Entran en la sala el comandante, el segundo comandante y Filissari, que regresa con cuatro guardianes.
– Papillon, acaba de suceder algo muy grave -dice el comandante-. Como comandante de la penitenciaria, tengo una gran responsabilidad. Antes de tomar las disposiciones oportunas, desearia recibir algunas informaciones. Se que en un momento tan crucial te hubieras negado a hablar conmigo en privado, por eso he venido aqui. Han asesinado al vigilante Duclos. Despues, han querido apoderarse de las armas depositadas en mi casa, con lo que no hay duda de que se trataba de una revuelta. Solo tengo unos minutos. Confio en ti, Papillon. Quiero saber cual es tu opinion.
– Si hubiera habido una revuelta, ?por que no ibamos a estar todos al corriente de ella? ?Por que no se nos habria dicho nada? ?Cuanta gente estaria comprometida? Estas tres preguntas que le formulo, comandante, se las voy a contestar, pero, antes, es preciso que diga usted cuantos hombres, despues de haber matado al guardian, y de haberse apoderado, como supongo, del arma de este, se han movido.
– Tres.
– ?Quienes son?
– Arnaud, Hautin y Marceau.
– Comprendo. Entonces, quieralo o no, no ha habido revuelta.
– Mientes, Papillon -dice Filissari-. Esta revuelta debia de hacerse en Royale, Girasolo la denuncio y nosotros no le creimos. Hoy, vemos que todo lo que dijo es verdad. Asi, pues, ?juegas con dos barajas, Papillon!
– Pero, entonces, si usted tiene razon yo soy un cerdo, y Pierrot el Loco tambien, y Carbonieri y Galgani y todos los bandidos corsos de Royale y los hombres destacados. A pesar de lo que ha sucedido no lo creo. Si hubiera habido una revuelta, los jefes seriamos nosotros y no ellos.
– ?Que quiere hacerme creer? ?Que nadie esta comprometido aqui? Imposible.
– ?Que accion han emprendido los demas? ?Alguno, aparte de esos tres locos, ha movido un dedo? ?Se ha intentado siquiera tomar el puesto de guardia en el que se encuentran cuatro vigilantes mas el jefe, Monsieur Filissari, armados con mosquetones? ?Cuantas embarcaciones hay en San Jose? Una sola chalupa. ?Una chalupa para seiscientos hombres? No somos imbeciles ?verdad? Y, luego, matar para evadirse. Aun admitiendo que veinte se marchen, es tanto como dejarse cazar y devolver en el primer sitio de arribada. Comandante, yo no se aun cuantos hombres han matado sus subordinados o usted mismo, pero tengo casi la certidumbre de que eran inocentes. Y ?que significa eso de rompernos las pocas cosas que tenemos? Su colera parece justificada, pero no olviden que el dia que no permitan ya un minimo de vida agradable a los presidiarios, ese dia si puede estallar una revuelta, la revuelta de los desesperados, la revuelta de un suicidio colectivo; espicharla por espicharla, espichemosla todos juntos: guardianes y condenados. Monsieur llutain, le he hablado con el corazon en la mano, porque creo que se lo merece simplemente por haber venido a informarse antes de tomar sus decisiones. Dejennos tranquilos.
– ?Y los que estan conjurados? -interviene de nuevo Filissari.
– Cuenta de ustedes es descubrirlos. Nosotros no sabemos nada; a ese respecto, no podemos serles utiles. Se lo repito: esta historia es una locura de lechuzos, y nosotros no tenemos nada que ver con ella.
– Monsieur Filissari, cuando los hombres entren en el barracon de los peligrosos, mande cerrar la puerta hasta nueva orden. Dos vigilantes en la puerta, nada de cebarse en los hombres y no destruir sus pertenencias. En marcha.
Y se va con los demas guardianes.
?Uf! ?Que peso nos quitamos de encima! Al cerrar la puerta, Filissari me espeta:
– ?Has tenido suerte de que yo sea napoleonista!
