veo, o mas bien adivino, una mano que se tiende, la agarro y tiro de ella
Entonces, se produce un ruido espantoso. Clousiot se ha pasado entre el sobradillo y el muro y se ha quedado enganchado a la chapa por el reborde de su pantalon. El cinc calla. Tiro otra vez de Clousiot, pensando que se ha desenganchado ya, y, en medio del estruendo que hace la chapa de cinc, le arranco por fuera y le aupo hasta el camino de ronda.
Disparan de los otros puestos, pero no del mio. Asustados por los tiros, saltamos hacia el lado malo, a la calle que esta a nueve metros, en tanto que, a la derecha, hay otra calle que esta solo a cinco metros. Resultado: Clousiot vuelve a romperse la pierna derecha. Yo tampoco puedo incorporarme: me he roto los dos pies. Mas tarde, sabre que se trataba de los calcaneos. En cuanto al colombiano, se descoyunta una rodilla. Los disparos de fusil hacen salir a la guardia a la calle. Nos rodean con la luz de una potente linterna electrica, apuntandonos con los fusiles. Lloro de rabia. Por si fuese poco los policias no quieren admitir que no pueda incorporarme. Asi, pues, de rodillas, arrastrandome bajo cientos de bayonetazos, vuelvo a la prision. Clousiot, por su parte, anda a la pata coja y el colombiano, igual. Sangro horriblemente de una herida en la cabeza producida por un culatazo.
Los tiros han despertado a don Gregorio quien, por suerte, estaba de guardia aquella noche y dormia en su despacho. De no ser por el, nos hubiesen rematado a culatazos y bayonetazos. El que mas se ensana conmigo es, precisamente, el sargento a quien habia pagado para que pusiese a los dos guardias complices. Don Gregorio detiene esa cruel brutalidad. Les amenaza con entregarles a los tribunales si nos hieren gravemente. Esta palabra magica les paraliza a todos.
Al dia siguiente, la pierna de Clousiot es escayolada en el hospital. Al colombiano le ha encajado la rodilla un preso ensalmador y lleva un vendaje “Velpeau”. Durante la noche, como mis pies se han inflamado hasta el punto de que son tan gordos como mi cabeza, rojos y negros de sangre, tumefactos en los talones, el doctor me hace meter los pies en agua tibia salada y, luego, me aplican sanguijuelas tres veces diarias- Cuando estan repletas de sangre, las sanguijuelas se desprenden por si mismas y hay que ponerlas a vaciarse en vinagre. Seis puntos de sutura han cerrado la herida de la cabeza.
Un periodista falto de informaciones publica un articulo sobre, mi. Cuenta que yo era el jefe de la revuelta de la iglesia, que “envenene” a un centinela y que, en ultima instancia, organice una evasion colectiva en complicidad con el exterior, puesto que cortaron la luz del barrio causando desperfectos en el transformador. “Esperemos que Francia venga lo antes posible a desembarazarnos de su gangster numero Uno”, concluye diciendo.
Joseph ha venido a verme acompanado de su mujer, Annie. El sargento y los tres policias se han presentado por separado para cobrar la mitad de los billetes. Annie viene a preguntarme que debe hacer. Le digo que pague, porque ellos han cumplido su compromiso. Si hemos fracasado, ellos no tuvieron la culpa.
Hace una semana que me paseo por el patio en una carretilla que me sirve de cama. Estoy tendido, con los pies en alto, descansandolos sobre una tira de lona tendida entre dos palos colocados verticalmente en los brazos de la carretilla. Es la unica postura posible para no sufrir demasiado. Mis pies enormes, inflados y congestionados de sangre coagulada no pueden apoyarse en nada, ni siquiera en posicion horizontal. En cambio, de este modo, sufro un poco menos. Casi quince dias despues de haberme roto los pies, se han desinflado a medias y me hacen una radiografia. Los dos calcaneos estan rotos. Tendre los pies planos toda mi vida.
