convertirlas en un empapado y blando barquito de papel. Deposite la poco marinera embarcacion a mis pies, en la cuneta, y contemple como se escoraba y se deslizaba calle abajo, hacia el rio Monongahela primero y camino del mar abierto despues. Asi, tal como habian presagiado las profecias de las brujas y yo habia dejado escrito en un borrador de nueve paginas redactado una tarde de abril de hacia cinco anos, la riada se llevo los ultimos restos de las posesiones de los Wonder. Me puse en pie y descubri que se me habia despejado considerablemente la cabeza y que el aturdimiento que sentia en ella hacia un rato habia pasado, como si de corriente electrica se tratase, a mis extremidades. Las manos no me respondian bien, sentia las piernas inseguras y mi corazon parecia etereo. No estaba exultante de felicidad, precisamente; habia dedicado demasiados anos de mi vida a aquella novela, habia vertido en ella demasiados miles de ideas, situaciones y frases elegantemente resueltas, fruto todo ello de un arduo trabajo, para no sentir un profundo pesar al abandonarla definitivamente. Pero, a pesar de todo, me sentia ligero, como si me hubiese criado en los superpoblados barrios del planeta Jupiter y de pronto, rebosante de energia y entusiasmo, pudiese recorrer libremente las calles de Point Breeze dando saltos, cubriendo tres metros con cada zancada y con la tuba como unico lastre para evitar salir volando.

Despues de caminar un rato en direccion a casa, temblando, mientras en mi cabeza se repetian sin cesar los pensamientos que cabe esperar que se le ocurran a un hombre que acaba de ser aporreado con un bate del mismisimo Joe DiMaggio, un coche me adelanto e inmediatamente se detuvo junto al bordillo. Sus faros proyectaban unos haces de luz que iluminaban las gotas de lluvia haciendolas resplandecer. Era un Citroen DS23. La lluvia repiqueteaba sobre su capota de lona negra.

Sin abandonar la tuba, subi al bordillo, me agache un poco y eche un vistazo al interior del coche. Estaba iluminado por el debil resplandor ambar del tablero de mandos, y de la ventanilla abierta emanaba calor. Olia a una mezcla de ceniza mojada y lana humeda del abrigo de Sara. La radio emitia mensajes publicitarios con sordina. Cuando asome la cabeza, Sara me dirigio una mueca, abriendo mucho los ojos, para que supiese que estaba enfadada, pero que no habia perdido del todo el sentido del humor. Tenia el cabello mojado y echado hacia atras, y el rostro humedo y con restos del lapiz de labios naranja de alguna de sus invitadas en la mejilla.

– ?Quieres que te acompane a casa? -me pregunto con burlona afabilidad. Simulaba no estar nada sorprendida de haberme encontrado, pero, por el modo como mantenia la boca muy recta, y por cierta reveladora dilatacion de las aletas de su nariz, deduje que llevaba horas alarmada por mi desaparicion y aun no se le habia pasado el susto-. Te he buscado por todas partes -dijo-. Volvi al hospital. He ido a tu casa… ?Dios mio, Grady!, ?que te ha pasado en la cabeza?

– Nada -respondi, y me palpe la sien izquierda, que, a decir verdad, se habia hinchado considerablemente-. Bueno, Walter me ha atizado con un bate de beisbol. -Ademas, ahora que tenia ante mi algo concreto en que fijar la vista, me parecio que no controlaba del todo los movimientos de mi ojo izquierdo-. Estoy bien. Ya sabia que me tocaria recibir.

– ?Seguro que estas bien? -Entrecerro los ojos y me escruto. Trataba de descubrir si iba colocado-. Entonces, ?por que bizqueas?

– ?Como que bizqueo? Estoy bien, no voy colocado -le asegure, y, para mi sorpresa, repare en que era cierto-. Te digo la verdad.

– La verdad… -repitio Sara, dubitativa.

– Me encuentro estupendamente. -Eso tambien era cierto, excepto por lo que respectaba al estado de mi cuerpo en aquellos momentos-. Me alegro tanto de verte, Sara… Tengo tantas cosas que decirte… Me siento… Me siento tan ligero…

Empece a explicarle mi muerte simbolica, el ultimo viaje del barco llamado Chicos prodigiosos y la subita y magica ligereza de mi viejo corpachon jupiterino.

– Llevo mi maleta en el portaequipajes -me dijo Sara, interrumpiendome, como de costumbre, antes de que pudiese enturbiar las aguas de una conversacion importante con mis habituales divagaciones-. ?Emily va a volver a casa?

– No creo.

