durante unos instantes olvide todo lo malo que me habia sucedido a lo largo del dia debido a mi necedad y mala conducta, y todas las buenas razones que tenia para dejar en paz a la pobre Hannah Green. Me sentia feliz. Plante un beso en el cabello pajizo y con aroma de manzana de Hannah. Sentia que algo empezaba a despertar bajo mis calzoncillos. Creo que lance un suspiro, y que, a pesar del burbujeo y el ardor que fluian en esos momentos por los ventriculos de mi corazon, debio de sonar tremendamente triste.

– He releido El piromano -me dijo, supongo que para animarme-. Es realmente magnifica.

Se referia a mi segunda novela, La novia del piromano, una desoladora historia de amor y locura que escribi en la ultima epoca de mi permanencia en el condenado bunker de mi segundo matrimonio, con una meteorologa de San Francisco a la que llamare simplemente Eva B. Era una novela breve, cuya gestacion resulto tortuosa y de la cual yo mismo no tenia muy buena opinion, a pesar de que contenia una interesante descripcion del incendio de una casa en la que varias parejas estaban metiendose mano y una esplendida escena amatoria de un par de paginas en la que el lector se sentia como si penetrara en el recto de la protagonista.

– ?Es tan jodidamente tragica, y, al mismo tiempo, tan hermosa, Grady! Me encanta como escribes. Es una prosa muy natural, sencillisima. Me da la impresion de que es como si todas tus frases existieran desde siempre, suspendidas en el mas alla estilistico, o donde sea, esperando a que las fueras a recoger.

– Gracias por el cumplido -dije.

– Y me encanta la dedicatoria, Grady.

– Me alegro.

– Pero no soy la dulce muchachita inocente por la que me tomas.

– Espero que eso no sea cierto -dije, y en ese momento desvie la mirada hacia los ahumados baldosines de la pared y vi el reflejo de una especie de yeti gordo, cojeante, con gafas y ojeras, de cabello lacio, envejecido, cargado de espaldas y de movimientos torpes, que estrujaba entre sus brazos a una desvalida y angelical muchacha de tal manera que era imposible saber si ella le ayudaba a mantenerse en pie o si, por el contrario, el la tenia prisionera. Deje de bailar y me aparte de Hannah Green, y en ese momento Janis Joplin dejo de urgimos a no volver la espalda al amor cuando finalizo el ultimo de los temas que habia pedido Hannah. Permanecimos en la pista mirandonos, solos tras la subita desaparicion de las restantes parejas, y, de pronto, cuando en mi organismo se rompio el equilibrio de las pastillas y el whisky, me senti irremediablemente hecho polvo.

– Bueno, ?que vas a hacer? -me pregunto Hannah al tiempo que me daba una palmadita en el estomago.

Mi respuesta, un murmullo apenas audible, hizo referencia a bailar con ella toda la noche.

– Con respecto a Emily -dijo en un tono que traslucia cierta impaciencia-. Yo… me temo que no estara en casa cuando vuelvas.

– Supongo que no -admiti-. Trata de disimular tu alegria.

– Lo siento -dijo a modo de disculpa, y se ruborizo.

– La verdad es que no lo se. ?Que debo hacer?

– Tengo una idea -dijo Hannah. Se metio la mano en el bolsillo de los tejanos, rebusco unos instantes y me puso en la palma de la mano tres calidas monedas de veinticinco centavos.

Fui hasta el telefono, eche las monedas y descolgue el receptor.

– Vas a tener que ayudarme -dije.

– ?Quien habla? -pregunto la voz de la centenaria senora rutena de cabellos color lavanda, gafas de culo de botella y sueter de angora que atendia las peticiones de una menguante poblacion de borrachos y corazones rotos desde su recondita guarida en el corazon de Pittsburgh-. No te entiendo.

– Decia que necesito escuchar algo que me salve la vida -le dije mientras retorcia sin parar el cable del telefono.

– Esto es una gramola, carino -respondio la mujer con voz tranquila y un tanto ausente, como si donde fuera que estuviese tuviera el televisor encendido con el volumen bajo o un ejemplar de Cosmopolitan abierto sobre su viejo regazo-. No estas hablando por una linea de telefono ordinaria.

– Ya lo se -dije con un tono nada convincente-. Es solo que no se que cancion pedir.

