– Hasta la vista y buena suerte.

Y estalla en sollozos.

El comandante me conduce de nuevo al cuartel celular. Por el camino, le digo:

– Comandante, tiene usted la mujer mas noble del mundo.

– Ya lo se, Papillon. No esta hecha para vivir aqui; es demasiado cruel para ella. Y, sin embargo, ?que puedo hacer? De todos modos, dentro de cuatro anos puedo pedir el retiro.

– Aprovecho esta ocasion en que estamos a solas, comandante, para agradecerle el haber hecho que me traten lo mejor posible, pese a las graves complicaciones que hubiera podido crearle a usted si me hubiera salido con la mia.

– Si, hubieses podido ocasionarme grandes quebraderos de cabeza. A pesar de todo, ?quieres que te diga una cosa? Merecias conseguirlo.

Y ya en la puerta del pabellon disciplinario, anade:

– Adios, Papillon. Que Dios te proteja; tendras necesidad de su ayuda.

– Adios, comandante.

?Si! Tendre necesidad de que Dios me ayude, pues el Consejo de Guerra presidido por un comandante de Gendarmeria de cuatro galones fue inexorable. Tres anos por robo y apropiacion indebida de material del Estado, profanacion de sepultura y tentativa de evasion, mas cinco anos por acumulacion de pena por la muerte de Celier. Total, ocho anos de reclusion. De no haber resultado herido, seguramente me hubiese condenado a muerte.

Este tribunal tan severo para mi fue mas comprensivo para un polaco llamado Dandosky, el cual habia matado a dos hombres. Solo le condeno a cinco anos y, sin embargo, sin lugar a dudas, en su caso habia premeditacion.

Dandosky era un panadero que solo hacia la levadura. Nada mas trabajaba de tres a cuatro de la madrugada. Como la panaderia estaba en el muelle, frente al mar, todas sus horas libres las pasaba pescando. De caracter tranquilo, hablaba mal el frances y no frecuentaba a nadie. Este hombre, condenado a trabajos forzados, dedicaba toda su ternura a un magnifico gato negro de ojos verdes que vivia con el. Dormian juntos, y el animal lo seguia como un perro al trabajo. En una palabra, entre el bicho y el polaco existia un gran carino. El gato le acompanaba tambien cuando el polaco iba de pesca, pero si hacia demasiado calor, y no habia un rincon sombreado, regresaba solo a la panaderia y se acostaba en la hamaca de su amigo. A mediodia, cuando sonaba la campana, iba al encuentro del polaco y saltaba tras el pescadito que aquel hacia danzar ante sus narices, hasta que lo atrapaba.

Los panaderos viven todos juntos en una sala contigua a la panaderia. Un dia, dos presidiarios llamados Corrazi y Angelo invitaron a Dandosky a comer un conejo que Corrazi preparo con cebolla, plato que confeccionaba al menos una vez por semana. Dandosky se sienta y come con ellos, ofreciendoles una botella de vino para acompanar la comida. Por la noche, el gato no regresa. El polaco lo busca inutilmente por todas partes. Pasa una semana, y ni rastro del gato. Triste por haber perdido a su companero, Dandosky ya no tiene humor para nada. Esta triste de veras de que el unico ser que amaba y que tanto bien le hacia haya desaparecido misteriosamente. Enterada de su inmenso dolor, la mujer de un vigilante le ofrece un gatito. Dandosky lo rehusa, e indignado, pregunta a la mujer como puede suponer que podra amar a otro gato que no sea el suyo; eso seria, dice, una ofensa grave a la memoria de su querido desaparecido.

Un dia, Corrazi pega a un aprendiz de panadero que es, tambien, repartidor de pan. No duerme con los panaderos, pero pertenece al campamento. Rencoroso, el aprendiz busca a Dandosky, lo encuentra y le dice:

– ?Sabes? El conejo que te invitaron a comer Corrazi y Angelo era tu gato.

– ?La prueba! exclama el polaco, agarrando al aprendiz por la garganta.

– Vi a Corrazi cuando enterraba la piel de tu gato bajo el mango, un poco retirado, que esta detras de las canoas.

Como un loco, el polaco va a comprobarlo y, en efecto, encuentra la piel. La coge, esta ya medio podrida, con la cabeza en descomposicion. La lava en el agua del mar, la expone al sol para que se seque, luego la envuelve en un lienzo bien limpio y la entierra en un sitio seco, bien profundo, para que las hormigas no se la coman. Por lo menos, eso es lo que me cuenta.

Por la noche, al resplandor de una lampara de petroleo, sentados en un banco muy pesado de la sala de los panaderos, Corrazi y Angelo, uno al lado del otro juegan a los naipes. Dandosky es un hombre de unos cuarenta anos, de estatura media, fornido, de espalda ancha, muy fuerte. Ha preparado un grueso baston de madera de hierro, tan pesado como pueda serlo este metal, y, llegando por detras, sin una palabra, asesta un formidable bastonazo en la cabeza de cada uno de los jugadores. Los craneos se abren como dos granadas y los sesos se esparcen por el suelo. Loco, furioso, lleno de rabia, no se contenta con haberlos matado, sino que agarra los cerebros y los estampa contra la pared de la sala. Todo queda salpicado de sangre y sesos.

Si yo no he sido comprendido por el comandante de Gendarmeria, presidente del Consejo de Guerra, en cambio Dandosky, por dos asesinatos con premeditacion, si lo ha sido, por suerte para el, hasta el punto de ser condenado solo a cinco anos.

