He ganado, porque responde:
– Papillon, no te molestes por mi, y, sobre todo, te prohibo que gastes el dinero para hacerme algo excepcional. Te lo agradezco sinceramente, pero no lo hagas, te lo ruego.
– Bien; ya vere.
?Uf! De pronto, le pido que me invite a un pastis, cosa que no hago nunca. Ella, por suerte, no advierte mi confusion. El buen Dios esta conmigo.
Llueve todos los dias, sobre todo por la tarde y de noche. Temo que el agua, al infiltrarse a traves de la poca tierra, descubra el entramado de coco. Matthieu repone continuamente la tierra que se va. Debajo, debe de estar inundado. Ayudado por Matthieu, retiro el entramado: el agua recubre casi por completo el ataud. El momento es critico. No lejos, se halla la tumba de dos ninos que murieron hace mucho tiempo. Un dia, fuerzo la losa, me meto dentro y, con una barra corta, ataco el cemento, lo mas abajo posible, del lado de la tumba que guarda la balsa. Una vez roto el cemento, apenas hundo la barra en la tierra, se precipita un gran chorro de agua. El agua se vacia en la otra tumba y entra en la de los dos ninos. Salgo cuando me llega a las rodillas. Colocamos de nuevo la lapida y la fijamos con masilla blanca que Naric me habia procurado. Esta operacion ha hecho disminuir la mitad del agua en nuestra tumba-escondrijo. Por la noche, Carbonieri me dice:
– Nunca terminaremos de tener problemas por culpa de esta fuga.
– Ya casi lo hemos conseguido, Matthieu.
– Casi. Esperemoslo.
Estamos, en verdad, encima de carbones ardientes.
Por la manana, he bajado al muelle. Le he pedido a Chapar que me compre dos kilos de pescado, que ire por ellos a mediodia. De acuerdo. Subo de nuevo al jardin de Carbonieri. Cuando me aproximo, veo tres cascos blancos. ?Por que hay tres vigilantes en el jardin? ?Estan efectuando un registro? Es algo inusitado. Nunca he visto a tres vigilantes juntos en el jardin de Carbonieri. Espero mas de una. hora, hasta que no puedo aguantarme mas. Decido acercarme para ver que pasa. Avanzo resueltamente por el camino que conduce al jardin. Los vigilantes me ven llegar. Estoy intrigado, casi a veinte metros de ellos, cuando Matthieu se coloca en la cabeza su panuelo blanco. Al fin, respiro, y tengo tiempo de reponerme antes de llegar hasta el grupo.
– Buenos dias, senores vigilantes. Buenos dias, Matthieu. Vengo a buscar la papaya que me has prometido.
– Lo siento, Papillon, pero me la han robado esta manana, cuando he ido a buscar las pertigas para mis alubias trepadoras. Pero, dentro de cuatro o cinco dias, las habra maduras; ya estan un poco amarillas. Asi, pues, vigilantes, ?no quieren ustedes algunas ensaladas, tomates y rabanos para sus mujeres?
– Tu jardin esta bien cuidado, Carbonieri. Te felicito -,dice uno de ellos.
Aceptan los tomates, ensaladas y rabanos, y se van. Por mi parte, me marcho ostensiblemente un poco antes que ellos con dos ensaladas.
Paso por el cementerio. La tumba esta medio descubierta por la lluvia, que ha corrido la tierra. A diez pasos, distingo el entramado. El buen Dios habra estado de veras con nosotros si no nos descubren. El viento sopla cada noche como el diablo, barriendo la meseta de la isla con rabiosos rugidos y, a menudo, va acompanado de lluvia. Esperemos que dure. Es un tiempo ideal para salir, pero no para la tumba.
El fragmento mayor de madera, el de dos metros, ha llegado a destino sin novedad. Ha ido a reunirse con las otras piezas de la balsa. Yo mismo lo he montado: ha encajado con toda precision, sin esfuerzo, en las muescas. Bourset ha llegado al campamento corriendo, para saber si habia recibido esa pieza, de una importancia primordial, pero embarazosa. Se siente muy feliz de saber que todo ha ido bien. Se diria que dudaba de que llegara.
Lo interrogo:
– ?Tienes dudas? ?Crees que alguien esta al corriente de lo que hacemos? ?Has hecho alguna confidencia? Responde.
– No, no y no.
– Sin embargo, me parece que te inquieta algo. Habla.
– Se trata de una impresion desagradable producida por la mirada demasiado curiosa e interesada de un tal Bebert Celier. Tengo la sospecha de que ha visto a Naric tomar la pieza de madera del taller, meterla en un tonel de cal y, luego, llevarsela. Ha seguido a Naric con la mirada hasta la puerta del taller. Los dos cunados iban a encalar un edificio. Por eso estoy angustiado.
– ?Ese Bebert Celier esta en nuestra division, no? Asi, pues, no es un confidente -le digo a Grandet.
– Ese hombre, antes, estaba en Obras Publicas -me dice- Imaginate: batallon de Africa, uno de los soldados de cabeza dura, que ha recorrido todas las prisiones militares de Marruecos y Argelia, pendenciero, peligroso con el cuchillo, pederasta apasionado y jugador. jamas ha sido civil. Conclusion: no sirve para nada bueno y es peligrosisimo. Su vida es el presidio. Si tienes grandes dudas, tomale la delantera y asesinalo esta noche; asi no tendra tiempo de denunciarte, caso de que tenga esa intencion.
– Nada prueba que sea un confidente.
– Es verdad-dice Galgani-, pero nada prueba tampoco que sea un buen chico. Tu sabes que a este tipo de presidiarios no les gustan las fugas porque perturban demasiado sus vidas tranquilas y organizadas. Para todo lo demas, no son chivatos, pero por una evasion, ?quien sabe?
Consulto a Matthieu Carbonieri. Es de la opinion de matarlo esta noche. Quiere hacerlo el mismo. Cometo el error de impedirselo. Me repugna asesinar o dejar que alguien mate por simples apariencias. ?Y si todo son imaginaciones de Bourset? El miedo puede hacerle ver las cosas al reves.
– Bonne Bouille, ?has advertido algo de particular en Bebert Celier? -pregunto a Naric.
– Yo, no. He sacado el tonel a cuestas, para que el guardian de la puerta no pudiera ver dentro. Segun habiamos convenido, yo debia pararme delante del vigilante sin bajar el tonel, en espera de que llegara mi cunado. Era para que el arabe viese bien que no tenia ninguna prisa por salir y darle asi confianza para que no registrara el tonel. Pero, despues, mi cunado me advirtio que creyo ver que Bebert Celier nos observaba atentamente.
– ?Cual es tu opinion?
– Que dada la importancia de esta pieza, que a primera vista denota que es para una balsa, mi cunado estaba preocupado y tenia miedo. Ha creido ver mas de lo que ha visto.
– Tambien es esa mi opinion. No hablemos mas. Para la ultima pieza, averiguad antes de actuar donde se encuentra Bebert Celier. Tomad, respecto a el, las mismas precauciones que para un vigilante.
– Toda la noche la he pasado jugando de un modo disparatado a la marsellesa. He ganado siete mil francos. Cuanto mas incoherentemente jugaba, mas ganaba. A las cuatro y media, salgo a hacer lo que pudieramos llamar mi servicio. Dejo al martiniques que haga mi trabajo. La lluvia ha cesado y, aun de noche cerrada, voy al cementerio. Arreglo la tierra con los pies, pues no he conseguido encontrar la pala, pero mis zapatos hacen el mismo efecto. A las siete, cuando bajo a pescar, luce ya un sol maravilloso. Me dirijo hacia la punta sur de Royale, donde tengo la intencion de botar la balsa. El mar esta alto y terso. No se nada, pero tengo la impresion de que no sera facil apartarse de la isla sin ser lanzados por una ola contra las rocas. Me pongo a pescar y, en seguida, capturo una gran cantidad de salmonetes de roca. En poquisimo tiempo, cobro mas de cinco kilos. Termino, despues de haberlos limpiado con agua de mar. Estoy muy preocupado y fatigado a causa de la noche pasada en aquella loca partida. Sentado a la sombra, me recupero diciendome que esta tension en que vivo desde hace mas de tres meses toca a su fin, y, pensando en el caso de Celier, llego de nuevo a la conclusion de que no tengo derecho a asesinarlo.
Voy a ver a Matthieu. Desde el muro de su jardin, se ve bien la tumba. En la avenida, hay tierra. A mediodia, Carbonieri ira a barrerla. Paso por casa de Juliette y le doy la mitad del pescado. Me dice:
– Papillon, he sonado cosas malas de ti; te he visto lleno de sangre y, luego, encadenado. No cometas estupideces; sufriria demasiado si te pasase algo. Ese sueno me ha trastornado tanto, que ni siquiera me he lavado ni peinado. Con el catalejo buscaba donde pescabas y no te he visto. ?De donde has sacado este pescado?
– Del otro lado de la isla. Por eso no me ha visto.
– ?Por que vas a pescar tan lejos, donde no puedo verte con el catalejo? ?Y si se te lleva una ola? Nadie te vera para ayudarte a salir vivo de los tiburones.
– ?Oh, no exagere!
– ?Tu crees? Te prohibo pescar detras de la isla y, si no me obedeces, hare que te retiren el permiso de pesca.
– Vamos, sea razonable, senora. Para darle satisfaccion, le dire a su asistente a donde voy a pescar.
– Bien. Pero tienes aspecto de cansancio.
– Si, senora. Subire al campamento a acostarme.
– Bien, pero te espero a las cuatro para tomar cafe. ?Vendras?
– Si, senora. Hasta luego.
Solo me faltaba eso, el sueno de Juliette, para tranquilizarme. Como si no tuviera ya bastantes problemas reales habia que anadir los suenos.
Bourset dice que se siente observado de veras. Hace quince dias que esperamos la ultima pieza de un metro cincuenta. Nari, y Quenier opinan que no ven nada anormal. Sin embargo, Bourset persiste en no construir la tabla. Si no fuera porque tiene cinco muescas que deben coincidir al milimetro, Matthieu la hubiera construido en el jardin. En efecto, en ella encajan las otras cinco nervaduras de la balsa. Naric y Quenier, que tienen que reparar la capilla, meten y sacan facilmente material del taller. Mas aun; a veces, se sirven de un carreton tirado por un pequeno bufalo. Hay que aprovechar esta circunstancia.
Bourset, acosado por nosotros hace la pieza a reganadientes. Un dia, dice estar seguro de que cuando se marcha, alguien coge la pieza y la devuelve a su sitio. Falta practicar una muesca en el extremo. Se decide que la hara y que, luego, escondera la madera bajo el banco de su taller. Debe colocar un cabello encima para ver si la tocan. Hace la muesca y, a las seis, es el ultimo en abandonar el taller despues de haber comprobado que no queda nadie mas que el vigilante. La pieza es colocada en su sitio con el cabello. A mediodia, estoy en el campamento aguardando la llegada de los operarios del taller, ochenta hombres. Naric y Quenier estan presentes, pero no Bourset. Un aleman se me acerca y me deja un billete bien cerrado y doblado. Veo que no lo han abierto. Leo: “El pelo ya no esta. Asi, pues, han tocado la pieza. Le he pedido al vigilante que me deje quedarme a trabajar durante la siesta, a fin de terminar un cofrecillo de palo de rosa en el que me ocupo. Me ha dado la autorizacion. Sacare la pieza y la pondre donde Naric guarda sus utiles. Advierteselo. Convendria que a las tres salieran inmediatamente con la tabla. Tal vez podamos adelantarnos al tipo que vigila la pieza.”
Naric y Quenier estan de acuerdo. Se colocaran en la primera fila de todos los obreros del taller. Antes que entre todo el mundo, dos hombres se pelearan un poco ante la puerta. Se solicita este favor a dos paisanos de Carbonieri, dos corsos de Montmartre: Massani y Santini. No preguntan el porque, lo que esta muy bien. Naric y Quenier tienen que aprovechar la situacion para salir a toda velocidad con cualquier material, como si tuvieran prisa por ir a su trabajo y el incidente no les interesara. Todos estamos de acuerdo en que aun nos queda una oportunidad. Si sale bien, debere estar un mes o dos sin mover ni un dedo, pues, seguramente, hay mas de uno que sabe que se prepara una balsa, y luego… Encontrar quien y el escondrijo es cosa de los demas.
Por fin, a las dos y media, los hombres se preparan. Entre que se pasa lista y el desfile hacia los trabajos, se necesitan treinta minutos. Parten. Bebert Celier esta casi en la mitad de la columna de las veinte filas de cuatro en fondo.
Naric y Quenier se encuentran en primera fila; Massani y Santini, en la duodecima; Bebert Celier, en la decima. Pienso que esta bien asi, pues, en el momento en