Surgio de entre las sombras del invernadero, con el bate manchado de brea de Joe DiMaggio colgando de una mano. Era una pieza que habia adquirido el pasado otono, en pleno apogeo de su frenesi coleccionista. Tan intenso era, que se olvido del cumpleanos de Sara, y lo unico que se le ocurrio fue echar mano del bate de madera de fresno como poco convincente e insincero regalo. Una decision que resulto ser un golpe fatal para la salud de su matrimonio, al menos por lo que a Sara concernia. Si algun dia decidia abandonar a su marido de modo definitivo, la historia de ese bate, nominalmente suyo, seria uno de los reproches que le echaria en cara. Era uno de los bates que, segun se decia, habia utilizado DiMaggio en los miticos partidos de 1941; al parecer, uso muy pocos, y por ello eran merecedores de particular devocion, cosa que intente hacerle comprender a Sara. Con la otra mano Walter sostenia una bolsa de hielo a cuadros apretada contra el caballete de su nariz. Su camisa gris estaba manchada de sangre.

– ?Hola, Walter! -dije.

– Siento lo de tu nariz, Walter -se disculpo Q.-. Debia de estar muy borracho.

Walter asintio y dijo:

– Lo superare.

– Y yo… -intervine-. Uh… Ya se que te parecera una imbecilidad que lo diga a estas alturas, Walter, pero quiero que sepas que tambien siento mucho todo lo que ha pasado. Estoy muy avergonzado. -Hice una pausa para humedecerme los labios. La verdad es que no estaba tan avergonzado, ni mucho menos; simplemente, trataba de evitar que Walter me partiera la cara con el bate-. Yo… ?Ojala pudiese reparar todo el dano que te he hecho!

– No creo que puedas conseguirlo nunca, Grady -dijo Walter. Golpeo suavemente el bate contra su muslo, mientras sus dedos jugueteaban con la vieja y gastada cinta aislante que recubria la empunadura. Recuerdo que no parecia irritado, ni especialmente predispuesto a ajustar cuentas, ni satisfecho, como sucede en las peliculas cuando un personaje que lleva tiempo pensando en la venganza deja que asome a sus labios una sonrisa perversa. Por el contrario, tenia ojeras, una bolsa de hielo aplastada contra la nariz y, sobre todo, la expresion preocupada de un jefe de departamento tras una trifulca nocturna con el gabinete de contabilidad provocada por el brutal recorte de los presupuestos de sus cursos para el proximo ano-. El departamento va a tener que abrirte un expediente disciplinario, por supuesto.

– De acuerdo -acepte-. Me parece justo.

– Y es probable que pierdas tu plaza de profesor. Por mi parte, desde luego, hare todo lo posible para que te despidan.

Mire a Q., que fijaba la vista alternativamente en Walter y en mi con aparente tranquilidad, aunque crei entrever una ligera mueca de frustracion en su rostro. Supuse que habria dado cualquier cosa por tener a mano un boligrafo para tomar notas.

– ?Eres un maldito farsante, Grady! En todo el tiempo que llevas aqui no has escrito ni una sola linea! -me espeto Walter. Y, suavizando un poco el tono, anadio-: Creo que hace ya siete anos, practicamente ocho. -Nombro a dos de mis colegas en el departamento-. En los ultimos siete anos, entre los dos han publicado nueve libros. Y uno de los de ella gano un Premio Nacional, como sin duda sabes. Y tu, Grady, ?que has hecho?

Esa era la gran pregunta, la acusadora pregunta que llevaba tanto tiempo esperando sin haber sido capaz de dar con una respuesta adecuada. Baje la cabeza.

Q. se aclaro la garganta y matizo, muy apropiadamente:

– Supongo que te refieres a que ha hecho aparte de acostarse con tu mujer.

Walter aparto la bolsa de hielo de su nariz y la dejo caer al suelo. Levanto el bate y empezo a moverlo describiendo pequenos arcos entre Q. y yo. Lo agarraba con ambas manos, moviendo los dedos sobre la empunadura. Tenia la cara hinchada y manchada de sangre, pero habia una mirada sosegada en sus ojos azules como los de Doctor Dee.

– ?Vas a golpearme con eso? -pregunte.

– No lo se -respondio-. Es posible.

– Adelante -le dije.

