– Tengo miedo de los tiburones y de ahogarme.
– ?Me prometes ayudarme a fondo?
– Te lo juro por mis hijos. Pero, te lo advierto, eso va para largo.
– Escuchame bien: voy a prepararte una coartada desde ahora por si las cosas salen mal. Copiare el plano de la balsa en una hoja de cuaderno. Debajo, escribire: “Bourset, si no quieres ser asesinado, construye la balsa que esta dibujada aqui.” Mas tarde, te dare por escrito las ordenes para la ejecucion de cada pieza. Una vez concluida cada pieza, la dejaras en el lugar que te indique. No trates de saber por quien ni cuando se recogera. -Esta idea parece aliviarlo-. Asi, si te cogen, evito que te torturen, y no arriesgas mas que un minimo de seis meses.
– ?Y si te agarran a ti?
– Entonces, sera lo contrario. Reconocere ser el autor de las notas. Por supuesto, tu debes conservar las ordenes escritas. ?Me lo prometes?
– ?No tienes miedo?
– No. ya se me ha pasado el susto, y, ademas, me complace ayudarte.
Aun no he dicho nada a nadie. Primero, aguardo la respuesta de Bourset. Al cabo de una larga e interminable semana, puedo hablar con el a solas en la biblioteca. No hay nadie mas. Es un domingo por la manana. Bajo el lavadero, en el patio, el juego esta en su apogeo. Mas de ochenta jugadores y otros tantos curiosos.
En seguida, me da esperanzas:
– Lo mas dificil era estar seguro de tener madera ligera y seca en cantidad suficiente. Y me he ocupado de esto. Bastara una especie de armazon de madera que ira relleno de cocos secos con su cascara de fibra, por supuesto. No hay nada mas ligero que esa fibra, y el agua no puede penetrar en ella. Cuando la balsa este dispuesta, sera cuestion tuya procurarte los cocos suficientes para meterlos dentro. Manana, hare la primera pieza. Me llevara tres dias. A partir del jueves, podra hacerse cargo de ella uno de los cunados a la primera ocasion favorable. En ningun caso empezare otra pieza antes de que la anterior haya salido del taller. Aqui esta el plano que he hecho; copialo Y escribeme la carta prometida: ?Has hablado con los de la Carretilla?
– Aun no; esperaba tu respuesta.
– Pues bien; ya la tienes: si.
Bourset, no se como agradecertelo. Toma, aqui tienes quinientos francos.
Entonces, mirandome fijamente, me dice:
– No, guardate tu dinero. Si llegas a Tierra Grande, lo necesitaras para reorganizarte. A partir de hoy, no jugare hasta que te hayas marchado. Con algunos trabajos, siempre ganare algo con que pagarme los cigarrillos y el bistec.
– ?Por que te niegas a cobrar?
– Porque no haria esto ni por diez mil francos. Me arriesgo demasiado, incluso con las precauciones que hemos tomado. Solo puede hacerse gratis. Me has ayudado; eres el unico que me ha tendido la mano. Aunque tenga miedo, me siento feliz por ayudarte a recobrar la libertad.
Mientras copio el plano en una hoja de cuaderno, siento verguenza ante la ingenuidad de tanta nobleza. Ni siquiera se le ha ocurrido la idea de que mi actitud hacia el era calculada e interesada. Para rehabilitarme un poco ante mis propios ojos, me digo a mi mismo que debo evadirme a toda costa, incluso, si es preciso, a riesgo de situaciones dificiles y no siempre agradables. Por la noche, he hablado a Naric, llamado Bonne Bouille, quien, luego, se encargara de poner al corriente a su cunado. Me dice, sin dudar:
– Cuenta conmigo para sacar las piezas del taller. Pero no tengas prisa, pues solo se podra sacarlas con un importante envio de material para hacer un trabajo de albanileria en la isla. En todo caso, te prometo no dejar escapar la primera ocasion.
