el dinero. No es facil. Hay que defender a los debiles contra los fuertes, que siempre tratan de abusar de su prestigio. Cuando el director de juegos toma una decision en un caso dudoso, esa decision debe ser aceptada sin rechistar.
Esta noche, han asesinado a un italiano llamado Carlino. Vivia con un joven que le servia de mujer. Los dos trabajaban en un huerto. Debia saber que su vida corria peligro, pues cuando dormia, el joven velaba, y viceversa. Bajo su lona-hamaca, habian puesto latas vacias para que nadie pudiese deslizarse hasta ellos sin hacer ruido. Y, sin embargo, ha sido asesinado por debajo. Su grito fue seguido inmediatamente de un espantoso estrepito de latas vacias derribadas por el asesino.
Grandet estaba dirigiendo una partida de marsellesa con mas de treinta jugadores a su alrededor. Yo charlaba de pie cerca del fuego. El grito y el ruido de las latas vacias detuvieron la partida. Cada cual se levanta y pregunta que ha pasado. El chico de Carlino no ha visto nada y Carlino ya no respira. El jefe de la cabana pregunta si debe llamar a los vigilantes. No. Manana, al pasar lista, sera el momento de avisarles; dado que ha muerto, no se puede hacer nada por el. Grandet toma la palabra.
– Nadie ha oido nada. Tu tampoco, pequeno dice al amiguito de Carlino-. Manana, al despertar, ya te daras cuenta de que ha muerto.
Y sanseacabo, el juego vuelve a empezar. Y los jugadores, como si nada hubiese ocurrido, gritan de nuevo: -Talla! ?No, banca!
Etcetera.
Espero con impaciencia ver lo que pasara cuando los guardianes descubran el homicidio. A las cinco y media, primer toque de campana. A las seis, segundo toque y cafe. A las seis y media, tercer toque y salida para pasar lista, como todos los dias. Pero hoy es diferente. Al segundo toque, el jefe de cabana dice al guardian que acompana al repartidor de cafe:
– Jefe, han matado a un hombre.
– ?A quien?
– A Carlino.
– Esta bien.
Diez minutos mas tarde, llegan seis gendarmes.
– ?Donde esta el muerto? -preguntan.
– Ahi.
Ven el punal hincado en la espalda de Carlino a traves de 1 lona. Se lo sacan.
– ?Camilleros, llevenselo!
Dos hombres se lo llevan en una camilla. Sale el sol. Suena la tercera campanada. Con el cuchillo ensangrentado en la mano el jefe de vigilantes ordena:
– Todo el mundo fuera en formacion para pasar lista. No se admiten enfermos.
Todos salimos. Al pase de la lista de la manana estan siempre presentes los comandantes y los jefes de guardianes. Pasan lista., Al llegar a Carlino, el jefe de cabana contesta:
– Muerto esta noche. Ha sido llevado al deposito de cadaveres.
– Bien -dice el guardian que pasa lista.
Cuando todo el mundo ha contestado presente, el jefe del campamento levanta el cuchillo y pregunta:
– ?Alguien conoce este cuchillo? -No contesta nadie-~ ?Alguien ha visto al asesino? -Silencio absoluto-. Entonces nadie sabe nada, como de costumbre. Pasad con las manos tendidas, uno despues de otro, delante de mi, y luego, que cada cual vaya a su trabajo. Siempre ocurre lo mismo, mi comandante. nada permite saber quien lo ha hecho.
– Asunto archivado -dice el comandante-. Guarde el cuchillo. Hagale tan solo una ficha indicando que ha servido para matar a Carlino.
Esto es todo. Vuelvo a la cabana y me acuesto, pues no he pegado ojo en toda la noche. A punto de quedarme dormido, me digo que un presidiario no es nada. Aunque sea cobardemente asesinado, rehusan molestarse en intentar saber quien fue el que lo mato. Para la Administracion, un presidiario no es, en verdad, nada en absoluto. Menos que un perro.
He decidido empezar mi trabajo de pocero el lunes. A las cuatro y media, saldre con otro para vaciar los cubos del edificio A, los nuestros. El reglamento exige que para vaciarlos, se bajen hasta el mar. Pero pagando al conductor de bufalos, este nos espera en un sitio de la meseta donde un angosto canal de cemento baja hasta el mar. Entonces, rapidamente, en menos de veinte minutos, se vacian todos los baldes en ese canal y, para empujarlo todo, se echan tres mil litros de agua de mar, traidos en un enorme tonel. El acarreo de agua se paga a veinte francos por dia al boyero, un simpatico negro martiniques. Se ayuda a que todo baje con una escoba muy dura. Como es mi primer dia de trabajo, acarrear los baldes con dos varas me ha entumecido las munecas. Pero no tardare en acostumbrarme.
Mi nuevo camarada es muy servicial y, sin embargo, Galgani me dijo que era un hombre sumamente peligroso. Al parecer habia cometido siete homicidios en la isla. Su apanadura personal es vender mierda. En efecto, cada horticultor debe hacer su estercolero. Para ello, cava un foso, mete dentro hojas secas y hierba y mi martiniques lleva clandestinamente uno o dos baldes de detritus al huerto indicado. Por supuesto, eso no puede hacerlo solo y estoy obligado a ayudarle. Pero se que es una falta muy grave, pues tal cosa puede, por la contaminacion de las legumbres, extender la disenteria tanto entre los vigilantes como entre los deportados. Decido que un dia, cuando le conozca mejor, le impedire que lo haga. Desde luego, le pagare lo que pierda para paralizar su comercio. Por lo demas, graba cuernos de buey. En cuanto a la pesca, me dice que no puede ensenarme nada, pero que en el muelle, Chapar u otro pueden ayudarme.
