A las seis, me dan el cafe y el pan. Tengo ganas de decir.- “?Pero si hoy salgo! ?Os equivocais!” En seguida pienso que soy “amnesico” y ?quien sabe si el comandante, al darse cuenta de que le habia tomado el pelo, no seria capaz de infligirme treinta dias de calabozo! Pues, de todas formas, segun la ley, he de salir de la Reclusion Celular de San Jose, hoy, 26 de junio de 1936. Dentro de cuatro meses, cumplire treinta anos.
Las ocho. Me he comido todo el chusco. Encontrare comida en el campamento. Abren la puerta. El segundo comandante Y. dos vigilantes estan ahi.
– Charriere, ha cumplido usted su pena, estamos a 26 de junio de 1936. Siganos.
Salgo. Al llegar al patio, el sol brilla ya bastante para deslumbrarme. Tengo una especie de desfallecimiento. Las piernas me flojean y manchas negras bailan ante mis ojos. Sin embargo, no he recorrido mas que unos cincuenta metros, treinta de ellos al sol.
Cuando llegamos ante el pabellon de la Administracion, veo a Maturette y a Clousiot. Maturette esta hecho un verdadero esqueleto, con las mejillas chupadas y los ojos hundidos. Clousiot esta tendido en una camilla, livido y huele a muerto. Pienso: “No tienen buen aspecto mis companeros. ?Estare yo en igual estado? “ Ardo en deseos de verme en un espejo. Les digo:
– ?Que tal?
No contestan. Repito:
– ?Que tal?
– Bien dice quedamente Maturette.
Me dan ganas de decirle que, una vez terminada la pena de reclusion, tenemos derecho a hablar. Beso a Clousiot en la mejilla. Me mira con ojos brillantes y sonrie.
– Adios, Papillon -me dice.
– No, hombre, no.
– Ya esta, eso se acabo.
Algunos dias mas tarde, morira en el hospital de Royale. Tenia treinta y dos anos y habia sido encarcelado a los veinte por el robo de una bicicleta que no cometio. Llega el comandante:
– Hacedles pasar. Maturette y usted, Clousiot, se han portado bien. Por lo tanto, en sus fichas pongo: “Buena conducta.” Usted, Charriere, como ha cometido una falta grave, le pongo lo que se ha merecido: “Mala conducta. “
_Perdon, mi comandante, ?que falta he cometido?
– ?De verdad que no se acuerda usted del hallazgo de los cigarrillos y el coco?
– No, sinceramente.
– Vamos a ver, ?que regimen ha seguido durante cuatro meses?
– ?Desde que punto de vista? ?Desde el punto de vista de la comida? Siempre el mismo desde que llegue.
– ?Ah! ?Esto es el colmo! ?Que comio anoche?
– Como de costumbre, lo que me dieron. ?Yo que se! No me acuerdo. Quiza judias o arroz con tocino, u otra legumbre.
– Entonces, ?por la noche come?
– ?Caray! ?Cree usted que tiro mi escudilla?
– No, no es eso, renuncio. Bien, retiro lo de “mala conducta”. Hagale otra ficha de salida, Monsieur X… Te pongo “buena conducta”, ?te vale?
– Es lo justo. No he hecho nada para desmerecerla.
Y con esta frase nos vamos de la oficina.
La gran puerta de la Reclusion se abre para darnos paso. Escoltados por un solo vigilante, bajamos despacio el camino que va al campamento. Desde lo alto, se domina el mar brillante de reflejos plateados y de espuma. La isla de Royale, enfrente, llena de verdor y de tejados rojos. La del Diablo, austera y salvaje. Pido permiso al vigilante para sentarme unos minutos. Me lo concede. Nos sentamos, uno a la derecha y otro a la izquierda de Clousiot, y nos cogemos de las manos, sin siquiera darnos cuenta. Este contacto nos produce una extrana emocion y, sin decir nada, nos abrazamos. El vigilante dice:
– Venga, muchachos. Hay que bajar.
Y despacio, muy despacio, bajamos hasta el campamento, en el que yo y Maturette entramos de frente, cogidos todavia de la mano, seguidos de los dos camilleros que llevan a nuestro amigo agonizante.
La vida en Royale
Apenas entramos en el patio del campamento, nos rodea la benevola atencion de todos los presidiarios. Encuentro a Pierroo el Loco, Jean Sartrou, Colondini, Chissilia. Hemos de ir a 1 enfermeria los tres, nos dice el vigilante. Y, escoltados por una veintena de hombres, cruzamos el patio para entrar en la enfermeria. En unos minutos, Maturette y yo tenemos delante una docena de paquetes de cigarrillos y de tabaco, cafe con leche muy caliente, chocolate hecho con cacao puro. Todo el mundo quiere darnos algo. A Clousiot, el enfermero le pone una inyeccion de aceite alcanforado y otra de adrenalina para el corazon. Un negro muy flaco dice:
– Enfermero, dale mis vitaminas, las necesita mas que yo.
– Es en verdad conmovedora esa prueba de solidaridad.
