– Ya veo, pero entonces, ?por que hablas conmigo?

– Por Hermana de las tinieblas -respondio-. No me he dado cuenta hasta al cabo de varias paginas, ?sabes? Ha sido con lo del angulo de las entradas en la frente del protagonista, que «desequilibraba ligeramente el resto de su cara».

– Me habra venido a la cabeza -admiti-, porque lo he escrito sin consultar el original.

– Pues tienes una memoria enfermiza.

– Pero al menos tengo talento.

– Tal vez si -dijo, y bizqueo para contemplar la llama de la cerilla que acababa de encender al tiempo que protegia con una mano el cigarrillo sin filtro que sostenia entre los labios. En aquella epoca fumaba Old Gold. Actualmente se ha pasado a otra marca, baja en alquitran y de cajetilla azul claro; cigarrillos de mariquita, los llamo cuando quiero hacerle rabiar.

– Si no tienes talento, ?como conseguiste que te admitieran en la asignatura? -le pregunte-. ?No tuviste que presentar una muestra de tus textos?

– Antes si que lo tenia -respondio mientras apagaba la cerilla sacudiendo despreocupadamente la mano-. Escribi un buen relato, uno solo. Pero eso no me preocupa. No pretendo convertirme en escritor. -Entonces se callo un momento, a la espera de que sus palabras hicieran mella. Me dio la impresion de que llevaba mucho tiempo esperando poder mantener aquella conversacion. Me lo imagine en su casa, lanzando sofisticados penachos de humo a su imagen en el espejo de su dormitorio, mientras se retocaba una y otra vez la bufanda de cachemir-. Me inscribi para aprender todo lo que pueda no solo sobre la escritura, sino tambien sobre los escritores. -Se recosto en el asiento y empezo a desanudarse la bufanda-. Pretendo convertirme en el Max Perkins1 de nuestra generacion.

Su expresion era seria y solemne, pero en su mirada seguia habiendo un ligero aire de mofa, como si me estuviese retando a admitir que no sabia quien era Maxwell Perkins. [5]

– ?Ah, si? -dije yo, decidido a responder a su pomposidad y arrogancia con identicas armas. Habia dedicado largas horas a impresionar a mi espejo con agudezas e intrepidas miradas de escritor. Tenia un jersey de pescador griego, y cuando me lo ponia me halagaba pensar que mi frente se parecia a la de Hemingway-. Bueno, pues yo pretendo ser el nuevo Bill Faulkner.

Sonrio y dijo:

– Pues te queda mucho mas camino por recorrer que a mi.

– ?Vete a la mierda! -replique, y le cogi un cigarrillo del bolsillo de la camisa.

Mientras nos bebiamos los cafes, le hable de mi y de mi errabundeo de los ultimos anos, adornando el relato con impudicas referencias a desmelenados aunque imprecisos escarceos sexuales. Note que reaccionaba con cierta incomodidad cuando le hablaba de chicas y le pregunte si salia con alguna, pero ante su monosilabica respuesta, cambie rapidamente de tema. Le explique la historia de Albert Vetch, y al acabar, comprobe que le habia emocionado.

– Entonces… -dijo con aire solemne. Metio la mano en el bolsillo de su abrigo y saco un delgado libro encuadernado en cartone con sobrecubierta de color ante. Me lo ofrecio, sujetandolo con ambas manos como si se tratase de una taza llena hasta el borde- debes haber visto esto.

Era una antologia, publicada por Arkham House, de los veinte mejores relatos de August Van Zorn.

– Las abominaciones de Plunkettsburg y otros relatos -lei-. ?Cuando se ha publicado?

– Hace un par de anos. Es una editorial especializada. No es facil de encontrar.

Hojee algunas de las paginas de bordes cortados a mano del libro que Albert Vetch no vivio lo suficiente para ver publicado. En las solapas habia un texto laudatorio y una sorprendente fotografia del hombre sencillo, culto y miope que durante anos, en su habitacion de la torre del Hotel McClelland, habia bregado con oscuros remordimientos, con la vacuidad de la existencia y con los estragos del mal de las noches pasadas en vela. Desde luego, nada de eso era evidente en la fotografia. En ella tenia un aspecto relajado y hasta parecia un hombre apuesto, con ese cabello ligeramente despeinado que parece el mas idoneo para un especialista en Blake.

– Quedatelo -me ofrecio Crabtree-, ya que lo conociste tan de cerca.

– Gracias, Crabtree -dije, lleno de nuevo de un subito e irracional afecto hacia aquel individuo pequeno y delgaducho, con su bufanda, su torpeza y sus calculadas exhibiciones de arrogancia y desden. Exhibiciones que, por supuesto, con el tiempo dejaron de ser premeditadas y se transformaron en una actitud inconsciente que no provocaba precisamente una admiracion universal-. Tal vez algun dia seas mi editor, ?eh?

