alli, despues de abrirse camino por las calles, encontraron que no los dejaban pasar los sirvientes con librea por orden del hermano de Niki, Miguel, a quien preocupaba que los hombres ensuciaran con sus botas el suelo del palacio y rompieran la porcelana, de modo que las tropas, desmoralizadas, se limitaron a unirse a la multitud. Fue una comedia de los errores, como un ballet mal ensayado, en el cual los bailarines, no acostumbrados a verse unos a otros con sus nuevos trajes y sin seguridad alguna en sus pasos, iban tropezando y dandose empujones unos a otros y acababan cayendo.
Los tres dias que me escondi en casa de Yuriev no me quite la ropa, conserve puesta la que llevaba el dia que hui, que rapidamente se mancho de sudor, polvo de los suelos en los que me agachaba y trocitos de comida, porque comiamos sentados en el suelo, inclinados sobre los platos, como animales. Todos ibamos con abrigo, con la espalda apoyada en la pared de los pasillos interiores de sus grandes habitaciones, y esperabamos la noticia de que el zar habia vuelto a la capital, que se habia restaurado el orden, y por la noche dormiamos en colchones que echabamos en el suelo. La mujer de Yuriev me dijo una noche:
– Que suerte tienes de que tu hijo este en Stavka con el gran duque Sergio.
Y yo le conteste: -Si, que suerte.
Y secretamente me consolaba con la fantasia de mi hijo en Tsarskoye Selo, que ya estaria incorporado, de eso estaba segura, comiendo de una bandeja de plata que le habrian llevado a la cama, caminando lentamente con camison y zapatillas por la sala de juegos verde, quiza banandose en la gran banera del zar y hablando con el papagayo,
Despues de tres dias en casa de Yuriev, las calles se calmaron lo suficiente para que mi hermano Iosif viniera a rescatarme. Como yo le habia salvado una vez, el me salvaba ahora a mi. Supongo que en aquel momento era bueno tener algun Kschessinski a cada lado de la Revolucion. Le regale a Yuriev un par de gemelos Faberge de Sergio, nos besamos en las mejillas. Iosif y yo tuvimos que ir a pie desde la isla de Petersburgo, atravesando el puente Troitski, hasta su apartamento en Spasskaya Ulitsa. El viento soplaba desde el norte por el gran Neva y nos empujaba al cruzar el puente. El abrigo que yo habia cogido a toda prisa tres dias antes, cuando el tiempo se habia dulcificado brevemente, era demasiado ligero para el frio que reinaba de nuevo, y el viento amenazaba con tirarnos contra las triples farolas que salpicaban el puente o enviarnos volando por encima de las balaustradas. Contra aquel viento yo me apretaba la tela del abrigo y me bajaba mas el panuelo sobre la frente. En Siberia, pensaba, no podria hacer mas frio que alli. Cuando llegamos al muelle del palacio, levante la cabeza. Por eso decia Iosif que teniamos que ir andando. Cientos de coches accidentados embotellaban las calles, robados por jovencitas que no sabian conducir y que sin embargo, inspiradas por la fiebre revolucionaria, se habian metido detras del volante y habian apretado el acelerador. Los coches salian disparados y acababan chocando unos con otros y con los taxis cuyos conductores se negaban a mantenerse a la izquierda, ahora que «somos libres», y desde alli a las farolas, muros y escaparates de las tiendas, hasta que las chicas abandonaban los vehiculos. Algunos habian quedado del reves, como congeladas esculturas de metal, arrugados, destripados, inutiles, y entre ellos, como si no existiesen, deambulaba la multitud. Pequenos grupos de personas permanecian en circulo en torno a improvisadas hogueras, y cuando nos acercamos, vimos que estaban quemando los emblemas de madera que habian arrancado de las tiendas que estaban a nuestro alrededor, y que antes se usaban para anunciar su patrocinio imperial, y en la Perspectiva Nevsky, una gran multitud estaba muy atareado haciendo lo mismo. El humo gris subia como una nube de una pipa de agua gigante, y alcanzaba dos pisos por encima de una multitud vestida con panuelos de cabeza, gorros de piel y, lo peor de todo, gorras con la insignia del Ejercito. La montana de basura quemada parecia un animal, y la gente posaba para una camara que sujetaba un camarada para registrar su gran hazana. Los soldados llevaban las guerreras desabrochadas y las gorras echadas hacia atras, deliberadamente en contra de las regulaciones