amenaza que les permitiese entrar en accion con sus mosquetones, por lo demas apuntados al suelo.
– ?Todos los llamados en cueros! Y en marcha para las celdas.
A medida que las ropas caian, de vez en cuando se oia el ruido de un cuchillo que resonaba sobre el macadan del patio. En este momento, llega el doctor.
– ?Bien, alto! Ahi viene el medico. ?Quiere usted, doctor, reconocer a esos hombres? Los que no sean declarados enfermos, iran a los calabozos. Los demas, se quedaran en la cabana.
– ?Hay sesenta enfermos?
– Si, doctor, salvo ese, que se ha negado a trabajar.
– Que venga el primero dice el doctor-. Grandet, ?que tiene?
– Una indigestion de cabo de vara, doctor. Todos somos hombres condenados a largas penas y la mayoria a perpetuidad, doctor. En las Islas, no hay esperanza de evadirse. No podemos aguantar esta vida si no hay cierta elasticidad y comprension en el reglamento. Ahora bien, esta manana, un vigilante se ha permitido, delante de nosotros, querer desnucar de un porrazo con el mango de un pico a un camarada apreciado por todos. No era un gesto de defensa, pues ese hombre no habia amenazado a nadie. Solo dijo que no queria trabajar a pico y pala. Esta es la verdadera causa de nuestra epidemia colectiva. juzgue usted mismo.
El doctor baja la cabeza, reflexiona un largo minuto, y luego, dice:
– Enfermero, anote: “Por razon de una intoxicacion alimenticia colectiva, el enfermero vigilante Fulano tomara las medidas necesarias para purgar con veinte gramos de sulfato sodico a todos los deportados que se han declarado enfermos en el dia de hoy. En cuanto al deportado, X ruego le pongan en observacion en el hospital para que sepamos si su negativa a trabajar ha sido expuesta en plena posesion de sus facultades.”
Vuelve la espalda y se va.
– ?Todo el mundo adentro! -grita el segundo comandante-. Recoged vuestras ropas y no os olvideis de los cuchillos.
Aquel dia, todos se quedaron en la cabana. Nadie pudo salir, ni siquiera el repartidor de pan. hacia mediodia, en vez de sopa, el vigilante enfermero, acompanado de dos presidiarios-enfermeros, se presento con un cubo de madera, lleno de purgante de sulfato sodico. Solo tres pudieron ser obligados a tragar la purga. El cuarto se cayo encima del cubo simulando una ataque epileptico perfectamente remedado, y echo purga, cubo y cazo por los suelos.
He pasado la tarde charlando con Jean Castelli. Ha venido a comer con nosotros. Hace chabola con un tolones, Louis Gravon, condenado por un robo de pieles. Cuando le he hablado de pirarse, sus ojos han brillado. Me dice:
– El ano pasado estuve a punto de evadirme, pero la operacion se fue al traste. Ya me sospechaba que no eras tu hombre para quedarte tranquilo aqui. Solo que hablar de pirarselas en las Islas es hablar en chino. Por otra parte, me doy cuenta de que aun no has comprendido a los presidiarios de las Islas. Asi como los ves, el noventa por ciento se encuentran relativamente felices aqui. Nadie te denunciara nunca, hagas lo que hagas. Si se mata a alguien, nunca hay testigos; si se roba, idem – Haga lo que haga quien sea, todos se juntan para defenderle. Los presidiarios de las Islas solo temen una cosa, que una evasion tenga exito. Pues, entonces, toda su relativa tranquilidad queda trastornada: registros continuos, se acabaron los juegos de cartas, la musica (los instrumentos son destruidos durante los registros), se acabaron los juegos de ajedrez y de damas, ?todo sanseacabo, vaya! Nada de pacotilla, tampoco. Todo, absolutamente todo queda suprimido. Registran sin parar. Azucar, aceite, bistecs, mantequilla, todo desaparece. Cada vez, los fugados que han logrado dejar las Islas son detenidos en Tierra Grande, en los alrededores de Kourou. Pero para las Islas, la fuga ha tenido exito: los audaces han conseguido salir de la isla. De ahi que se sancione a los guardianes, quienes luego se vengan con todo el mundo.
