miro a los ojos-. Me alegro de que viniese con un dia de antelacion.

– Aja -dije.

Pense que quiza se estaba quedando conmigo -como buen porrata, solia obsesionarme con la idea de que la gente se estaba quedando conmigo-, pero no habia rastro de sarcasmo ni en su rostro ni en su tono. Lo cual, sin embargo, no significaba necesariamente que no se estuviese quedando conmigo. Antes de jubilarse, Irene habia dirigido una agencia privada que proveia a todo el valle del Ohio de bebes coreanos, y era una consumada experta en cierto tipo de inexpresividad administrativa que nunca fui capaz de descifrar.

– Pero no deberia quejarme de tener tanto que hacer -dijo Irene, y solto un dramatico suspiro. Con gesto mecanico, metio una mano en el bolsillo de su guardapolvo, saco un pollito de chocolate envuelto en papel de plata amarillo brillante, lo desenvolvio y lo decapito limpiamente de un bocado-. Siempre es mejor que morirse de aburrimiento.

– ?Oh, vamos, Irene! -dije.

– No debi dejarme convencer cuando me propuso vender nuestra casa de la avenida Inverness -comento mientras masticaba el chocolate.

– Lo se -dije. Durante los anos que vivieron en ella, Irene nunca sintio demasiado aprecio por la casa de la avenida Inverness, un estrecho edificio de dos plantas, mucho mas pequeno que las casas vecinas, y se alegro cuando finalmente la vendieron. Sin embargo, desde que se mudaron a Kinship, aquella casa habia adquirido en su mente las fabulosas proporciones de una Jerusalen o una Tara [16] perdidas-. Ha sido duro para ti.

– Ha sido muy duro -le dijo Marie a James.

– Siempre digo lo mismo, ?verdad?

Irene le guino un ojo a James y meneo tristemente la cabeza.

Despues de haber dedicado su vida a crear, legalizar y construir miles de familias en Ohio y el oeste de Pensilvania -a la macrogerencia de familias, por decirlo de algun modo-, el destino le habia reservado aquel melancolico final, lejos de los hijos que le quedaban, en un pueblo fantasma, con un marido que se pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en una cabana, construyendo aparatos para medir la resistencia electrica y reproducciones en miniatura del Kremlin para dar cobijo a las golondrinas.

– ?Donde estan los demas? -pregunte, y mire a mi alrededor.

Junto al tostador de pan, sobre un platillo de porcelana, estaba la pequena vela en recuerdo de Sam de la que Irv me habia hablado, con su minuscula y estatica llama. Llevaba una etiqueta con una inscripcion en letras azules que imitaban los caracteres hebreos pegada en diagonal y el precio -79 centavos- marcado con un rotulador fluorescente de color naranja.

– Deborah esta en el embarcadero -dijo Irene siguiendo mi mirada-. No ha movido un dedo para ayudar, por supuesto. Y creo que Philly… ?Sigue en el sotano?

– Claro. Jugando con Grossman -explico Marie-. El senor Grossman volvio a largarse anoche.

– ?El senor Grossman? -pregunto James-. ?Quien es?

– Estoy segura de que no tardaras en averiguarlo -dijo Irene poniendo los ojos en blanco. Me miro y anadio-: Y ya sabes donde esta Irv.

– En la cabana.

– ?Donde, si no?

– Entonces voy a saludarlo con James.

– Buena idea -dijo Irene. Se aparto un mechon de pelo humedo de los ojos con el antebrazo e hizo un gesto de desesperacion que abarcaba todos los cazos, cuencos de loza y cascaras de huevo esparcidos por la cocina-. Me temo que todavia tenemos para varias horas.

– ?Oh, vamos! -intervino Marie-. No es para tanto.

– Por cierto -dijo Irene, y miro a James-. ?Que edad tienes?

– ?Eh? -exclamo James, sobresaltado. Llevaba un rato contemplando la modesta pero omnipresente vela que los Warshaw habian encendido para conmemorar el aniversario del fallecimiento de Sam Warshaw-. Veinte. Casi veintiuno.

– Bueno, entonces eres el mas joven. -Irene intento usar un tono animado, propio de un simple comentario amable, pero le salio una voz sepulcral, y era evidente que se estaba preguntando como era posible que un extrano de veinte anos envuelto en un abrigo apestoso resultase ser el mas joven de la casa. Por consideracion, ni ella ni yo miramos a Marie, quien, me percate, era la depositaria de sus ultimas esperanzas de ver nacer un nieto-. Tendras que recitar las cuatro preguntas del seder.

