costa, he tenido que pararme tres veces a descansar. He hecho que le atasen los pies con una gran piedra y, en vez de cuerda, he usado alambre. Asi, los tiburones, no podran cortarlo y el cadaver se sumergira en el mar sin que hayan podido devorarlo.

Suena la campana y llegamos al muelle. Son las seis de la tarde. El sol se pone en el horizonte. Montamos en la canoa. En la famosa caja, que sirve para todo el mundo, con la tapadera echada, Matthieu duerme el sueno eterno. Para el todo se acabo.

– ?Preparate para tirarlo! -grita el guardian que va al timon.

En menos de diez minutos hemos llegado a la corriente que forma el canal entre Royale y San Jose. Y, entonces, de subito, se me hace un nudo en la garganta. Decenas de aletas de tiburones sobresalen del agua, evolucionando velozmente en un espacio restringido de menos de cuatrocientos metros. Ya estan aqui los devoradores de presidiarios; han acudido a la cita a su hora y en el lugar exacto.

Que el buen Dios haga que los escualos no tengan tiempo de atrapar a mi amigo. Levantamos los remos en senal de despedida. Alzamos la caja. Enrollado en sacos de harina el cuerpo de Matthieu resbala, arrastrado por el peso de la gran piedra, y en seguida toca agua.

?Horror! Apenas se ha sumergido en el mar, cuando creo que ya ha desaparecido para siempre, vuelve a la superficie echado por los aires por, ?yo que se!, siete, diez o veinte tiburones, ?quien puede saberlo? Antes de que la canoa se retire, los sacos de harina que envuelven el cuerpo han sido arrancados y, entonces, sucede una cosa inexplicable. Matthieu aparece unos dos o tres segundos de pie sobre el agua. Le ha sido amputado ya la mitad del antebrazo derecho. Con la mitad del cuerpo fuera del agua, avanza en derechura hacia la canoa y, luego, en medio de un remolino mas fuerte, desaparece definitivamente. Los tiburones han pasado por debajo de nuestra canoa, y un hombre ha estado a punto de perder el equilibrio y caerse al agua.

Todos, incluidos los guardianes, estan petrificados. Por primera vez he tenido deseos de morir. Ha faltado poco para que me arrojara a los tiburones con el fin de desaparecer para siempre de este infierno.

Lentamente, subo del muelle al campamento. No me acompana nadie. Me he echado las parihuelas al hombro y llego al rellano donde mi bufalo Brutus ataco a Danton. Me detengo y me siento. Ha caido la noche, aunque son solo las siete. Al Oeste, el cielo aparece ligeramente aclarado por algunas lenguas de sol; este ha desaparecido por el horizonte. El resto esta negro, agujereado a intervalos por el pincel del faro de la isla. Estoy muy afligido.

?Mierda! ?No has querido ver un entierro y, por anadidura, el de tu companero? Pues bien; lo has visto. ?Y de que modo! ?La campana y todo lo demas! ?Estas contento? Tu maldita curiosidad ha quedado saciada.

Queda por despachar al tipo que ha matado a tu amigo. ?Cuando? ?Esta noche? ?Por que esta noche? Es demasiado pronto, y ese tipo estara a la expectativa. En su chabola son diez. No conviene precipitarse. Veamos. ?Con cuantos hombres puedo contar? Cuatro y yo: cinco. Esta bien. Liquidaremos a ese tipo. Si, y si es posible, me marchare a la isla del Diablo. Alla, no se necesita balsa, ni hay que preparar nada. Dos sacos de cocos y me echo al mar. La distancia hasta la costa es relativamente corta: cuarenta kilometros en linea recta. Con las olas, los vientos y las mareas deben convertirse en ciento veinte kilometros. Sera simple cuestion de resistencia. Soy fuerte, y dos dias en el mar, a caballo de mis sacos, debo poder aguantarlos.

Tomo las parihuelas y subo al campamento. Cuando llego a la puerta, me registran, cosa extraordinaria' pues no sucede nunca. El guardian en persona me quita la navaja.

– ?Quiere usted que me maten? ?Por que me desarma? ?Sabe que, haciendo eso, me envia a la muerte? Si me matan sera por su culpa.

Nadie contesta, ni los guardianes, ni los llaveros arabes. Se abre la puerta y entro en la cabana. “Aqui no se ve nada. ?Por que hay una lampara en vez de tres? “

– Papi, ven por aqui.

Grandet me tira de la manga. En la sala no hay demasiado ruido. Se nota que algo grave va a suceder o ha sucedido ya.

– No tengo mi navaja. Me la han quitado en el registro.

– Esta noche no la necesitaras.

– ?Por que?

– El armenio y su amigo estan en las letrinas.

– ?Y que hacen alli?

– Estan muertos.

– ?Quien se los ha cargado?

– YO.

– ?Que rapidez! ?Y los otros?

– Quedan cuatro de su chabola. Paulo me ha dado su palabra de honor de que no se moverian y te esperarian para saber si estas de acuerdo en que el asunto se detenga ahi.

– Dame una navaja.

– Toma la mia. Me quedo en este rincon; ve a hablar con ellos.

Avanzo hacia su chabola. Mis ojos se han acostumbrado ya a la poca luz. Al fin, alcanzo a distinguir el grupo. En efecto, los cuatro estan de pie delante de su hamaca, apretujados.