– ?Quieres parne? Antes de que vayas a Royale, tengo tiempo de hacer una colecta.
– No, muchas gracias, ya tengo. Pero, ?como sabes que a Royale?
– Nos lo ha dicho el contable. Los tres. Creo, incluso que ireis al hospital.
El enfermero es un bandido corso del maquis. Se llama Essari Posteriormente, habria de conocerlo mucho, ya contare su historia completa, es interesante de veras. Las dos horas en la enfermeria han pasado muy de prisa. Hemos comido y bebido bien Saciados y contentos, nos vamos hacia Royale. Clousiot ha mantenido casi todo el rato los ojos cerrados, salvo cuando me acercaba a el y le ponia la mano sobre la frente. Entonces, abria los ojos, velados ya, y me decia:
– Papi, somos amigos de verdad.
– Mas que eso, somos hermanos -le respondia.
Todavia con un solo vigilante, bajamos. En medio, la camilla de Clousiot y, a ambos lados, Maturette y yo, En la puerta del campo, todos los presidiarios nos dicen adios y nos desean buena suerte. Les damos las gracias, pese a sus protestas. Pierrot el Loco me ha pasado al cuello un macuto lleno de tabaco, cigarrillos, chocolate y botes de leche “Nestle”. Maturette tambien ha recibido uno. No sabe quien se lo ha dado. Tan solo el enfermero Fernandez y un vigilante nos acompanan al muelle. Nos entrega una ficha para el hospital de Royale a cada uno. Comprendo que son los presidiarios enfermeros Essari y Fernandez quienes, sin consultar al galeno, nos hospitalizan. Ya esta ahi la lancha. Seis remeros, dos vigilantes a popa armados de mosquetones y otro al timon. Uno de los remeros es Chapar, el del caso de la Bolsa de Marsella. Bueno, en marcha. Los remos se hunden en el mar y, mientras boga, Chapar me dice:
– ?Que tal, Papi? ?Recibiste siempre el coco?
– No, los ultimos cuatro meses, no.
– Ya se, hubo un percance. El hombre se porto bien. Solo me conocia a mi, pero no se chivo.
– ?Que ha sido de el?
– Murio.
– No es posible. ?De que?
– Al parecer, segun un enfermero, le reventaron el higado de tuna patada.
Desembarcamos en el muelle de Royale, la mas importante de las tres islas. En el reloj de la panaderia, son las tres. Este sol de la tarde es verdaderamente fuerte, me deslumbra y me calienta demasiado. Un vigilante pide dos camilleros. Dos presidiarios, forzudos ellos, impecablemente vestidos de blanco, cada cual con una munequera de cuero negro, levantan como una pluma a Clousiot. Maturette y yo seguimos a este. Un vigilante, con unos papeles en la mano, camina detras de nosotros.
El camino, de mas de cuatro metros de anchura, esta hecho de cantos rodados. La subida es dura. Afortunadamente, los dos camilleros se paran de vez en cuando y esperan que les alcancemos. Entonces, me siento en el brazo de la camilla, junto a la cabeza de Clousiot, y le paso suavemente la mano por la frente y la cabeza. Cada vez que lo hago, me sonrie, abre los ojos y dice:
– ?Mi, amigo Papi!
Maturette le coge la mano.
– ?Eres tu, pequeno? -murmura Clousiot.
Parece inefablemente feliz de sentirnos a su lado. Durante un alto, cerca de la llegada, encontramos un grupo que va al trabajo. Casi todos son presidiarios de mi convoy. Todos, al pasar, nos dicen una palabra amable. Al llegar arriba, frente a un edificio cuadrado y blanco, vemos, sentadas a la sombra, a las mas altas autoridades de las Islas. Nos acercamos al comandante Barrot, apodado Coco seco, y a otros jefes del penal. Sin levantarse y sin ceremonias, el comandante nos dice:
– Asi, pues, ?no ha sido demasiado dura la Reclusion? Y ese de la camilla, ?quien es?
– Es Clousiot.
Le mira y, luego dice:
– Llevadles al hospital. Cuando salgan, haced el favor de avisarme para que me sean presentados antes de ingresar en el campamento.
En el hospital, en una gran sala muy bien iluminada, nos acomodan en camas muy limpias, con sabanas y almohadas. El primer enfermero que veo es Chatal, el enfermero de la sala de alta vigilancia de Saint-Laurent-du-Maroni. Se ocupa en seguida de Clousiot y da orden a un vigilante de llamar al doctor. Este llega sobre las cinco. Tras un examen largo y minucioso, le veo mover la cabeza, con expresion descontenta. Extiende su receta y luego se dirige hacia mi.
– No somos buenos amigos, Papillon y yo -le dice a Chatal.
– Me extrana, pues es un buen chico, doctor.
– Quiza, pero es reacio.
– ?Por que motivo?
– Por una visita que le hice en la Reclusion.
– Doctor -le digo-, ?llama usted una visita a eso de auscultarme a traves de una ventanilla?