Mire a Hannah y trate de sonreirle como lo haria alguien que sonriera de un modo competente y razonable, alguien que no estuviera preocupado porque intuyera que estaba a punto de sentirse fatal, asi como a punto de caerse en redondo y a punto de herir a otra chica, en un nuevo episodio de su prolongada carrera de hombre insensible y despreocupado. A juzgar por la expresion consternada de su rostro, pense que habia fracasado miserablemente en mi intentona, pero entonces vi que Q. habia abandonado la mesa y se estaba abriendo camino por el concurridisimo local hacia Hannah como un poseso, con un aire de inexorable determinacion conseguido, me parecio, gracias a la ingesta de alcohol, el autentico confidente secreto del escritor, el fantasma que convivia en sus polvorientas y desnudas moradas con Albert Vetch y tantas otras victimas del mal de la medianoche. En cualquier caso, mientras se acercaba a Hannah para pedirle el proximo baile, ella le dio la espalda bruscamente y se dirigio hacia mi, cabizbaja y sonrojada hasta el cogote por su maleducada huida.

– Un momento -le rogue a la vieja de la gramola, y tape con la mano el auricular-. Baila con el, Hannah. - Intente otra de mis poco convincentes sonrisas-. Es un escritor famoso. -Me lleve el auricular al oido y pregunte-: ?Sigues ahi?

– ?Adonde iba a ir? -respondio la mujer-. Ya te lo he dicho, carino, no soy una interlocutora cualquiera. Este es mi trabajo.

– Pero no me apetece bailar con el, Grady. -Deslizo su brazo bajo el mio y alzo la vista para mirarme a traves de su desparramado flequillo, con unos ojos tan abiertos y un aire de desesperacion tal que me alarmo. Siempre habia visto comportarse a Hannah como una tranquila y optimista chica mormona, eternamente educada, capaz de aceptar estoicamente castigos divinos, desgracias y hasta las mas delirantes noticias sobre el destino del cosmos-. Quiero seguir bailando contigo.

– Por favor, comportate.

Vi como Q. se volvia y regresaba con seguro paso de borracho a la mesa de la esquina, a la que llego en el preciso momento en que las cabezas de James Leer y Crabtree emergian a la luz rosacea de un foco despues de un apasionado beso. James estaba obnubilado y su boca formaba una «o» perfecta.

– Lo siento -dije por el telefono-, pero tengo que colgar.

– De acuerdo, de acuerdo -respondio la mujer. Suspiro laconicamente y repiqueteo en los auriculares de su casco con sus unas de veinte centimetros de largo y pintadas de un rosa tropical-. ?Que te pareceria Sukiyaki?

– Perfecto -respondi-. ?Por que no eliges tu misma otras dos, a tu gusto?

Colgue, le di a Hannah un torpe abrazo y le pedi perdon unas cuarenta y siete veces, hasta que ni ella ni yo supimos a ciencia cierta el motivo de tantas disculpas y me dijo que si, que me perdonaba. Entonces me dirigi apresuradamente hacia la mesa de la esquina y pose mis frios dedos en la febril nuca de James.

– Dentro de diez segundos -les comunique, mientras ayudaba a James a ponerse en pie- la pista de baile va a estar de bote en bote.

Hannah dijo que nunca habia estado alli, pero tenia entendido que James Leer vivia en la buhardilla de la casa de su tia Rachel, en Mount Lebanon. Como ninguno de los presentes se sentia con animos de hacer el trayecto hasta South Hills a las dos de la madrugada, meti a James en el destartalado coche de Hannah y los envie a dormir a mi casa. Yo acompanaria a Crabtree y a Q. Pense que eso seria lo mas seguro para todos.

Cuando estaba a punto de cerrar la portezuela de James, este empezo a moverse en su asiento y fruncio el ceno.

– Tiene una pesadilla -dije.

Todos lo contemplamos durante unos instantes.

– Apuesto a que las pesadillas de James son realmente terrorificas -comento Hannah-. Como las malas peliculas.

– Con musica de xilofono en la banda sonora -sugeri-. Y un monton de policias mexicanos.

James levanto una mano y, sin abrir los ojos, se palpo el hombro derecho; despues hizo lo mismo con el izquierdo, como si pensara que estaba en su cama y habia perdido la almohada.

– Mi mochila -dijo, y abrio los ojos.

– Su bolsa -dijo Hannah-. Ya sabes, esa andrajosa cosa verde.

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