– Tal vez -dijo-. Desde luego, vas a necesitar uno.

Sonreimos y nos dimos la mano, y entonces la chica a la que habia tratado de evitar se me acerco por la espalda y me tiro un jarro de agua con hielo por la cabeza, con lo que empapo no solo mi persona sino tambien el libro de August Van Zorn, que quedo completamente destrozado; bueno, al menos asi es como lo recuerdo.

Las dos varillas del limpiaparabrisas jugaban a perseguirse sin fin mientras permaneciamos sentados dentro del coche en la calle Smithfield, fumando un canuto de la marihuana californiana, esperando a que mi tercera esposa, Emily, saliese del edificio Baxter, donde trabajaba como redactora de una agencia de publicidad. El principal cliente de Richards, Reed & Associates's era una marca muy conocida en la zona de salchichas polacas famosas por sus generosas dimensiones, lo cual convertia la redaccion de los esloganes publicitarios en un trabajo sencillo, pero delicado. Vi que la secretaria de Emily asomaba por la puerta giratoria y abria el paraguas, y tras ella aparecieron sus amigos Susan y Ben, y un individuo cuyo nombre habia olvidado pero al que habia visto disfrazado de salchicha en una fiesta navidena que celebraron los de la agencia un par de anos atras. A esa hora, montones de personas salian del edificio y se dispersaban por el grisaceo atardecer: dentistas, podologos, gestores administrativos, el etiope de aspecto triston que vendia flores marchitas en un pequeno quiosco del vestibulo; todos alzaban la vista, se cubrian la cabeza con un periodico abierto y sonreian ante la perspectiva de darse una vuelta por el centro de la ciudad aquella lluviosa tarde de viernes. Pero pasaron quince minutos y Emily seguia sin aparecer, a pesar de que los viernes siempre me esperaba a la puerta cuando pasaba a recogerla, asi que finalmente tuve que admitir lo que me habia pasado el dia entero intentando negar: Emily me habia abandonado aquella manana. Al despertarme, me encontre con una nota pegada a la cafetera, encima del marmol de la cocina, y descubri que sus cajones y armarios roperos estaban vacios.

– Crabtree -dije-. Me ha abandonado, tio.

– ?Que?

– Que me ha abandonado. Esta manana. Ha dejado una nota. Ni siquiera se si ha ido a trabajar. Creo que debe de haber ido a casa de sus padres. Esta a punto de empezar la Pascua judia; manana es la primera noche. -Me volvi y mire a la senorita Sloviak, sentada en el asiento trasero al lado de Crabtree, ya que, en teoria, Emily debia sentarse delante conmigo. Y ahi detras estaba tambien la tuba, que yo no sabia muy bien como habia llegado hasta alli. Ni siquiera sabia si realmente era o no de la senorita Sloviak-, En total son ocho. Ocho noches.

– ?Esta de guasa, o que? -le pregunto a Crabtree la senorita Sloviak, que durante el trayecto desde el aeropuerto parecia haberse retocado el maquillaje, pero con tal torpeza que todo el estaba desplazado unos tres centimetros hacia la izquierda de sus ojos y labios, de forma que su rostro parecia una foto movida y borrosa.

– ?Por que no nos has dicho nada, Tripp? Quiero decir que ?por que hemos venido hasta aqui?

– Supongo que yo… No lo se. -Me volvi hacia el parabrisas y escuche el murmullo de la lluvia sobre la capota del coche, un Galaxie del 66 verde, descapotable, que tenia desde hacia algo menos de un mes. No me quedo otro remedio que aceptarlo como reembolso de una considerable suma de dinero que en un imperdonable desliz habia accedido a prestarle a Happy Blackmore, un viejo companero de borracheras que colaboraba en la pagina deportiva del Post-Gazette y ahora estaba en algun lugar de los montes Blue Ridge de Maryland, en un centro de rehabilitacion para perdedores impenitentes, representando el ultimo acto de un espectacular colapso emocional y financiero. En cuanto a su Ford, era un coche viejo y elegante, con una imprevisible transmision, un desastroso sistema electrico y aquel asiento trasero que parecia ofrecer unas posibilidades casi infinitas. A decir verdad, no queria saber lo que acababa de pasar ahi atras.

– Pensaba que quiza, simplemente, eran imaginaciones mias -dije. Mi condicion de consumidor habitual de marihuana durante anos me habia acostumbrado a que hasta los fenomenos mas espantosos, vueltos a

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