competir con la industria privada, pero estos son tiempos estimulantes. Estamos tratando de reconstruir todo el programa.

– Don -dijo Baedecker-, dentro de poco cumplire cincuenta y cuatro anos.

– Si, y yo cumplire cincuenta y nueve en agosto. No se si lo has notado, Dick, pero actualmente el espectaculo no esta a cargo de mocosos.

Baedecker nego con la cabeza.

– He estado muchos anos desvinculado…

Gilroth se encogio de hombros.

– No estamos hablando de volver a vuelo activo. Aunque Dios sabe que todo es posible con el trabajo que tendremos en este par de anos. Pero Harry sin duda podria emplear a alguien con tu experiencia en la Oficina de Astronautas. Entre los viejos y los novatos, tenemos unos setenta astronautas por aqui. No como en los viejos tiempos, cuando Deke y Al tenian que vigilar solo a una docena de revoltosos.

– Don, he empezado a trabajar en un libro que Dave Muldorff no tuvo tiempo de concluir y…

– Si, lo se. -Gilroth palmeo a Baedecker en el brazo-. No hay prisa, Dick. Piensalo. Comunicate conmigo este ano. De paso, Dick, Dave Muldorff debia de pensar que era buena idea que regresaras. En noviembre pasado recibi una carta de el donde me lo mencionaba. Confirmo mi idea de traer de vuelta a los viejos profesionales.

Baedecker estaba pensando en la propuesta cuando Tucker y Scott salieron por la puerta.

– Aqui estas -dijo Tucker-. Planeabamos un pequeno paseo a la rampa. ?Quieres venir?

– Si -repuso Baedecker. Se volvio hacia Gilroth-. Don, gracias por la sugerencia. Me comunicare contigo.

– De acuerdo -contesto el administrador, saludando a los tres con dos dedos alzados.

Tucker los condujo en un Plymouth verde de la NASA por la Kennedy Parkway hasta la rampa 39-A. El edificio de Ensamblaje se erguia a gran altura iluminado por reflectores. Baedecker miro la bandera norteamericana pintada en una esquina de la cara sur y advirtio que la bandera sola tenia superficie suficiente para jugar un partido de futbol sobre ella. Mas alla del edificio de Ensamblaje, el vehiculo espacial estaba encerrado en una red protectora de andamies. Los haces de los focos hendian el aire humedo, las luces fulguraban a traves del enrejado de canerias y vigas, y Baedecker penso que todo el conjunto parecia una gigantesca torre de perforacion llenando un tanque interplanetario.

Atravesaron los puestos de seguridad, y Tucker avanzo cuesta arriba hasta la base de la Torre de Servicios y Acceso. Otro guardia se les acerco, vio a Tucker, se cuadro y se perdio en las sombras. Baedecker y Scott salieron del coche y se quedaron mirando la maquina que se alzaba ante ellos.

Para Baedecker el transbordador -o Sistema de Transporte Espacial Regular, como a los ingenieros les gustaban llamar a la combinacion de vehiculo orbital, tanque externo y cohetes de combustible solido- parecia aparatoso y torpe, un hibrido improbable que no era avion ni cohete, sino una forma evolutiva intermedia. No por primera vez, Baedecker comprendio que estaba mirando un ornitorrinco del viaje espacial. El transbordador espacial -ese cacareado simbolo de la tecnologia de Estados Unidos- ya se habia transformado en un ensamblaje de equipo viejo, casi obsoleto. Al igual que los maduros pilotos que los conducian, los transbordadores supervivientes transportaban los suenos de los anos 60 y la tecnologia de los 70 a las incognitas de los anos 90, reemplazando la energia ilimitada de la juventud por la sabiduria de lecciones penosamente aprendidas.

A Baedecker le agrado el aspecto del tanque de combustible externo, color herrumbre. Tenia sentido no quemar precioso combustible para elevar toneladas de pintura hasta el linde del espacio solo para que el tanque desechable ardiera segundos despues, pero el efecto de esa sensatez era que el transbordador parecia una trajinada herramienta, una buena camioneta usada en vez de los elegantes modelos utilizados en programas anteriores. Aun asi, o quiza debido a ello, Baedecker comprendio que si fuera piloto del equipo querria al transbordador con esa pasion pura e irracional que los hombres solian reservar para las esposas o amantes.

– Es hermoso, ?verdad? -dijo Tucker, como leyendo la mente de Baedecker.

