– Usted sabe bien que yo soy amigo de todos los corsos. No voy a decirle que no pienso evadirme, pero, si me evado, me las arreglare para que sea a las horas en que no este usted de servicio.
– Asi esta bien, Papillon. Entonces, no seremos enemigos. Los jovenes, ya sabes, pueden soportar mejor las complicaciones que ocasiona una evasion, en tanto que yo, ?figurate! A mi edad y en visperas del retiro. Bien, ?has comprendido? Vete al barracon que te han designado.
Ya estoy en el campamento, en una sala exactamente igual que la de Royale, con cien o ciento veinte detenidos. Alli estan Pierrot el Loco, Hautin, Arnaud y Jean Carbonieri. Logicamente, deberia colocarme junto a Jean, puesto que es el hermano de Matthieu, pero Jean no tiene la clase de su hermano y, ademas, no me conviene, a causa de su amistad con Hautin y Arnaud. Asi, pues, me aparto de el, y me instalo al lado de Carrier, el bordeles, llamado Pierrot el Loco.
La isla de San Jose es mas salvaje que Royale, y un poco mas pequena, aunque parece mayor porque es mas larga. El campamento se encuentra a media altura de la isla, que esta formada por dos mesetas superpuestas. En la primera, el campamento, y en la meseta de arriba, la temible Reclusion. Entre parentesis, los reclusos continuan yendo a banarse cada dia una hora al mar. Esperemos que eso dure.
Cada mediodia, el arabe que trabaja en casa del comandante me trae tres escudillas superpuestas sostenidas por un hierro plano que termina en un puno de madera. Deja las tres escudillas y se lleva las de la vispera. La madrina de Lisette me envia cada dia exactamente la misma comida que ha preparado para su familia.
El domingo he ido a verla para darle las gracias. He pasado la tarde hablando con ella y jugando con sus hijas. Al acariciar aquellas cabezas rubias, me digo que, algunas veces, es dificil saber donde esta nuestro deber. El peligro que pesa sobre la cabeza de esta familia en el caso de que aquellos dos majaderos continuen con las mismas ideas, es terrible. Tras la denuncia de Girasolo, en la que los guardianes no creyeron, hasta el punto de que no los separaron, sino que tan solo se limitaron a enviarles a San Jose, si digo una palabra para que los separen, confirmo la veracidad y la gravedad del primer chivatazo. Y entonces, ?cual seria la reaccion de los guardianes? Sera mejor que me calle.
Arnaud y Hautin casi no me dirigen la palabra en el barracon.
Mejor, desde luego; nos tratamos cortesmente, pero sin familiaridad. Jean Carbonieri no me habla; esta enfadado porque no me he puesto con el. Por mi parte, estoy en un grupo de cuatro: Pierrot el Loco, Marquetti, segundo premio de Roma de violin, Y que a Menudo toca horas enteras, lo que me produce melancolia, y Marsori, un corso de Sete.
No he dicho nada a nadie, y tengo la sensacion de que aqui nadie esta al corriente de la preparacion abortada de la revuelta de Royale. ?Continuan con las mismas ideas? Los tres trabajan en una penosa tarea. Es preciso arrastrar o, mejor, izar grandes piedras con una correa. Estas piedras sirven para hacer una piscina en el mar. A una gran piedra, bien rodeada de cadenas, se le ata otra cadena muy larga, de quince a veinte metros, y, a derecha e izquierda, cada forzado, con su correa pasada alrededor del busto y de los hombros, agarra con un gancho un eslabon de la cadena. Entonces, a tirones, exactamente como las bestias, arrastran la piedra hasta su destino. A pleno sol, es un trabajo muy penoso y, sobre todo, deprimente.
Disparos de fusil, disparos de mosqueton y disparos de revolver procedentes de la parte del muelle. He comprendido que los locos han actuado. ?Que sucede? ?Quien es el vencedor? Sentado en la sala, no me muevo. Todos los presidiarios dicen:
– ?Es la revuelta!
– La revuelta? ?Que revuelta?
Ostensiblemente, procuro dar a entender que no se nada.
Jean Carbonieri, quien ese dia no ha ido al trabajo, se me acerca, blanco como un muerto pese a que tiene el rostro quemado por el sol. En voz baja, le oigo decir:
– Es la revuelta, Papi.
Friamente, le digo:
– ?Que revuelta? No estoy al corriente.
Los disparos de mosqueton continuan. Pierrot el Loco regresa corriendo a la sala.
– Es la revuelta, pero creo que han fracasado. ?Que hatajo de cretinos! Papillon, saca tu cuchillo. ?Al menos, matemos al mayor numero posible antes de espicharla!
– ?Si -repite Carbonieri-, matemos al mayor numero posible! Chissilia, saca una navaja de afeitar. Todos tienen un cuchillo abierto en la mano. Les digo.
– No seais estupidos. ?Cuantos somos?
– Nueve.
– Que siete arrojen sus armas. El primero que amenace a un guardian, lo mato. No tengo interes en dejarme matar a tiros en esta habitacion, como un conejo. ?Tu estas en el golpe?
– No.
– ?Y tu?
– Tampoco.
– ?Y tu?
– Yo no sabia nada.
