– ?Hola? -dije.
La casa estaba desierta. Di una vuelta por la planta baja, fui de la sala a la cocina y me abri paso por las puertas batientes hasta el comedor. Por todas partes habia signos de una reciente presencia de gente: vasos de plastico con marcas de carmin, ceniceros llenos de colillas, algunos sombreros y sudaderas tirados de cualquier manera, e incluso un par de zapatos. Toda la escena estaba impregnada de una extrana calma despues de la batalla, como tras la accion de un rayo mortal o una nube toxica.
– ?Hay alguien en casa? -grite hacia el piso de arriba, y empece a subir las escaleras. Mi llamada no obtuvo respuesta.
Desde el pelo me resbalo por la nuca una gota de lluvia, y senti que un estremecimiento me recorria la espina dorsal. La puerta de la entrada seguia abierta y las susurrantes risotadas de la lluvia que repiqueteaba en los arboles y los charcos creaba una extrana armonia con el claque de esqueletos danzantes del vibrafono. Una casa vacia, un hombre necio y temerario subiendo las escaleras al encuentro de su fatal destino, la espectral musica de una orquesta de diablillos y esqueletos: me habia convertido en el protagonista de un relato de August Van Zorn. Tal vez, pense, nunca habia sido otra cosa a lo largo de mi vida. De pronto, a mis espaldas se oyo un ruido sordo, como de un cuerpo golpeando contra el suelo. Pegue un bote y me volvi rapidamente, preparado para ser devorado por las babeantes fauces del mismisimo Principe de las Tinieblas. Pero era solo la tuba, que se habia volcado en el porche; o eso, o trataba de moverse por si misma.
– No puedo dejarte sola ni un momento -le dije, bromeando solo a medias.
Baje rapidamente las escaleras y me quede en el recibidor, muy quieto, sin perder de vista la tuba e intentando descifrar que debia de haber pasado y por que todo el mundo se habia ido. Desde donde estaba veia la cocina, y a traves de sus ventanas descubri que en el jardin trasero habia una luz encendida. Entre en la cocina y aplaste la cara contra el cristal de una ventana. En el interior del invernadero de Sara brillaba uno de los neones de tenue luz violeta. Era perfectamente posible que en algunas ocasiones Sara dejase encendida a proposito alguna de las luces del invernadero, y bastante improbable que hubiese elegido aquel preciso momento para echar un vistazo a sus guisantes. A pesar de todo, me subi la chaqueta hasta cubrirme la cabeza y cruce el jardin chapoteando a la carrera. Llame a la puerta del invernadero con los nudillos un par de veces y despues la abri y me deje aspirar por aquella extrana casa de cristal con su hedor a abono a base de pescado, flores y putrefaccion. Era la primera vez que entraba alli de noche. Solo habia un neon encendido, al fondo. Me quede inmovil unos instantes, tratando de adaptarme a la escasa luz y a la densidad del aire, recargado de un olor, mezcla de vainilla rancia y dulzona podredumbre, que identifique como el aroma de los narcisos. Era tan abrumador, que casi podia oirlo zumbar en mis oidos como si de un enjambre de abejas se tratase.
– ?Sara? -llame.
El murmullo de las flores parecia ir en aumento a medida que avanzaba por el invernadero, pero al llegar al eje central descubri que el origen no estaba en el efecto que sobre mis nervios pudiese ejercer el denso perfume del lugar, sino en los irregulares y grotescos ronquidos de un maestro contemporaneo del arte del relato. Echado en el viejo sofa purpura, bajo la palmera plantada en un tiesto, Q. dormia profundamente. Los faldones de la camisa le colgaban por encima del pantalon, tenia la bragueta abierta y en los pies llevaba tan solo unos calcetines de fantasia con la puntera roja, manchados de tierra. Asi que los zapatos de la sala eran los suyos. Incluso en suenos, Q. y su
Q. abrio los ojos.
– ?No! -grito, y levanto las manos como para defenderse de mi.
– Tranquilo, tio -le dije-. Todo va bien.