Y lo hizo. En mi opinion, la mayor parte de la violencia entre los hombres es, de una u otra forma, consecuencia de la ligereza con que utilizan los comentarios mordaces. Le dije que adelante, y me tomo la palabra, dispuesto a partirme la crisma con el historico bate. Levante un brazo para protegerme, pero aun asi se las arreglo para asestarme un golpe oblicuo en la sien izquierda. Mis gafas salieron volando. Oi un ruido como de una roca enorme estrellandose contra una plancha metalica, vi algo semejante al fogonazo de un flash y en mi retina florecio y se marchito una luminosa rosa. Senti dolor, pero no tanto como me habia imaginado. Despues de parpadear varias veces, recogi mis gafas, me las coloque sobre el caballete de la nariz, me enderece y, con la exagerada dignidad de un tambaleante borracho, me aleje. Por desgracia para mi esforzada escenificacion de imperturbabilidad y autocontrol, me equivoque de direccion y acabe en la otra punta del invernadero, donde se me enredaron las piernas en un rollo de tela metalica y cai de bruces.

– ?Grady? -grito Walter. Por el tono de su voz parecia sinceramente preocupado.

– Estoy bien -dije.

Me libere de la tintineante trampa de alambre y me dirigi hacia donde recordaba que estaba la puerta. De camino a la salida cruce el eje central del invernadero, y al pasar junto al sofa purpura me detuve un momento.

– Espero que no hayas perdido detalle -le dije a Q.

Asintio. Me parecio que estaba un poco palido.

– Quisiera hacerte una pregunta -anadi, senalando su mano-. ?Que pone ahi?

Miro la borrosa inscripcion en tinta azul sobre el dorso de su mano izquierda y fruncio el ceno. Tardo varios segundos en recordar de donde habia salido aquello.

– Pone «Frank Capra» -dijo, y se encogio de hombros-. Es algo que vi anoche; creo que de ahi podria salir una novela.

Asenti y le tendi la mano; me la estrecho. Al avanzar hacia la puerta estuve a punto de rozar a Walter Gaskell, y al apartarme me tambalee un poco. Levanto una mano para sostenerme, y, por un instante, estuve a punto de desmayarme en sus brazos, pero rechace su ayuda y cruce a grandes zancadas el jardin, que parecia girar a mi alrededor, camino de la casa.

Subi por las escaleras del porche trasero y atravese la casa, sintiendome un poco menos aturdido a cada paso que daba. Al llegar al porche delantero comprobe que la tuba seguia alli, esperandome. Casi me alegre de verla. Me quede alli, iluminado por la luz que salia de la puerta abierta que tenia a mis espaldas y se desparramaba hacia la calle, mientras la lluvia se deslizaba por los cristales de mis gafas y las aletas de mi nariz, tratando de reunir el animo necesario para emprender el camino de regreso a mi casa vacia en la calle Denniston. Eche un vistazo al recibidor para comprobar si, por casualidad, alguien se dejo olvidado un paraguas o habia alguna cosa con la que, al menos, pudiese cubrirme la cabeza. No vi nada que resultase adecuado. Me volvi, respire profundamente y levante la tuba por encima de mi cabeza para resguardarme un poco de la lluvia. Y asi emprendi el camino de regreso a casa. Pero la tuba pesaba demasiado para llevarla mucho rato de aquel modo, asi que no tarde en bajarla y seguir adelante empapandome. La ropa empezo a parecerme mas pesada, los zapatos rechinaban a cada paso y los bolsillos de la chaqueta se llenaron de agua. Finalmente, decidi sentarme sobre la funda de la tuba y esperar, como un hombre agarrado a un tonel vacio, a que me arrastrase la riada.

La riada, pense. Ese era el verdadero final que siempre habia pensado para Chicos prodigiosos. Un dia de abril, tras un duro invierno, el rio Miskahannock se desbordaba y arrasaba la agitada ciudad de Wonderburg, Pensilvania. Para el ultimo parrafo tenia una idea muy concreta: una chica y una vieja jorobada avanzaban en una barca por el enorme recibidor de la mansion de los Wonder. Habia algo en esa imagen de la pequena barca que, cargada con todo lo que quedaba de la familia Wonder, se dirigia trabajosamente hacia la puerta de la mansion para perderse entre las ruinas y los restos flotantes del mundo, que me conmovia hasta las lagrimas. En un gesto automatico, me palpe los bolsillos tratando de encontrar un boligrafo y una hoja de papel para tomar algunas notas. Habia algo en uno de los bolsillos de la chaqueta. Eran las siete paginas supervivientes de Chicos prodigiosos, dobladas y mojadas. Las apoye contra uno de mis muslos y, con sumo cuidado, las desplegue y las alise.

– ?Y bien? -le dije a la tuba-. ?Que te parece si ponemos el punto final de una vez por todas?

Tome las siete hojas y me dispuse a plegarlas. Empece por las puntas superiores y las fui doblando hasta

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