soliciten una confrontacion entre el vigilante del taller, Bebert Celier, el carpintero y yo, con la peticion al comandante de que, despues de esa confrontacion,

decida lo que considere justo: prevencion, castigo disciplinario i o puesta en libertad en el campamento.

En el paseo de hoy, Naric me ha dicho que el comandante ha aceptado mi propuesta. La confrontacion tendra lugar manana a las diez. A esta audiencia asistira un jefe de vigilantes que actuara como instructor. Tengo toda la noche para tratar de entrar en razon, pues mi intencion es matar a Bebert Celier. No lo consigo. No, seria demasiado injusto que ese hombre fuera trasladado por lo que ha hecho y luego, desde Tierra Grande, se fugara, como recompensa por haber impedido otra fuga. Si, pero, tu puedes ser condenado a muerte, porque se te puede imputar premeditacion. No me importa. Mi decision esta tomada, tan desesperado estoy. Cuatro meses de esperanza, de gozo, de temor de ser sorprendido, de ingenio, para terminar, cuando ya estaba a punto de conseguirlo, tan lamentablemente por culpa de la lengua de un soplon. Pase lo que pase ?manana intentare matar a Celier!

El unico medio de no ser condenado a muerte es hacer que` el saque su cuchillo. Para eso, es preciso que yo le haga ver ostensiblemente que tengo el mio abierto. Entonces, de seguro que sacara el suyo. Convendria poder hacer eso un poco antes o inmediatamente despues de la confrontacion. No puedo matarlo durante ella, pues corro el riesgo de que un vigilante me dispare un tiro de revolver. Cuento con la negligencia cronica de los guardianes.

Durante toda la noche, lucho contra esta idea. No puedo vencerla. Verdaderamente, en la vida hay cosas imperdonables. Se que no esta bien tomarse la justicia por su propia mano, pero eso es para gentes de otra clase social. ?Como admitir que se pueda, dejar de pensar en castigar inexorablemente a un individuo tan abyecto? Yo no le habia hecho ningun dano a esta rata de alcantarilla; ni siquiera me conoce. Sin embargo, me ha condenado a x anos de reclusion sin tener nada que reprocharme. El ha tratado de enterrarme para poder revivir. ?No, no y no! Es imposible que le permita aprovecharse de su chivatazo. Imposible. Me siento perdido. Perdido por perdido, que tambien lo este el, y mas aun que yo. ?Y si te condenan a muerte? Seria estupido morir por culpa de una persona tan deleznable. Al fin,~, me prometo una sola cosa: si no saca su cuchillo, no le matare.

No he dormido en toda la noche, y he fumado un paquete entero de tabaco gris. Me quedan dos cigarrillos cuando me traen el cafe a las seis de la manana. Estoy en tal tension, que ante el guardian, y aunque este prohibido, le digo al repartidor de cafe:

– ?Puedes darme algunos cigarrillos o un poco de tabaco, con permiso del jefe? Estoy en las ultimas, Monsieur Antartaglia.

– Si, daselos si tienes. Yo no fumo. Te compadezco sinceramente, Papillon. Yo, como corso, amo a los hombres y detesto las cochinadas.

A las diez menos cuarto, estoy en el patio esperando entrar en la sala. Naric, Quenier, Bourset y Carbonieri estan tambien alli. El guardian que nos vigila es Antartaglia, el del cafe. Habla en corso con Carbonieri. Comprendo que le dice que es una lastima lo que le sucede, y que se juega tres anos de reclusion. En ese momento, se abre la puerta y entran en el patio el arabe del cocotero, el arabe guardian de la puerta del taller y Bebert Celier. Cuando me ve, hace un ademan de retroceso, pero el guardian que los acompana le dice:

– Adelantese y mantengase apartado, aqui, a la derecha. Antartaglia, no les permita usted que se comuniquen entre si.

Estamos a menos de dos metros uno de otro. Antartaglia dice:

– Prohibido hablar entre los dos grupos.

Carbonieri continua hablando en corso con su paisano, quien vigila ambos grupos. El guardian se ata el lazo de su zapato y yo hago un signo a Matthieu para que se ponga un poco mas adelante. Comprende en seguida, mira hacia Bebert Celier y escupe en su direccion. Cuando el vigilante esta de pie, Carbonieri continua hablandole sin cesar y distrae su atencion hasta el punto de que doy un paso sin que el lo note. Dejo resbalar el cuchillo hasta la mano. Tan solo Celier puede verlo y, con una rapidez inesperada, pues tenia un cuchillo abierto en el pantalon, me asesta una punalada que me hiere el musculo del brazo derecho. Yo soy zurdo y, de un golpe, hundo mi cuchillo hasta el mango en su pecho. Un grito bestial: “?Aaah!” Cae como un fardo. Antartaglia, revolver en mano, me dice:

– Apartate, pequeno, apartate. No lo golpees en el suelo, pues me veria obligado a disparar contra ti, y no quiero hacerlo.

Carbonieri se aproxima a Celier y mueve su cabeza con el pie. Dice dos palabras en corso. Las entiendo. Celier esta muerto. El guardian me ordena.

– Dame tu cuchillo, pequeno.

Se lo doy. Devuelve su revolver a la funda, se dirige a la puerta de hierro y llama. Un guardian abre. Le dice:

– Manda a los camilleros para que recojan a un muerto.

– ?Quien ha muerto? -pregunta el guardian.

Bebert Celier.

– ?Ah! Crei que habia sido Papillon.

Se nos devuelve a nuestro calabozo. La confrontacion queda suspendida. Carbonieri, antes de entrar en el corredor, me dice:

– Pobre Papi; esta vez, vas listo.

