– Buenas tardes -dijo ella con un hilo de voz-. ?En que puedo servirlo?
– ?Tiene algo de Gottschalk?
– A ver -susurro ella, volviendose hacia un armario con puertas de cristal-. Musica del siglo XIX.
Saco un catalogo y repaso varias lineas con un dedo.
– Aqui esta. Gottschalk, Louis Moreau: «Fantasia sobre el Cocuye»… «Escenas campestres»… «Noche en los tropicos»… -murmuro un numero y busco en el armario-. Mire.
Le mostro dos libros.
– Me llevare lo que usted recomiende -dijo el mulato con una sonrisa candorosa, como si quisiera pedir disculpas-. Yo no leo musica, ?sabe? No entiendo ni jota de esos garabatos…
Amalia asintio. ?Que torpeza la suya! Acababa de recordar que aquel hombre que manejaba la voz como un ruisenor y dirigia su orquesta con aire academico jamas habia aprendido a leer musica y tenia que dictar sus composiciones. Era una especie de Beethoven tropical, aunque no sordo, sino ciego para los signos del pentagrama.
– Quiero hacer un regalo -anadio el, respondiendo a una pregunta que Amalia no hizo-. Mi sobrino estudia en un conservatorio y habla mucho de ese compositor.
Amalia envolvio la partitura en papel plateado que ato con una cinta roja.
– ?Y eso cuanto vale? -pregunto el cantante, senalando la batuta de ebano y marfil.
Amalia dijo el precio, segura de que no compraria aquella extravagancia.
– Me la llevo.
Amalia solo penso en una cosa: si su padre la viera…
– Abrieron hace poco, ?verdad? -pregunto el hombre, mientras ella sacaba el cambio de la caja.
– Dos meses. ?Como supo de la tienda?
– Alguien hablo de ustedes en «El duende» y no se me olvido el nombre: me parecio muy ocurrente.
Amalia tuvo que hacer un esfuerzo para permanecer impasible. «El duende» era la compania de grabaciones de su padre. ?Quien los habria mencionado alli?
– Buena suerte -dijo el musico, tocandose levemente el ala del sombrero-. ?Ah! Y no pierda la costumbre de escucharme de vez en cuando.
Por un momento no entendio lo que le decia. Entonces se dio cuenta de que la vitrola no habia dejado de tocar aquella seleccion de sus canciones.
Amalia observo la fragil figura que se detenia un instante en la acera, sobre las losas de marmol verde, antes de perderse en la muchedumbre; pero sus ojos quedaron clavados en el suelo, en la criatura faunica que era el logotipo del negocio y en las letras que rezaban «La flauta de Pan». ?Por que habrian escogido aquel nombre absurdo? Se les ocurrio a ambos aquella lejana noche en Vinales, mientras hacian planes para el futuro. Una rara asociacion de ideas.
Un subito estruendo sacudio los cristales. Amalia quedo inmovil, sin decidir que podia ser: un portazo, un trueno o un neumatico que habia estallado. Solo cuando vio que algunas personas se detenian para mirar, otras que tropezaban y algunas que corrian dando gritos, se dio cuenta de que ocurria algo realmente grave. Se asomo a la puerta.
– ?Que pasa? -pregunto a la propietaria de «La ciguena», que ya cerraba su tienda de canastilla con aire compungido.
– Se suicido Chibas.
– ?Que?
– Hace unos minutos. Estaba dando uno de sus discursos por radio y se pego un tiro ahi mismito, delante del microfono.
– ?Esta segura?
– Mi hija lo oyo. Acaba de llamarme por telefono.
Amalia creia estar sonando.
– Pero ?por que?
– Algo que no pudo probar, despues de haber dicho que lo haria.
