– Tienes razon. La muerte de Matthieu me ha trastornado, pero su entierro en donde estan los tiburones me ha afectado mas aun. Ha sido horrible, ?sabes?

– No me digas nada, Papi; ya me supongo lo que ha podido ser. Nunca debiste ir.

– Creia que la historia de la campana era un cuento. Y, ademas, con un alambre atado al pedrusco, jamas hubiera creido que los tiburones tuvieran tiempo de agarrarlo al vuelo. ?Pobre Matthieu! Toda mi vida recordare aquella horrible escena. Y tu ?como te las has arreglado para eliminar tan de prisa al armenio y a Sans Souci?

– Estaba en el otro extremo de la isla, colocando una puerta de hierro en la carniceria, cuando me he enterado de que habian matado a nuestro amigo. Era mediodia. En vez de subir al campamento, he ido al trabajo, como quien va a arreglar la cerradura. En un tubo de un metro he podido encajar un punal afilado por los dos lados. El mango estaba vaciado, y tambien el tubo. He regresado al campamento a las cinco con el tubo en la mano. El guardian me ha preguntado de que se trataba, y yo le he contestado que la barra de madera de mi hamaca se habia roto y que, por esta noche, iba a utilizar el tubo. Aun era de dia cuando he entrado en el dormitorio, pero habia dejado el tubo en el lavadero. Antes de pasar lista, lo he recuperado. Empezaba a caer la noche. Rodeado por nuestros amigos, he encajado rapidamente el punal en el tubo. El armenio y Sans Souci estaban de pie en su sitio, delante de su hamaca; Paulo, un poco atras. Ya sabes que Jean Casteli y Louis Gravon son muy valientes, pero estan viejos y les falta agilidad para pelear en una reyerta en toda regla.

“Yo queria actuar antes de que llegaras, para evitar que te vieras mezclado en eso. Con tus antecedentes, si nos agarraban, arriesgabas el maximo. Jean se ha quedado al fondo de la sala y ha apagado una de las lamparas; Gravon, en el otro extremo, ha hecho lo mismo. La sala estaba casi a oscuras, con una sola lampara de petroleo en medio. Yo tenia una linterna grande de bolsillo que me habia dado Dega. Jean ha salido delante, y yo detras. Al llegar a su altura, ha levantado el brazo y les ha puesto la lampara encima. El armenio, deslumbrado, se ha cubierto los ojos con el brazo izquierdo, y yo he tenido tiempo de atravesarle el cuello con mi lanza. SansSouci, deslumbrado a su vez, ha asestado una cuchillada hacia delante, a ciegas, en el vacio. Le he golpeado con tanta fuerza con mi lanza, que lo he atravesado de parte a parte. Paulo se ha tirado al suelo y ha rodado bajo las hamacas. Como Jean habia apagado las lamparas, renuncie a perseguir a Paulo bajo las hamacas, y eso le ha salvado.

– ?Y quien ha arrojado los cadaveres a las letrinas?

– No lo se. Creo que los mismos de su chabola, para quitarles los estuches que llevaban en el vientre.

– Pero ?debe de haber todo un charco de sangre!

– Asi es. Literalmente degollados, han debido de vaciarse de toda su resina. La idea de la linterna electrica se me ha ocurrido mientras preparaba la lanza. Un guardian, en el taller, cambiaba las pilas de la suya. Eso me ha dado una idea, y en seguida me he puesto en contacto con Dega para que me procurara una. Pueden hacer un registro en regla. La lampara electrica ha salido de aqui y se ha devuelto a Dega a traves de un llavero arabe, y tambien el punal- Por ese lado no hay problemas. No tengo nada que censurarme. Ellos han matado a nuestro amigo con los ojos llenos de jabon, y yo los he despachado con los ojos llenos de luz. Estamos en paz. ?Que dices a eso, Papi?

– Has hecho bien, y no se como agradecerte que hayas actuado con tanta rapidez para vengar a nuestro amigo y, por anadidura, que hayas tenido la idea de mantenerme al margen de esta historia.

– No hablemos de eso. He cumplido con mi deber. Tu has sufrido tanto y deseas tan vivamente ser libre, que yo tenia que hacerlo por fuerza.

– Gracias, Grandet. Si, quiero irme, ahora mas que nunca. Ayudame, pues, para que este asunto se detenga aqui. Con toda franqueza, me sorprenderia mucho que el armenio hubiera puesto al corriente a su chabola antes de actuar. Paulo no hubiera aceptado nunca un asesinato tan cobarde. Conocia las consecuencias.

– Yo opino igual. Tan solo Galgani dice que son todos culpables.

– Veremos lo que pasa a las seis. No saldre a hacer la limpieza. Me fingire enfermo para asistir a los acontecimientos.

Son las cinco de la manana. El guardian de cabana se aproxima a nosotros:

– Chicos,?creeis que debo avisar al puesto de guardia? Acabo de descubrir dos fiambres en las letrinas.

Este hombre es un viejo presidiario de setenta anos que nos quiere hacer creer, precisamente a nosotros, que desde las seis y media de la tarde, hora en que aquellos tipos fueron liquidados, no sabia nada. El recinto debe de estar lleno de sangre, asi que, por fuerza, los hombres se han empapado los pies en el charco que hay en medio del pasillo.

Grandet responde con el mismo tono que el viejo:

– Como,?hay dos difuntos en las letrinas? ?Desde que hora?