Escucho con toda mi atencion. Estoy asombrado. Nunca habia visto la cuestion bajo ese aspecto.
– Conclusion-dice Castelli-, el dia que te metas en la mollera preparar una fuga, anda con pies de plomo. Antes de tratar con un tipo, si no es un intimo amigo tuyo, piensalo diez veces.
Jean Castelli, ladron profesional, tiene una voluntad y una inteligencia poco comunes. Detesta la violencia. Le apodan El Antiguo. Por ejemplo, solo se lava con jabon de Marsella, y si me lavo con “Palmolive”, me dice:
– ?Pero si hueles a marica, palabra! Te has lavado con jabon de mujer!
Desgraciadamente, tiene cincuenta y dos anos, pero su energia ferrea da gusto de ver. Me dice:
– Tu, Papillon, diriase que eres mi hijo. La vida de las Islas no te interesa. Comes bien porque es necesario para estar en forma, pero nunca te acomodaras para vivir tu vida en las Islas. Te felicito. De todos los presidiarios, no llegamos a media docena los que pensamos asi. Sobre todo, en evadirse. Hay, es verdad, muchos hombres que pagan fortunas para hacerse desinternar y, asi, ir a Tierra Grande para tratar de evadirse. Pero, aqui, nadie cree en eso de darse el piro.
El viejo Casteili me da consejos: aprender el ingles y, cada vez que pueda, hablar espanol con un espanol. Me ha prestado un libro para aprender el espanol en veinticuatro lecciones. Un diccionario frances-ingles. Es muy amigo de un marselles, Gardes, que sabe mucho de fugas. Se ha evadido dos veces. La primera, del presidio portugues; la segunda, de Tierra Grande. Tiene su punto de vista sobre la evasion de las Islas; Jean Castelli, tambien. Gravon, el tolones, tambien tiene su manera de ver las cosas. Ninguna de esas opiniones concuerda. A partir de hoy, tomo la decision de darme cuenta por mi mismo y de no hablar mas de pirarmelas.
Es duro, pero asi es. El unico punto sobre el cual estan todos de acuerdo es que el juego solo interesa para ganar dinero, y que resulta muy peligroso. En cualquier momento puedes verte obligado a liarte a navajazos con el primer matasiete que llegue. Los tres son hombres de accion y estan en verdad formidables, teniendo en cuenta su edad: Louis Gravon tiene cuarenta y cinco anos y Gardes, casi cincuenta.
Anoche, tuve ocasion de dar a conocer mi modo de ver y de actuar a casi toda nuestra sala. Un cabrito de Toulouse es desafiado a navajazos por uno de Nimes. El cabrito de Toulouse es apodado Sardina y el matasiete de Nimes, Carnero. Carnero, con el torso desnudo, esta en medio del coursier, empunando la navaja:
– O me pagas veinticinco francos por partida de poquer o no juegas mas.
Sardina responde:
– Nunca se ha pagado nada a nadie por jugar al poquer. ?Por que te metes conmigo y no con los directores de juego de la marsellesa?
– No tienes por que saberlo. O pagas, o no juegas mas, o te peleas.
– No, no me peleare.
– ?Te rajas?
– Si. Porque corro el riesgo de ganarme un navajazo o hacerme matar por un maton como tu que nunca se ha dado el piro. Yo soy hombre de evasion, no estoy aqui para matar o hacer que me maten.
Todos, sin excepcion, estamos a la espera de lo que va a pasar. Grandet me dice:
– En verdad que es bravo, el cabrito, y, ademas, hombre de fuga. Lastima que no se pueda decir nada.
Abro mi navaja y me la pongo bajo el muslo. Estoy sentado en la hamaca de Grandet.
– Asi, pues, rajado, ?pagas o dejas de jugar? Contesta.
Y da un paso hacia el Sardina. Entonces grito:
– ?Cierra el pico, Carnero, y deja tranquilo a ese tipo!
– ?Estas loco, Papillon? -me dice Grandet.
