Apollo, un movimiento torpe no lo habria sacado de su sitio. Aqui un resbalon lo habria arrojado a un par de metros, hacia las ventanillas y al compartimento de instrumentos situado a popa de la cabina. Se calzo el arnes casi instintivamente, aseguro el cinturon del regazo, pero ignoro la ancha correa para la entrepierna.

Varias luces de advertencia colgaban de ganchos, iluminando los instrumentos y arrojando sombras en los rincones. Tucker apago una de las lamparas y activo varios interruptores de la cabina, y ambos quedaron banados en un fulgor verde y rojo. Un despliegue de rayos catodicos se encendio frente a Baedecker e inicio una letania de datos sin sentido. Las lineas cambiantes le recordaron el transbordador de pasajeros de Pan Am de 2001: odisea del espacio, con sus graficos relampagueantes. Dave habia querido ver la pelicula una docena de veces durante el invierno de 1968. Realizaban turnos de catorce horas para respaldar el Apollo 8, y por la noche conducian alocadamente por Houston para ver a Keir Dullea, Gary Lockwood, HAL y los australopitecus actuando al ritmo de Bach, Strauss y Ligeti. Una noche que Baedecker se durmio al comienzo del cuarto rollo, Dave Muldorff se enfado.

– ?Te gusta? -pregunto Tucker.

Baedecker examino la consola. Acaricio el control manual rotacional.

– Muy elegante -dijo con sinceridad.

Tucker pulso las teclas del ordenador en la consola baja que los separaba.

– Tiene razon, sabes -dijo Tucker.

– ?Quien tiene razon?

– Tu muchacho. -Tucker se paso la mano por la cara como si estuviera muy cansado-. Es triste.

Baedecker se volvio hacia el. Tucker Wilson habia realizado cuarenta misiones sobre Vietnam y habia derribado tres MiGs enemigos en una guerra casi desprovista de ases. Wilson era piloto de carrera de la Fuerza Aerea, solo transferido a la NASA.

– No me parece triste que las fuerzas armadas realicen misiones -aclaro Tucker-. Demonios, los rusos han tenido una presencia puramente militar alla arriba en la segunda estacion Salyut, desde hace por lo menos diez anos. Aun asi, es triste lo que sucede aqui.

– ?Por que?

– Es diferente, Dick. Cuando tu volabas y yo actuaba como respaldo, las cosas eran mas sencillas. Sabiamos a donde ibamos.

– A la Luna -dijo Baedecker.

– Si. Quiza la carrera no fuera muy cordial, pero de alguna manera era mas…, demonios, no se…, mas pura. Ahora hasta el tamano de esas malditas compuertas es determinado por el Departamento de Defensa.

– Llevas un satelite de inteligencia alla arriba -dijo Baedecker-. No una bomba. -Recordo a su padre de pie en un oscuro muelle de Arkansas treinta y un anos antes, escrutando los cielos en busca del Sputnik y diciendo: «Pero si pueden enviar algo de ese tamano alla arriba, pueden enviar uno mas grande con bombas a bordo, ?verdad?»

– No, no es una bomba -convino Tucker-, y ahora que Reagan ha pasado a la historia, es probable que no dediquemos los proximos veinte anos a trasladar piezas de la Iniciativa de Defensa Estrategica.

Baedecker asintio y miro por las ventanillas, tratando de ver las estrellas, pero el vidrio especial estaba protegido para el lanzamiento.

– ?Piensas que no funcionaria? -pregunto, aludiendo a la Iniciativa de Defensa Estrategica, lo que la prensa aun llamaba, con cierta mordacidad, Guerra de las Galaxias.

– No, creo que funcionaria -dijo Tucker-. Pero aunque el pais pudiera costearlo, y no es asi, muchos entendemos que es demasiado arriesgado. Si los rusos empezaran a poner en orbita laseres con rayos X y otros artilugios que nuestra tecnologia no podria alcanzar ni contrarrestar en veinte anos, la mayoria de los altos oficiales que conozco reclamarian un ataque preventivo contra lo que ellos instalaran alla.

– ?Material antisatelital lanzado con F-16? -pregunto Baedecker.

– Si. Pero supongamos que no le acertamos a todo. O que ellos lo reemplazaran mas rapidamente de lo que podemos derribarlo. ?Que le aconsejarias al presidente, Dick?

