dispuesta a dejar que la besase de nuevo-. Se que este no es el mejor momento para hablar del tema que debemos tratar, carino, pero…
– Tengo que contarte algo -la interrumpi-. Algo desagradable.
– Levantate -dijo, con su tono mas rectoral, como reaccion inmediata a la nota de temor que habia traslucido mi voz-. Soy demasiado vieja para revolcarme por los suelos.
Se puso en pie, un poco insegura sobre sus tacones altos, se ajusto el vestido y me tendio la mano. Deje que tirara de mi para levantarme. Su alianza refulgio con un frio chispazo contra la palma de mi mano.
Una vez en pie, Sara me solto y echo un vistazo al pasillo, por encima de mi hombro. No habia moros en la costa. Volvio a mirarme, tratando de resultar inexpresiva, como si yo fuese el administrador de la universidad y hubiese ido a comentarle alguna mala noticia de caracter financiero.
– ?De que se trata? No, espera un momento. -Saco un paquete de cigarrillos del bolso que llevaba en los grandes acontecimientos sociales. Era un ostentoso bolso plateado sembrado de pedreria en el que cabia poco mas que veinte cigarrillos y un lapiz de labios; un regalo que le hizo su padre a su madre cincuenta anos atras y que no casaba con la personalidad de ninguna de las dos. El bolso que utilizaba habitualmente era muy distinto, una especie de caja de herramientas de cuero con cierre de laton, lleno de hojas de calculo, libros de texto y un rebosante llavero que, por sus puntiagudas protuberancias y su peso, recordaba una maza-. Ya se lo que me vas a decir.
– No, no lo sabes -le asegure. Justo antes de que encendiese el cigarrillo me parecio sentir una ligera vaharada de marihuana. Supuse que procederia de los chicos del vestibulo. Lo cierto es que olia jodidamente bien-. Sara…
– Amas a Emily -dijo, con la mirada fija en la firme llama de la cerilla-. Lo se. La necesitas.
– No creo que pueda hacer nada a ese respecto -reflexione-. Ha sido ella quien me ha dejado.
– Volvera. -Dejo que la llama fuese quemando la cerilla hasta llegar a sus dedos-. ?Uf! Por esto he decidido… no tener el bebe.
– No tenerlo -dije, y adverti que ahora clavaba en mi su fria mirada burocratica, esperando ver mi cara de alivio.
– No puedo. No es posible. -Se paso la mano por el cabello y su alianza brillo un instante, lo que dio la impresion de que era su propia melena rojiza la que emitia destellos-. ?No opinas lo mismo?
– Si, creo que no hay otra opcion -dije, y le cogi la mano-. Se lo dificil que resulta… para ti… hacer este sacrificio.
– No, no lo sabes. -Aparto mi mano-. Eres un cabron por decirlo. Y un cabron por decir…
– ?Que, carino? -le pregunte al ver que enmudecia-. ?Un cabron por decir que?
– Por decir que la unica opcion es que no tenga el bebe. -Aparto la mirada y al cabo de un instante volvio a fijar sus ojos en mi-. Porque hay otra opcion, Grady. O, al menos, deberia haberla. -Del vestibulo llego el chirrido de goznes de puertas abriendose y un estallido de murmullos-. Debe de haber terminado -dijo, y consulto su reloj. Solto una bocanada de humo para ocultar su rostro y se enjugo una lagrima que pendia de la pestana de su ojo izquierdo-. Sera mejor que nos marchemos. -Sorbio por la nariz-. No olvides tu chaqueta.
Se agacho a recoger mi vieja chaqueta de pana, que me habia quitado para colocarla a modo de almohada a fin de que apoyara la cabeza. Al levantarla, de uno de los bolsillos cayo algo que golpeo con estruendo el suelo y se quedo alli brillando ostentosamente.
– ?De quien es esta pistola? -pregunto Sara.
– Es de juguete -respondi, y me agache para recogerla antes de que lo hiciese ella. Estuve a punto de guardarmela rapidamente en el bolsillo, pero no queria que Sara pensase que trataba de ocultarle algo, asi que la sostuve en la palma de la mano, para que pudiese echarle un vistazo-. Es un recuerdo de Baltimore.
Sara alargo el brazo para cogerla; trate de cerrar la mano, pero fui demasiado lento.
– Es bonita. -Paso la yema del indice por la empunadura nacarada, la sopeso y deslizo un dedo por el gatillo. Aproximo la boca del canon a su nariz, la olfateo y dijo-: ?Uf, huele a polvora!