– Estupendo -acepto James, que se encogio aun mas bajo el abrigo-. Lo hare con sumo gusto.

– A Philly le encantara -dijo Marie con un tono que tambien sono ligeramente sepulcral.

– Entonces, todo solucionado. -Pose una mano sobre el hombro de James y nos encaminamos hacia la puerta. Ya en el lavadero me volvi-. Oh, por cierto -dije en un tono que confie que sonase ligero y despreocupado, sin asomo de afliccion marital-, ?donde esta Emily?

– Oh, en el embarcadero con Deb -dijo Marie-. Estan charlando.

– Charlando -repeti. Como Deborah Warshaw habia dedicado la mayor parte del invierno a divorciarse de su tercer marido, estaba seguro de que debian tener mucho de que hablar-. Muy bien, estupendo.

– Grady -dijo Irene. Dejo la cuchara que llevaba en la mano, se me acerco, me cogio las manos y me miro con aire esperanzado y cierta impaciencia-. Me alegro de que hayas venido. -Senalo con un gesto de la cabeza hacia la cabana y anadio-: Ya sabes lo feliz que hace que se sienta Irv.

– ?Y Emily? -quise saber.

– Por supuesto, Emily tambien. ?Por que lo preguntas? No seas tonto.

Sonrei. Supuse que Irene estaba dando muestras de un profundo espiritu de abnegacion, algo que hoy dia se considera pasado de moda. Siempre me ha resultado dificil ver la diferencia entre la abnegacion y lo que antes se conocia como esperanza.

– No creo que sea una pregunta tonta -dije, algo aturdido por la intensidad del optimismo de Irene. De pronto me parecio que no era del todo imposible que mi corazon, aquel timonel desquiciado agarrado al timon en la cabina del piloto de mi caja toracica, me hubiese guiado hasta Kinship con la unica finalidad de reconciliarme con mi esposa-. No estoy tan seguro de que le vaya a entusiasmar verme por aqui.

Irene puso los ojos en blanco y se acerco para darme un carinoso cachete en la mejilla.

– Espero que no hagas demasiado caso de las cosas que este hombre te explique -le dijo a James. Metio la mano en el bolsillo del guardapolvo, saco otro pollito de chocolate, lo desenvolvio, lo decapito cruelmente de un mordisco y, una vez mas, volvio a guardarse el resto en el bolsillo. Debia de tenerlo repleto de cuerpecitos mutilados.

James y yo atravesamos el lavadero y salimos al jardin.

– ?Que sucede, James? -le pregunte-. Pareces un poco alterado.

Llevaba las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo, y al volverse hacia mi pude ver una expresion de terror en sus ojos.

– ?Cuatro preguntas sobre que? -inquirio.

Al llegar la primavera, como de costumbre, el pequeno lago de los Warshaw se habia desbordado hasta convertir su jardin trasero en una zona pantanosa. Los rosales que constituian el imperio de Irene estaban anegados; el bebedero de piedra para los pajaros se habia tumbado y lo cubria el agua, y la estatuilla del Gautama Buda que habia colocado para que vigilase sus plantas estaba hundida en el barro hasta sus divinos pezones y nos contemplaba imperturbable desde detras de una azalea. Recorri cojeando con James el chapucero sendero de tablones construido por Irv, que partia de la puerta trasera de la casa, atravesaba el anegado jardin y llevaba hasta la grisacea cabana que los antiguos utopistas habian construido para tener la carne y los melones frescos en verano. El sendero, como todo lo que construia Irv, era complicado y estrambotico, un caotico montaje de tablones, maderas y troncos fijados precariamente con clavos siguiendo un ambicioso proyecto que preveia pilotes, pretil e incluso un pequeno banco a mitad de camino, y aquella estructura se hacia mas compleja cada ano. Yo estaba convencido de que un simple dique de sacos de arena colocados estrategicamente alrededor del lago resultaria mucho mas efectivo, pero la mente de Irv no funcionaba asi. Mientras avanzabamos con ruidosos pasos por el sendero, llegaron a mis oidos desde la cabana los brillantes

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