– Bien. Aqui, todos somos hombres destacados, y nadie sabia nada de esta revuelta de lechuzos, ?de acuerdo?
si.
– El que este de acuerdo debe comprender que, en cuanto reconozca haber sabido algo, sera pasado por las armas. Asi, pues, el que sea lo bastante imbecil como para hablar, sepa que no tiene nada que ganar. Echad vuestras armas a las letrinas, no tardaran en llegar.
_?Y si han ganado los otros?
– Si han ganado los otros, que se las arreglen para rematar su victoria con una fuga. Yo, a ese precio, no quiero. ?Y vosotros?
– Nosotros tampoco -dicen, a la vez, los ocho, incluido Jean r Carbonieri.
Yo no he soplado palabra de lo que se, es decir, que desde el momento que los disparos cesaron, los presidiarios habian perdido. En efecto, la matanza prevista no podria haber concluido ya.
Los guardianes llegan como locos empujando a garrotazos, i, a bastonazos, a puntapies a los trabajadores del acarreo de piedras. Les hacen entrar en el edificio de al lado, apelotonados. Las guitarras, las mandolinas, los juegos de ajedrez y de damas, las 15 lamparas, los banquillos, las botellas de aceite, el azucar, el cafe, ' la ropa blanca, todo es rabiosamente pisoteado, destruido y arrojado al exterior. Se vengan con todo lo que no es reglamentario..
Se oyen dos disparos, seguramente de revolver.
Hay ocho barracones en el campamento. En todos ocurre lo mismo y, de vez en cuando, llueven grandes garrotazos. Un hombre sale en cueros corriendo hacia las celdas disciplinarias, revolcandose literalmente a causa de los golpes de los guardianes encargados de llevarlo al calabozo.
Han ido delante y a nuestra derecha. En este momento se encuentran en el septimo barracon. Solo queda el nuestro. Estamos los nueve, cada uno en su sitio. Ninguno de los que trabajaban fuera ha regresado. Todos estan quietos en su sitio correspondiente. Nadie habla. Yo tengo la boca seca y pienso: “?Con tal de que no haya alguno que quiera aprovecharse de esta historia para cargarseme impunemente! “
– Aqui estan -dice Carbonieri, muerto de miedo.
Mas de veinte guardianes se precipitan dentro, todos con mosquetones y revolveres dispuestos para disparar.
– ?Como! -grita Filissari-, ?aun no estais en cueros? ?A que esperais, hatajo de carronas? Os fusilaremos a todos. Vamos, en cueros, que no tengamos que desnudaros cuando seais cadaveres.
– Monsieur Filissari…
– ?Cierra el pico, Papillon! Aqui no hay perdon que valga. Lo que habeis maquinado es demasiado grave. ?Y en esta sala de peligrosos, seguramente que estabais todos metidos en el ajo!
Los ojos se le salen de las orbitas, estan inyectados en sangre, tienen un resplandor mortifero que no ofrece lugar a dudas.
– Tenemos derecho -dice Pierrot.
Decido jugarme el todo por el todo.
– Me sorprende que un napoleonista como usted vaya a asesinar, no retiro la palabra, a unos inocentes. ?Quiere usted disparar? Pues bien, basta de discursos, no los necesitamos para nada. ?Tire, pero tire rapido, maldita sea! Te creia un hombre, amigo Filissari, un verdadero napoleonista, pero me he equivocado. Tanto peor. Mira, ni siquiera deseo verte cuando vayas a disparar, te vuelvo la espalda. Volvedles todos la espalda, a estos sabuesos, para que no digan que ibamos a atacarlos.
Y todo el mundo, como un solo hombre, les presenta la espalda. Los guardianes quedan sorprendidos de mi actitud, tanto mas cuanto que (despues se ha sabido) Filissari ha abatido a dos desdichados en los otros barracones.
– ?Que mas tienes que decir, Papillon?
Siempre vuelto de espalda, respondo:
– Este cuento de la revuelta no me lo creo. ?Una revuelta? ?Para que? ?Para matar guardianes? ?Y, luego, huir? ?Pero adonde? Yo tengo experiencia en evasiones, y vengo de muy lejos, de Colombia. Por eso pregunto, ?que pais concederia asilo a tales asesinos? ?Como se llama ese pais? No seais imbeciles; ningun hombre que se respete puede estar mezclado en el golpe.
– Tu, quiza no. Pero, ?y Carbonieri? El si lo esta, seguro, porque, esta manana, a Arnaud y Hautin les ha sorprendido que se hiciera el enfermo para no acudir al trabajo.
– Puras suposiciones, se lo aseguro. -Y me encaro con el. Enseguida lo comprendera. Carbonieri es amigo mio, conoce todos los detalles de mi evasion y no puede hacerse ilusiones;
sabe a que atenerse sobre el resultado final de una fuga tras una revuelta.
En este momento, llega el comandante. Se queda fuera. Filissari sale y el comandante dice:
– ?Carbonieri!
– Presente.
al calabozo, sin cebarse con el. Vigilante fulano de Tal, acompanele. Salgan todos; que solo se queden aqui los jefes de vigilantes. Ocupense de que regresen todos los de portados que se hayan dispersado por la isla. No maten a nadie llevenlos a todos, sin excepcion, al campamento.