– Si, pero yo estoy vivo y el la ha espichado.

El guardian regresa solo, abre la puerta con mucha suavidad y me dice, aun muy trastornado:

– Llama a la puerta y di que estas herido. El ha sido el primero en atacarte; lo he visto yo.

Y vuelve a cerrar la puerta.

Estos guardianes corsos son formidables: o totalmente malos, o totalmente buenos. llamo a la puerta y exclamo:

– Estoy herido y quiero que me manden al hospital para que me curen.

El guardian regresa con el jefe de vigilantes del pabellon disciplinario.

– ?Que te pasa? ?Por que armas tanto ruido?

– Estoy herido, jefe.

– ?Ah! ?Estas herido? Creia que no te habia tocado cuando te ataco.

– Tengo un corte en el musculo del brazo derecho.

– Abra dice el otro guardian.

La puerta se abre y, entonces, salgo. En efecto, tengo un buen corte en el musculo.

– Pongale las esposas y llevelo al hospital. No lo deje alli bajo ningun pretexto. Una vez lo hayan curado, devuelvalo a su celda.

Cuando salimos, hay mas de diez guardianes con el comandante. El vigilante del taller me dice:

– ?Asesino!

Antes de que yo pueda responderle, el comandante le dice:

– Callese, vigilante Bruet. Papillon ha sido atacado.

– No es verosimil -dice Bruet.

– Lo he visto yo y soy testigo de ello -interviene Antartaglia. Y sepa, Monsieur Bruet, que un corso nunca miente.

En el hospital, Chatal llama al doctor. Me aplica unos puntos de sutura sin dormirme ni ponerme una inyeccion de anestesia local. Luego, me coloca ocho grapas sin dirigirme palabra. Yo le dejo sin quejarme. Al final, dice:

– No he podido administrarte anestesia local porque ya no me quedan mas inyecciones. -Luego, anade-: No esta bien lo que has hecho.

~?Vaya! De todas maneras, no iba a vivir mucho, con su absceso en el higado.

Mi inesperada respuesta lo deja pasmado.

La instruccion continua su curso. La responsabilidad de Bourset es desechada totalmente. Se admite que estaba atemorizado, lo que yo contribuyo a hacer creer. Contra Naric y Quenier faltan pruebas. Quedamos Carbonieri y yo. Para Carbonieri se descarta el robo y la apropiacion indebida de material del Estado. Le queda la complicidad por tentativa de evasion. No le pueden caer mas de seis meses. Para mi, en cambio, las cosas se complican. En efecto, pese a todos los testimonios favorables, el encargado de la instruccion no quiere admitir la legitima defensa. Dega, que ha visto todo el sumario, me dice que, pese al encarnizamiento del instructor, es imposible que se me condene a muerte, puesto que he sido herido. Un elemento sobre el que se apoya la acusacion para hundirme es que los dos arabes declaran que fui el primero en sacar el cuchillo.

La instruccion ha terminado. Espero que me lleven a Saint-Laurent para sufrir el Consejo de Guerra. No hago mas que fumar; casi no camino. Se me ha concedido un segundo paseo de una hora por la tarde. Ni el comandante ni los vigilantes, salvo el del taller y el de la instruccion, me han manifestado jamas hostilidad. Todos me hablan sin animosidad y me dejan pasar el tabaco que quiero.

Debo partir el viernes y estamos a martes. El miercoles por la manana, a las diez, estoy en el patio desde hace dos horas, cuando el comandante me llama y me dice:

– Ven conmigo.

Salgo sin escolta con el. Le pregunto a donde vamos. Desciende por el camino que conduce a su casa. Mientras andamos, me dice:

– Mi mujer quiere verte antes de que partas. No he querido impresionarla haciendote acompanar por un vigilante armado. Espero que te portes bien.

– Si, mi comandante.

Llegamos a su casa:

– Juliette, te traigo a tu protegido, tal como te prometi. Ya sabes que es preciso que lo devuelva antes de mediodia. Tienes casi una hora para conversar con el.

Y se retira discretamente.

Juliette se me acerca y me pone la mano en el hombro, mientras me mira fijamente a los ojos. Los suyos, negros, brillan mas porque estan inundados de lagrimas que, por fortuna, contiene.

– Estas loco, amigo mio. Si me hubieras dicho que querias marcharte, creo que hubiera sido capaz de facilitarte las cosas.

Le he pedido a mi marido que te ayude todo cuanto pueda, y me ha dicho que, por desgracia, eso no depende de el. Te he hecho venir, en primer lugar, para ver como estabas. Te felicito por tu valor y te encuentro mejor de lo que pensaba. Y tambien, te he llamado para decirte que quiero pagarte el pescado que tan generosamente me has regalado durante tantos meses. Toma, aqui tienes mil francos, es todo cuanto puedo darte. Lamento no poder hacer otra cosa.

– Escuche, senora, yo no necesito dinero. Le ruego que comprenda que no debo aceptar, pues eso seria, en mi opinion, manchar nuestra amistad. -Y rechazo los dos billetes de quinientos francos que tan generosamente me ofrece-. No insista, se lo ruego.

– Como quieras dice-. ?Un pastis ligero?

Y, durante mas de una hora, esta admirable mujer no hace mas que pronunciar palabras encantadoras. Supone que, seguramente, sere absuelto del homicidio de aquel cochino, y que todo lo demas me significara, tal vez, de dieciocho meses a dos anos.

En el momento de partir, me estrecha largamente la mano entre las suyas y me dice:

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