Estoy en la primera fila de la pequena columna de doce hombres que se encarama por la costa para llegar a la Reclusion. Subo aprisa, pues estoy impaciente -es curioso- por encontrarme solo en mi celda. Aprieto tanto el paso que el guardian me dice:

– Mas despacio, Papillon. Se diria que tiene usted prisa por volver a la casa que ha abandonado hace tan poco tiempo.

Por fin, llegamos.

– ?Vaya! Le presento al comandante de la Reclusion.

– Lamento que haya vuelto, Papillon -dice. Despues-: Reclusos, aqui, etc. -Su discurso habitual-. Edificio A, celda 127. Es la mejor, Papillon, porque esta frente a la puerta del pasillo, y asi tienes mas luz y el aire no te falta nunca. Espero que te portes bien. Es mucho tiempo ocho anos, pero, ?quien sabe?, acaso con una excelente conducta puedas conseguir una reduccion de uno o dos anos. Te lo deseo, porque eres un hombre animoso.

Heme, pues, en la 127. En efecto, la celda esta justo enfrente de una gran puerta enrejada que da al pasillo. Aunque son casi las seis, todavia se ve bastante claridad. La celda ya no tiene ese regusto y ese olor a podrido que tenia la primera que ocupe. Eso me anima un poco: “Mi estimado Papillon, he aqui cuatro paredes que tienen que contemplar como vives durante ocho anos. Niegate a contar los meses y las horas; es inutil. Si quieres tomar una medida aceptable, debes contar por periodos de seis meses. Dieciseis veces seis meses y estaras libre de nuevo. De todas formas cuentas con una ventaja. Si la espichas aqui, al menos tendras, si es de dia, la satisfaccion de morir a la luz. Eso es muy importante. No debe de ser muy alegre morirse a oscuras. Si estas enfermo, al menos aqui el doctor te vera el gaznate. No tienes por que recriminarte por haber querido revivir evadiendote y, a fe mia, tampoco por haber matado a Celier. Figurate lo que sufririas de pensar que mientras tu estas aqui, el ha tomado el portante. El tiempo dira. Tal vez haya una amnistia, una guerra, un temblor de tierra, un tifon capaces de destruir la fortaleza. ?Por que no? Un hombre honrado que, de regreso en Francia, consigue conmover a los franceses y estos logran obligar a la Administracion penitenciaria a suprimir esta forma de guillotinar a la gente sin guillotina. Tal vez un doctor, asqueado, le cuente todo esto a un periodista, a un cura, ?que se yo? De todas formas, Celier hace ya tiempo que ha sido digerido por los tiburones. Yo estoy ahi y, si soy digno de mi mismo, tengo que salir vivo de este sepulcro.”

Un, dos, tres, cuatro, cinco, media vuelta… Un, dos, tres, cuatro, cinco, otra media vuelta. Empiezo a andar, y de un golpe, vuelvo a encontrar la posicion de la cabeza, de los brazos y la longitud precisa que debe tener el paso para que la pendola funcione perfectamente bien. Decido no caminar mas que dos horas por la manana y dos por la tarde, hasta que sepa con certeza si puedo contar con una alimentacion privilegiada en cantidad. No empecemos, en este nerviosismo de los primeros dias a gastar energia inutilmente.

Si, es lamentable haber fracasado al final. Es verdad que solo se trataba de la primera parte de la fuga, y que aun era preciso efectuar una travesia feliz de mas de ciento cincuenta kilometros sobre aquella fragil balsa. Y segun el sitio adonde llegaramos de Tierra Grande, organizar una vez mas otra huida. Si la botadura hubiera marchado bien y la vela de tres sacos de harina hubiera empujado la balsa a mas de diez kilometros por hora, en menos de quince horas, tal vez en doce, hubieramos tocado tierra. Esto siempre contando con que lloviese, pues solo con lluvia podiamos arriesgarnos a hacernos a la * mar. Creo recordar que el dia despues de que me encerraran en el calabozo, llovio. No estoy seguro. Trato de encontrar que faltas o que errores cometimos.

Solo encuentro dos. En primer lugar, el carpintero quiso hacer una balsa demasiado perfecta, demasiado segura, y, entonces para meter los cocos, tuvo que construir una armadura que valia casi por dos balsas, una incluida en la otra. De ahi que hubiera demasiadas piezas que confeccionar y que exigiera demasiado tiempo para construirlas con precaucion.

En segundo lugar, lo mas grave: a la primera duda seria sobre Celier, la misma noche, hubiera debido matarle. Si lo hubiera hecho, ?vete a saber donde estaria yo, ahora! Incluso si las cosas hubiesen salido mal en Tierra Grande o hubiese sido arrestado en el momento de la botadura, no me hubieran caido mas de tres anos y no ocho, y hubiera tenido la satisfaccion de la accion emprendida. Si, si todo se hubiera desarrollado bien, ahora estaria en las Islas o en Tierra Grande. ?Cualquiera sabe! Tal vez charlando con Bowen en Trinidad, o en Curasao, protegido por el obispo Irenee de Bruyne. Y de alli no nos marchariamos hasta estar seguros de que tal o cual nacion nos aceptaria. En el caso contrario, me seria facil regresar solo, directamente en un vaporcito, a la Guajira, a mi tribu.

