– Pero, en compensacion, pido otra cosa.
– ?Que?
– Que durante los cinco meses que debo pasar aqui, pueda tener ya los empleos de los que podria beneficiarme mas tarde y, quizas, incluso, cambiar de isla.
– Bien, conforme. Pero que eso quede entre nosotros.
– Si, mi comandante.
Manda llamar a Dega, quien le convence de que mi sitio no esta con los hombres de buena conducta, sino con los del hampa, en el edificio de los peligrosos, donde se encuentran todos mis amigos. Me entregan mi saco completo de efectos de presidiario y el comandante hace anadir algunos pantalones y chaquetas blancas incautadas a los sastres.
Y con dos pantalones impecablemente blancos, nuevos, flamantes, tres guerreras y un sombrero de paja de arroz, me encamino, acompanado por un guardian, hacia el campamento central. Para ir del pequeno edificio de la Administracion al campamento, hay que cruzar toda la explanada. Pasamos por delante del hospital de los vigilantes, bordeando una tapia de cuatro metros que rodea toda la penitenciaria. Tras haber dado casi la vuelta a ese inmenso rectangulo, llegamos a la puerta principal. “Penitenciaria de las Islas – Seccion Royale.” La inmensa puerta es de madera y esta abierta de par en par. Debe medir casi seis metros de alto. Dos puestos de guardia con cuatro vigilantes en cada una. Sentado en una silla, un oficial. Nada de mosquetones; todos llevan pistola. Veo tambien cuatro o cinco llaveros arabes.
Cuando llego debajo del portico, salen todos los guardianes. El jefe, un corso, dice:
– Ahi viene un novato, y de categoria.
Los llaveros se disponen a cachearme, pero el les detiene:
– No le fastidieis haciendole sacar toda su impedimenta. Hala y pasa, Papillon. En el edificio especial, seguramente, te esperan muchos amigos. Me llamo Sofrani. Buena suerte en las Islas.
– Gracias, jefe.
Y entro en un inmenso patio donde se alzan tres grandes edificaciones. Sigo al vigilante que me conduce a una de ellas. Sobre la puerta, una inscripcion: “Edificio A – Grupo especial.” Frente a la puerta abierta, el vigilante grita:
– ?Guardian de cabana! -Entonces, aparece un viejo presidiario-. Aqui tienes un novato -dice el jefe, y se va.
Penetro en una sala rectangular muy grande donde viven ciento veinte hombres. Como en el primer barracon, en Saint-Laurent-du-Maroni, una barra de hierro discurre por uno de sus lados mas largos, interrumpida tan solo por el emplazamiento de la puerta, una reja que se cierra durante la noche. Entre la pared y esa barra, estan tendidas, muy rigidas, lonas que sirven de cama y que se llaman hamacas aunque no lo sean. Esas “hamacas* son muy comodas e higienicas. Encima de cada una hay dos tablas donde se puede dejar los trastos: una para la ropa blanca, otra, para los viveres, la escudilla, etc. Entre las hileras de hamacas, un pasadizo de tres metros de ancho, el coursier. Los hombres viven aqui tambien en pequenas comunidades, las chabolas. Las hay que son solo de dos hombres, pero tambien las hay de diez.
Apenas hemos entrado, cuando de todos lados llegan presidiarios vestidos de blanco:
– Papi, ven por aqui.
– No, vente con nosotros.
Grandet coge mi saco y dice:
– Hara chabola conmigo.
Le sigo. Colocamos la lona, bien estirada, que me servira de cama.
– Toma, ahi tienes una almohada de plumas de gallinas, macho dice Grandet.
Encuentro un monton de amigos. Muchos corsos y marselleses, algunos parisienses, todos amigos de Francia o sujetos que conoci en la Sante, la Conciergerie o en el convoy. Pero, extranado de verles aqui, les pregunto:
– ?No estais en el trabajo, a estas horas?
Entonces, todos se guasean.
– ?Ah! ?Esta si que es buena! En este edificio, el que trabaja no lo hace mas de una hora diaria. Despues, vuelve a la chabola.
Este recibimiento es caluroso de veras. Esperemos que dure.
Pero no tardo en percatarme de algo que no habia previsto: despues de los varios dias pasados en el hospital, debo aprender a vivir de nuevo en comunidad.
Presencio algo que nunca hubiese imaginado. Entra un tio, vestido de blanco, que trae una bandeja cubierta con un trapo blanco impecable, y grita:
– Bistec, bistec, ?quien quiere bistecs?
Poco a poco, llega a nuestra altura, se para, levanta el trapo blanco y aparece, bien apilados, como en una carniceria de Francia, toda una bandeja llena de bistecs. Se ve que Grandet es un cliente habitual, pues no le pregunta si quiere bistecs, sino cuantos quiere que le ponga.
– Cinco.
– ?Solomillo o lomo?
– Solomillo. ?Que te debo? Dame la cuenta, porque, ahora que somos uno-mas, no subira lo mismo.
El vendedor de bistecs saca una agenda y se pone a calcular:
– Son ciento treinta y cinco francos, todo incluido.
– Cobrate y empezamos de nuevo a cero.
Cuando el hombre se va, Grandet me dice:
– Aqui, si no tienes pasta, la espichas. Pero hay un sistema para tenerla siempre: la apanadura.
Entre los duros, “la apanadura” es la manera que cada uno tiene de apanarselas para hacerse con dinero. El cocinero del campo vende en bistecs la misma carne destinada a los presos. Cuando la recibe en la cocina, corta aproximadamente la mitad. Segun los trozos, prepara bistecs, carne para estofado o para hervir. Una parte es vendida a los vigilantes a traves de sus mujeres, y otra parte a los presidiarios que tienen medios para comprarla. Desde luego, el cocinero da una parte de lo que gana asi al vigilante encargado de la cocina. El primer edificio donde se presenta con su mercancia siempre es el del grupo Especial, edificio A, el nuestro.
