con deleite el viento de alta mar, pienso: “?Cuando ese viento en contra se volvera viento en popa en una evasion? “

Llegamos. ?Ahi estan las Islas! Forman un triangulo. Royale y San Jose son la base. La del Diablo, la altura. El sol, que ya ha declinado, las ilumina con todas sus luces, pero no tienen tanta intensidad como en los tropicos, por lo que pueden contemplarse detalladamente. Primero, la Royale, con una cornisa llana en torno de su cerro de doscientos metros de altura. La cima, plana. El conjunto produce la impresion de un sombrero mexicano puesto sobre el mar, cuya punta hubiese sido desmochada. En todas partes, cocoteros muy altos, y muy verdes, tambien. Casitas de tejados rojos dan a esa isla un atractivo poco comun y quien no sepa lo que hay mas arriba desearia vivir en ella toda la vida. Un faro, en la meseta, debe alumbrar de noche, a fin de que, con mala mar, los barcos no se estrellen en las rocas. Ahora que estamos mas cerca, distingo cinco edificios grandes y largos. Por Titi me entero de que primero hay dos inmensas salas donde viven cuatrocientos presidiarios. Despues, el pabellon de represion, con sus celdas y sus calabozos, rodeado por una alta muralla blanca. El cuarto edificio es el hospital de los presidiarios, y el quinto, el de los vigilantes. Y en todas partes, diseminadas en las laderas, casitas de tejados rojos donde viven los vigilantes. Mas lejos de nosotros, pero mas cerca de la punta de Royale, San Jose; menos cocoteros, menos follaje y, en la meseta, un inmenso caseron que se ve muy distintamente desde el mar. En seguida comprendo: es la Reclusion. Titi la Belote me lo confirma. Me muestra, mas abajo, las edificaciones del campamento donde viven los presidiarios que cumplen pena normal. Esas edificaciones estan junto al mar. Las torretas de vigilancia se destacan muy netamente con sus troneras. Y, luego, mas casitas muy monas, con sus paredes pintadas de blanco y su tejado rojo.

Como el barco toma por el sur la entrada de la isla Royale, ahora ya no vemos la pequena isla del Diablo. Por la impresion que me ha dado vista desde proa, es un enorme penon, cubierto de cocoteros, sin construcciones importantes. Algunas casas a orillas del mar, pintadas de amarillo con tejados de color oscuro. Mas tarde, sabre que son las casas donde viven los deportados politicos.

Estamos entrando en el puerto de Royale, bien resguardado por un inmenso malecon hecho de grandes bloques. Obra que, para ser llevada a cabo, ha debido costar muchas vidas de presidiarios.

Tras tres toques de sirena, el Tanon ancla a unos doscientos metros del muelle. Ese muelle, bien construido con cemento y grandes cantos rodados, es muy largo y tiene mas de tres metros de alto. Edificaciones pintadas de blanco, mas atras, se alinean a lo largo de el. Pintado en negro sobre fondo blanco leo: “Puesto de Guardia”, “Servicio de canoas”, “Panaderia”, “Administracion del Puerto”.

Se ven presidiarios que contemplan el barco. No llevan el uniforme listado, sino pantalones y una especie de bluson blancos. Titi la Belote me dice que, en las Islas, quienes tienen dinero se lo hacen cortar “a medida” por los sastres, con sacos de harina de los que se han quitado los letreros, trajes muy flexibles y que hasta resultan ligeramente elegantes. Casi nadie, dice, lleva el uniforme de presidiario.