Me he dormido muy tarde, pero he conseguido conciliar un sueno normal. Esta primera noche, no ha sido tan deprimente como pensaba. Vivir, vivir, vivir. Debo repetir en cada ocasion que este a punto de abandonarme a la desesperacion, tres veces, esta frase: “Mientras hay vida, hay esperanza.”

Ha pasado una semana. Desde ayer, he advertido el cambio de las raciones de mi alimento. Un magnifico trozo de carne cocida a mediodia y, por la noche, una gamella de lentejas solas, casi sin agua. Como un nino, digo en voz alta:

– Las lentejas contienen hierro; eso es muy bueno para la salud.

Si esto dura, podre andar de diez a doce horas por dia, y entonces: por la noche, fatigado, me hallare en estado de viajar a las estrellas. No, no desbarro; estoy con los pies en el suelo, bien en el suelo, y pienso en todos los casos de presidiarios que he conocido en las Islas. Cada cual tiene su historia, antes y mientras. Pienso tambien en las leyendas que se cuentan en las Islas. Una de ellas, que me prometo verificar si un dia vuelvo a la isla, es la de la campana.

Como ya he dicho, los presidiarios no son enterrados, sino arrojados al mar entre San Jose y Royale, en un lugar infestado de tiburones. El muerto esta envuelto en sacos de harina, con una cuerda atada a los pies, de la que pende una pesada piedra. Una caja rectangular, siempre la misma, esta instalada horizontalmente en la proa de la embarcacion. Llegados al sitio indicado, los seis remeros forzados levantan sus remos en posicion horizontal a la altura de la borda. Un hombre inclina la caja y otro abre una especie de trampa. Entonces, el cuerpo se desliza al agua. Es seguro, de eso no cabe la menor duda, que los tiburones cortan inmediatamente la cuerda. El muerto nunca tiene tiempo de hundirse mucho. Remonta a la superficie, y los tiburones comienzan a disputarse ese manjar exquisito para ellos. Ver comerse a un hombre, segun los que lo han visto, es muy impresionante pues, ademas, cuando los tiburones son muy numerosos, llegan a levantar el lienzo con su contenido fuera del agua y, arrancando los sacos de harina, agarran grandes pedazos del cadaver.

Esto sucede exactamente como lo he descrito, pero hay una cosa que no he podido comprobar. Todos los condenados, sin excepcion, dicen que lo que atrae a los tiburones a ese lugar es el sonido de la campana que se tane en la capilla cuando ha muerto alguien. Al parecer, si uno esta en el extremo de la escollera de Royale a las seis de la tarde, hay dias en que no se ve ni un tiburon. Cuando suena la campana en la iglesia, en menos que canta un gallo, el lugar se llena de tiburones que esperan el muerto, pues nada mas justifica que acudan alli a esa hora precisa. Deseemos que yo no sirva de plato del dia a los tiburones de Royale en semejantes condiciones. Que me devoren vivo en una fuga, tanto me da; al menos, habra sido mientras iba en busca de mi libertad. Pero despues de una muerte por enfermedad en una celda, no, eso no debe suceder.

Comiendo segun mi apetito gracias a la organizacion montada por mis amigos, me hallo en perfecto estado de salud. Camino desde las siete de la manana hasta las seis de la tarde sin parar Por otra parte, la escudilla de la noche, llena de legumbres secas, alubias, lentejas, guisantes o arroz con tocino, la despacho pronto. Me la como siempre toda sin esforzarme. Caminar me hace bien; la fatiga que me procura es sana y he llegado a desdoblarme mientras camino. Ayer, por ejemplo, he pasado toda la jornada en los prados de una aldehuela del Ardeche que se llama Favras. Cuando mama murio, iba alli a menudo a pasar algunas semanas a casa de mi tia, la hermana de mi madre, que era maestra en aquel pueblo. Pues bien; ayer yo estaba virtualmente en los bosques de castanos, recogiendo setas, y luego oia a mi amiguito, el zagal, gritar al perro pastor las ordenes que este ejecutaba a la perfeccion, para devolver una oveja perdida o para castigar a una cabra demasiado corredora. Mas aun, incluso el frescor de la fuente ferruginosa acudia a mi boca, y degustaba el cosquilleo de las minusculas burbujas que se me subian a la nariz. Esta percepcion tan autentica de momentos pasados hace mas de quince anos, esta facultad de revivirlos de verdad con tanta intensidad, no puede realizarse mas que en la celda, lejos de todo ruido, en el silencio mas absoluto.

