– ?Las causas?

– Silencio absoluto, nada de paseos y, hasta hace unos dias, ninguna clase de cuidados.

– Portese bien y tal vez consiga una gracia para usted si todavia soy gobernador.

– Gracias.

A partir de ese dia, por orden del gobernador y del medico jefe llegados de la Martinica y de Cayena, todos los dias hay una hora de paseo con bano en el mar, en una especie de falsa piscina en la que los banistas estan protegidos de los tiburones por grandes bloques de piedra.

Cada manana, a las nueve, por grupos de cien, bajamos de la Reclusion, completamente desnudos, al bano. Las mujeres y los crios de los vigilantes deben quedarse en sus casas para que podamos bajar en cueros.

Hace ya un mes que dura eso. Los rostros de los hombres han cambiado por completo. Esta hora de sol, este bano en el agua salada y el hecho de poder hablar durante una hora cada dia han transformado radicalmente este rebano de reclusos, moral y fisicamente enfermos.

Un dia, al regresar del bano a la Reclusion, me encuentro entre los ultimos cuando se oyen gritos de mujer, desesperados, y dos disparos de revolver. Escucho.

– ?Socorro! ?Mi hija se ahoga!

Los gritos proceden del muelle, que no es sino una pendiente de cemento que penetra en el mar y en la cual atracan las canoas. Otros gritos:

– Los tiburones.

Y otros dos disparos de revolver. Como todo el mundo se ha vuelto hacia esos gritos de socorro y esos tiros, sin reflexionar aparto a un guardian y echo a correr completamente desnudo hacia el muelle. Al llegar, veo a dos mujeres que gritan como condenadas a tres vigilantes y a unos arabes.

– ?Tirese al agua! -grita la mujer-. ?No esta lejos! ?Yo no se nadar, si no, iria! ?Hatajo de cobardes!

– ?Los tiburones! -dice un guardian.

Y les dispara de nuevo.

Una ninita, con su vestido azul y blanco, flota en el mar, arrastrada poco a poco por una debil corriente. Va derecha hacia la confluencia de las corrientes que sirven de cementerio a los presidiarios, pero aun esta muy lejos. Los guardianes no dejan de disparar y, ciertamente, han tocado a muchos tiburones, pues hay remolinos cerca de la pequena.

– ?No tiren mas! -grito.

Y, sin reflexionar, me lanzo al agua. Ayudado por la corriente, me dirijo muy rapido hacia la pequena, que continua flotando a causa de su vestido, batiendo los pies lo mas fuerte posible para alejar a los tiburones.

Estoy solo a treinta o cuarenta metros de ella, cuando llega una canoa salida de Royale, que ha visto la escena desde lejos. Llega hasta la pequena antes que yo, la agarran y la ponen a salvo. Lloro de rabia, sin pensar siquiera en los tiburones, cuando, a mi vez, soy izado a bordo. He arriesgado mi vida para nada.

Al menos, asi lo creia yo, pero, un mes mas tarde, como una especie de recompensa, el doctor Germain Guibert consigue una suspension de mi condena por razones de salud.

OCTAVO CUADERNO. REGRESO A ROYALE

Los bufalos

Es, pues, un verdadero milagro que regrese a cumplir condena normal en Royale. La abandone con una pena de ocho anos, y, a causa de aquella tentativa de salvamento, estoy de regreso diecinueve meses despues.

He vuelto a encontrar a mis amigos: Dega continua contable, Galgani sigue de cartero, Carbonieri, que fue absuelto en mi asunto de evasion, Grandet, el carpintero Bourset y los hombres de la Carretilla: Naric y Quenier; Chatal esta en la enfermeria, y Maturette, mi complice de la primera vez que me las pire, quien aun sigue en Royale, es ayudante de enfermero.

Los miembros del maquis corso aun estan todos aqui, Essari, Vicioli, Cesar?, Razori, Fosco, Maucuer y Chapar, quien hizo guillotinar a La Garra por el asunto de la Bolsa de Marsella. Todos los protagonistas de la cronica sangrienta de los anos que van de 1927 a 1935 estan aqui.

Marsino, el asesino de Dufrene, murio la semana pasada de descomposicion. Ese dia, los tiburones tuvieron un plato exquisito: les fue servido uno de los expertos en piedras preciosas mas cotizados de Paris.

Barrat, apodado La Comediante, el campeon de tenis millonario de Limoges, quien asesino a un chofer y a su amiguito intimo, demasiado intimo. Barrat es jefe del laboratorio y farmaceutico del Hospital de Royale. En las Islas se es tuberculoso por derecho de pernada, segun pretende un doctor chistoso.