Una lancha se acerca al Tanon. Un vigilante al timon, dos vigilantes armados de mosquetones a derecha e izquierda: a popa, junto a aquel, seis presidiarios de pie, con el torso desnudo, pantalones blancos, bogan con inmensos remos. Pronto cubren la distancia. Detras de ellos, remolcada, sigue una gran canoa parecida a las de salvamento, vacia. Acostan. Primero, bajan los jefes del convoy, que se situan a popa. Luego, dos vigilantes con mosquetones van hacia proa. Con los pies destrabados, pero con las esposas puestas, bajamos de dos en dos a la canoa; los diez de mi grupo y, luego, los ocho del grupo de proa. Los remeros arrancan. Haran otro viaje para los demas. Desembarcamos en el muelle y, alineados frente al edificio de la “Administracion del Puerto”, esperamos. Ninguno de nosotros lleva paquetes. Sin hacer caso de los guardias, los deportados nos hablan en voz alta, desde una distancia prudente de cinco a seis metros. Varios deportados de mi convoy me saludan amistosamente. Cesari y Essari, dos bandidos corsos que conoci en Saint-Martin, me dicen que son barqueros en el servicio del puerto. En este momento, llega Chapar, el del asunto de la Bolsa de Marsella a quien conoci en libertad en Francia. Sin cumplidos, delante de los guardianes, me dice:

– ?No te preocupes, Papillon! Cuenta con tus amigos, no te faltara nada en la reclusion. ?Cuanto te han endinado?

– Dos anos.

– Bueno, eso pasa pronto y, ademas, estaras con nosotros. Ya veras, no se esta mal aqui.

– Gracias, Chapar. ?Y Dega?

– Es contable, esta arriba, me extrana que no este aqui. Sentira no haberte visto.

En este momento, llega Galgani. Viene hacia mi, el vigilante quiere impedirle que pase, pero logra pasar de todos modos, diciendo:

– ?No va usted a impedirme que abrace a mi hermano, vaya, hombre! -Y me abraza diciendo-: Cuenta conmigo.

Luego, hace ademan de retirarse.

– ?Que haces?

– Soy cartero.

– ?Que tal?

– Estoy tranquilo.

Los ultimos han desembarcado ya y se reunen con nosotros. Nos quitan las esposas a todos. Titi la Belote, De Berac y unos desconocidos son apartados de nuestro grupo. Un vigilante les dice:

– Vamos, en marcha para subir al campamento.

Ellos tienen su macuto del presidio. Cada cual se lo echa al hombro y todos se van hacia un camino que sube hasta la cima de la isla. El comandante de las Islas llega acompanado de seis vigilantes. Pasan lista. Estan todos. Nuestra escolta se retira.

– ?Donde esta el contable? -pregunta el comandante.

– Ahora viene, jefe.

Veo llegar a Dega, bien vestido de blanco con una chaqueta con botones, acompanado por un vigilante: ambos llevan un gran libro bajo el brazo. Entre los dos hacen salir a los hombres de las filas, uno por uno, con su nueva clasificacion:

– Usted, recluso Fulano de Tal, numero de deportado numero X, sera numerado recluso Z.

– ?Cuanto?

– X anos.

Cuando llega mi turno, Dega me abraza varias veces. El comandante se acerca.

– ?Es ese Papillon?

– Si, mi comandante -,dice Dega.

– Portese bien en la Reclusion. Dos anos pasan pronto.

La Reclusion

Una lancha esta a punto. De los diecinueve reclusos diez se van en la primera lancha. Soy llamado para salir. Friamente, Dega dice:

– No, ese saldra en el ultimo viaje.

Desde que llegue, estoy asombrado de ver la manera como hablan los presidiarios. No se nota disciplina alguna y ellos parecen reirse de los guardianes. Hablo con Dega, que se ha puesto a mi lado. Ya sabe toda mi historia y la de mi evasion. Hombres que estaban conmigo en Saint-Laurent vinieron a las Islas y se lo contaron todo. No me compadece, es demasiado sutil para hacerlo. Una sola frase, de corazon:

– Merecias tener exito, hijo. ?Sera la proxima vez!

Ni siquiera me dice: animo. Sabe que lo tengo.

– Soy contable general y estoy a partir un pinon con el comandante. Portate bien en la Reclusion. Te mandare tabaco y comida. No careceras de nada.

– ?Papillon, en marcha!

Es mi turno.