– Es municion de fogueo -le explique, y trate de arrebatarsela.
Sara me apunto al pecho. No sabia cuantas balas podria haber en el cargador, pero no tenia motivos para pensar que estuviese vacio.
– ?Pam! -bromeo Sara.
– Me has dado -dije. Me abalance sobre ella y la atrape con un abrazo de gorila.
– Te quiero, Grady -dijo al cabo de unos instantes.
– Yo tambien a ti, tonta -anadi mientras le quitaba la pistola torciendole la delgada muneca.
– ?Oh! -exclamo una voz detras de nosotros-. Lo siento. Yo solo…
Era la senorita Sloviak, que hacia equilibrios sobre sus tacones con una mano en la cadera. Parecia sonrojada, pero era porque llevaba colorete en las mejillas, no porque se hubiera ruborizado por sentirse incomoda.
– No pasa nada -dijo Sara-. ?Que sucede, querida?
– Se trata de tu amigo, Terry Crabtree -explico la senorita Sloviak, que me miro con severidad. Respiro hondo y se paso los dedos por sus negros rizos, una y otra vez, con movimientos rapidos, de una forma que se me antojo muy masculina-. Quisiera que me acompanases a casa, si no te importa.
– Por supuesto que no -dije, y me dirigi hacia ella-. Nos veremos despues, Sara, en el Hat.
– Os acompano hasta el coche -dijo Sara.
– Es una caminata -le adverti-. Lo tengo aparcado en la calle Clive.
– Me apetece tomar el fresco.
Nos dirigimos al vestibulo. No habia ni un alma, tan solo un dulce olorcillo a marihuana en el aire.
– Necesitare una de mis maletas -dijo la senorita Sloviak cuando saliamos del edificio-. De las que estan en el maletero.
– ?Ah, si? -dije, y mire a Sara como si tal cosa-. De acuerdo.
Se oyo un portazo a nuestras espaldas y escuche una risita debil y nerviosa, como de alguien que en una montana rusa trata de mantener la calma en los instantes previos al descenso en picado. James Leer emergio del auditorio con el brazo derecho sobre los hombros de Crabtree y el izquierdo sobre los del chaval de la barbita de chivo que se habia pasado por mi despacho para decirme a la cara que era un fraude. Cada uno aguantaba a James por una axila, como si fuera a caerse en redondo en cualquier momento, y le iban susurrando los topicos de rigor para darle animos y tranquilizarlo. Aunque tenia aspecto de estar un poco mareado, parecia capaz de caminar sin perder el equilibrio, y me pregunte si no estaria pasandoselo bomba con el numerito del paseo.
– ?Que portazo mas terrible! -gimoteo. Contemplo con evidente asombro como sus pies, embutidos en los zapatos negros de estilo ingles, avanzaban paso a paso por la moqueta-. ?Joder!
Mientras los dos porteadores llevaban su carga hacia el lavabo de caballeros, Crabtree me vio por casualidad. Alzo las cejas y me guino un ojo. A pesar de que eran solo las nueve, para entonces ya habla dado una vuelta completa en el carrusel farmacologico en el que se habia montado para afrontar aquella juerga, habia robado una tuba y ofendido a un travesti; y ahora sus amiguetes, con deleite y aplomo, se disponian a echar la primera papilla. Evidentemente, iba a ser una noche del mas puro estilo Crabtree.
– ?Que
– ?Se encuentra bien? -pregunte cuando pasaron junto a nosotros con James a cuestas.
– No le pasa nada -respondio Crabtree, que puso los ojos en blanco-. Solo esta narrando el acontecimiento.
– Nos dirigimos a los lavabos -dijo James-. Pero quiza no lleguemos a tiempo.
– ?Pobre James! -dije, y contemple como giraban por el pasillo.
– No se que le habeis dado -dijo la senorita Sloviak-, pero, desde luego, llevaba un colocon.
Sara meneo la cabeza y, tras atizarme un buen punetazo en el hombro, me recrimino:
– ?Como se te ocurre dejar a James Leer en manos de Terry Crabtree? Esperame aqui.
Se marcho tras ellos y me quede junto a la senorita Sloviak, incomodo y en silencio, durante medio minuto, contemplando como daba indignadas caladas a un cigarrillo negro y expelia el humo en largos chorros azulados.
– Siento todo esto.
– ?De veras?