El diario de hoy anuncia para fin de mes la llegada del barco que viene a buscarnos con una escolta de policias franceses. Es el Mana, dice el periodico. Estamos a 12 de octubre. Nos quedan dieciocho dias, hay que jugar, pues, la ultima carta. ?Pero cual, con mis pies rotos?
Joseph esta desesperado. En la visita, me cuenta que todos los franceses y todas las mujeres del Barrio Chino estan consternados de haberme visto luchar tanto por mi libertad y de saberme a solo algunos dias de ser devuelto a las autoridades francesas. Mi caso conmueve a toda la colonia. Me consuela saber que esos hombres y sus mujeres estan moralmente conmigo.
He abandonado el proyecto de matar a un policia colombiano. En efecto, no puedo decidirme a quitarle la vida a un hombre que no me ha hecho nada. Pienso que puede tener un padre o una madre que dependen de el, la mujer, hijos. Sonrio pensando que me haria falta -encontrar un policia malvado y sin familia. Por ejemplo, podria preguntarle: “Si te asesino, ?de verdad que no te echara nadie de menos? “ Esa manana del 13 de octubre estoy triste. Contemplo un trozo de piedra de acido picrico que debe, tras habermela comido, provocarme ictericia. Si me hospitalizan, quiza pueda hacerme sacar del hospital por gente pagada por Joseph. El dia siguiente, 14, estoy mas amarillo que un limon. Don Gregorio viene a verme en el patio. Estoy a la sombra, medio tendido en mi carretilla, patas arriba. Rapidamente, sin ambages, sin prudencia, ataco:
– Diez mil pesos para usted si me hace hospitalizar.
– Frances, lo intentare. No tanto por los diez mil pesos como porque me da pena verte luchar en vano por tu libertad. Sin embargo, no creo que te guarden en el hospital, a causa de ese articulo aparecido en el periodico. Tendran miedo.
Una hora despues, el doctor me manda al hospital. Pero ni siquiera lo he pisado. Bajado de la ambulancia en una camilla, volvia a la carcel dos horas despues de una visita minuciosa y un analisis de orina sin haberme movido de la camilla.
Estamos a 19, jueves. La mujer de Joseph, Annie, ha venido acompanada por la mujer de un corso. Me han traido cigarrillos y algunos pasteles. Esas dos mujeres, con sus palabras afectuosas, me han causado un bien inmenso. Las cosas mas bonitas, la manifestacion de su pura amistad, han transformado, en verdad, este dia “amargo” en una tarde soleada. Nunca podre expresar hasta que punto la solidaridad de las gentes del hampa me ha hecho bien durante mi estancia en la prision “80”. Ni cuanto debo a Joseph Dega, quien ha llegado hasta arriesgar su libertad y su posicion por ayudarme a fugarme.
Pero una palabra de Annie me ha dado una idea. Charlando, me dice.
– Mi querido Papillon, ha hecho usted todo lo humanamente posible para conquistar su libertad. El destino ha sido muy cruel con usted. ?Solo le queda volar la “80”!
– Y, ?por que no? ?Por que no habria de volar esta vieja. prision? Les haria un magnifico favor a los colombianos. Si la hago volar, quiza se decidan a construir otra nueva, mas higienica.
Al abrazar a esas dos encantadoras muchachas a quienes digo adios para siempre, murmuro a Annie:
– Diga a Joseph que venga a verme el domingo.
El domingo, dia 22, Joseph esta aqui.
– Escucha, haz lo imposible para que alguien me traiga el jueves un cartucho de dinamita, un detonador y una mecha “Bickford”. Por mi parte, hare lo necesario para conseguir un berbiqui y tres taladros.
– ?Que vas a hacer?
– Volare la tapia de la prision en pleno dia. Promete cinco mil pesos al taxi de marras. Que este detras de la calle de Medellin todos los dias de las ocho de la manana a las seis de la tarde. Cobrara quinientos pesos diarios si no ocurre nada y cinco mil si pasa algo. Por el agujero que abrira la dinamita, saldre a hombros de un forzudo colombiano hasta el taxi, lo demas es cosa tuya. Si el falso taxista esta conforme, manda el cartucho. Si no, todo se habra perdido y adios esperanzas.
