que Naric agarre las maderas, las barras y la pieza, los otros aun no habran terminado de entrar. Bebert estara casi en la puerta del taller o, en todo caso, un poco adelante. En el momento en que estallo la reyerta, como gritaban como condenados, todo el mundo, automaticamente, y Bebert tambien, se volvieron para mirar. Son las cuatro, todo se ha desarrollado como esperabamos y la pieza esta bajo un monton de material, en la iglesia. No han podido sacarla de la capilla, pero en ese lugar esta a las mil maravillas.
Voy a ver a Juliette, pero no esta en casa. Cuando regreso, paso por la plaza donde se encuentra la Administracion. A la sombra, en pie, veo a Massani y a Jean Santini que aguardan para entrar en el calabozo, cosa que ya se sabia desde el principio. Paso por su lado y les pregunto:
– ?Cuanto?
Santini respondio:
– Ocho dias.
Un vigilante corso dice:
– ?No es lamentable ver a dos paisanos pelearse?
Regreso al campamento. A las seis llega Bourset, radiante:
– Parece -me dice- como si me hubieran dicho que tenia un cancer y luego el doctor me dijera que se habia equivocado, que no tengo nada.
Carbonieri y mis amigos hacen alharacas y me felicitan por la manera como he organizado la operacion. Naric y Quenier tambien estan satisfechos. Todo marcha bien. Duermo toda la noche, aunque los jugadores han venido a invitarme para la partida. Finjo tener un fuerte dolor de cabeza. Lo que pasa, en realidad, es que estoy muerto de sueno, pero contento y feliz de hallarme al borde del exito. Lo mas dificil esta hecho.
Esta manana, Matthieu ha alojado provisionalmente la pieza en el agujero del muro. En efecto. el guardian del cementerio limpia los senderos por el lado de la tumba-escondrijo. No seria prudente aproximarse ahora. Todas las mananas, al alba, me apresuro a ir con una pala de madera a arreglar la tierra de la tumba. Despues, con una escoba, limpio el caminito y luego, siempre a toda prisa, regreso a mi labor de limpieza, dejando en un rincon de las letrinas escoba y pala.
Hace exactamente cuatro meses que esta en marcha la preparacion de la fuga, y nueve dias que, al fin, hemos recibido el ultimo fragmento de la balsa. La lluvia ha dejado de caer cada dia y, a veces, incluso durante la noche. Todas mis facultades estan alerta para las dos horas H: primero, sacar del jardin de Matthieu la famosa pieza y colocarla en su sitio, en la balsa, con todas las nervaduras bien encastradas. Esa operacion solo puede hacerse de dia. A continuacion, la fuga, que no podra ser inmediata porque, una vez sacada la balsa, sera preciso introducir en ella los cocos y los viveres.
Ayer se lo conte todo a Jean Castelli, y tambien cual es mi situacion. Se siente feliz al ver que estoy llegando al final.
– La luna -me dice- esta en su primer cuarto.
– Lo se, y a medianoche no molesta. La marea baja a las diez, asi que la mejor hora para la botadura seria de una a dos de la madrugada.
Carbonieri y yo hemos decidido precipitar los acontecimientos. Manana, a las nueve, colocacion de la pieza. Y, por la noche, la evasion.
A la manana siguiente, con nuestras acciones bien coordinadas, paso por el jardin al cementerio y salto el muro con una pala. Mientras quito la tierra de encima del entramado, Matthieu aparta su piedra y acude a reunirse conmigo con la pieza. Juntos, levantamos el entramado y lo dejamos al lado. La balsa aparece en su lugar, en perfecto estado. Manchada de tierra adherida, pero sin un rasguno. La sacamos, pues para colocar la pieza se necesita espacio por el lado. Las cinco nervaduras quedan bien encajadas, cada una fija en su lugar. Para meterlas, nos vemos obligados a golpear con una piedra. Cuando por fin hemos terminado y estamos a punto de devolver la balsa a su sitio, aparece un vigilante empunando un mosqueton.
– ?Ni un gesto o sois hombres muertos!
Dejamos caer la balsa y levantamos las manos. A este guardian le reconozco, es el jefe de vigilantes del taller.
– No cometais la estupidez de oponer resistencia; estais cogidos. Reconocedlo y salvad, por lo menos, vuestra piel, que solo se aguanta por un hilo, tantas son las ganas que tengo de ametrallaros. Vamos, en marcha, y siempre manos arriba. ?Caminad hacia la comandancia!
Al pasar por la puerta del cementerio, encontramos a un celador arabe. El vigilante le dice:
– Gracias, Mohamed, por el servicio que me has prestado. Pasa por mi casa manana por la manana y te dare lo que te he prometido.
– Gracias dice el chivo-. Ire sin falta, pero, jefe, Bebert Celier tambien tiene que pagarme, ?verdad?
– Arreglate con el dice el guardian.
Entonces pregunto:
– ?Ha sido Bebert Celier quien ha dado el chivatazo, jefe?
– Yo no soy quien os lo ha dicho.
– Da lo mismo. Bueno es saberlo.
Apuntandonos siempre con el mosqueton, el guardian ordena:
– Mohamed, registralos.
El arabe me saca el cuchillo que tenia en el cinturon, y tambien el de Matthieu.
Le digo:
– Mohamed, eres astuto. ?Como nos has descubierto?
– Trepaba a lo alto de un cocotero cada dia para ver donde habiais escondido la balsa.
– ?Quien te dijo que hicieras eso?
