a mi hijo y este fue una sombra que se deslizaba por encima del oscuro alfeizar, hacia la envoltura de aquel carruaje que recorrio el resto del camino por la calle hasta la entrada privada imperial. Alli desembarcaria con Nicolas y Alexandra y caminaria por el marmol del vestibulo y subiria los escalones y recorreria el pasillo alfombrado, con las sillas doradas alineadas, y se dirigiria al antepalco imperial, con paredes de un azul claro, y desde alli, atravesando una cortina de terciopelo, como si ellos mismos entrasen en un escenario, llegarian al propio palco imperial.
Todo el publico se puso de pie al entrar la familia real, y se toco el himno nacional, y por aquel entonces, por supuesto, yo habia corrido hacia el escenario para mirar a traves de la mirilla del telon. Creo que tuve que apartar a todos a codazos. Los tres pisos de palcos y todo el patio de butacas parecian enrojecidos por el color de las casacas escarlatas de los uniformes que llevaban todos los oficiales asistentes, puntuados en dos manchas por los verdes, azules y dorados de los trajes nacionales del emir de Bojara y del kan de Jiva y sus respectivos sequitos. Mi hijo permanecio erguido y orgulloso entre Niki y Alix con su uniforme rojo y oro, mirando hacia abajo, a la multitud, desde el palco imperial, con el aplomo exacto que habia mostrado al practicar su papel en casa. Yo siempre habia pensado que Vova mostraba poco talento para el teatro, pero parecia que yo habia sido para el un Teliakovski, frustrandole, conteniendole, porque estaba claro que Vova disfrutaba muchisimo de aquel momento, e incluso levanto una mano para ejecutar una imitacion muy buena de un noble saludo. De modo que era un Kschessinski tanto como un Romanov.
Aquella noche interpretamos Una vida para el zar, que cuenta la historia del muchacho Miguel Romanov, el primer zar de la dinastia, protegido del asesinato por el heroe campesino Ivan Susanin. Miguel tenia dieciseis anos y era sobrino nieto de la esposa de Ivan el Terrible, suficiente parentesco cuando el consejo de boyardos decidio, en 1612, ofrecerle el trono. Ivan habia muerto en 1584 y fue el primero en llamarse a si mismo «zar», de la palabra latina caesar, y el ultimo gobernante de la dinastia Riurik que habia controlado Rusia desde hacia seiscientos anos. Despues de su muerte, Rusia fue dando tumbos por aqui y por alla hasta que el consejo busco a algun pariente, por muy lejano que fuese, de Ivan. En el invierno de 1612, los polacos invadieron Rusia, decididos a aprovecharse durante aquel tiempo de disturbios (ah, si, tenemos una historia muy larga y embarullada los polacos y los rusos), y decididos a asesinar a Miguel justo antes de su coronacion, que tuvo lugar gracias al campesino Susanin, en el monasterio de Ipatiev, donde Miguel se habia escondido. No resulta extrano que su madre temblase cuando su hijo era coronado, oyendo a los hombres que venian a asesinarlo, a su hijo, que el mes anterior vivia tranquilamente con ella en un pueblecito junto al rio Volga. Susanin fingio dirigir al regimiento polaco hasta el chico, pero por el contrario los llevo a un lugar sin salida, en una montana nevada. Por causar tantos problemas Susanin pago con su vida, pero Rusia obtuvo una nueva y estable dinastia, los Romanov, que gobernaron durante trescientos anos.
Yo temblaba entre bambalinas, como la madre de Miguel, por aquel giro en la vida de mi hijo, pero afortunadamente no tenia que entrar en escena hasta el segundo acto, en el baile del palacio de un noble polaco, donde el conjunto interpreta varias danzas polacas: una polonesa, el krakowiak, un vals, una mazurca… Y mientras bailaba esta ultima, la mazurca campesina que mi padre me habia ensenado, me parecio ver por encima del hombro de un bailarin con su gorra y luego otro el rostro de mi padre. «Mathilde- Marie, ?que estas haciendo?» Por encima de los hombros de otro, observe que la corte miraba a menudo al palco imperial. Vova estaba ahora sentado ligeramente detras de Niki y Alix, la emperatriz viuda y las hermanas de Niki y sus maridos, pero el hermano del zar, Miguel, no estaba alli. Se habia fugado con una divorciada y fue exiliado justo igual que el hermano de Andres, Kyril. En los palcos ducales, Sergio estaba sentado muy sonriente con sus hermanos y Andres, con expresion anodina, completamente ignorante de lo que estaba pasando, se encontraba sentado junto a su hermano Boris y Miechen, ahora ya viuda, pero no menos rapaz, ?mas incluso! La formidable Miechen habia ocupado el puesto de su marido como ministro de las Artes, algo muy inusual para una mujer, pero otras ambiciones, mas tradicionales, se le habian resistido: no habia conseguido por completo apartar a Andres de mi; no habia casado a su hija con un rey, sino con el principe Nicolas de Grecia; su peticion de que Boris se prometiese con la hija de Niki, Olga, habia sido rechazada, al decir Alix desdenosamente que ni se le ocurriria emparejar a una jovencita tan lozana con Boris, mucho mayor y habiendo entrado y salido tantos lechos. Boris entonces se busco una amante, y aunque Miechen se convirtio rapida y expeditivamente a la ortodoxia despues de la enfermedad casi fatal del zarevich y el exilio de Miguel, el matrimonio de su hijo Kyril podia impedirle tambien ser zar. Y Miechen ni siquiera sabia que habia otro obstaculo en su camino hacia el trono: el que estaba sentado en una silla tapizada de terciopelo junto a Niki en el palco imperial. ?Que intentara apartar a mi hijo de aquella silla! Pero hasta que yo no hube concluido la mazurca y saludado con una reverencia hacia el palco imperial, y luego hacia los palcos de los grandes duques, y finalmente hacia el teatro en general, no vi la adusta cara de la emperatriz, otra madre ambiciosa mas, y una muy desgraciada, a pesar de todas sus galas (el traje de terciopelo blanco, la cinta azul en diagonal de la orden de San Andres, la tiara de diamantes, el abanico blanco hecho de plumas de aguila…). Ella se enderezo al ver mi reverencia, con la cara cubierta de manchas rojas, y se retiro hacia el fondo del palco imperial, donde nadie pudiera verla, y donde se quedo durante el resto de la representacion de la opera. Se podia oir al publico siseando su desaprobacion ante la retirada de la emperatriz… y aquellas bocas y lenguas no pertenecian a los campesinos, ni a los estudiantes, ni a los revolucionarios, ni a los miembros de la Duma, sino a su corte. Niki mantuvo el rostro impasible, pero oyo aquel sonido.