– Cuenta conmigo – dice Joseph.
A las cinco, me hago llevar en brazos a la capilla. Digo que quiero rezar a solas. Me llevan alli. Pido que don Gregorio venga a verme. Viene.
– Hombre, ya solo faltan ocho dias para que me dejes.
– Por eso le he hecho venir. Tiene usted quince mil pesos mios. Quiero entregarlos a un amigo antes de irme para que los mande a mi familia. Le ruego que acepte usted tres mil pesos que le ofrezco de corazon por haberme protegido siempre de los malos tratos de los soldados. Me haria un favor si me los entregase hoy con rollo de papel de goma a fin de que, de aqui al jueves, los arregle para darselos preparados a mi amigo.
– Conforme.
– Vuelve y me entrega, partidos por la mitad, doce mil pesos. Se queda tres mil.
De nuevo en mi carretilla, llamo al colombiano que salio conmigo la ultima vez a un rincon solitario. Le digo mi proyecto y le pregunto si se siente capaz de llevarme a cuestas durante veinte o treinta metros hasta- el taxi. Se compromete formalmente a hacerlo. Por este lado, la cosa marcha. Actuo como si estuviese seguro de que Joseph se saldra con la suya. El lunes por la manana temprano me situo bajo el lavadero, y Maturette que, con Clousiot, sigue siendo el “chofer” de mi carretilla, va a buscar al sargento a quien di tres mil pesos y que tan salvajemente me pego cuando la ultima evasion.
– Sargento Lopez, tengo que hablarle.
– ?Que quiere usted?
– Por dos mil pesos quiero un berbiqui muy fuerte de tres marchas y seis taladros. Dos de medio centimetro, dos de un centimetro y dos de un centimetro y medio de espesor.
– No tengo dinero para comprarlo.
– Ahi van quinientos pesos.
– Manana los tendras al cambio de guardia, a la una. Prepara los dos mil pesos.
El martes, a la una, lo tengo todo en el cubo vacio del patio, una especie de papelera que vacian cuando se cambia de guardia. Pablo, el forzudo colombiano, lo recoge todo y lo esconde,
El jueves 26, en la visita, Joseph no esta. A la terminacion de la visita, me llaman. Es un viejo frances, muy arrugado, que viene de parte de Joseph.
– En esta hogaza esta lo que pediste.
– Ahi van dos mil pesos para el taxi. Cada dia, quinientos.
– El taxista es un viejo peruano en buena forma. Por ese lado, no te preocupes. Ciao.
– Ciao.
En una gran bolsa de papel, para que la hogaza no llame la atencion, han puesto cigarrillos, fosforos, salchichas ahumadas, un salchichon, un paquete de mantequilla y un frasco de aceite negro. Mientras registra mi paquete, le doy al guardia de la puerta un paquete de cigarrillos, fosforos y dos salchichas. Me dice:
– Dame un pedazo de pan.
– ?Lo que faltaba!
– No, el pan te lo compras, ahi tienes cinco pesos. ?Apenas habra bastante para nosotros seis!
?Uf! De buena me he librado. ?Que idea ofrecer salchichas al tipo ese! La carretilla se aleja rapidamente de ese patoso Policia. He quedado tan sorprendido por semejante peticion que todavia sudo.
– Los fuegos artificiales seran manana. Todo esta aqui, Pablo. Hay que hacer el agujero exactamente bajo el saliente de la torreta. El guardian de arriba no podra verte.
– Pero podra oirlo.
– Lo tengo previsto. Por la manana, a las diez, ese lado del patio esta en sombra. Es necesario que uno de los caldereros se ponga a aplanar una hoja de cobre contra la pared, a algunos metros de nosotros, al descubierto. Si son dos, tanto mejor. Les dare quinientos pesos a cada uno. Busca a los dos hombres.
Los encuentra.