redescubierto, como solo un numero sorprendentemente escaso de hombres hace, que el secreto para la completa felicidad de un varon es un chale bien equipado. En una ocasion tratamos de calcular cuantas horas se habia pasado alli desde su jubilacion, y contando por lo bajo llegamos a estimar que unas veinte mil. Creo que Irene habria multiplicado por dos la cifra.
– Ven aqui. -Irv aparto mi libro y dio una palmada en el brazo de su butaca, lo que levanto una espesa nube de polvo-. Pon aqui el pie. Y tu, James, sientate, por favor.
Me apoye en su hombro para mantener el equilibrio y puse el pie sobre la butaca. Me subi el dobladillo de los tejanos y, con sumo cuidado, me baje el calcetin. No me habia preocupado de vendarme de nuevo la herida, y al verla me estremeci. Las cuatro marcas del tobillo se habian ennegrecido y arrugado. Alrededor de los mordiscos la carne estaba hinchada y rojiza, y sembrada de manchas amarillentas. Aparte la vista. Sin saber por que, me sentia avergonzado.
– Tiene muy mal aspecto -dijo James.
– Se ha infectado -opino Irv mientras se agachaba para examinar las heridas mas de cerca.
Olia a brillantina, cuero y sudor, con lo que se mezclaba la fragancia -entre piel de naranja y Listerine- de Lucky Tiger, la locion para despues del afeitado que se ponia en las ocasiones especiales. Yo seguia de pie, con los ojos cerrados, aspirando aquel olor familiar. Me pregunte si seria la ultima vez que lo oleria.
– ?Cuando te ha mordido el perro?
– Anoche -dije. Realmente, parecia que hiciese mucho mas tiempo-. Pero estaba vacunado y demas -anadi, porque me parecio razonable suponerlo-. Bueno, ?que mosca te ha picado para leer esa vieja novela?
– La vi en la biblioteca ayer por la tarde. -Se encogio de hombros-. Estaba pensando en ti. -Me dio una palmada en la rodilla, y el golpe me hizo sentir una punzada de dolor en el tobillo-. No te muevas. Te voy a limpiar la herida.
Se enderezo y fue hasta su laboratorio. Permaneci inmovil, contemplando un mapa de Marte del National Geographic que Irv habia clavado en la pared con chinchetas, justo encima de la butaca. Tuve que contener unas lagrimas de agradecimiento por su solicitud.
– Bueno, James -dijo Irv mientras rebuscaba ruidosamente en cajones y armarios, sacaba botellas, leia las etiquetas y las volvia a guardar-, deduzco que te entusiasma Frank Capra.
Me quede perplejo; estaba seguro de que nunca le habia hablado de James Leer y su cinefilia. Mire a James, que estaba de pie junto a la butaca, con el ejemplar de
– Es…, uh…, es uno de mis cineastas favoritos -reconocio James-. Quiero decir que lo era. Murio el otono pasado.
– Lo se.
Irv volvio con un poco de algodon, una botella de alcohol, unas cuantas gasas, un rollo de esparadrapo y un tubo de unguento antibiotico bastante aplastado y enrollado. Se inclino poco a poco hasta arrodillarse sobre la rodilla en la que llevaba la protesis.
– ?Oooh! -gimoteo mientras la doblaba-. ?Caramba!
Destapo la botella de alcohol, empapo el algodon y empezo a desinfectarme las heridas dando toques suaves. Me estremeci.
– ?Pica?
– Un poco.
– ?Te lo has hecho con una navaja? -le pregunto a James al tiempo que giraba la cabeza para mirarlo.
James parecio sentirse atrapado.
– Con una aguja -respondio.
– ?De que demonios estais hablando?
– De su mano -me aclaro Irv-. Tiene grabado el nombre de Frank Capra. Ensenaselo.
James dudo unos instantes y despues saco lentamente la mano izquierda de detras del libro. Entonces vi las leves marcas rosadas que debian de haber sido letras grabadas en el dorso de la mano. Hasta entonces nunca me habia fijado en ellas.
– ?Realmente pone «Frank Capra» en tu mano, James? -le pregunte.
Asintio y dijo:
– Me lo hice el dia que murio, el tres de septiembre.
– ?Joder! -Menee la cabeza y mire a Irv-. Es un fanatico del cine -le comente.
Irv se puso un poco de unguento en la punta del dedo indice.
– Hay que serlo para hacerse eso -dijo.
Extendio con suma delicadeza el unguento sobre las heridas. Se me ocurrio pensar que, bien mirado, las cicatrices que me quedarian en el tobillo no se habian producido de una manera mucho mas razonable que las de la mano de James.
– Bueno -le dije a Irv al cabo de un minuto-. ?Que te parece?
– ?Que?
– El libro.
– Ya lo habia leido.
– Si, pero ?que te ha parecido esta vez?
– Es una obra de juventud -dijo, no sin benevolencia-. Me ha hecho recordar como me sentia cuando era joven.
– Tal vez deberia releerlo.
– ?Tu? No me parece que corras ningun riesgo de envejecer prematuramente. -Este comentario no me sono como un cumplido-. ?De quien era el perro que te ha mordido?
– Oh, de la rectora -le dije, y volvi a contemplar el mapa de Marte-. Ayer noche hubo una fiesta en su casa.
– ?Y no te van a echar de menos en el festival literario? -pregunto Irv mientras se apartaba un poco para echar un vistazo a las heridas-. Tus alumnos.
– Volvere manana -dije-. Ademas, he traido conmigo a uno de ellos.
– Muy inteligente por tu parte -comento Irv-. Recuerdos a la rectora. Una mujer encantadora.
– Aja -dije con la mirada perdida en un imponente crater marciano denominado Nix Olympica.
Llamaron a la puerta.
– ?Quien es? -pregunto Irv.
– ?Hola, papa! ?Hola, Grady!
Era Philly, o mas bien su cabeza y la parte superior de su torso que asomaban por la puerta de la cabana mientras sus dedos agarraban la jamba como para evitar darse de bruces contra el suelo. Si bien en el pasado habia sido testigo de alguna que otra muestra de mutuo afecto entre ellos, los hombres de la familia Warshaw solian tratarse con cierto despego y parecian sentirse cohibidos si estaban juntos. Irv tenia su cabana, y el territorio de Philly, cuando iba a aquella casa, era el sotano. En lo posible, se mantenian a cierta distancia el uno del otro.
– Este es James -le presente.
Philly saludo con la cabeza y dijo:
– ?Hola! ?Dios mio, Grady, que te ha pasado en la pierna!
– Me he cortado al afeitarme.
Contemplo como Irv desplegaba una gasa y la cortaba a la medida adecuada con los dientes.
– ?Habeis visto las tetas de Deb?
– Si -respondi-. Las hemos visto.
Sonrio y dijo:
– Bueno, escucha: uh, mama me ha enviado a preguntarle a nuestro huesped si querria venir a ver a Grossman.
– ?Quieres ir, huesped? -le pregunte a James.
– No lo se -respondio, y miro a Philly con cautela. Philly Warshaw era un chico apuesto, delgado, con la piel de color te con leche y una mandibula perfecta. Vestia una inmaculada camiseta blanca y tejanos. Llevaba el pelo, espeso y erizado, muy corto y en los antebrazos se le marcaban las venas-. ?Quien es?
– Una serpiente, tio -le informo Philly-. Una jodida boa constrictora.