– Doctor, ?cree usted que un hombre puede regenerarse?

– Si.

– ?Aceptaria usted suponer que puedo servir en la sociedad sin ser un peligro para ella y convertirme en un honrado ciudadano?

– Creo, sinceramente, que si.

– Entonces, ?por que no me ayuda usted a conseguirlo?

– ?Como?

– Desinternandome por tuberculoso.

Entonces, el me confirma algo de lo que yo ya habia oido hablar.

– No es posible, y te aconsejo que no hagas nunca eso. Es demasiado peligroso. La Administracion solo desinterna a un hombre por enfermedad despues de una estancia de un ano en un pabellon destinado a su enfermedad, por lo menos.

– ?Por que?

– Me da un poco de verguenza decirtelo. Creo que es para que el hombre en cuestion, si es un simulador, sepa que tiene todas las probabilidades de ser contaminado por la cohabitacion con los otros enfermos y que eso ocurra. No puedo, pues, hacer nada por ti.

A partir de entonces fuimos bastante amigos, el galeno y yo. Hasta un dia en que estuvo a punto de hacer matar a mi amigo Carbonieri. En efecto Matrhieu Carbonieri, de comun acuerdo conmigo, habia aceptado ser el ranchero de los jefes de vigilantes. Era para estudiar si habia posibilidad, entre el vino, el aceite y el vinagre, de robar tres toneles y encontrar el medio de ?untarlos y hacerse a la mar. Naturalmente, cuando se hubiese marchado Barrot. Las dificultades eran grandes, pues la misma noche, hacia falta robar los toneles, llevarlos hasta el mar sin ser vistos ni oidos y juntarlos con cables. Solo seria factible en una noche de tempestad, con viento y lluvia. Pero con viento y lluvia, lo mas dificil seria poner la balsa en el mar, que, necesariamente, seria muy mala.

Asi, pues, Carbonieri es cocinero. El jefe ranchero le da tres conejos para preparar para el dia siguiente, domingo. Carbonieri manda, afortunadamente despellejados, un conejo a su hermano, › que esta en el muelle, y dos a nosotros. Despues, mata tres grandes gatos y hace con ellos un filete estupendo.

Desgraciadamente para el, el dia siguiente, invitan al doctor a compartir la comida y, cuando este saborea el conejo, dice:

– Monsieur Filidori, le felicito por su yantar. Este gato es delicioso.

– No se burle usted de mi, doctor, nos estamos comiendo tres hermosos conejos.

– No -dice el doctor, terco como una mula-. Es gato. ?Ve usted las costillas que me estoy comiendo? Son aplastadas, y los conejos las tienen redondas. Asi, pues, no cabe duda: estamos comiendo gato.

– ?Maldita sea, Cristacho! dijo el corso-. ?Llevo gato en la barriga!

Y sale corriendo hacia la cocina, pone su pistola bajo la nariz de Matthieu y le dice:

– Por muy napoleonista que seas como yo, te matare por haberme hecho comer gato.

Tenia los ojos de loco y Carbonieri, sin comprender como habia podido saberse aquello, le dijo:

– Si llama usted gatos a lo que me ha dado, no es culpa mia.

– Te di conejos.

– Bueno, pues es lo que he guisado. Fijese, las pieles y las cabezas todavia estan ahi.

Desconcertado, el guardian ve las pieles y las cabezas de los conejos.

– Entonces, ?el doctor no sabe lo que se dice?

?El doctor ha dicho eso? -pregunta Carbonieri, respirando-. Le esta tomando el pelo. Digale que no le venga con bromas de mal gusto.

Calmado, convencido, Filidori vuelve al comedor y dice:

– Hable, diga usted lo que quiera, doctor. Pero el vino se le ha subido a la cabeza. Sean aplastadas o redondas sus costillas yo se que lo que he comido es conejo. Acabo de ver sus tres pieles y sus tres cabezas

De buena se habia librado Matthieu. Pero prefirio presentar la dimision de cocinero algunos dias despues.

Se avecina el dia en que podre actuar libremente. Solo algunas semanas y Barrot se va. Ayer, fui a ver a su mujer quien, dicho sea de paso, ha adelgazado mucho gracias al regimen de pescado hervido y legumbres frescas. Esa mujer me hizo entrar en su casa para ofrecerme una botella de quina. En la sala estan los baules que van siendo llenados. Preparan la marcha. La comandanta como la llama todo el mundo, me dice:

– Papillon, no se como agradecerle las atenciones que ha tenido para conmigo todos estos meses. Se que, algunos dias de mala pesca, me ha dado usted todo lo que habia capturado. Se lo agradezco mucho. Gracias a usted me siento mucho mejor, he adelgazado catorce kilos. ?Que podria hacer para testimoniarle mi agradecimiento?

– Una cosa muy dificil para usted, senora. Facilitarme una buena brujula. Precisa, pero pequena.

– No es gran cosa, y al mismo tiempo, mucho lo que me pide, Papillon. Y en tres semanas, me va a ser dificil.