Asi, pues, la apanadura es lo que hace el cocinero que vende la carne y la grasa; el panadero que vende pan de lujo y pan blanco en barritas destinado a los vigilantes; el carnicero de la carniceria que vende la carne; el enfermero que vende inyecciones; el contable que acepta dinero para hacer que te den tal o cual puesto, o, sencillamente, para eximirte de un trabajo; el horticultor que vende legumbres frescas y fruta; el presidiario empleado en el laboratorio que vende resultados de analisis y llega hasta a fabricar falsos tuberculosos, falsos leprosos, enteritis, etcetera; los especialistas de robo en el corral de las casas de los vigilantes que venden huevos, gallinas, jabon; los “mozos de familia” que trafican con el ama de la casa donde trabajan y traen lo que se les pide: mantequilla, leche condensada, leche en polvo, latas de atun, de sardinas, quesos y, por supuesto, vinos y licores (asi, en mi chabola, siempre hay una botella de “Ricard” y cigarrillos ingleses o americanos); igualmente, los que tienen derecho a pescar y vender su pescado y sus langostinos.
Pero la mejor “apanadura”, la mas peligrosa tambien, es ser director de juegos. La regla es que nunca pueda haber mas de tres o cuatro directores de juegos por edificio de ciento veinte hombres. El que se decide a encargarse de los juegos, se presenta una noche, en el momento de la partida, y dice:
– Quiero un puesto de director de juego.
Le contestan:
– No.
– ?Todos decis no?
– Todos.
– Entonces, escojo a Fulano, para tomar su puesto.
El designado ha comprendido. Se levanta, va al centro de la sala y ambos se desafian a navaja. El que gana, se queda con los juegos. Los directores de juegos se quedan con el cinco por ciento de cada jugada ganadora.
Los juegos dan pie a otras pequenas apanaduras. Hay el que, prepara las mantas bien tendidas en el suelo, el que alquila banquetas a los jugadores que no pueden sentarse a la moruna, el vendedor de cigarrillos. Este coloca sobre la manta varias cajas de cigarros vacias, llenas de cigarrillos franceses, ingleses, americanos y hasta liados a mano. Cada uno tiene un precio y el jugador se sirve el mismo y echa escrupulosamente en la caja el) precio fijado. Hay tambien el que prepara las lamparas de petroleo y cuida de que no humeen demasiado. Son lamparas hechas con botes de leche cuya tapa superior ha sido horadada para pasar una mecha que se empapa de petroleo y que, a menudo, hay que despabilar. Para los que no fuman, hay bombones y pasteles hechos mediante apanadura especial. Cada edificio posee uno o dos cafeteros. En su puesto, cubierto por dos sacos de yute y confeccionado a la manera arabe, toda la noche hay cafe caliente. De vez en cuando, el cafetero pasa a la sala y ofrece cafe o cacao mantenido caliente en una especie de marmita noruega de fabricacion casera.
Por ultimo, hay la pacotilla. Es una especie de apanadura artesana. Algunos trabajan el carey de las tortugas capturadas por los pescadores. Una tortuga de carey tiene trece placas que pueden pesar hasta dos kilos. El artista hace con ellas brazaletes, zarcillos, collares, boquillas, peines y armazones de cepillos. Hasta he visto un cofrecito de carey rubio, una verdadera maravilla. Otros esculpen cocos, astas de buey, de bufalo, ebano y madera de las Islas, en forma de serpientes. Otros hacen trabajos de marqueteria de alta precision, sin un clavo, todo a base de entalladuras. Los mas habiles trabajan el bronce. Sin olvidar los artistas pintores.
A veces, se asocian varios talentos para realizar un solo objeto. Por ejemplo, un pescador captura un tiburon. Prepara su mandibula abierta, con todos sus dientes bien pulidos y bien rectos. Un ebanista confecciona un modelo reducido de ancla, con madera lisa y grano apretado, bastante ancha en medio para que se pueda pintar. Se fija la mandibula abierta a esta ancla en la cual un pintor pinta las Islas de la Salvacion rodeadas por el mar. El tema mas a menudo utilizado es el siguiente: se ve la punta de la isla Royale, el canal y la isla de San Jose. Sobre el mar azul, el sol poniente lanza todas sus luces. En el agua, una embarcacion con seis presidiarios de pie, con el torso desnudo, los remos alzados verticalmente y tres guardianes, empunando metralletas, a popa. A proa, dos hombres levantan un feretro del que se desliza, envuelto en un saco de harina, el cadaver de un presidiario. En la superficie del agua, se ven tiburones que esperan el cadaver con las fauces abiertas. Abajo, a la derecha del cuadro, esta escrito: “Entierro en Royale”, y la fecha.
Todas esas diversas “pacotillas” se venden en las casas de los vigilantes. Las mejores piezas se pagan a menudo por adelantado o son hechas por encargo. El resto se vende a bordo de los barcos que recalan en las Islas. Es el feudo de los barqueros. Hay tambien los guasones, los que cogen un vaso de metal abollado y graban en el: “Este vaso pertenecio a Dreyfus -isla del Diablo- fecha.” Lo mismo hacen con cucharas o escudillas. Los marinos bretones tienen un truco infalible: grabar en cualquier objeto el nombre de “Sezertec”.
Ese trafico permanente hace entrar mucho dinero en las Islas y, por tanto, los vigilantes tienen interes en que se haga. Entregados a sus combinas, los hombres