Segunda reclusion

Atado al polaco, abandono las Islas. ?Apenas hemos probado los calabozos de Saint-Laurent! Llegamos un lunes, sufrimos el Consejo de Guerra el jueves y, el viernes por la manana, nos reembarcaron para las Islas.

Arribamos a estas, dieciseis hombres, doce de los cuales somos reclusos. El viaje se efectua con una mar muy gruesa, y, muy a menudo el puente es barrido por una ola mayor que las otras. En mi desesperacion, llego a desear que este cascaron se vaya a pique. No hablo con nadie, concentrado en mi mismo, en medio de este viento humedo que me abofetea el rostro. No me protejo; al contrario. He dejado voluntariamente que saliera expelido por los aires el sombrero, que no necesitare para nada durante los ocho anos de reclusion. Cara al viento, respiro hasta sofocarme este aire que me azota. Tras haber deseado el naufragio, me recupero: “~ Celier ha sido comido por los tiburones, y tu tienes treinta anos y ocho mas por delante.” Pero, ?pueden pasarse ocho anos tras los muros de la “comedora de hombres”?

Segun mi experiencia, creo que es imposible. Cuatro o cinco anos deben ser el limite extremo de la resistencia. Si no hubiese matado a Celier solo me quedarian tres anos, tal vez dos, pero el homicidio lo ha agravado todo, incluida la evasion. No debia haber matado a aquella carrona. ?Como pude cometer semejante error? Sin contar con que estuve a punto de que me matase, aquella basura. Vivir, vivir y vivir; esa hubiera tenido que ser y tiene que ser mi unica religion.

Entre los vigilantes que acompanan el convoy, hay un guardian a quien conoci en la Reclusion. No se como se llama, pero me muero de ganas de hacerle una pregunta.

– Jefe, quisiera preguntarle algo.

Sorprendido, se acerca y me dice:

– ?Que?

– ?Ha conocido usted a hombres que hayan podido resistir ocho -anos de reclusion?

Reflexiona y me dice:

– No, pero he conocido a muchos que han pasado cinco anos, e incluso a uno, me acuerdo muy bien, que salio bastante bien parado y equilibrado al cabo de seis anos. Estaba en la Reclusion cuando lo liberaron.

– De nada -dice el guardian-. Creo que tu tienes que cumplir ocho anos…

– Si, jefe.

– _Solo conseguiras salir con bien si no te castigan nunca.

Y se retira.

Esta frase es muy importante. Si, solo puedo salir vivo si jamas soy castigado. En efecto, la base de los castigos es la supresion de una parte o de toda la comida durante cierto tiempo, de manera que incluso al volver al regimen normal, nunca puede uno recuperarse. Algunos castigos un poco fuertes te impiden resistir hasta el final, y la espichas antes. Conclusion: no debo aceptar cocos o cigarrillos, incluso no debo escribir o recibir notas.

Durante el resto del viaje, rumio sin cesar esta decision. Nada, absolutamente nada con el exterior ni con el interior. Se me ocurre una idea: la unica manera de conseguir que me ayuden sin riesgos para la comida es que alguien pague desde el exterior a los repartidores de sopa, para que me den uno de los mayores y mejores trozos de carne al mediodia. Es facil, porque uno echa el caldo, y el otro, que le sigue con una bandeja, echa a la gamella un trozo de carne. Es preciso que rasque en el fondo del perol y me de mi cucharonada con la mayor cantidad posible de legumbres. Me reconforta haber dado con esta idea. De este modo, podre comer segun el hambre que tenga y casi suficientemente si la combinacion se organiza bien. De mi cuenta corre sonar y elevarme lo mas posible, eligiendo temas agradables para no volverme loco.

Llegamos a las Islas. Son las tres de la tarde. Apenas he desembarcado, veo el vestido amarillo claro de Juliette, quien esta junto a su marido. El comandante se aproxima con rapidez, antes, incluso, de que hayamos tenido tiempo de alinearnos, y me pregunta:

– ?Cuanto?

– Ocho anos.

Vuelve junto a su mujer y le habla. Esta, emocionada, se sienta en una piedra. Esta virtualmente postrada. Su marido la toma del brazo, ella se levanta y, despues de haberme lanzado una mirada llena de tristeza con sus ojos inmensos, se van, marido y mujer, sin volverse.

– Papillon -pregunta Dega-, ?cuanto?

– Ocho anos de reclusion.

No dice nada y no se atreve a mirarme. Galgani se acerca, y antes de que me hable, le digo:

– No me mandes nada ni me escribas en absoluto. Con una pena tan larga, no puedo correr el riesgo de un castigo.

– Comprendo.

En voz baja, anado rapidamente:

– Arreglatelas para que me sirvan de comer lo mejor posible al mediodia y por la noche. Si consigues arreglar eso, acaso nos veamos algun dia. Adios.

Voluntariamente, me dirijo hacia la primera canoa que debe llevarnos a San Jose. Todo el mundo me mira como se mira un feretro que se baja a una fosa. Nadie habla. Durante el corto viaje, repito a Chapar lo que le he dicho a Galgani. Me responde:

– Eso debe ser factible. Animo, Papi. -Luego, me dice-: ?Y Matthieu Carbonieri?

– Perdoname por haberlo olvidado. El presidente del Consejo de Guerra ha pedido que se redacte un suplemento de informaciones sobre su caso antes de tomar una decision. ?Eso es bueno o malo?

– Creo que es bueno.

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