Ocho dias antes de su marcha, esa noble mujer, contrariada por no haber logrado procurarse una buena brujula, tuvo el rasgo de tomar el barco de cabotaje e ir a Cayena. Cuatro dias despues, volvia con una magnifica brujula antimagnetica.

El comandante y la comandanta Barrot se han ido esta manana. Ayer, el transfirio el mando a un vigilante de igual graduacion, oriundo de Tunez, llamado Prouiflet. Una buena noticia: el nuevo comandante ha confirmado a Dega en su puesto de contable general. Es algo muy interesante para todo el mundo, sobre todo para mi. En el discurso que dirigio a los presidiarios reunidos en cuadro en el patio grande el nuevo comandante ha dado la impresion de ser un hombre muy energico, pero inteligente. Entre otras cosas, nos dice.

– A partir de hoy, tomo el mando de las Islas de la Salvacion. Habiendo comprobado que los metodos de mi antecesor han dado resultados positivos, no veo razon para cambiarlos. Si por vuestra conducta no me obligais a ello, no veo, pues, la necesidad de modificar vuestra forma de vida.

He visto marchar a la comandanta y a su marido con alegria muy explicable, aunque estos meses de espera forzosa se hayan pasado con una rapidez inaudita. Esta falsa libertad de que gozan casi todos los presidiarios de las Islas, los juegos, la pesca, las conversaciones, las nuevas relaciones, las disputas, las peleas son derivativos poderosos y no se tiene tiempo de aburrirse.

Sin embargo, no me he dejado absorber por el ambiente. Cada vez que me hago un nuevo amigo, me pregunto: “?Podria ser un candidato a la evasion? ?Es acertado ayudar a otro a preparar una fuga si este no quiere irse?“

Solo vivo para esto: evadirme, evadirme solo o acompanado, pero, como sea, darme el piro. Es una idea fija, de la cual no hablo a nadie, como me lo aconsejo Jean Castelli, pero que me tiene obsesionado. Y, sin desfallecer, llevare a cabo mi ideal: pirarmelas de aqui.

SEPTIMO CUADERNO. LAS ISLAS DE LA SALVACION

Una balsa en una tumba

En cinco meses, he aprendido a conocer los mas escondidos rincones de las Islas. Por el momento, mi conclusion es que el jardin que esta cerca del cementerio donde trabajaba mi amigo Carbonieri -ya no esta alli- es el lugar mas seguro para preparar una balsa. Asi que le pido a Carbonieri que reanude su trabajo en el jardin sin ayuda. Acepta. Gracias a Dega, se le envia alli de nuevo.

Esta manana, al pasar frente a la casa del nuevo comandante, con un gran monton de salmonetes ensartados en un alambre, oigo al joven presidiario que oficia de asistente decirle.

– Comandanta, este es el que le traia pescado todos los dias a Madame Barrot.

Y oigo a la joven y hermosa muchacha morena, de tipo argelino demasiado bronceada, preguntar:

– Entonces, ?el es Papillon?

Y, dirigiendose a mi, me dice:

– Invitada por Madame Barrot, he comido deliciosos langostinos pescados por usted. Entre en la casa. Bebera un vaso de vino y comera un trozo de queso de cabra que acabo de recibir de Francia.

– No, gracias, senora.

– ?Por que? Usted bien entraba cuando estaba Madame Barrot, ?por que no estando yo?

– Es que el marido de Madame Barrot me autorizaba a entrar en su casa.

– Papillon, mi marido manda en el campamento y yo mando en la casa. Entre sin temor.

Siento que esta linda morena tan decidida puede ser util y peligrosa.

Entro.

En la mesa del comedor, me sirve un plato de jamon ahumado y queso.

Sin ceremonias, se sienta frente a mi y me ofrece vino, y despues cafe y un delicioso ron de Jamaica.

– Papillon -me dice-, Madame Barrot, pese a los ajetreos de su marcha y a los de nuestra llegada, tuvo tiempo de hablarme de usted. Se que era la unica mujer de la Isla a la que le ofrecia pescado. Espero que a mi me haga el mismo favor.

– Es que ella estaba enferma, pero usted, por lo que veo, se encuentra bien.

– Yo no se mentir, Papillon. Si, me encuentro bien, pero me crie en un puerto de mar y adoro el pescado. Soy orantsa. Solo hay una cosa que me molesta, y es que se que usted no vende su pescado. Eso me fastidia.

En suma, que al final quedo decidido que yo le llevaria pescado.

Estaba fumandome un cigarrillo despues de haberle dado tres buenos kilos de salmonetes y seis langostinos, cuando llega el comandante.

Me ve y dice:

– Te he dicho, Juliette, que aparte del asistente, ningun deportado puede entrar en la casa.

Me levanto, pero ella dice:

– Quedese donde esta. Este deportado es el hombre que me recomendo Madame Barrot antes de marcharse. Asi que no tienes nada que decir. Nadie entrara aqui

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