eleva la voz para decir: Poned fin a vuestra guillotina seca, suprimid el sadismo colectivo que existe en los empleados de la Administracion. Pisoteo el hecho de que ningun organismo o asociacion interrogue nunca a los responsables de ese sistema para preguntarles como y por que en el camino de la podredumbre desaparece, cada dos anos, el ochenta por ciento de su poblacion. Pisoteo los partes de fallecimiento de la medicina oficial: suicidios, descomposicion, muerte por subalimentacion continua, escorbuto, tuberculosis, locura furiosa, chochez. ?Que se yo lo que pisoteo? Pero, en cualquier caso, despues de lo que acaba de pasar, ya no camino normalmente, a cada paso que doy, aplasto algo.
Un, dos, tres, cuatro, cinco… y las horas que discurren despacio calman por cansancio mi muda rebelion.
Diez dias mas y habre cumplido la mitad de mi pena de reclusion. Es en verdad un hermoso aniversario que festejar, pues aparte de esa fuerte gripe, gozo de buena salud. No estoy loco, ni en vias de estarlo. Estoy seguro, hasta ciento por ciento seguro, de salir vivo y equilibrado a fines del ano que va a empezar.
Me despiertan unas voces veladas. Oigo:
– Esta completamente tieso, Monsieur Durand. ?Como no lo ha notado usted antes?
– No lo se, jefe. Como se ha ahorcado en el rincon del lado de la pasarela, he pasado varias veces sin verle.
– No tiene importancia, pero confiese que es ilogico que no lo haya visto antes.
Mi vecino de la izquierda se ha suicidado. Por lo menos, eso comprendo. Se lo llevan. La puerta se cierra. El reglamento ha sido rigurosamente respetado, puesto que la puerta ha sido abierta y cerrada en presencia de una “autoridad superior”, el jefe de la Reclusion, cuya voz he reconocido. Es el quinto que desaparece cerca de mi en diez semanas.
El dia del aniversario ha llegado. En el cubo he encontrado un bote de leche condensada “Nestle”. Es una locura de mis amigos. Un precio de locura para procurarsela y graves riesgos para pasarla. He tenido, pues, un dia de triunfo sobre la adversidad. Por lo que he decidido no desplegar las alas hacia otros parajes. Estoy en la Reclusion. Ha pasado un ano desde que llegue y me siento capaz de pirarmelas manana mismo, si tuviese la oportunidad. Es una puntualizacion positiva y estoy orgulloso de ella.
Por el barrendero de la tarde, cosa insolita, he tenido unas letras de mis amigos: Animo. Solo te falta un ano. Sabemos que gozas de buena salud. Nosotros estamos bien. Te abrazamos. Louis-Ignace. Si puedes, manda en seguida unas letras por el Mismo conducto que te entrega estas.
En el papelito en blanco adjunto a la carta, escribo: Gracias por todo. Estoy fuerte y espero estar igual gracias a vosotros dentro de un ano. ?Podeis dar noticias Clousiot, Maturette? En efecto, el barrendero vuelve, rasca en mi puerta. Raudo, le paso el papel, que desaparece inmediatamente. Toda esta jornada y parte de la noche he pisado tierra firme y en el estado como me habia prometido encontrarme repetidas veces. Un ano, y estare en una de las islas. ?Royale? ?San Jose? Me hartare de hablar, fumar y combinar la proxima evasion.
El dia siguiente inicio con confianza en mi destino el primer dia de esos trescientos sesenta y cinco que me quedan por pasar. Tenia razon respecto a los ocho meses siguientes. Pero al noveno, las cosas se echaron a perder. Esta manana, en el momento de vaciar el cubo, el portador del coco ha sido pillado con las manos en la masa cuando empujaba el cubo, despues de haber metido ya dentro el coco y los cinco cigarrillos.
El incidente era tan grave que durante unos minutos han olvidado el reglamento del silencio. Los golpes que recibia aquel pobre desgraciado se oian muy claramente. Luego, el estertor de un hombre herido de muerte. Se abre mi ventanilla y una cara congestionada de guardian me grita:
– ?Tu no pierdes nada por esperar!
– ?A tu disposicion, so imbecil! -le respondo, encorajinado por haber oido el trato infligido a aquel pobre sujeto.
Eso paso a las siete. Hasta las once no vino una delegacion encabezada por el segundo comandante de la Reclusion. Abrieron aquella puerta que desde hacia veinte meses estaba cerrada sobre mi y que nunca habia sido abierta. Me encontraba al fondo de la celda, con mi vaso de soldado en la mano, en actitud de defensa, con el proposito incontrovertible de atizar todos los golpes posibles, por dos razones: primero, para que algunos guardianes no me pegasen impunemente, Y. segundo, para que me dejasen sin sentido mas pronto. Pero no ocurrio nada de eso:
– Recluso, salga.
– Si es para pegarme, esperad a que me defienda, pues no tengo por que salir para ser atacado por todos los lados. Estoy A mejor aqui para dejar tieso al primero que me ponga las manos encima.
– Charriere, no van a pegarle.
– ?Quien me lo garantiza?
– Yo, el segundo comandante de la Reclusion.
– ?Es usted hombre de palabra?