– Lo es -convino Baedecker. Sin pensar en ello, miro hacia donde la popa se unia con el cohete de la derecha. Pero si en esas anillas habia demonios destructivos, acechando para destruir la nave y la tripulacion con devastadoras lenguas de fuego que hicieran volar el hidrogeno del tanque externo, no habia indicios de ellos. Aunque, desde luego, la tripulacion del Challenger tampoco lo habia visto.

Alrededor, tecnicos vestidos de blanco trajinaban como insectos. Tucker saco tres cascos protectores del asiento trasero del Plymouth y le arrojo uno a Baedecker y otro a Scott. Se acercaron mas e irguieron la cabeza para mirar de nuevo hacia arriba.

– Es fascinante, ?eh? -dijo Tucker.

– Todo un espectaculo -murmuro Baedecker.

– Energia congelada -murmuro Scott.

– ?Que es eso? -pregunto Tucker.

– Cuando estuve en la India -dijo Scott con voz apenas audible sobre los ruidos de fondo y el pistoneo de un compresor cercano-, por alguna razon empece a pensar en las cosas, e incluso a ver las cosas, en terminos de energia. Gente, plantas, todo. Antes miraba un arbol y veia ramas y hojas. Ahora veo la luz solar condensada en materia. -Scott titubeo timidamente-. De cualquier modo, eso es… una enorme fuente de energia cinetica congelada, esperando para derretirse y transformarse en movimiento.

– Si -dijo Tucker-. Vaya si hay energia esperando ahi. O al menos la habra cuando abran los tanques por la manana. Siete millones de libras de impulso cuando enciendan esas dos velas romanas. -Los miro a ambos-. ?Quereis subir? Te prometi un vistazo, Dick.

– Yo esperare aqui -dijo Scott-. Te veo luego, papa.

Baedecker y Tucker subieron en el ascensor de la rampa y salieron a la sala blanca. Media docena de tecnicos de Rockwell International con monos blancos, botas blancas y gorras blancas trabajaban en la luz brillante.

– Este acceso es mas facil que el del Saturno V- comento Baedecker.

– Tenia ese aguilon, ?verdad? -dijo Tucker.

– Cien metros hasta arriba -dijo Baedecker-. Cuando cruzaba ese maldito brazo oscilante numero nueve con traje de presion, llevando ese pequeno ventilador portatil que pesaba media tonelada, contenia el aliento hasta entrar en la sala blanca. Estaba seguro de ser el unico heroe de Apollo que desarrollaba sintomas de vertigo.

– Aqui estamos mas cerca del suelo -dijo Tucker-. Buenas noches, Wendell. -Tucker saludo a un tecnico con auriculares conectados a un cable enchufado en el casco del transbordador.

– Buenas noches, coronel. ?Va a entrar?

– Unos minutos -dijo Tucker-. Quiero mostrarle a este fosil del Apollo el aspecto de una verdadera nave espacial.

– De acuerdo, pero aguarde un minuto, por favor -dijo el tecnico-. Bolton esta en la cabina chequeando las comunicaciones. Bajara en un segundo.

Baedecker acaricio la cubierta del transbordador. Los mosaicos termicos blancos eran frescos al tacto. De cerca, la nave espacial mostraba indicios de desgaste: decoloracion entre los mosaicos, pintura negra descascarillada, el lustre carcomido de las agarraderas de la escotilla de ingreso. La vieja camioneta estaba limpia y brillante, pero aun asi era una camioneta vieja.

Un tecnico salio por la escotilla redonda.

– Bien, todo suyo -dijo Wendell.

Baedecker siguio a Tucker, preguntandose que habria sido de Gunter Wendt. Los tripulantes de Mercury y Gemini querian tanto a Wendt, el primer «fuhrer de rampa» de las salas blancas, que habian obligado a North American Rockwell a quitarselo a McDonnell cuando se inicio el programa Apollo.

– Cuidado con la cabeza, Dick -dijo Tucker.

Cruzaron la cubierta intermedia y treparon a los asientos delanteros de la cabina. Para un veterano del Apollo, el interior del transbordador parecia enorme. Detras de los asientos del piloto y el copiloto habia dos divanes adicionales y una escalerilla conducia a un asiento en la cubierta inferior.

– ?Quien ocupa ese lugar solitario alla abajo? -pregunto Baedecker.

– Holmquist, y le saca de quicio -dijo Tucker, acomodandose en el asiento horizontal del piloto de mando-. Intento todo salvo sobornar a uno de los otros dos para tener un asiento de ventanilla.

Baedecker se instalo con cuidado en el asiento derecho. En su asiento central del modulo de mando

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