En menos de una hora, casi todos los hombres que pertenecen a nuestro barracon han regresado. Faltan dieciocho, y los guardianes advierten que, en su precipitacion, los han encerrado en otros barracones. Cuando se reunen con nosotros, nos enteramos de todo lo que ha pasado, pues estos hombres estaban trabajando cuando estallo la revuelta… Un ladron estebanes me cuenta a media voz:
– Figurate, Papi, que habiamos arrastrado una piedra de casi una tonelada cerca de cuatrocientos metros. El camino por el que Izamos la piedra no es demasiado acentuado y, llegamos a un pozo que esta, mas o menos, a unos cincuenta metros de la casa del comandante. Este pozo ha servido siempre para pararse y descansar. Esta a la sombra de los cocoteros, y a mitad de camino del trayecto que debe recorrerse. Asi, pues, nos detenemos como de costumbre, sacamos un gran cubo de agua fresca del pozo y bebemos; otros mojan su panuelo, para ponerselo en la cabeza. Como la pausa es de unos diez minutos, el guardian se sienta, a su vez, en el brocal del pozo. Se quita el casco, y esta enjugandose la frente y el craneo con un panuelo, cuando Arnaud se le acerca por detras con un azadon en la mano, sin levantarlo, lo que hace que nadie pueda advertir con un grito al guardian. Levantar el azadon y golpear con el filo, justo en la mitad del craneo, no ha requerido mas de un segundo. Con la cabeza partida en dos, el guardian se ha desplomado sin un grito. En cuanto cae, Hautin, que esta colocado ante el con toda naturalidad, le arrebata el mosqueton y Marceau le quita el cinto con su pistola. Con el arma en la mano, Marceau se vuelve hacia todos los forzados y dice: “Es una revuelta. Los que esten con nosotros que nos sigan.” Ni uno solo de los llaveros se ha movido ni gritado, y ni uno solo de los trabajadores ha manifestado la intencion de seguirlos. Arnaud nos ha mirado a todos continua diciendo el estebanes- y nos ha dicho: “ ?Hatajo de cobardes! ?Ya os ensenaremos lo que es ser hombres!” Amaud toma de las manos de Hautin el mosqueton y ambos corren hacia la casa del comandante. Marceau, tras haberse retirado un poco, se queda en el sitio. Conserva la pistola en la mano y ordena: “No os movais, no hableis, no griteis. ?Vosotros, los llaveros, acostaos boca abajo.” Desde donde yo estaba, vi todo lo que paso.
“Cuando Amaud sube la escalera para entrar en casa del comandante, el arabe que trabaja alli abre la puerta llevando a las dos ninitas, una de la mano y la otra en brazos. Sorprendidos los dos, el arabe, con la nina en brazos, le larga un puntapie a Arnaud. Este quiere matar al arabe, pero el chivo levanta en alto a la criatura. Nadie grita. Ni el chivo ni los demas. Cuatro o cinco veces, el mosqueton apunta desde diferentes angulos al arabe. Cada vez, la nina es colocada delante del canon. Hautin agarra por el lado, sin subir la escalera, el bajo del pantalon del arabe. Este va a caerse y, entonces, de un solo golpe, lanza contra el mosqueton que sostiene Amaud, a la nina. Sorprendidos en precario equilibrio en la escalera, Amaud, la nina y el arabe, empujado por la pierna por Hautin, caen todos en un revoltillo. En este momento, se profieren los primeros gritos, primero de las criaturas, despues los del arabe, seguidos por los insultos de Arnaud y Hautin. El arabe toma del suelo, mas rapido que estos,~~ el arma que habia caido, pero la agarra solo con la mano izquierda y por el canon. Hautin ha vuelto a sujetarle la pierna con las manos. Arnaud lo coge del brazo derecho y le aplica una llave.' El arabe arroja el mosqueton a mas de diez metros.
“En el momento en que los tres echan a correr para apoderarse del arma, parte el primer disparo del fusil, hecho por un guardian de un grupo de forzados que transporta hojas secas. El comandante aparece en su ventana, y se pone a disparar, pero por miedo de herir al chivo, tira hacia el lugar donde se halla el mosqueton. Hautin y Arnaud escapan hacia el campamento por la carretera que bordea el mar, perseguidos por los disparos de fusil. Hautin, con su pierna rigida, corre con menos rapidez y es abatido antes de llegar al mar. Arnaud, por su parte, entra en el agua, imaginate entre el sitio de banarse que se esta construyendo y la piscina de los guardianes. Aquello esta siempre infestado' de tiburones. A Arnaud le llueven los disparos, pues otro guardian ha acudido en ayuda del comandante y de su companero de las hojas secas. Esta apostado tras una gran piedra.
“-?Rindete exclaman los guardianes- y salvaras la vida!
“-Jamas -responde Arnaud-, prefiero que se me zampen los tiburones, asi dejare de ver vuestras sucias jetas.