Baedecker miro a su amigo. Sabia que Tucker era amigo personal del hombre que acababa de ganar las elecciones para reemplazar a Ronald Reagan.

– Amenazar con ataques quirurgicos a sus bases de lanzamiento -dijo Baedecker. El transbordador parecia mecerse ligeramente en la brisa nocturna, y Baedecker tuvo una sensacion de nausea.

– ?Amenazar? -replico Tucker con una sonrisa amarga.

Baedecker, sabiendo por su infancia en Chicago, y por sus anos en la Infanteria de Marina cuan inutiles pueden ser las amenazas, concedio:

– Vale, lanzar ataques quirurgicos contra Baikonur y sus otras bases de lanzamiento.

– Si -dijo Tucker, y hubo un largo silencio interrumpido solo por los crujidos y grunidos del tanque externo de 50 metros amarrado al vientre del vehiculo orbital. Tucker apago las pantallas-. Amo el Cabo, Dick -murmuro-. No quiero que lo vuelen en pedazos en un juego de toma y daca.

En la repentina oscuridad, Baedecker aspiro el olor del ozono, el lubricante y los polimeros de plastico; el olor que habia reemplazado al ozono, el cuero y el sudor.

– Bien -dijo-, los tratados sobre armamentos de los ultimos dos anos son un comienzo. El satelite que llevas alla permitira un grado de verificacion que habria sido imposible hace diez anos. Y liquidar proyectiles intercontinentales con buenos tratados, antes que se construyan las armas, parece mas eficaz que poner un billon de dolares de laseres en el espacio y rezar para que no ocurra lo peor.

Tucker apoyo las manos en la consola como si leyera con las palmas los datos y la energia latentes.

– Sabes -dijo-, creo que el presidente electo se perdio una oportunidad durante la campana.

– ?Por que?

– Tendria que haber hecho un trato con el pueblo norteamericano y los sovieticos -dijo Tucker-. Por cada diez dolares y diez rublos ahorrados mediante el descarte de misiles o reducciones en la Iniciativa de Defensa Estrategica, los rusos y nosotros pondriamos diez rublos o diez dolares en proyectos espaciales conjuntos. Hablariamos de decenas de miles de millones de dolares, Dick.

– ?Marte? -dijo Baedecker. Cuando el y Tucker se entrenaban para el Apollo, el vicepresidente Agnew habia anunciado que el proposito de la NASA era llevar hombres a Marte en la decada de los 90. Nixon no se intereso, la NASA pronto perdio su euforia y el sueno se desvanecio.

– Eventualmente -dijo Tucker-, pero primero poner en marcha la estacion espacial y luego una base permanente en la Luna.

Baedecker se asombro de descubrir que se le aceleraba el pulso al pensar en hombres regresando a la Luna en vida de el. «Hombres y mujeres», corrigio en silencio.

– ?Y estarias dispuesto a compartirlo con los rusos? -pregunto.

Tucker resoplo.

– Mientras no tengamos que dormir con esos bordes. Ni volar en sus naves. ?Recuerdas Apollo-Soyuz?

Baedecker recordaba. El y Dave formaron parte del primer equipo que habia presenciado el programa espacial sovietico antes de la mision Apollo-Soyuz. Aun recordaba el sutil comentario de Dave en el vuelo de regreso. «?Ultima palabra en tecnologia! Cielos, Richard, llaman a eso la ultima palabra. Pensar que gastamos tanta energia haciendo creer a la poblacion y al Congreso esas patranas sobre el coloso espacial sovietico, las supertecnologias que siempre estan a punto de construir, ?y que vemos? ?Remaches expuestos, paquetes electronicos del tamano de la radio Philco de mi abuela, y una nave que no podria conectarse con otra aunque tuviera una ereccion!»

El informe escrito habia sido un poco mas sobrio, pero durante la mision Apollo- Soyuz la nave norteamericana se habia encargado del seguimiento y la conexion y, en contra de los planes originales, las tripulaciones no habian cambiado de nave para el aterrizaje.

– No quiero volar en esos cascajos -continuo Tucker-, pero si cooperando con ellos la NASA vuelve a explorar el espacio, podria aguantar el olor. -Se desabrocho las correas y empezo a descender, procurando usar las agarraderas apropiadas.

– Un camello que orina fuera, ?eh? -observo Baedecker, siguiendolo.

– ?Que es eso? -pregunto Tucker, agachandose frente a la escotilla baja y redonda.

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