Bien. Me falta hablar con Matthieu Carbonieri, porque quiero largarme con el. Esta de acuerdo en todo.
– Matthieu, he encontrado quien me fabrique la balsa, y tambien el que sacara las piezas del taller. A ti te corresponde hallar un lugar en tu jardin para enterrar la balsa.
– No; en un plantio de legumbres es peligroso. Por la noche, hay guardianes que van a robarlas; y si caminan por encima y se dan cuenta de que debajo esta hueco, estamos listos. Sera mejor que haga un escondrijo en un muro de sustentacion. Quitare una piedra grande y excavare una especie de pequena gruta. Asi, cuando me llegue una pieza, no tendra mas que levantar la piedra y volverla a poner en su sitio despues de haber escondido la madera.
– ?Hay que llevar directamente las piezas a tu jardin?
– No; seria demasiado peligroso. Los de la Carretilla no pueden justificar su presencia en mi jardin. Lo mejor sera que depositen la pieza en un sitio distinto cada vez, no demasiado lejos de mi jardin.
– Entendido.
Todo parece estar a punto. Faltan los cocos. Ya vere como puedo preparar una cantidad suficiente de ellos sin atraer la atencion.
Entonces, me siento revivir. Ya solo me queda hablar a Galgani y a Grandet. No tengo derecho a callarme, puesto que pueden ser acusados de complicidad. Lo normal seria separarme oficialmente de ellos e irme a vivir solo. Cuando les digo que voy a preparar una fuga y que, por tanto, debo separarme de ellos, me insultan y se niegan en redondo.
– Largate lo mas de prisa que puedas -me dicen-. Nosotros ya nos las arreglaremos. Mientras tanto, quedate con nosotros. al fin y al cabo, ya nos hemos encontrado con otros casos parecidos al tuyo.
Hace ya mas de un mes que la evasion esta en marcha. He recibido siete piezas, dos de ellas grandes. He ido a ver el muro de contencion donde Matthieu ha excavado el escondrijo. No se nota que la piedra haya sido movida, pues el toma la precaucion de pegar musgo alrededor. El escondite es perfecto, pero la cavidad me parece demasiado pequena para contenerlo todo. No importa; por el momento basta.
El hecho de estar preparandome para pirarmelas me confiere una moral formidable. Como con mucho apetito, y la pesca me mantiene en un estado fisico perfecto. Ademas, todas las mananas hago mas de dos horas de cultura fisica en las rocas. Sobre todo hago trabajar las piernas, pues la pesca ya se encarga de los brazos. He encontrado un truco para las piernas: me adentro mas para pescar, y las olas van a romperse contra mis muslos. Para encajarlas y mantener el equilibrio, pongo en tension los musculos. El resultado es excelente.
Juliette, la comandanta continua mostrandose muy amable conmigo, pero ha advertido que solo entro en su casa cuando esta su marido. Me lo ha dicho francamente y, para tranquilizarme, me ha explicado que el dia que la peinaban bromeaba. Sin embargo, la joven que le sirve de peluquera me espia muy a menudo, cuando regreso de la pesca. Siempre tiene alguna palabra amable que decirme sobre mi salud y mi moral. Asi, pues, todo marcha a las mil maravillas. Bourset no pierde ocasion para hacer una pieza. Hace ya dos meses y medio que hemos empezado.
El escondite esta lleno, como ya habia previsto. Solo faltan dos piezas, las mas largas. Una de dos metros, la otra de uno cincuenta. Estas piezas no podran entrar en la cavidad.
Mirando hacia el cementerio, advierto una tumba reciente; es la tumba de la mujer de un vigilante, muerta la semana anterior.
Un misero ramo de flores marchitas esta colocado sobre ella.