Veo, incluso, el color amarillo del vestido de tata Outine. Oigo el murmullo del viento en los castanos, el ruido seco que produce una castana cuando cae sobre la tierra seca, y apagado cuando la recibe un manto de hojas. Un enorme jabali ha salido de las altas retamas y me ha causado tanto miedo, que he echado a correr, perdiendo, en mi trastorno, una gran parte de las setas que habia recogido. Si, he pasado (mientras caminaba toda la jornada en Fravas, con la tata y mi amiguito, el zagal de la Asistencia Publica, Julien. En estos recuerdos revividos, tan tiernos, tan claros, tan nitidos, nadie puede impedirme que me sumerja, que busque en ellos la paz que tanto necesita mi alma mortecina.

Para la sociedad, estoy en uno de los multiples calabozos de la “comedora de hombres”. En realidad, les he robado una jornada entera, que he pasado en Favras, en los prados, en los castanares; incluso he bebido agua mineral en la fuente llamada du Pecher.

He aqui que han pasado los primeros seis meses. Me he prometido contar de seis en seis meses' asi que he mantenido mi promesa. Solo que, esta manana, he reducido los dieciseis a quince… Ya no quedan mas que quince veces seis meses.

Puntualicemos. No ha habido ningun incidente personal en estos seis meses. Siempre la misma comida, pero siempre, tambien, una racion muy decente y gracias a la cual mi salud no tiene por que sufrir. A mi alrededor, muchos suicidas y locos furiosos a los que, por suerte, no tardan en llevarse. Es deprimente oir gritar, lamentarse o gemir durante horas y dias enteros. He encontrado un truco bastante bueno, pero malo para los oidos. Corto un pedazo de jabon y me lo meto en los oidos para no escuchar esos gritos horripilantes. Por desgracia, el jabon me hace dano y se derrite al cabo de uno o dos dias.

Por vez primera desde que estoy en presidio, he descendido a pedirle algo a un guardian. En efecto, un vigilante que reparte la sopa es de Montelimar, un pueblo cercano al mio. Lo conoci en Royale, y le he pedido que me traiga una bola de cera para ayudarme a soportar los clamores de los locos antes de que se los lleven. Al dia siguiente, me ha traido una bola de cera del tamano de una nuez. Es increible el alivio que significa no oir ya a esos desdichados.

Estoy muy familiarizado con los grandes ciempies. En seis meses, solo me han picado una vez. Resisto muy bien cuando me despierto y siento que uno de ellos se pasea por mi cuerpo desnudo. Uno se acostumbra a todo, y, en este caso, se trata de una cuestion de autocontrol, pues los cosquilleos que producen esas patas y esas antenas son muy desagradables. Pero si no lo agarras bien, te pica. Es mejor esperar a que se baje el solo y, luego, eso si, buscarlo y aplastarlo. Sobre mi banco de cemento siempre hay dos o tres pedacitos de pan del dia. Por fuerza, el olor del pan lo atrae y lo obliga a acudir. Entonces voy y lo mato.

Debo echar de mi una idea fija que me persigue. ?Por que no mate a Bebert Celier el dia mismo que tuvimos dudas acerca de su nefasto papel? Luego, llego a la conclusion de que el fin justifica los medios. El fin era conseguir la fuga. Habia tenido la suerte de terminar una balsa bien hecha y de esconderla en un lugar seguro. Partir era cuestion de dias. Puesto que sabia el peligro que representaba Celier en la penultima pieza que, por milagro, llego a buen puerto, hubiera tenido que liquidarlo sin mas. ?Y si me hubiera equivocado y las apariencias fueran falsas? Hubiera matado a un inocente. ?Que horror! Pero es logico que te plantees un problema de conciencia, tu, un condenado a perpetuidad; o, peor aun, un condenado a ocho anos de reclusion incluidos en una pena a perpetuidad.

?Que crees ser, desperdicio, tratado como una inmundicia de la sociedad? Quisiera saber si los doce enchufados del jurado que te condenaron se han interrogado una sola vez para saber si, evidentemente, en conciencia, habian hecho bien condenandote con tanta severidad. Y si el fiscal, para quien aun no he decidido con que voy a arrancarle la lengua, tambien se ha preguntado si no fue demasiado duro en su requisitoria. Incluso mis abogados no se acuerdan de mi, seguro. Deben de hablar, en terminos generales, de ese “desgraciado caso de Papillon” alla por 1932: “Pues veran, mis queridos colegas, ese dia no estaba yo muy en forma y, por anadidura, el fiscal Pradel tenia uno de sus mejores dias. Resolvio el caso en favor de la acusacion de una manera magistral. Es, en verdad, un adversario de gran clase.”

Escucho todo esto como si estuviera junto al ahogado Raymond Hubert, en una conversacion entre colegas o en una reunion mundana o, mas bien, en uno de los pasillos del Palacio de Justicia.

Solo uno, seguramente, puede mantener una postura de magistrado probo y honrado: el presidente Bevin. Ese hombre imparcial puede muy bien discutir entre

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