Rodgers. Me quede quieto unos instantes sobre la moqueta de la sala, de tonalidades entre la aspirina infantil y el naranja, tratando de orientarme. Hacia un par de anos que no ponia los pies alli y todo parecia mas deteriorado. El suelo de madera asomaba bajo la moqueta, plagada de agujeros de quemaduras de cigarrillos y manchas sobre cuyo origen preferi no especular. En la pared de baldosines reflectantes habia varios huecos, como si de una deteriorada dentadura se tratase. Alguien habia pintarrajeado el enorme mural situado detras del escenario en el que aparecia el dueno del local tocando una enorme bateria. Ahora de las baquetas colgaban unos testiculos peludos y el rostro del propietario lucia un bigotito daliniano. El suelo de la pista de baile estaba sembrado de marcas de tacones. Eche un vistazo a mi alrededor, con la esperanza de localizar alguna mesa ocupada por escritores y asistentes al festival literario envueltos en una humareda rosacea, pero tan solo vislumbre a la habitual clientela del Hat, que me contemplaba con expresiones de mofa o moderado disgusto. Sin duda, debia de tener cara de idiota.

En la pista de baile habia un punado de parejas bailando al ritmo cansino y sin matices de «Baby What You Want Me to Do», y practicamente en el centro, rodeados de gente, estaban Hannah Green y Q., el tipo obsesionado con su fantasmagorico doble. Hannah bailaba sin demasiada gracia pero poniendo mucho entusiasmo, y era capaz de admirables proezas meneando la pelvis; en cuanto al viejo Q., lo mejor que podia decirse de el era que no hacia el menor esfuerzo por aferrarse a alguna caduca nocion de dignidad. Se que es un comentario poco caritativo, pero parecia estar menos preocupado por sus propios movimientos que por el lento bamboleo de los pechos de Hannah Green. La salude con la mano, ella me sonrio, y, cuando mire a mi alrededor y me encogi exageradamente de hombros, senalo una mesa en una esquina alejada, apartada de los bailarines, el escenario y el resto de clientes. En la mesa estaban sentados Crabtree y James Leer, detras de una larga hilera de botellines de cerveza. James Leer estaba repantigado en su silla, con la cabeza apoyada contra la pared y los ojos cerrados. Parecia dormido. En cuanto a Crabtree, miraba fijamente mas alla de la gente que bailaba, con una expresion de felicidad reconcentrada. Tenia un brazo separado de su cuerpo y extendido con delicadeza, como si fuese a elegir un bombon de una bandeja. Su mano, sin embargo, estaba oculta bajo la mesa, en direccion al regazo de James Leer. Lance lo que debio de ser una mirada absolutamente aterrada a Hannah, que abrio la boca con los dientes apretados y entorno los ojos, en un gesto similar al que se hace cuando pasa una ambulancia con la sirena a todo trapo.

De camino hacia la mesa, pare a una camarera y le pedi que me trajese una copa de George Dickel. Cuando llegue hasta ellos, las dos manos de Crabtree estaban a la vista y James Leer se habia reincorporado minimamente, la mar de ruborizado. Su amplia e impecable frente, que me habia hecho suponer que era un chaval de buena familia, parecia febril, y los ojos le brillaban con lo que podia ser euforia o miedo.

– ?Como te sientes, James? -le pregunte.

– Estoy borracho -respondio; parecia sincero-. Lo siento, profesor Tripp.

Me sente junto a Crabtree, encantado de poder dar un respiro a mis pies. El dolor de mi tobillo iba en aumento.

– No importa, James -dije con la misma sonrisa tranquilizadora que ya le habia dirigido en dos ocasiones aquel mismo dia: la primera cuando su relato fue criticado sin piedad en la clase de escritura creativa, y la segunda cuando lo conduje al dormitorio de los Gaskell y le asegure que nadie nos diria nada por estar alli-. No te preocupes.

– Seguro que no -intervino Crabtree. Me ofrecio su botella de cerveza, medio vacia. La cogi y bebi un largo trago-. Pensaba que te habiamos perdido, Tripp.

– ?Donde estan los demas? -pregunte, y deje la botella delante de el con un gesto ampuloso, como si acabase de hacer algun juego de manos alcoholico-. ?Solo habeis venido vosotros cuatro?