Estoy segura de que por eso entonces hizo un gesto a mi hijo de que se acercara a la parte delantera del palco para ocupar el asiento que habia dejado vacio la emperatriz, y el publico hizo entonces otro ruido, uno que sonaba como una caricia, que se enredo en torno al guapo muchacho que parecia tan feliz y cuyo padre le sonreia tan afectuosamente. Desde la discreta distancia del escenario, observe el placer de Niki al oir el murmullo de aprobacion que emitio el publico. Y cuando al final del cuarto acto, despues del colofon que marca la apoteosis de la opera, el gran bajo Sobinov, que habia representado el papel del heroe, Ivan Susanin, se acerco al proscenio con su larga tunica y su barba de crin de caballo, cayo de rodillas, levanto los brazos a Niki y Vova y empezo a cantar un improvisado Dios salve al zar. Una vez le canto una nana a mi hijo en su cuna… ?Le reconoceria ahora Sobinov? Su voz llenaba el teatro, al principio a capela, hasta que la orquesta, titubeando un poco debido a la sorpresa, le fue siguiendo e incorporo todos sus instrumentos. Uno a uno, los artistas de los Teatros Imperiales nos fuimos arrodillando junto a Sobinov y el publico, en una gran oleada, se puso en pie. Al ver esto Niki tambien se puso de pie, y a su senal, mi hijo se levanto tambien a su lado. Niki nos miro a todos desde arriba, silencioso, con la cabeza inclinada. Mi hijo, imitandole, hizo lo mismo, y no hubo duda alguna de que habia sido precisamente aquello, la imagen del emperador con su joven heredero, lo que habia provocado el homenaje de Sobinov.
Dios salve al zar
poderoso e imponente,
que reine para nuestra gloria,
que reine para que nuestros enemigos tiemblen.
El hijo del zar pertenece a su pais, no a su madre. Y Rusia, o al menos la Rusia que estaba congregada en el interior de aquel teatro, todavia amaba a su zar, a aquel zar, y tambien amaba y necesitaba a su hijo, quizas a aquel hijo en concreto, dado el caso. Y cuando llegase el momento, si llegaba, Alix tendria que acceder, igual que accedio aquella noche, aun a reganadientes y de mala gana. Porque la alternativa a mi hijo como impostor era que la linea pasara torcida hacia el hermano de Niki, a quien Alix odiaba, o a Kyril, a quien odiaba aun mas, o, si el consejo imperial negaba aquellas sucesiones, al alto comandante del Ejercito, tan alto como el zar, Nikolasha, a quien ella habia odiado desde 1905, desde que le dijo a Niki que si no instauraba la Duma se pegaria un tiro alli mismo antes que encargarse de imponer leyes marciales. Si, ella los odiaba y los temia a todos, a todos los hombres de la familia imperial, y si, tomaria a mi hijo porque era hijo de Niki y porque un zar sin heredero es un zar debilitado. Pero ?que clase de madre era yo, enviando a mi hijo lejos, con un saco de ropa en la mano y una nota sujeta con un alfiler en la camisa: «Toma a mi hijo»? ?Que clase de madre es esa? La madre de un zar. ?No era aquella opera la demostracion perfecta para mi, despues de todo, ya que la madre de Miguel Romanov, aun a su pesar, acababa entregando a su hijo a su destino? Alli donde yo me encontraba con Niki el queria arrebatarme algo, aunque cuando era mas joven pensaba que era yo quien obtenia algo de el. Pero uno nunca obtiene cosas del zar, siempre se las da, y eso lo habia visto mi padre: yo le estaba entregando mi vida al zar. Despues de todo, la opera es Una vida por el zar, no La vida del zar por sus subditos. Y si llegaba el momento a la semana siguiente, al mes siguiente, a la temporada siguiente, tendria