El guarda del cementerio es un viejo forzado medio ciego a quien llaman Papa. Se pasa todo el dia sentado a la sombra de un cocotero. En el extremo opuesto del cementerio, y, desde donde esta, no puede ver la tumba y si alguien se acerca a ella. Entonces, se me ocurre la idea de servirme de esta tumba para montar la balsa y colocar en la especie de armazon que ha hecho el carpintero la mayor cantidad posible de cocos. Entre unos treinta y treinta y cuatro, muchos menos de los que se habia previsto. He dejado mas de cincuenta en diferentes sitios. Solo en el patio de Juliette hay una docena. El asistente cree que los he puesto alli en espera del dia de hacer aceite.
Cuando me entero de que el marido de la muerta ha partido para Tierra Grande, tomo la decision de vaciar una parte de la tierra de la tumba, hasta el ataud.
Matthieu Carbonieri, sentado sobre el muro, vigila. En la cabeza, un panuelo blanco recogido en las cuatro puntas. Cerca de el, hay otro panuelo, este rojo, tambien con cuatro nudos. Mientras no haya peligro, conservara el blanco. Si aparece alguien, sea quien sea, se pondra el rojo.
Este trabajo tan arriesgado solo me ocupa una tarde y una noche. No me hace falta sacar la tierra hasta el ataud, pues me he propuesto ensanchar el hoyo para que tenga la anchura de la balsa: un metro veinte poco mas o menos. Las horas me han parecido interminables, y el panuelo rojo ha aparecido muchas veces. Al fin, esta manana he terminado. El hoyo esta cubierto de hojas de cocotero trenzadas, formando una especie de superficie bastante resistente. Encima, una pequena capa de tierra. Casi no se ve. Mis nervios estan a punto de estallar.
Hace ya tres meses que dura esta preparacion de fuga. Ensambladas y numeradas, hemos sacado todas las maderas del escondrijo. Reposan sobre el ataud de la buena mujer, bien disimuladas por la tierra que recubre el trenzado. En la cavidad del muro, hemos metido tres sacos de harina y una cuerda de dos metros para hacer la vela, una botella llena de cerillas y raspadores, una docena de botes de leche y nada mas por el momento.
Bourset esta cada dia mas excitado. Diriase que es el quien debe partir en mi lugar. Naric se lamenta de no haber dicho que si al principio. Habriamos calculado una balsa para tres en vez de dos.
Estamos en la estacion de las lluvias. Llueve todos los dias, lo que me ayuda en mis visitas a la tumba, donde casi he concluido de montar la balsa. No faltan mas que los dos bordes del bastidor. Poco a poco, he reunido los cocos en el jardin de mi amigo. Se pueden coger facilmente y sin peligro del establo abierto de los bufalos. Mis amigos nunca me preguntan donde trabajo. Simplemente, de vez en cuando, me dicen:
– ?Que tal?
– Todo va bien.
– Es un poco largo, ?no crees?
– No se puede ir mas de prisa sin correr un gran riesgo. Eso es todo. Pero, una vez, cuando me llevaba los cocos depositados en casa de Juliette, esta me vio y me dio un susto terrible.
– Dime, Papillon, ?haces aceite de coco? ?Por que no aqui, en el patio? Tienes una maza para abrirlos y yo te prestaria una marmita grande para guardar la pulpa.
– Prefiero hacerlo en el campamento.
– Es extrano, porque en el campamento no debe de ser comodo. -Luego, tras un momento de reflexion, anade-: ?Quieres que te diga una cosa? No me creo que tu vayas a hacer aceite de coco. -Me quedo helado, y ella prosigue diciendo-: En primer lugar, ?para que habrias de hacerlo, cuando, a traves de mi, tienes todo el aceite de oliva que deseas? Esos cocos son para otra cosa, ?verdad?
Sudo la gota gorda. Espero, desde el principio, que suelte la palabra “evasion”. Tengo la respiracion entrecortada. Le digo.
– Senora, es un secreto, pero la veo tan intrigada y curiosa, que me va a estropear la sorpresa que le tenia preparada. Sin embargo, solo le dire que esos grandes cocos han sido escogidos para hacer algo muy lindo, una vez vaciadas sus cascaras, que tengo intencion de ofrecerle. Esa es la verdad.