noche, al ser una representacion benefica para una de las obras de caridad de Alix para los soldados heridos, Fokine y yo realizamos solo los duetos y solos del ballet; el con su traje de arlequin y un antifaz, y yo, su enamorada Colombina, con un vestido con muchas capas y volantes y las mangas abullonadas. Bailabamos aquel fragmento de
Durante breve tiempo, sin embargo, parecio que aquel mundo perduraria. El embajador britanico, George Buchanan, se fue de vacaciones a Finlandia como de costumbre. La princesa Radziwell celebro una gran
Podia soportar todas aquellas humillaciones por mi hijo. Porque, despues de todo, ?que era yo, tras haber renunciado a mis derechos como madre, sino una sirvienta del zar?
El centinela de la puerta posterior oyo mi nombre, o mas bien el nombre que le di, el de mi rival Olga Preobrazhenskaya, que surgio espontaneamente de mi boca. Despues de todo, ella habia sido presentada oficialmente en la corte, un honor inaudito para una bailarina, e incluso habia jugado a las cartas y tocado el piano con el zar y Alix en el Palacio de Invierno, hacia mucho tiempo, sin duda como parte del esfuerzo de Alix por demostrar que su antipatia hacia las bailarinas solo me incluia a mi (pero observen que eligio a la bailarina mas fea que habia en el escenario para recibirla en palacio). Si, di su nombre en la puerta, que fuera Olga la que entrase por la puerta de servicio, la que le correspondia, y mi conductor me llevo hasta un lado de la columnata, hasta el ala del servicio, donde fui recibida por una doncella con traje negro y una cinta blanca en el pelo. A Alix, habia oido decir, le gustaba que en su palacio los criados vistiesen igual que los ingleses con los que habia crecido en casa de la abuela, en el castillo de Windsor, pero las chicas rusas se quejaban muchisimo de los corses, los delantales almidonados y las cofias, de modo que las habian dispensado, una dispensa especial rusa, para llevar solo los vestidos y las cintas. Me llevaron por unas escaleras, ya que el ascensor estaba estropeado, hasta el segundo piso del ala este, lo que Alix llamaba «la sala verde», una amplia sala de juegos en una esquina. La doncella se quedo detras de la puerta. Supongo que Alix le habia dado instrucciones de que no me dejara sola. ?Que pensaba que iba a hacer, estrangular a su hijo y colocar una nota con un alfiler en el mio con la palabra «zarevich» escrita?
Mi hijo estaba alli con los otros ninos, todos en camitas de campana, todos dormidos. A lo largo de las dos paredes, grupos de pavos reales se exhibian por un friso pintado ante un fondo verde, y verde tambien era la alfombra del suelo. La luz de la luna y las estrellas procedente de las siete ventanas de las dos paredes exteriores iluminaba las figuras de los ninos, que parecian haber caido, en virtud de algun encantamiento, en posturas de abandono, en el cesped de un parque magico. Y en realidad estaban encantados, segun supe despues, drogados todos ellos por el doctor imperial, Eugene Botkin, con diversas pociones contra el dolor y para dormir. Entre con mucha cautela en la gran sala. Habian quitado los juguetes de la alfombra, y todos los objetos estaban colocados contra las paredes o amontonados en los grandes sofas y sillas verdes y amarillos: trenes en miniatura, maquetas de ciudades y barcos, grandes munecas en sus cochecitos, pequenas figuras mecanicas en fabricas y minas en miniatura, juegos de te, casas de munecas, munecas de porcelana con la cara blanca vestidas de encajes, tipis, canoas de madera con remos a juego, cajas abiertas con soldados de plomo, con sus casacas pintadas de verde, azul y rojo, un conjunto llamativo apagado un tanto por la debil luz. El doctor Botkin estaba acabando su ultima ronda, con las gafas de montura de alambre brillando mientras se desplazaba entre las sombras. Dirigiendome un gesto salio de alli, y otra criada vestida de negro, pero esta con el delantal blanco y la cofia que tanto gustaban a la «querida Alix», me trajo una silla. Senale hacia el lugar donde estaba la camita de mi hijo y ella me acompano alli.
Me sente y examine el rostro de mi hijo; en su piel todavia no habian surgido los puntitos que trae consigo inevitablemente el sarampion. Le puse la mano en la frente. Su piel estaba caliente, muy caliente, y el estaba tan drogado que no respondio a mi contacto, sino que siguio dormido con ese sueno suyo extrano y profundo. En la hilera de lechos que estaban junto a el yacian los ninos imperiales, a quienes solo habia visto desde el escenario del Mariinski o el Hermitage. Las chicas se quedarian todas calvas al cabo de unas pocas semanas, cuando empezase a caerseles el pelo por la fiebre, y Alexandra haria que les afeitaran la cabeza, pero por ahora, yacian con el cabello humedo pegado a sus rostros sonrojados: los anchos pomulos de Olga, la mayor; Tatiana, con su delicada nariz respingona y sus ojos grandes y almendrados, como los de un gato, igual que los de su padre. Y Alexei, una silueta larga y delgada bajo la manta, su rostro, como el de mi hijo, perdiendo ya la redondez infantil y alargandose en forma de triangulo. En agosto cumpliria los trece anos; en junio, mi hijo tendria quince. Niki tenia razon al querer hacer el cambio ahora, antes de que las facciones de los chicos se fueran diferenciando entre si, a medida que se iban haciendo mayores.
Aqui, ellos y sus vidas eran identicos. Dormian uno junto al otro en el palacio Alexander, eran atendidos por el fisico imperial y vigilados por los dos
?Acaso no era ese su