de una ciudad donde un ano antes un soldado podia recibir una reprimenda por realizar incorrectamente un saludo a su superior. ?Si hasta se podia dar lugar a un duelo si un oficial inferior no caminaba por el lado izquierdo de la calle! Dos mujeres vestidas con ropa de hombre pasaban junto a nosotros. Supongo que ellas tambien eran «libres»… Iban las dos con el brazo pasado por la cintura de la otra, mientras otras mujeres caminaban por ahi sin sombrero, con el pelo desgrenado y suelto. Por todas partes ibas pisando cristales rotos, y yo puse la mano en la espalda de mi hermano y me apoye en el mientras le seguia por las calles. A nuestra derecha, un grupo de ninos pequenos arrojaba proyectiles sueltos al fuego y salian corriendo ante las intermitentes explosiones. En la ventana de un cafe habian puesto un rotulo: ?COMPANEROS CIUDADANOS! EN HONOR A LOS GRANDES DIAS DE LIBERTAD, OS DOY LA BIENVENIDA A TODOS. VENID Y COMED Y BEBED HASTA HARTAROS. A tres pasos de aquel cafe, contra la pared lateral de un edificio, una mujer permanecia de pie con la falda levantada mientras un hombre, con los dedos sucios agarrados a los ladrillos que quedaban por encima, se tomaba su placer, respirando con grunidos breves y entrecortados. «No mires», me dijo mi hermano, pero ?como no iba a mirar? Nunca me habia sentido tan contenta de que Vova no estuviese conmigo. Paso rozandome un hombre que iba vestido con ropa de mujer, con una falda colgando bajo el abrigo, las grandes botas atronando a su paso.
– Es un policia -dijo mi hermano-, intentando disfrazarse.
Iba de camino hacia la estacion de Finlandia, sin duda para huir de un destino semejante al de aquel que cayo por delante de la ventana del apartamento de Yuriev. «Fariseos -gritaba la multitud a los policias-. Cerdos.» Pise unas gafas y empece a ver los restos de aquel levantamiento por todas partes: una cadena de reloj, un trocito de seda estampada, un zapato de mujer con el tacon arrancado, insignias de metal, un tenedor, letreros diversos que decian PROVEEDORES DE SU MAJESTAD EL ZAR NICOLAS, todos con las aguilas de dos cabezas, esperando a ser quemados a continuacion, y en una alcantarilla un vestido de encaje colocado tan primorosamente como si estuviera encima de la cama de una mujer. Pero cuando volvimos la esquina, mire hacia arriba y vi lo que nunca olvidare: la cabeza de piedra de Alejandro II sujeta en alto, como la cabeza cercenada de Medusa, por un campesino de labios y nariz anchos, de alguna provincia oriental. Iosif dijo:
– Deberias ver lo que han grabado en el pedestal de la estatua de Alejandro II en la plaza Znamenskaya: «Hipopotamo». Y al oir esto yo me eche a reir como una loca. Un hombre vomitaba en la alcantarilla con la gorra en la mano y el liquido le salpicaba las botas. Por todas partes olia a fuego, y cuando las cenizas volaron hacia nosotros, mi hermano dijo:
– Es el Palacio de Justicia, que ha ardido hasta los cimientos.
Iosif vivia en el numero 18, en un apartamento de doce habitaciones. Los bolcheviques se acordaban de el y de su actividad revolucionaria en 1905, y cuando hicieron que todos los «antiguos» compartieran sus casas y apartamentos, cuando los criados se apoderaron de las habitaciones de sus amos o robaron sus muebles y todo lo que se pudieron llevar, mi hermano Iosif pudo quedarse sus doce habitaciones para el solo. Las disfrutaria hasta que llegase Stalin al poder, despues de lo cual solo se le permitio usar dos. Ni siquiera entonces Iosif quiso abandonar Rusia. En 1924, despues de la muerte de Lenin, le procure unos visados para Paris y billetes para el y su familia, para que Iosif pudiera venir a bailar una vez mas para Diaghilev. Pero me escribio. «Nosotros, los artistas, aqui tenemos una posicion privilegiada. No puedo abandonar un pais al que me siento ligado por tantos recuerdos». Pero nosotros no eramos los unicos que teniamos recuerdos. Cuando Stalin inicio el Gran Terror, en los anos treinta, Iosif fue despedido de su plaza de profesor de la Antigua Escuela Imperial de Ballet sencillamente por escribirme.
Murio de hambre en 1942, durante el sitio de Leningrado, en la guerra que hubo despues y fue enterrado en una fosa comun en el cementerio Memorial Piskarevskoe.
Al segundo dia en el apartamento de mi hermano, cuando estabamos bebiendo unas tazas de te en su