– Hasta la vista a todos. Gracias por vuestras buenas palabras.

Y embarco en la canoa. Veinte minutos despues, arribamos a San Jose. He tenido tiempo de notar que solo hay tres vigilantes armados a bordo para seis presidiarios remeros y diez condenados a reclusion. Hacernos con esta embarcacion seria cosa de risa. En San Jose, comite de recepcion. Dos comandantes se presentan a nosotros: el comandante de la penitenciaria de la isla y el comandante de la Reclusion. A pie, custodiados, nos hacen subir el camino que va a la Reclusion. Ningun presidiario en nuestro recorrido. Al entrar por la gran puerta de hierro sobre la que esta escrito: RECLUSION DISCIPLINARIA, se comprende en seguida la seriedad de esta carcel. Esta puerta y las cuatro altas tapias que la rodean ocultan, primero, un pequeno edificio en el que se lee: “Administracion-Direccion”, y tres edificios mas, A, B, C. Nos hacen entrar en el edificio de la Direccion. Una sala fria. Cuando los diecinueve estamos formados en dos filas, el comandante de la Reclusion nos dice:

– Reclusos, esta casa es, ya lo sabeis, una casa de castigo para los delitos cometidos por hombres ya condenados a presidio. Aqui, no se trata de regeneraros. Sabemos que es inutil. Pero se procura meteros en cintura. Aqui hay un solo reglamento: cerrar el pico. Silencio absoluto- Telefonear resulta arriesgado, podeis ser sorprendidos y el castigo es muy duro. Si no estais gravemente enfermos, no os apunteis para la visita. Pues una visita injustificada. entrana un castigo. Eso es todo lo que debo deciros. ?Ah!, queda rigurosamente prohibido fumar. Vamos, vigilantes, cacheadlos a fondo y ponedlos a cada uno en una celda. Charriere, Clousiot y Maturette no deben de estar en el mismo edificio. Ocupese usted de eso, Monsieur Santori.

Diez minutos despues, me encierran en una celda, la 234 del edificio A. Clousiot esta en el B y Maturette. en el C. Nos decimos adios con la mirada. Al entrar aqui, todos hemos comprendido inmediatamente que si queremos salir vivos, hay que obedecer ese reglamento inhumano. Les veo irse, a mis companeros de tan larga fuga, camaradas altivos y esforzados que me acompanaron con valentia y nunca se quejaron ni se arrepienten ahora de lo que hicieron. Se me encoge el corazon, pues al cabo de catorce meses de lucha codo con codo para conquistar nuestra libertad, hemos trabado para siempre entre nosotros una amistad sin limites.

Examino la celda donde me han hecho entrar. Nunca hubiese Podido suponer ni imaginar que un pais como el mio, Francia, madre de la libertad en el mundo entero, tierra que dio a luz Derechos del hombre y del ciudadano, pueda tener, incluso en la Guayana francesa, en una isla perdida del Atlantico, del tamano de un panuelo, una instalacion tan barbaramente represiva como la Reclusion de San Jose. Figuraos doscientas cincuenta celdas una al lado de otra, cada cual adosada a otra celda, con sus cuatro gruesas paredes unicamente horadadas por una puertecita de hierro con su ventanilla. Sobre cada ventanilla. pintado a la Puerta: “Prohibido abrir esta puerta sin orden superior. A la izquierda una tabla con una almohada de madera, el mismo sistema que en Beaulieu: la tabla se alza y se sujeta en la pared;

una manta; por taburete, un bloque de cemento, al fondo, en un rincon; una escobilla; un vaso de soldado, una cuchara de palo, una plancha de hierro vertical que oculta un cubo metalico al que esta sujeta por una cadena. (Puede sacarse desde fuera para vaciarlo y de dentro para usarlo.) Tres metros de alto. Por techo, enormes barrotes de hierro, gruesos como un rail de tranvia, cruzados de tal forma que por ellos no puede pasar nada que sea ligeramente voluminoso. Luego, mas arriba, el

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