Se incorporo.
– ?Donde estoy? ?A que huele?
– Es la respiracion de las plantas -le explique-. Estas en el invernadero de Sara.
Se froto la cara y se palmeo las mejillas. Despues echo un vistazo a su alrededor durante el cual se detuvo a contemplar las puntiagudas hojas de la palmera y sus calcetines sucios. Meneo la cabeza.
– No -dijo.
– No tienes ni idea de como has llegado hasta aqui, ?verdad?
– Ni la mas remota.
Le aprete levemente el hombro, para animarlo.
– De acuerdo -dije-. Trata de responderme a esto: ?tienes idea de adonde se ha ido toda la gente de la fiesta? -Senale hacia la casa con la cabeza-. No queda ni un alma, y parece que los invitados se han largado precipitadamente. Hay vasos, cigarrillos y demas tirados por todas partes. -Consulte el reloj. Faltaba poco para las nueve-. Diria que la fiesta ha terminado antes de lo previsto.
– Si…, uh…, bueno… -empezo, todavia algo confuso-. Sara… -Asintio con la cabeza-. Sara los echo a todos.
– ?Sara? -No podia imaginarmela haciendo algo tan bochornoso con toda aquella gente; era un comportamiento que chocaba frontalmente con la imagen de ecuanimidad que como rectora se habia construido con tanto cuidado-. No parece propio de ella. -Solo se me ocurria una posible explicacion: habia decidido de una vez por todas deshacerse del fruto de mi semilla que crecia en sus entranas. De pronto se apodero de mi la irracional certeza de que ya lo habia hecho: tras echar a patadas a todo el mundo de su casa, sola e histerica, se habia dirigido en coche a una sordida clinica abortista en algun barrio poco recomendable de la ciudad-. ?Por que lo ha hecho?
– No lo recuerdo -dijo Q., y entonces lo recordo. Me miro con ojos como platos que pedian clemencia, como si me hubiesen enviado a darle su merecido por lo que fuese que hubiera hecho. Bajo la cabeza y anadio-: Creo que le rompi la nariz a Walter Gaskell.
– Bromeas, ?no? ?Oh, Dios mio!
Se puso a la defensiva.
– Bueno, tal vez no. -Se pellizco la punta redondeada de la nariz-. Apenas le di. -Asentia con la cabeza para si a medida que iba recordando los detalles-. Practicamente ni le roce con la punta.
– ?La punta?
– Estaba probando uno de sus bates. Uno enorme, que pesaba mas de un kilo, amarillo y lleno de manchas. Parecia una especie de viejo colmillo de elefante. Pertenecio a Joe DiMaggio. -Al recordarlo, se relajaron un poco los musculos de su rostro-. Una autentica hermosura.
– Ya se a cual te refieres -dije.
– Y, en cierto modo, todavia emana de el mucha energia. Cuando lo coges, sientes como si hubiese algo muy poderoso en su interior tratando de salir.
– Supongo que asi es -concedi-. Y supongo que fue eso lo que le rompio la nariz a Walter.
– Aja -dijo Q., y ladeo un poco la cabeza. Su voz se hizo mas aguda-. Al menos, no lo
– Es un detalle a tener en cuenta -dije-. Bueno, y entonces que, ?ella lo acompano al hospital? Me refiero a Sara.
Habia ido hasta alli en su busca, y probablemente habia estado todo el rato en urgencias.
– No lo se. El sangraba y gritaba, y probablemente yo tambien gritaba un poco. De pronto, entro Sara y discutieron a voz en grito durante un rato. Lo siento, pero no recuerdo sobre que discutian. Entonces ella echo a todo el mundo de su casa. Si no esta alli, no tengo ni la mas remota idea de adonde puede haber ido.
Q. enarco una ceja y con la peluda barbilla senalo vagamente hacia la puerta del invernadero. Sonrio. Lo mire sin entenderlo. De pronto, percibi en su mirada un destello de malicia de su
– ?Hola, Grady! -saludo Walter.