– Primero, Bebert Celier; despues, el vigilante Bruet.
– En marcha -dice el guardian-. Aqui ya se ha hablado demasiado. Podeis bajar ya las manos y caminar mas de prisa.
Los cuatrocientos metros que debiamos recorrer para llegar a la comandancia me parecieron el camino mas largo de mi vida. Me sentia anonadado. Tanta lucha para, al final, dejarse cazar como verdaderos estupidos. ?Oh, Dios, que cruel eres conmigo! Nuestra llegada a la comandancia fue un hermoso escandalo, pues, en nuestro camino, encontrabamos mas vigilantes que se anadian al que continuaba apuntandonos con su mosqueton. Al llegar, teniamos detras a siete u ocho guardianes.
El comandante, advertido por el arabe, quien habia corrido delante de nosotros, esta en el quicio de la puerta del edificio de la Administracion, asi como Dega y cinco jefes de vigilantes.
– ?Que sucede, Monsieur Bruet? -Pregunto el comandante.
– Sucede que he sorprendido en flagrante delito a estos dos hombres cuando escondian una balsa que, segun creo, esta terminada.
– ?Que tiene usted que decir, Papillon?
– Nada. Hablare en la instruccion. en el calabozo.
Se me encierra en un calabozo que, por su ventana cegada, da hacia el lado de la entrada de la comandancia. El calabozo esta oscuro pero oigo a la gente que habla en la calle, frente al edificio.
Los acontecimientos discurren con rapidez. A las tres, se nos saca y se nos esposa.
En la sala, una especie de Tribunal: comandante, comandante segundo jefe, jefe de vigilantes. Un guardian actua de escribano., Sentado aparte a una mesita, Dega, con un lapiz en la mano; seguramente, debe tomar al vuelo las declaraciones.
– Charriere y Carbonieri, escuchen el informe que Monsieur Bruet ha redactado contra ustedes: “Yo, Bruet, Auguste, jefe de vigilantes, director del taller de las Islas de la Salvacion, acuso de robo y apropiacion indebida de material del Estado a los dos presidiarios Charriere y Carbonieri. Acuso de complicidad al carpintero Bourset. Asimismo, creo poder demostrar la responsabilidad como complices de Naric y Quenier. A esto he de anadir que he sorprendido en flagrante delito a Charriere y Carbonieri mientras violaban la tumba de Madame Privat, que les servia de escondite para disimular su balsa.”
– ?Que tiene usted que decir? -pregunta el comandante.
– En primer lugar, que Carbonieri no tiene nada que ver con el asunto. La balsa esta calculada para transportar a un solo hombre: yo. Tan solo lo he obligado a ayudarme a apartar el entramado de debajo de la tumba, operacion que no podia hacer yo solo. Asi, pues, Carbonieri no es culpable de robo y apropiacion indebida de material del Estado, ni de complicidad de evasion, puesto que la evasion no se ha consumado. Bourset es un pobre diablo que ha actuado bajo amenaza de muerte. En cuanto a Naric y Quenier, apenas si los conozco. Afirmo que nada tienen que ver con el asunto.
– No es eso lo que dice mi informador -dice el guardian.
– Ese Beert Celier que le ha informado puede muy bien servirse de ese asunto para vengarse de alguien comprometiendolo falsamente. ?Quien puede confiar en lo que diga un soplon? -En resumen -dice el comandante: esta usted acusado oficialmente de robo y apropiacion indebida de material del Estado, de profanacion de sepultura y de tentativa de evasion. Haga el favor de firmar el acta.
– No firmare a menos que se anada a mi declaracion lo referente a Carbonieri, Bourset y los cunados Naric y Quenier.
– Acepto. Redacte el documento.
Firmo. No puedo expresar claramente todo lo que pasa por mi tras este fracaso en el ultimo momento. En el calabozo estoy como loco; apenas como y no ando, pero fumo, fumo sin parar un cigarrillo tras otro. Por suerte, estoy bien provisto de tabaco gracias a Dega. Todos los dias, doy un paseo de una hora por la manana al sol, en el patio de las celdas disciplinarias.
Esta manana, el comandante ha acudido a hablar conmigo. Cosa curiosa, el, que hubiera sufrido el perjuicio mas grave si la evasion hubiera tenido exito, es quien menos encolerizado esta conmigo.
Me comunica sonriendo que su mujer le ha dicho que era normal que un hombre, si no esta podrido, trate de evadirse. Con mucha habilidad, trata de que le confirme la complicidad de Carbonieri. Tengo la impresion de haberlo convencido explicandole que le era practicamente imposible a Carbonieri rehusar ayudarme unos instantes a retirar el entramado.
Bourset ha mostrado la nota amenazadora y el plano trazado por mi. En lo que a el concierne, el comandante esta convencido por completo de que todo ha sucedido asi. Le pregunto cuanto puede costarme, en su opinion, la acusacion de robo de material.
Me dice:
– No mas de dieciocho meses.
En una palabra, poco a poco asciendo la pendiente de la sima en la que me he sumido. He recibido una nota de Chatal, el enfermero. Me advierte de que Bevert Celier esta en una sala aparte, en el_ hospital, a punto para ser trasladado, con un diagnostico raro: absceso en el higado. Debe de ser una combina tramada entre la Administracion y el doctor para ponerlo al abrigo de represalias.
jamas se registra el calabozo ni mi persona. Me aprovecho de esta circunstancia para conseguir que me manden un cuchillo. Les digo a Naric y Quenier que