– ?Vete a saber! dice el viejo-. Yo duermo desde las seis. Ahora, al ir a mear, he resbalado, rompiendome la crisma en una charca viscosa. Al encender mi mechero, he visto que era sangre y, en las letrinas, he encontrado a los tipos.

– Llama, ya veremos que pasa.

– ?Vigilantes! ?Vigilantes!

– ?Por que gritas tan fuerte, viejo grunon? ?Se ha pegado fuego en tu choza?

– No, jefe. Hay dos fiambres en los cagaderos.

– ?Y que quieres que le haga? ?Que los resucite? Son las cinco y cuarto; a las seis, ya veremos. Impide que se acerque alguien a las letrinas.

– Lo que usted dice es imposible. A esta hora, proxima a levantarse, todo el mundo va a mear o a cagar.

– Tienes razon. Espera, voy a informar al jefe de guardia.

Vienen tres sabuesos, un jefe de vigilantes y dos vigilantes. Creemos que van a entrar, pero no, se quedan en la puerta enrejada.

– ?Dices que hay dos muertos en las letrinas?

– Si, jefe.

– ?Desde que hora?

– No lo se; acabo de encontrarlos cuando he ido a mear.

– ?Quienes son?

– No lo se.

– ?Vaya! Pues yo te lo dire, viejo retorcido. Uno es el armenio. Ve a ver.

– En efecto, son el armenio y SansSouci.

– Bien; esperemos a la hora de pasar lista.

Y se van.

A las seis, suena la primera campana. Se abre la puerta. Los dos repartidores de cafe pasan de cama en cama; detras de ellos, los repartidores de pan.

A las seis y media, la segunda campana. El dia ha despuntado ya, y el coursier aparece lleno de pisadas de los que, esta noche han caminado sobre la sangre.

Llegan los dos comandantes. Es ya completamente de dia. Les acompanan ocho vigilantes y el doctor.

– ?Todo el mundo en cueros y firmes junto a la hamaca de cada cual! ?Pero esto es una verdadera carniceria! ?Hay sangre por todas partes!

El segundo comandante es el primero en entrar en las letrinas. Cuando sale, esta blanco como un lienzo.

– Han sido literalmente degollados dice- y, por supuesto, nadie ha visto ni oido nada.

Silencio absoluto.

– Tu, viejo, eres el guardian de la cabana. Estos hombres estan secos. Doctor, ?cuanto tiempo llevan muertos, aproximadamente?

– De ocho a diez horas -dice el galeno.

– ?Y tu no los has descubierto hasta las cinco? ?No has visto ni oido nada?

– No. Soy duro de oido, senor, y casi no veo, y, por anadidura, tengo setenta anos, de los que he pasado cuarenta en presidio. Asi que, comprendalo usted, duermo mucho. Me acuesto a las seis de la tarde, y solo las ganas de mear me han despertado a las cinco. Ha sido una casualidad, porque por lo general, no me despierto hasta que suena la campana.

– Tienes razon, es una casualidad -dice ironicamente el comandante. Incluso nosotros, -todo el mundo ha dormido-tranquilo durante la noche, vigilantes y condenados. Camilleros, llevense a los dos cadaveres al anfiteatro. Quiero que les haga la a autopsia, doctor. Y vosotros, salid de uno en uno al patio, en cueros.

Todos pasamos ante los comandantes y el doctor. Se examina minuciosamente a los hombres. Nadie tiene heridas, pero muchos presentan salpicaduras de sangre. Explican que han resbalado al ir a las letrinas. Grandet, Galgani y yo somos examinados con mas minuciosidad que los otros.

– Papillon, ?donde esta tu sitio?

Registran mis pertenencias.

– ?Y tu navaja?

– Mi navaja me la ha quitado a las siete de la tarde, en la puerta, el vigilante.

– Es verdad -dice este-. Ha armado un gran escandalo diciendo si queriamos que lo asesinaran.

– Grandet, ?es de usted este cuchillo?

– Pues claro. Si esta en mi sitio, es que es mio.

El comandante examina escrupulosamente el cuchillo, limpio[como una moneda recien salida de la acunacion, sin una mancha.

El galeno regresa de las letrinas y dice:

– A esos hombres los han degollado con un punal de doble filo. Han sido muertos de pie. Es como para no entender nada. Un presidiario no se deja degollar como un conejo, asi, sin defenderse. Deberia haber alguien herido.

– Usted mismo lo ve, doctor; nadie tiene siquiera un rasguno.

– ?Eran peligrosos esos dos hombres?

– Excesivamente, doctor. El armenio debia ser, con toda seguridad, el asesino de Carbonieri, que fue muerto ayer en el lavadero a las nueve de la manana.

– Asunto liquidado!-dice el comandante-. Sin embargo conserve el cuchillo de Grandet. Al trabajo todo el mundo, salvo los enfermos. Papillon, ?consta usted actualmente como enfermo?

– Si, comandante.

– No ha perdido usted el tiempo para vengar a su amigo. Yo no me chupo el dedo, ?sabe? Por desgracia, no tengo pruebas y se que no las encontraremos. Por ultima vez, ?nadie tiene nada que declarar? Si uno de vosotros puede arrojar luz sobre este doble crimen, le doy mi palabra de que sera trasladado, a Tierra Grande.

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