siguen tan apasionadamente como yo sus reacciones.
– ?Rapido! -digo al colombiano-. ?la cuerda!
Se dispone a arrojarla, cuando el guardia se levanta, deja caer su fusil en el suelo, se despereza y mueve las piernas como si quisiera marcar el paso. El colombiano se para a tiempo. Quedan dieciocho minutos antes del relevo. Entonces, me pongo a llamar mentalmente a Dios en mi auxilio: “ ?Te lo ruego, ayudame otra vez! ?Te lo suplico, no me abandones!” Pero es inutil que invoque a ese Dios de los cristianos, tan poco comprensivo a veces, sobre todo para mi, un ateo.
– ?Parece mentira!-dice Clousiot, acercandose a mi-. ?Es extraordinario que no se duerma el memo ese!
El centinela se agacha para recoger su fusil y, en el momento mismo que va a hacerlo, cae cuan largo es en el camino de ronda, como fulminado. El colombiano lanza el gancho, pero el gancho no queda prendido y cae. Lo tira otra vez. Ya esta enganchado. Tira un poco de el para ver si esta bien sujeto. Lo compruebo y, en el momento que pongo el pie contra el muro para hacer la primera flexion y empezar a subir, Clousiot me dice:
– ?Largate, que viene el relevo!
Tengo el tiempo justo de retirarme antes de ser visto. Movidos por ese instinto de defensa y de camaraderia de los presos, una docena de colombianos me rodean rapidamente y me mezclan a su grupo. Un guardia del relevo nota a la primera ojeada el gancho y el centinela desplomado con su fusil. Corre dos o tres metros y aprieta el timbre de alarma, convencido de que ha habido una evasion.
Vienen a buscar al dormido con una camilla. Hay mas de veinte policias en el camino de ronda. Don Gregorio, esta con ellos y hace subir la cuerda. Tiene el gancho en la mano. Algunos instantes despues, fusil en ristre, los policias rodean el patio. Pasan lista. A cada nombre, el interpelado debe meterse en su celda. ?Sorpresa: no falta nadie! Encierran a todo el mundo bajo llave, cada cual en su celda.
Segunda lista y control, celda por celda. No, no ha desaparecido nadie. Hacia las tres, nos dejan ir de nuevo al patio. Nos enteramos de que el centinela esta durmiendo a pierna suelta y de que todos los medios empleados para despertarle no han dado resultado. Mi complice colombiano esta tan desesperado como yo. ?Estaba tan convencido de que nos iba a salir bien! Dice pestes de los productos americanos, pues el somnifero era americano.
– ?Que vamos a hacer?
– ?Hombre, pues volver a empezar!
Es todo lo que se me ocurre decirle. Cree que quiero decir: volver a dormir a un centinela; pero yo pensaba: encontrar otra cosa. Me dice:
– ?Crees que esos guardias son lo bastante imbeciles como para que encontremos a otro que quiera tomarse un cafe a la francesa.
Pese a lo tragico del momento, no puedo menos que reirme.
– ?Seguro, macho!
El policia ha dormido tres dias y cuatro noches seguidos. Cuando, por fin, despierta, desde luego dice que, seguramente, fui yo quien le durmio con el cafe a la francesa. Don Gregorio me manda llamar y me carea con el. El jefe del cuerpo de guardia quiere golpearme con su sable. Pego un bote hasta el rincon de la pieza y le provoco. El otro levanta el sable, don Gregorio se interpone, recibe el sablazo en pleno hombro y se desploma. Tiene la clavicula fracturada. Grita tan fuerte que el oficial solo se ocupa de el. Le recoge. Don Gregorio pide socorro. De los despachos contiguos acuden todos los empleados civiles. El oficial, otros dos policias y el centinela que yo dormi se pelean con una docena de paisanos que quieren vengar al director. En esta tangana, varios quedan levemente heridos. El unico que no tiene nada soy yo. Lo importante no es ya mi caso, sino el del director y el del oficial. El sustituto del director, mientras a este le transportan al hospital, me lleva de nuevo al patio:
Mas tarde nos ocuparemos de ti, frances.
El dia siguiente, el director, con el hombro escayolado me pide una declaracion escrita contra el oficial. Declaro de buena gana todo lo que quiere. Se han olvidado por completo de la historia del somnifero. Eso no les interesa, afortunadamente para mi.
Han pasado unos cuantos dias, cuando Joseph Dega se ofrece a organizar una accion desde fuera. Como le he dicho que la evasion, de noche, es imposible a causa del alumbrado del camino de ronda, busca el medio de cortar la corriente. Gracias a un electricista, lo encuentra: bajando el interruptor de un transformador situado fuera de la carcel. A mi me toca sobornar al centinela de guardia del lado de la calle, asi como al del patio, en la puerta de la capilla. Fue mas complicado de lo que creiamos Primero, tuve que convencer a don Gregorio de que me entregase diez mil pesos so pretexto de mandarlos a mi familia por mediacion de Joseph, “obligandole”, desde luego, a aceptar dos mil pesos para comprarle un regalo a su mujer. Luego, tras haber localizado al que establecia los turnos y las horas de guardia, tuve que sobornarle a su vez. Recibira tres mil pesos, pero no quiere intervenir en las negociaciones con los otros dos centinelas. A mi me toca encontrarlos y hacer tratos con ellos. Despues, le da los nombres y el les asignara el turno de guardia que yo le indique.
La preparacion de ese nuevo intento de fuga me costo mas de un mes. Por fin, todo esta cronometrado. Como no habra que gastar cumplidos con la policia del patio, cortaremos el barrote con una sierra para metales con montura y todo. Tengo tres limas. El colombiano del gancho esta sobre aviso. El cortara su barrote en varias etapas. La noche de la accion, uno de sus amigos, que se hace el loco desde tiempo atras, golpeara un trozo de chapa de cinc y cantara a voz en cuello. El colombiano sabe que el centinela solo ha querido hacer tratos para la evasion de dos franceses y ha dicho que si subia un tercer hombre, le dispararia De todos modos, quiere probar suerte y me dice que si trepamos bien pegados uno a otro en la oscuridad, el centinela no podra distinguir cuantos hay. Clousiot y Maturette han echado a suerte quien se iria conmigo. Ha ganado Clousiot.
La noche sin luna llega. El sargento y los dos policias han cobrado la mitad de los billetes que les corresponden a cada uno. Esta vez, no he tenido que cortarlos, ya lo estaban. Deben ir a buscar las otras mitades al Barrio Chino, en casa de la mujer de Joseph Dega.
La luz se apaga. Atacamos el barrote. En menos de diez minutos, esta aserrado. En pantalon y camisa oscuros, salimos de la celda. El colombiano se nos reune de paso. Va completamente desnudo, aparte un slip negro. Trepo la reja del calabozo que esta en el muro, rodeo el sobradillo y lanzo el gancho, que tiene tres metros de cuerda. Llego al camino de ronda en menos de tres minutos sin haber hecho ningun ruido. Tendido de bruces, aguardo a Clousiot. La noche es muy oscura. De repente,