En una palabra, mi llegada a Royale es un canonazo. Cuando entro de nuevo en el edificio de los duros de pelar, estamos a sabado por la manana. Casi todo el mundo se halla presente y todos, sin excepcion, me festejan y me testimonian su amistad. Incluso el tipo de los relojes que no habla nunca desde la famosa manana que iban a guillotinarlo por error, se molesta y viene a decirme buenos dias.

– Entonces, amigos, ?esto es cosa de todos?

– Si, Papi, se bien venido.

– Continuas teniendo tu sitio dice Grandet-. Ha permanecido vacio desde el dia que te fuiste.

– Gracias a todos. ?Que hay de nuevo?

– Una buena noticia.

– ?Cual?

– Esta noche, en la sala, frente a los buenos en conducta, han encontrado asesinado al chivato que te denuncio y que te espiaba desde lo alto del cocotero. Seguro que ha sido un amigo tuyo que no ha querido que lo encontraras vivo y te ha ahorrado el trabajo.

– Desde luego; quisiera saber quien es para darle las gracias.

– Tal vez un dia te lo diga. Han encontrado el cadaver esta manana, a la hora de pasar lista, con un cuchillo clavado en el corazon. Nadie ha visto ni oido nada.

– Mejor asi. ?Y el juego?

– Bien. Guardamos tu sitio.

– Perfecto. Entonces, empezamos a vivir en trabajos forzados a perpetuidad. A saber como y cuando acabara esta historia.

– Papi, quedamos todos muy impresionados cuando supimos que tenias que cumplir ocho anos. No creo que haya en las Islas un solo hombre, ahora que estas aqui, capaz de negarte ayuda para lo que sea, incluso al precio mas arriesgado.

– El comandante lo llama -dice un vigilante.

Salgo con el. En el puesto de guardia, muchos guardianes me dicen algunas palabras amables. Sigo al vigilante y encuentro al comandante Prouillet.

– ?Que tal, Papillon?

– Bien, comandante.

– Me alegro de que te hayan indultado, y te felicito por el valeroso acto que tuviste para con la hijita de mi colega.

– Gracias.

– Te voy a destinar como boyero, en espera de que vuelvas a ser pocero, con derecho a pescar.

– Si eso no le compromete a usted demasiado, me gustaria.

– Esto es asunto mio. El vigilante del taller ya no esta aqui, y yo, dentro de tres semanas, me voy a Francia. Bien; asi, pues, ocuparas tu destino a partir de ~ ahora.

– No se como agradecerselo, mi comandante.

– Aguardando un mes antes de intentar otra fuga dice, riendo, Prouifflet.

En la sala, me encuentro con los mismos hombres y el mismo genero de vida de antes de mi partida. Los jugadores, clase aparte, solo piensan y viven para el juego. Los hombres que tienen jovenes viven, comen y duermen con ellos. Son verdaderos matrimonios, en que la pasion y el amor entre hombres absorben, dia y noche, todos sus pensamientos. Escenas de celos y pasiones sin freno en que la “mujer” y el “hombre” se espian mutuamente y provocan muertes inevitables si uno de ellos se cansa del otro y vuela en derechura hacia nuevos amores.

La semana pasada por la hermosa Charlie (Barrat), un negro que tiene por nombre Simplon mato a un tipo que se llamaba Sidero. Es el tercero que mata Simplon a causa de Charlie.

Apenas hace unas horas que estoy en el campamento, cuando dos sujetos ya vienen a verme.

– Oye, Papillon, quisiera saber si Maturette es tu chico.

– ?Por que?

– Por razones que solo me conciernen a mi.

– Escucha bien. Maturette se las piro conmigo a lo largo de dos mil quinientos kilometros y se comporto como un hombre. Es todo cuanto tengo que decirte.

– Pero quiero saber si va contigo.

– No, no conozco a Maturette en el aspecto sexual. Lo aprecio como a un amigo, y todo lo demas no me afecta en absoluto, salvo si le hacen dano.

– Pero, ?y si un dia fuera mi mujer?

– En ese caso, si el consiente, no me mezclare en nada. Pero si para conseguir que sea tu chico lo amenazas entonces, tendras que vertelos conmigo.

Con los pederastas activos o pasivos pasa lo mismo, pues tanto unos como otros se encastillan en una pasion y no piensan en otra cosa.

He encontrado al italiano del estuche de oro del convoy. Ha venido a saludarme. Le digo:

– ?Aun estas aqui?

– Lo he hecho todo. Mi madre me ha enviado doce mil francos, el guardian me ha cogido seis mil de comision, he gastado cuatro mil para conseguir que me dieran la baja, he logrado que me mandaran a hacerme una radiografia a Cayena y no he podido obtener nada. Luego, he hecho que me acusen de haber herido a un amigo.

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