“Y se ha internado en el mar, derecho hacia los tiburones. Debio de darle una bala, pues, por un momento, se detiene. Pese a ello, los guardianes continuan disparando. Ha proseguido caminando, sin nadar. Aun no habia sumergido el torso, cuando lo han atacado los tiburones. Se ha visto muy claramente como asestaba un punetazo a uno de ellos- que, medio salido del agua, se lanzaba sobre el. Luego, ha sido literalmente descuartizado, pues los tiburones tiraban de todas partes sin cortar los brazos ni las piernas. En menos de cinco minutos, habia desaparecido.
“Los guardianes han hecho lo menos cien disparos de fusil sobre la masa que componian Arnaud y los tiburones. Solo uno de estos ha sido muerto, pues ha ido a varar en la playa con el vientre al aire. Como habian llegado guardianes de todos lados, Marceau creyo salvar la piel arrojando la pistola al pozo, pero los' arabes se han levantado y, a bastonazos, a puntapies y a punadas, lo han empujado hacia los guardianes, diciendo que estaba comprometido en el golpe. A pesar de que sangraba por todas partes y tenia las manos en alto, los guardianes lo han matado a tiros de pistola y de mosqueton y, para terminar, uno de ellos le ha machacado la cabeza de un culatazo de mosqueton, del que se ha servido como si fuera una maza, agarrandolo por el canon.
“Sobre Hautin, cada guardian ha vaciado el cargador. Eran treinta, a seis disparos cada uno. Le han metido, muerto o vivo, casi ciento cincuenta balas. Los tipos a quienes ha matado Filissari son hombres que, segun los llaveros, en un principio se habian movido para seguir a Arnaud y que luego se habian rajado. Pura mentira porque, si tenia complices, nadie se ha movido.
Hace ya dos dias que estamos encerrados todos en las salas correspondientes a cada categoria. Nadie sale al trabajo. A la puerta, los centinelas se relevan cada dos horas. Entre los barracones, otros centinelas. Prohibido hablar de un barracon a otro. Prohibido asomarse a las ventanas. Desde el pasillo que forman las dos hileras de hamacas, puede verse, manteniendose apartado, por la puerta enrejada, el patio. Han venido guardianes de Royale como refuerzo. Ni un deportado esta fuera, ni un arabe llavero. Todo el mundo esta encerrado. De vez en cuando, sin gritos y sin golpes, se ve pasar a un hombre en cueros que, seguido de un guardian, se dirige hacia las celdas disciplinarias. Desde las ventanas laterales, los guardianes miran a menudo al interior de la sala. En la puerta, uno a la derecha y otro a la izquierda, los dos centinelas. Su tiempo de guardia es corto, dos horas, pero nunca se sientan y ni siquiera se colocan el arma en bandolera: el mosqueton esta apoyado en su brazo izquierdo, pronto para disparar.
Hemos decidido jugar al poquer en grupos de cinco. Nada de marsellesa ni de grandes juegos en comun, porque eso hace demasiado ruido. Marquetti, que interpretaba al violin una sonata de Beethoven, ha sido obligado a dejarlo.
– Para esa musica; nosotros, los guardianes, estamos de luto.
Una tension poco comun reina no solo en el barracon, sino en todo el campamento. Nada de cafe ni de sopa. Un bollo de pan por la manana, cornedbeel a mediodia, cornedbeel por la noche: una lata por cada cuatro hombres. Como no nos han destruido nada, tenemos cafe y viveres: mantequilla, aceite, harina, etcetera. Los otros barracones carecen de todo. Cuando de las letrinas ha salido la humareda del fuego para hacer el cafe, un guardian ha mandado apagarlo. Un viejo marselles, presidiario veterano a quien llaman Niston, es quien hace el cafe para venderlo. He tenido los redanos de contestar al guardian:
– Si quieres que apaguemos el fuego, entra a apagarlo tu mismo.
Entonces, el guardian ha disparado varios tiros por la ventana. Cafe y fuego han sido dispersados rapidamente.
Niston ha recibido un balazo en la pierna. Todo el mundo esta tan excitado, que ha habido quienes han creido que empezaban a fusilarnos, y todos nos hemos echado al suelo, boca abajo.
El jefe del puesto de guardia, a esta hora, continua siendo Filissari. Acude como un loco, acompanado de sus cuatro guardianes. El que ha disparado se explica; es de Auvernia. Filissari lo insulta en corso, y el otro, que no comprende nada, no sabe que decir.
– No le entiendo.
Nos hemos echado en nuestras hamacas. Niston sangra por la pierna.
– No digais que estoy herido; son capaces de acabar conmigo afuera.