Sin moverme del sitio, sentado con mi cuchillo abierto bajo la pierna izquierda, y la mano sobre el mango, digo:
– No, no estoy loco, y escuchad todos lo que voy a deciros. Carnero, antes de pelearme contigo, lo cual hare si asi lo exiges, aun despues de haber hablado, deja que te diga a ti y a todos que, desde mi llegada a esta cabana donde somos mas de cien, todos del hampa, me he percatado con sonrojo de que la cosa mas hermosa, la mas meritoria, la unica que de verdad importa, la fuga, no es respetada. Ahora bien, todo hombre que haya demostrado ser hombre de fuga, que tiene suficientes redanos para arriesgar su vida en una evasion debe ser respetado por todos al margen de cualquier otra cuestion. ?Quien dice lo contrario? Silencio-. En todas vuestras leyes, falta una, por lo demas primordial: la obligacion valida para todos de no solo respetar, sino de ayudar y apoyar a los hombres de fuga. Nadie esta obligado a irse y admito que casi todos hayais decidido pasar la vida aqui. Pero si no teneis el valor de intentar revivir, tened al menos el respeto que merecen los hombres de fuga. Y quien olvide esa ley de hombre, que se disponga a sufrir graves consecuencias. Ahora, Carnero, si sigues queriendo pelearte, en guardia.
Y, de un salto, me pongo en medio de la sala, empunando la navaja. Carnero tira la suya y dice:
– Tienes razon, Papillon. No quiero desafiarme a navaja contigo pero si a punetazos, para que veas que no soy un rajado.
Entrego mi navaja a Grandet. Nos hemos pegado como perros durante casi veinte minutos. Al final, con un cabezazo afortunado, he conseguido tumbarle. Juntos, en los retretes, nos lavamos la sangre que nos brota de la cara. Carnero me dice:
– Es verdad, en estas Islas nos embrutecemos. Llevo quince anos aqui y no he gastado siquiera mil francos para tratar de hacerme desinternar. Es una verguenza.
Cuando vuelvo a la chabola, Grandet y Galgani me pegan bronca.
– ?Te has vuelto loco? ?A que viene eso de provocar e instar a todo el mundo? No se por que milagro nadie ha saltado al coursier para pelear a navajazos contigo.
– No, amigos mios, nada tiene de extrano. Todo hombre en nuestro ambiente, cuando alguien tiene de veras razon reacciona dandole precisamente, la razon.
– Esta bien -dice Galgani-. Pero, ?sabes?, no te diviertas demasiado jugando con ese volcan.
Durante toda la velada han venido hombres a hablar conmigo. Se acercan como por azar, hablan de cualquier cosa y luego, antes de irse, anaden:
– Estoy de acuerdo con lo que dijiste, Papi.
Este incidente de la navaja me ha situado bien con los hombres.
A partir de ahora, seguramente estoy considerado por mis camaradas como un hombre de su ambiente, pero que no se doblega ante las cosas admitidas sin analizarlas y discutirlas. Me doy cuenta de que cuando soy yo quien lleva el juego, hay menos disputas y que, si doy una orden, obedecen en seguida.
El director de juegos, como ya he dicho, se lleva el cinco por ciento de cada apuesta ganadora. Esta sentado en su banqueta, adosado a la pared para resguardarse de un asesino siempre Posible. Una manta sobre las rodillas tapa una navaja abierta. Alrededor de el, en circulo, treinta, cuarenta y a veces hasta cincuenta jugadores de todas las regiones de Francia, muchos extranjeros, arabes incluidos. El juego es muy facil. Hay el que tiene la banca y el que talla. Cada vez que el que tiene la banca pierde, pasa las cartas a su vecino. Se juega con cincuenta y dos cartas. El que talla, reparte la baraja y se guarda un naipe tapado. El que tiene la banca saca una carta y la pone boca arriba sobre la manta. Entonces, se hacen las apuestas. Se juega sea por la talla, sea por la banca. Cuando las apuestas estan colocadas en montoncitos, se empiezan a echar cartas una por una. La carta que es de igual valor que una de las dos que estan en el tapete pierde. Por ejemplo, el que talla ha tapado una dama y el que tiene la banca pone boca arriba un cinco. Si saca una dama antes que un cinco, la talla pierde. Si es el contrario, o sea, si sale un cinco, pierde la banca. El director de juegos debe saber la cuantia de cada apuesta y recordar quien talla o quien tiene la banca para saber a quien corresponde