– No ha aparecido nadie mas -comento Crabtree-. Sara y… ?como se llama?, Walter dijeron que primero pasarian por casa y despues se reunirian con nosotros aqui. Pero me parece que han decidido quedarse en casa, acurrucados en el sofa con el perro.

Lance una mirada a James, esperando ver en su rostro alguna expresion de culpabilidad, por leve que fuese, pero estaba demasiado abstraido. Incluso dude de que recordara lo que habia hecho. Empezo a pestanear de nuevo, echo la cabeza hacia atras y la apoyo contra la pared.

– ?Solo ha bebido cerveza? -le pregunte a Crabtree senalando con un gesto de la cabeza a James.

– Aqui si -dijo Crabtree-. Aunque deduzco que vosotros dos habeis hecho una pequena incursion en mi botiquin.

– Pero eso ha sido hace mucho rato -dije, y me lleve la mano al pie para apretarme el vendaje del tobillo-. No puede seguir bajo los efectos de eso.

– Pero en vuestra incursion os han pasado inadvertidos algunos frascos -dijo, y se palmeo un bolsillo de su americana verde-. Y James sentia curiosidad.

Se volvio para mirar al chaval, al que en ese momento se le entreabrio la boca y le empezo a caer un delgado hilillo de saliva de la comisura de los labios.

– Esta completamente ido -dije.

Permanecimos sentados, contemplando el regular movimiento ascendente y descendente del pecho de James Leer bajo su camisa a cuadros. La estrecha y corta corbata estaba medio desanudada y le colgaba del cuello como una flor marchita. Crabtree le seco el hilillo de saliva con una servilleta, con suavidad, como si estuviese limpiandole la boca a un bebe.

– Ha escrito un libro -dijo Crabtree-. Me ha dicho que ha escrito una novela.

– Lo se. Algo sobre un desfile. El desfile del amor.

– ?Por que no me lo dijiste?

– Me he enterado esta noche. La lleva en su mochila.

– ?Tiene talento?

– No -respondi-. Por el momento no.

– Me gustaria leerla -dijo Crabtree.

A James Leer le cayo sobre la frente un mechon de cabello engominado y Crabtree alargo la mano para apartarselo.

– ?Vamos, Crabtree! -proteste-. ?No hagas eso!

– ?Que no haga que?

– Es solo un chaval -dije-. Es alumno mio, tio. Ni siquiera estoy seguro de que sea…

– Lo es -me interrumpio Crabtree-. No tengo la menor duda.

– No creo que lo sea -dije-. Me parece que la cosa es bastante mas complicada. Quiero que lo dejes tranquilo.

– ?En serio?

– En estos momentos esta realmente jodido, Crabtree. -Baje la voz y continue en un susurro-: Creo que planeaba suicidarse esta noche. O quiza no, no lo se con certeza. En cualquier caso, esta hecho un lio. Es un completo desastre. Y no creo que necesite que encima se le anada una buena dosis de confusion sexual a su cacao mental en este preciso momento.

– Al contrario -dijo Crabtree-. Puede ser la solucion a todos sus problemas. Eh, Grady, ?que te pasa?

– Nada -dije-. ?A que te refieres?

– Me ha parecido que… no se, que hacias una mueca de dolor.

– ?Oh! -dije-. Es mi pie. Me esta matando.

– ?El pie? ?Que te pasa en el pie?

– Nada -respondi-. Es que… me he caido.

– Bueno, pareces alterado, ?sabes?

Sus ojos habian perdido aquel brillo febril de conquistador, y, por primera vez en toda la noche, descubri en ellos verdadera ternura. Nuestras sillas estaban pegadas, y apoyo su hombro contra el mio. Su mejilla todavia estaba impregnada del perfume de Tony. Aparecio la camarera con mi copa de Dickel. Bebi un sorbo y senti como el lento veneno se deslizaba hacia mi corazon.

– Me gusta como baila Hannah -comento Crabtree, que seguia con la mirada a Hannah Green y Q.

La cancion que sonaba en aquel momento era «Ride Your Pony», de Lee Dorsey. Uno de los muchos detalles que indicaban que el Hat era un superviviente de los antros de la epoca dorada de Pittsburgh era su gramola con telefono. De hecho, no habia gramola: era un telefono, negro y pesado como una vieja plancha de vapor, que funcionaba con monedas, colocado sobre una columna en una esquina de la pista de baile. Y unido a el por medio

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