He aqui, pues, que soy pocero. Una vez terminado el trabajo, me tomo una buena ducha, me pongo el short y me voy a pasear todos los dias libremente donde me viene en gana. Solo tengo una obligacion: estar a mediodia en el campo. Gracias a Chapar, no me faltan ni canas ni anzuelos. Cuando vuelvo con un espeton de salmonetes ensartados por las agallas a un alambre, es raro que no me llamen desde las casitas algunas mujeres de vigilantes. Todas saben como me llamo.
– Papillon, vendame dos kilos de salmonetes.
– ?Esta usted enferma?
– No.
– ?Tiene algun chico enfermo?
– No.
– Entonces, no le vendo mi pescado.
Capturo cantidades bastante grandes que doy a los amigos del campamento. Los trueco por barras de pan, legumbres o fruta. En mi chabola, comemos pescado por lo menos una vez al dia. Un dia que subia con una docena de grandes langostinos y siete u ocho kilos de salmonetes, pase por delante de la casa del comandante Barrot. Una mujer bastante gorda me dijo:
– Buena pesca ha hecho hoy, Papillon. Sin embargo, hace mala mar y nadie sale a pescar. Hace por lo menos quince dias que no pruebo el pescado. Lastima que no venda usted el suyo. Se por mi marido que se niega usted a venderlo a las mujeres de los vigilantes.
– Es verdad, senora. Pero con usted tal vez pueda hacer una excepcion.
– ?Por que?
– Porque usted esta gorda, y la carne puede hacerle dano.
– Es verdad, me han dicho que solo deberia comer legumbres y pescado hervido. Pero aqui no es posible.
– Tome, senora, quedese con estos langostinos y esos salmonetes.
Desde aquel. dia, cada vez que hago una buena pesca, le doy con que seguir un buen regimen. Ella, que sabe que en las Islas todo se vende, nunca me ha dicho mas que “gracias”. Hace bien, pues se habra dado cuenta de que si me ofrecia dinero, me lo tomaria a mal. Pero a menudo me invita a entrar en su casa. Me sirve personalmente un pastis o un vaso de vino blanco. Si recibe figatelli de Corcega, me da. Madame Barrot nunca me ha preguntado nada sobre mi pasado. Solo un dia se le escapo una frase:
– Es cierto que resulta imposible fugarse de las Islas, pero vale mas estar aqui, en un clima sano, que pudrirse como un animal en Tierra Grande.
Ella es quien me ha explicado el origen del nombre de las Islas. Durante una epidemia de fiebre amarilla de Cayena, los Padres Blancos y las hermanas de un convento se refugiaron en ellas y se salvaron todos. De ahi el nombre de Islas de la Salvacion.
Gracias a la pesca, voy a todas partes. Hace tres meses que soy pocero y conozco la isla mejor que nadie. Voy a fisgar en los huertos so pretexto de ofrecer mi pescado a cambio de legumbres y frutas. El horticultor de un huerto situado junto el cementerio de los vigilantes es Matthieu Carbonieri, quien hace chabola conmigo. Trabaja solo alli y me ha dicho que, mas adelante, se podria enterrar o preparar una balsa en su huerto. Dentro de dos meses, el comandante se va. Entonces tendre libertad de accion.
Me he organizado; pocero titular, salgo como para vaciar los cubos, pero es el martiniques quien lo hace en mi lugar, a cambio de dinero, claro esta. He entablado amistad con dos cunados condenados a perpetuidad, Naric y Quenier. Les llaman los cunados de la Carretilla. Se cuenta que fueron acusados de haber transformado en bloque de cemento a un cobrador que habian asesinado. Al parecer, hubo testigos que les vieron transportar en una carretilla un bloque de cemento que arrojaron al Mame o al Sena. La indagacion determino que el cobrador se habia personado en su casa para liquidar una letra y que, desde entonces, no se habia vuelto a ver. Ellos negaron siempre. Hasta en el presidio, decian que eran inocentes. Sin embargo, si bien nunca encontraron el cuerpo, si la cabeza, envuelta en un panuelo. Ahora bien, en casa de ellos habia panuelos de igual dibujo e igual hilo- “~ los expertos”. Pero los abogados y ellos mismos demostraron que miles de metros de aquel tejido habian sido transformados en panuelos. Todo el mundo tenia. Finalmente, a los dos cunados les endilgaron cadena perpetua y a la mujer de uno, hermana del otro, veinte anos de reclusion.
He logrado intimar con ellos. Como son albaniles, pueden entrar y salir del taller de obras. Podrian, quiza, pieza tras pieza, sacarme material para hacer una balsa. Solo es necesario convencerlos.
Ayer, encontre al doctor. Yo llevaba un pescado de, por lo menos, veinte kilos, muy fino, un mero. Subimos juntos hacia la meseta. A media cuesta, nos sentamos en un murete. Me dice que con la cabeza de ese pescado se puede hacer una sopa deliciosa.
Se la ofrezco, con un buen pedazo del pescado. Se queda extranado de mi rasgo y dice:
– No es usted rencoroso, Papillon.
– Sepa, doctor, que eso no lo hago solamente por mi. Se lo debo porque usted hizo lo imposible por salvar a mi amigo Clousiot.
Hablamos un poco y, luego me dice:
– Te gustaria evadirte, ?verdad? Tu no eres un presidiario. Das la impresion de ser otra cosa.
– Tiene usted razon, doctor, no pertenezco al presidio, tan solo estoy de visita, aqui.
Se echa a reir. Entonces, ataco: