mas que el. Por otra parte, me traera pescado cuando me haga falta.

– De acuerdo dice el comandante-. ?Como se llama usted?

Voy a levantarme para responder, cuando Juliette me apoya la mano en el hombro y me obliga a permanecer sentado:

– Aqui dice-, estamos en mi casa. El comandante ya no es el comandante, sino mi marido. Monsieur Prouillet.

– Gracias, senora. Me llamo Papillon.

– ?Ah! He oido hablar de usted y de su evasion hace mas de tres anos, del hospital de Saint-Laurent-du-Maroni. Por cierto, que uno de los vigilantes a quienes dejo usted fuera de combate a raiz de esa evasion era mi sobrino y el de su protectora. -Entonces, Juliette se echa a reir con una risa fresca y jovial, y anade-: ?Asi que es usted el que se cargo a Gaston? Bien, sepa que eso no cambiara en nada nuestras relaciones.

El comandante, siempre de pie, me dice:

– Es increible la cantidad de homicidios y asesinatos que se cometen cada ano en las Islas. Muchos mas que en Tierra Grande. ?A que atribuye usted eso, Papillon?

– Aqui, mi comandante, como los hombres no pueden evadirse, son ariscos. Viven, uno tras otro, largos anos, y es normal que se susciten odios y amistades indestructibles. Por otra parte, apenas se descubre el cinco por ciento de los homicidas, lo que determina que el asesino o el homicida este casi seguro de su impunidad.

– Su explicacion es logica. ?Cuanto tiempo hace que pesca y que trabajo realiza para tener ese derecho?

– Soy pocero. A las seis de la manana, he terminado mi trabajo, lo que me permite ir a pescar.

– ?El resto del dia? -pregunta Juliette.

– No; debo regresar al campamento a mediodia, y puedo volver a salir a las tres, hasta las seis de la tarde. Es muy molesto, porque, segun las horas de la marea, a veces pierdo la pesca.

– Le daras un permiso especial, ?verdad, querido?-dice Juliette, volviendose hacia su marido-. Desde las seis de la manana hasta las seis de la tarde; asi, podra pescar a su comodidad.

– De acuerdo dice el.

Abandono la casa, felicitandome por haber procedido como lo he hecho, pues esas tres horas, desde el mediodia hasta las tres de la tarde, son preciosas. Es la hora de la siesta, y casi todos los centinelas duermen, con lo que la vigilancia disminuye.

Juliette, practicamente, nos ha acaparado a mi y a mi pesca. Llega hasta el extremo de enviar al joven asistente para ver donde estoy pescando, para recoger mis pescados. A menudo, este llega y me dice: “La comandanta me manda a buscar todo lo que hayas pescado, porque tiene invitados y quiere hacer una bullabesa”, o esto, o lo de mas alla. En una palabra, que dispone de mi pesca e incluso me pide que vaya a pescar tal o cual pez, o que me sumerja para atrapar langostinos. Esto me causa serias molestias, pero, por otra parte, mi persona esta mas que protegida. Tambien tiene atenciones para conmigo:

– Papillon, ?es la hora de la marea?

– Si, senora.

– Venga a comer a casa, asi no tendra que volver al campamento.

Y como en su casa, nunca en la cocina, sino siempre en el comedor. Sentada frente a mi, me sirve y me da de beber. No es tan discreta como Madame Barrot. A menudo, me interroga un poco socarronamente sobre mi pasado. Yo evito siempre el tema que le interesa mas, mi vida en Montmartre, para explicarle mi juventud y mi infancia. Mientras, el comandante duerme en su habitacion.

Una manana temprano, despues de haber tenido una buena pesca, y de haber atrapado casi sesenta langostinos, voy a casa de Juliette a las diez. Esta sentada, lleva una bata blanca y una mujer, detras de ella, se ocupa en marcarle ricitos. Digo buenos dias y, luego, le ofrezco una docena de langostinos.

– No; damelos todos ?Cuantos hay?

– Perfecto. Dejalos ahi, por favor. ?Cuantos te hacen falta para ti y tus amigos?

– Ocho.

– Entonces, toma los ocho y dale los demas al chico, que los pondra en fresco.

No se que decir. jamas me ha tuteado, sobre todo delante de otra mujer que, seguramente, no va a dejar de-contarlo. Voy a marcharme, muy molesto, cuando ella dice:

– Quedate tranquilamente, sientate y bebete un pastis. Debes de tener calor.

Esta mujer autoritaria me desconcierta tanto que me siento. Saboreo lentamente un pastis mientras fumo un cigarrillo y miro a la joven que peina a la comandanta y que, de vez en cuando, me echa una ojeada. La comandanta, que tiene un espejo en la mano, lo advierte y le dice:

– Es lindo mi galan, ?eh, Simone? Estais todas celosas de mi, ?verdad?

Y se echa a reir. Yo no se que cara poner. Y, estupidamente, digo:

– Por suerte, su galan, como usted dice, no es muy peligroso, y en su situacion no puede ser galan de nadie.

– No iras a decirme que no eres mi galan -dice la argelina-. Nadie ha podido domesticar a un leon como-tu, y yo hago de ti lo que quiero. Seguramente hay una razon para eso, ?no es asi, Simone?

– Si la hay no la conozco -,dice Simone-, pero lo cierto es que usted, Papillon, es un salvaje para todo el mundo, salvo para la comandanta. Hasta el punto de que, la semana pasada, llevaba mas de quince kilos de pescado, segun me ha contado la mujer del jefe de vigilantes, y no quiso venderle dos miserables pescados que deseaba extraordinariamente, porque no habia carne en la carniceria.

– ?Ah, y yo soy la ultima en enterarme, Simone!

– ?No sabes lo que le dijo a Madame Kargueret el otro dia? continua diciendo Simone- Ella lo ve pasar con langostinos y una gran murena: “Vendame esa murena o la mitad, Papillon.

Usted sabe que nosotros, los bretones, sabemos prepararla muy bien.” “No solo los bretones la aprecian en su justo valor, senora. Muchas gentes, incluidos los archedenses, saben desde tiempo de los romanos que es un manjar exquisito.” Y continuo su camino sin venderle nada.

Se retuercen de risa.

Regreso al campamento furioso y, por la noche, les cuento toda la historia a los hombres del barracon.

– El asunto es muy serio-dice Carbonieri-. Esa pajara te pone en peligro. Ve a su casa lo menos posible, y solo cuando sepas que esta el comandante.

Todo el mundo es de la misma opinion. Estoy decidido a hacerlo.

He descubierto a un carpintero de Valence. Es casi paisano mio. Mato a un guarda forestal. Es un jugador empedernido, siempre cargado de deudas. Durante el dia se mata haciendo chapuzas y, por la noche, pierde todo lo que ha ganado. A menudo, tiene que hacer tal o cual cosa para compensar al prestamista. Entonces, abusan de el, y por un baul de madera de palo de rosa de trescientos francos, le pagan ciento cincuenta o doscientos. He decidido abordarlo.

Un dia, en el lavadero, le digo:

– Esta noche quiero hablarte; te espero en las letrinas. Te hare una senal.

Por la noche, nos encontramos solos para hablar con tranquilidad. Le digo:

– Bourset, somos paisanos, ?sabes?

– ?No! ?Como?

– ?No eres de Valence?

– Si.

– Pues yo soy de Ardeche, asi que somos paisanos.

– Y eso, ?que significa?

– Significa que no quiero que te exploten cuando debes dinero, y que te paguen la mitad del valor de un objeto que has construido. Traemelo a mi y yo te lo pagare a su justo valor. Eso es todo.

– Gracias dice Bourset.

No paro de intervenir para ayudarle, y el no para de andar discutiendo con sus acreedores. Todo va bien hasta el dia en que tiene una deuda con Vidoli, bandido corso del maquis, uno de mis mejores companeros. Lo se por Bourset, quien viene a decirme que Vidoli lo amenaza si no le paga los setecientos francos que le debe, y que, en este momento, tiene un pequeno escritorio casi terminado, pero que no puede decir cuando estara listo porque trabaja a escondidas. En efecto, no estamos autorizados para hacer muebles demasiado valiosos a causa de la gran cantidad de madera que precisan. Le contesto que vere lo que puedo hacer por el. Y, de acuerdo con Vicioli, monto una pequena comedia.

Debe presionar a Bourset e incluso amenazarlo seriamente. Yo llegare en plan de salvador. Y asi sucede. Despues de este asunto, digamos arreglado por mi, Bourset me convierte en su ojito derecho y me tiene una confianza absoluta. Por vez primera en su vida de presidiario, puede respirar tranquilo. Ahora, estoy decidido a arriesgarme.

Una noche, le digo:

– Te doy dos mil francos si haces lo que te pido: una balsa para dos hombres, construida con piezas sueltas.

– Escucha, Papillon: para nadie haria una cosa asi, pero para ti estoy dispuesto a arriesgar dos anos de reclusion si me pescan. Solo hay un problema; no puedo sacar trozos de madera demasiado grandes del taller.

– Tengo a alguien que si puede…

– ?Quien?

– Los tipos de la Carretilla, Naric y Quenier. ?Como piensas hacerlo?

– Primero, hay que hacer un plano a escala. Luego, construir las piezas una por una, con muescas, para que todo encaje perfectamente. Lo dificil es encontrar madera que flote bien, pues en la isla solo hay madera dura, que no flota.

– ?Cuando me contestaras?

– Dentro de tres dias.

– ?Quieres irte conmigo?

– No.

– ?Por que?

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