Amalia noto el panico de la gente y escucho la conmocion que se elevaba desde cada rincon de la ciudad. Todos corrian y gritaban, pero nadie parecia capaz de ofrecer una explicacion de lo sucedido. Penso en Pablo. ?Habria ido a la sociedad deportiva o andaria en otros trasiegos? Los silbatos de la policia y varios disparos la llenaron de terror. Fue a buscar su cartera y, en contra de todo juicio, cerro la tienda y salio a la calle. Tenia que encontrarlo. Intento caminar con calma, pero constantemente era golpeada por transeuntes que corrian en ambas direcciones sin cuidar con quien tropezaban.
Dos cuadras mas adelante, una muchedumbre la arrastro en su marcha llena de consignas. Ella trato de buscar refugio en los portales de la acera, pero era imposible escapar de esa masa arrolladora. Tuvo que avanzar al mismo paso, casi a la carrera, sabiendo que si se detenia podia ser aplastada por aquella turba ciega y sorda.
Dos carros patrulleros chirriaron sus neumaticos en medio de la calle y la multitud aminoro su paso. Amalia aprovecho para adelantarse y subirse al umbral de una puerta. Todavia tropezaban con ella, pero ya no corria tanto peligro. Una columna le impedia ver lo que se gestaba en la esquina; por eso no supo por que muchos comenzaron a retroceder.
Los primeros disparos provocaron una estampida que logro evadir, resguardada en aquel escalon. Sin embargo, el primer chorro de agua la tumbo al suelo. De momento no entendio lo que ocurria; solo sintio el golpe mientras el dolor le nublaba la vision. Miro sus ropas y vio la sangre. De alguna manera se habia herido al chocar contra el borde de la pared.
Una vez mas el agua le dio en pleno pecho y la envio contra la columna de cemento, cubierta de carteles que anunciaban el nuevo espectaculo del cabaret Tropicana («el mas grande del mundo a cielo abierto»), encima de otro mas viejo que proclamaba la apertura del teatro Blanquita («con 500 lunetas mas que el Radio City de Nueva York, hasta ahora el mayor del mundo»). Y penso vagamente en el curioso destino de su islita, con esa obsesion por tener lo mas grande de esto o de aquello, o de ser la unica en… Un pais extrano, lleno de musica y dolor.
El agua volvio a golpearla.
Antes de caer inconsciente al suelo, vio el cartel sobre el ultimo exito musical que narraba un suceso picaresco ocurrido cerca de alli: «A Prado y Neptuno iba una chiquita…».
Cosas del alma
Cecilia tomo el telefono medio dormida. Era su tia abuela, invitandola a desayunar como Dios manda; y no queria oir excusas, le advirtio. Ya sabia que la habia llamado varias veces esa semana. Si necesitaba hablar o pedirle algo, hoy era el dia.
Se lavo la cara con agua helada y se vistio a toda prisa. Con el apuro, por poco olvida el mapa. Habia tenido una semana llena de trabajo, con dos articulos para la seccion dominical, «Secretos culinarios de abuelita» y «La vida secreta de su auto», escritos por ella que no sabia nada de cocina ni de mecanica. Pero durante ese tiempo nunca dejo de pensar en el dichoso mapa. Su tia habia desaparecido. Por lo menos, no contestaba al telefono. Hasta paso por su casa varias veces con la idea de llamar a la policia si notaba algo raro. Una vecina le informo que Lolo salia todos los dias muy temprano y regresaba tarde. ?En que andaria?
Desde la escalera, pudo escuchar los chillidos de la cotorra:
– ?Abajo la escoria! ?Abajo la escoria!
Y tambien los gritos de su tia, que eran peores que los del pajaro:
– ?A callar, loro del infierno! O te meto en el closet y no sales en tres dias.
Pero la cotorra no se dio por enterada y siguio lanzando todo tipo de consignas:
– ?Fidel, seguro, a los yanquis dale duro! ?Fidel, ladron, nos dejaste sin jamon!
– ?Cristo de las utopias! -vociferaba la tia-. Si sigues asi, voy a echarte perejil en la cena.