Sus ojos se volvieron a entrecerrar.

– No -dije-. No va a volver a casa.

– Entonces, ?puedo quedarme contigo? Por poco tiempo. Un par de dias. Hasta que encuentre algun sitio. Si -anadio rapidamente- es eso lo que quieres.

No dije nada. La lluvia arreciaba; la tuba me estaba dislocando el hombro, pero no me decidia a dejarla en el suelo, y Sara todavia no me habla ofrecido entrar en el coche. Tenia la sensacion de que de mi respuesta dependeria en gran medida que finalmente lo hiciese o no. Segui alli, empapado, recordando la promesa que le habia hecho al doctor Greenhut.

– Bueno, pues muy bien -dijo Sara, y metio primera. El coche empezo a avanzar lentamente.

– ?Espera un momento! -dije-. ?Para!

Se encendieron las luces traseras de frenado.

– ?De acuerdo! -dije mientras corria para alcanzarla-. ?Por supuesto que puedes quedarte conmigo! ?Me parece una idea estupenda!

Esperaba que despues de oir estas palabras me sonriese, me ofreciese entrar en el coche, me llevase a casa y me dejase sobre mi sofa favorito para poder dormir durante los proximos tres dias. Pero Sara no estaba dispuesta a dar por finalizadas las negociaciones tan facilmente.

– He decidido que voy a tenerlo -me informo, y contemplo mi cara para comprobar el efecto que me causaba su anuncio-. Por si te interesa saberlo.

– Si que me interesa.

Levanto las manos del volante, por primera vez en todo aquel rato, y las extendio en un peculiar gesto que resultaba mas elocuente y expresaba mejor su incertidumbre que un encogimiento de hombros.

– He pensado que seria una buena idea tenerlo -dijo-, si no voy a tener nada mas.

– ?Eso crees?

– Al menos de momento.

Me reincorpore, baje del bordillo y alce la vista para mirar el cielo a traves de la lluvia. Deje en el suelo el ultimo de mis agobios y abri la portezuela del coche.

– Entonces, supongo que no tengo por que seguir aferrandome a esta tuba -dije.

Uno de los mas extranos restos arrastrados por las aguas que hubo que limpiar tras la riada que me devolvio finalmente a la pequena ciudad que me vio nacer, fue la chaqueta de saten negro con el cuello de armino, los codos un poco gastados y a la que le faltaba un boton. Aunque por ley podia exigir de Walter que vendiese su querida coleccion para dividir los beneficios de la liquidacion, Sara le ofrecio renunciar a sus derechos sobre todo lo demas -las camisetas oficiales de competicion, los tres mil cromos de jugadores de beisbol y, por encima de todo, el bate manchado de brea- si el le cedia la chaqueta. Yo me habria sentido absolutamente feliz de no volver a verla nunca mas, pero para Sara era un recuerdo, al mismo tiempo ironico y emotivo, del fin de semana que sello nuestro destino. Todo lo demas se lo quedo Walter, que acepto desprenderse de un pequeno aunque significativo principado para poder mantener el resto de su inmenso imperio. Cuando tanto Sara como yo nos liberamos por fin de todos nuestros compromisos sociales y profesionales del pasado, nos casamos aqui, en el Ayuntamiento, en un acto celebrado por un juez de paz que era primo lejano de mi abuela. En la ceremonia, casi -aunque no del todo- como una broma, Sara lucio la chaqueta. No me parecio que fuese un buen presagio, pero se trataba de mi cuarto matrimonio y, por tanto, cualquier comentario sobre presagios estaba, hasta cierto punto, fuera de lugar.

Durante mas de un ano despues de que las paginas del manuscrito de Chicos prodigiosos saliesen volando por aquel callejon que daba a la parte trasera de Kravnik, Material Deportivo, fui incapaz de escribir una sola palabra. Meti los restos que sobrevivieron al catastrofico final de mi pieza de orfebreria -borradores de algunos capitulos, perfiles de personajes y fragmentos sueltos que habia descartado- en una caja de botellas de licor que guarde debajo de la cama. Mi vida habia sufrido importantes alteraciones y, tal vez porque tenia problemas de vision en el ojo izquierdo, me llevo mucho tiempo recuperar mi sentido del equilibrio narrativo y mi percepcion del mundo circundante como escritor. Trate largo y tendido con mi abogado y con buen numero de colegas suyos de Pittsburgh, deje de fumar marihuana y puse en juego lo mejor de mi mismo a fin de lograr ser un buen marido y un buen padre para mi hijo. Sara consiguio el puesto de jefa de

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