– No me insulte, es inutil. Por mi honor, le prometo que no sera usted golpeado. Vamos, salga.
Contemplo el vaso que tengo en la mano.
– Puede usted dejarlo, no tendra que usarlo.
– De acuerdo, esta bien.
Salgo y, rodeado por diez vigilantes y el segundo comandante, recorro todo el pasillo. Cuando llego al patio, la cabeza me da vueltas y mis ojos, lastimados por la luz, no pueden permanecer abiertos. Por fin, percibo la casita donde fuimos recibidos. Hay una docena de vigilantes. Sin empujarme, me hacen entrar en la Administracion. En el suelo, ensangrentado, gime un hombre. Al ver un reloj de pared que senala las once, pienso: “Hace cuatro horas que estan torturando a ese pobre tipo.” El comandante esta sentado tras su escritorio y el segundo comandante se sienta a su lado.
– Charriere, ?cuanto tiempo hace que recibe usted comida y cigarrillos?
– Ya se lo habra dicho el.
– Se lo pregunto a usted.
– Padezco de amnesia, ni siquiera puedo saber lo que ha pasado la vispera.
– ?Se burla usted de mi?
– No, me extrana que eso no conste en mi expediente. Soy amnesico a consecuencia de un golpe que recibi en la cabeza.
El comandante se queda tan asombrado de mi respuesta que dice:
– Preguntad a Royale si hay alguna mencion al respecto sobre el.
Mientras telefonean, continuan preguntandome:
– ?Se acuerda usted bien de que se llama Charriere?
– De eso si. -Y, rapido, para desconcertarle mas, digo como un automata-: Me llamo Charriere, naci en 1906 en el departamento de Ardeche y me condenaron a cadena perpetua en Paris, Sena.
Pone unos ojos como naranjas, noto que he conseguido desconcertarlo.
– ?Ha recibido su cafe y su pan esta manana?
– Si.
– ?Que legumbre le sirvieron anoche?
– No lo se.
– Entonces, si hemos de creerle, ?no tiene usted memoria en absoluto?
– De lo que pasa, en efecto. De las caras, si. Por ejemplo,, se que usted me recibio un dia. ?Cuando? No lo se.
– Entonces, ?no sabe cuanto tiempo le queda por cumplir?
– ?De la condena perpetua? Hasta que me muera, creo.
– No me refiero a eso, sino a su pena de reclusion.
– Tengo una pena de reclusion? ?Por que?
– ?Ah! ?Esto ya es el colmo! ?Por Dios! No conseguiras sacarme de mis casillas. ?No iras a decirme que no te acuerdas de que estas purgando dos anos por evasion!
Entonces, le aplano completamente:
– ?Por evasion, yo? Comandante, soy un hombre serio y capaz de adquirir responsabilidades. Venga conmigo a visitar mi celda y vera usted si me he evadido.
En este momento, un guardian le dice:
– Le llaman de Royale, mi comandante.
El comandante coge el aparato:
– ?No hay nada? Es raro, el pretende estar aquejado de amnesia… ?La causa? Un golpe en la cabeza… Comprendido, es un simulador. Vaya a saber… Bien, dispense, mi comandante, lo comprobare. Hasta la vista. Si, le tendre al corriente.
– So comediante, deja que vea tu cabeza. ?Ah, si! Hay una herida bastante larga. ?Como es posible que recuerdes que ya no tienes memoria despues de recibir ese golpe? ?Eh? ?Dime?
– No me lo explico, solo se que me acuerdo del golpe, que me llamo Charriere y alguna que otra cosa mas.
– En resumen, ?que quiere usted decir o hacer?
– Es lo que se discute aqui. ?Usted me pregunta desde cuando me mandan comida y tabaco? He aqui mi respuesta definitiva: no se si esta es la primera vez, o la que hace mil. En razon de mi amnesia, no puedo contestarle. Eso es todo, haga lo que quiera.
– Lo que quiero es muy sencillo. Has comido demasiado durante todo ese tiempo: bien, pues, a partir de ahora, vas a adelgazar un poco. Que se le suprima la cena hasta el fin de su pena.
El mismo dia, con el segundo barrido tengo una nota. Desgraciadamente no puedo leerla, no es fosforescente. Por la noche, enciendo un cigarrillo que me queda de la vispera y que ha escapado al registro, por estar muy bien escondido en la tabla. Entre chupada y chupada, consigo descifrar con su lumbre: El limpiador no ha cantado. Ha dicho que solo era la segunda vez que te mandaba comida, por iniciativa propia. Que lo hizo porque te conocio en Francia. Nadie sera molestado en Royale. Animo.
Asi, pues, estoy privado de coco, de cigarrillos y de noticias de mis amigos de Royale. Por si fuese poco, me han suprimido la cena. Me habia acostumbrado a no padecer hambre y, ademas, las diez sesiones de cigarrillo me llenaban el dia y parte de la noche. No solo pienso en mi, sino tambien en el pobre diablo que han molido a golpes por mi culpa. Esperemos que no le castiguen cruelmente.
Un, dos, tres, cuatro, cinco-, media vuelta… Un, dos, tres, cuatro, cinco, media vuelta. No aguantaras asi como asi ese regimen de hambre y, quiza, dado que