– Paulo, ?quieres hablarme?

– Si.

– ?A solas o delante de tus amigos? ?Que quieres de mi? Dejo prudentemente un metro cincuenta entre ellos y yo. Mi navaja esta abierta dentro de mi manga derecha, y el mango bien situado en el hueco de mi mano.

– Queria decirte que tu amigo, creo yo, ha sido suficientemente vengado. Tu has perdido a tu mejor amigo, y nosotros, a dos. En mi opinion, esto deberia detenerse aqui. ? Que opinas tu?

– Paulo, tomo nota de tu oferta. Lo que podriamos hacer si estais de acuerdo, es que las dos chabolas se comprometan a no hacer nada durante ocho dias. De aqui a entonces, ya se vera lo que debe hacerse. ?De acuerdo?

– De acuerdo.

Y me retiro.

– ?Que han dicho?

– Que creian que Mathieu, con la muerte del armenio y de Sans Soud, habia sido suficientemente vengado.

– No -dice Galgani.

Grandet no dice nada. Jean Castelli y Louis Gravon estan de acuerdo en hacer un pacto de paz.

– ?Y tu, Papi?

– En primer lugar, ?quien ha matado a Matthieu? El armenio. Bien. Yo he propuesto un acuerdo. He dado mi palabra, y ellos, la suya, de que durante ocho dias nadie se movera.

– ?No quieres vengar a Matthieu? -pregunta Galgani.

– Muchacho, Matthieu ya esta vengado. Han muerto dos por el. ?Para que matar a los otros?

– ?Se limitaban a estar al corriente? Eso es lo que hay que saber.

– Buenas noches a todos. Perdonadme. Voy a dormir, si puedo.

Al menos, tengo necesidad de estar solo y me tiendo en mi hamaca. Siento una mano que se desliza sobre mi y me quita suavemente la navaja. Una voz cuchichea en la noche:

– Duerme, si puedes, Papi, duerme tranquilo. Nosotros, de todas formas, por turno, montaremos guardia.

La muerte de mi amigo, tan brutal y repugnante, carece de motivo serio. El armenio lo ha matado porque, por la noche, jugando, le habia obligado a pagar un envite de ciento setenta francos. Ese so cretino se sintio disminuido porque le habian obligado a humillarse delante de treinta o cuarenta jugadores. Cogido en sandwich entre Matthieu y Grandet, no habia mas remedio que obedecer.

Cobardemente, mata a un hombre que, en su ambiente, era el prototipo del aventurero autentico. Este golpe me ha afectado mucho, y no tengo mas satisfaccion que la de que los asesinos solo hayan sobrevivido a su crimen unas horas. Es bien poca cosa.

Grandet, como un tigre, con una velocidad digna de un campeon de esgrima, ha atravesado el cuello de cada uno de ellos. antes de que tuvieran tiempo de ponerse en guardia, Me imagino que el lugar donde han caido debe de estar inundado de sangre. Estupidamente, pienso: “Tengo ganas de preguntar quien los ha tirado en las letrinas.” Pero no quiero hablar. Con los parpados cerrados, veo ponerse el sol tragicamente rojo y violeta, iluminando con sus ultimos fulgores aquella escena dantesca: los tiburones disputandose a mi amigo… ?Y aquel cuerpo de pie, con el antebrazo ya amputado, avanzando hacia la canoa…! Era verdad, pues, que la campana llama a los tiburones y que los muy asquerosos saben que se les va a servir la pitanza cuando aquella suena… Aun veo aquellas decenas de aletas, con lugubres reflejos argentados, deslizarse como submarinos, virando en redondo… De veras que eran mas de cien… Para el, para mi amigo, todo se acabo: el camino de la podredumbre ha concluido su trabajo hasta el fin.

?Espicharla de una cuchillada por una bagatela a los cuarenta anos! ?Pobre amigo mio! Yo ya no puedo mas. No. No. No. Deseo que los tiburones me digieran, pero vivo, mientras arriesgo mi libertad, sin sacos de harina, sin piedra, sin cuerda. Sin espectadores, ni forzados, ni guardianes. Sin campana. Si igualmente tienen que zamparme, ?pues bien!, que me zampen vivo, luchando contra los elementos para tratar de alcanzar Tierra Grande.

Se acabo. Basta ya de fugas bien planeadas. Isla del Diablo, dos sacos de cocos y ahuecas el ala, sin mas, a la buena de Dios.

Despues de todo, sera solo cuestion de resistencia fisica. ?Cuarenta y ocho o sesenta horas? ?Acaso un tiempo tan largo de inmersion en el agua del mar, unido al esfuerzo de los musculos de los muslos contraidos entre los sacos de cocos, no me paralizara las piernas en un momento dado? Si tengo la suerte de poder ir a la isla del Diablo, hare probaturas. Lo primero es salir de Royale e ir a la isla del Diablo. Luego, ya veremos.

– ?Duermes, Papi?

– No.

– ?Quieres un poco de cafe?

– Esta bien.

Y me siento en mi hamaca y acepto el cuartillo de cafe caliente que me tiende Grandet, con un “Gouloise” encendido.

– ?Que hora es?

– La una de la madrugada. He relevado la guardia a medianoche, pero como veia que seguias moviendote, he pensado que no dormias.

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