que ornamentaban los palcos y los umbrales fueron retiradas del yeso y eliminadas. Los acomodadores ya no llevaban sus uniformes con charreteras y el monograma de la corona. El gobierno provisional les entrego nuevas chaquetas grises, y como en esta nueva vida llena de privaciones no habia forma de limpiarlas, la tela se puso asquerosa con el uso. Los programas de las veladas ya no iban grabados con el aguila de dos cabezas, sino con la lira de Apolo, igual que el alfiler que los ninos de la escuela de ballet habian llevado durante un siglo en el cuello de sus uniformes escolares. De modo que la lira de un dios griego seguia siendo aceptable para el nuevo regimen. Pero yo tenia cuarenta y cinco anos y era de los antiguos, con un hijo cuyo padre era un Romanov, de modo que no era aceptable. No podia aparecer en escena. Ni tampoco queria hacerlo.
En mayo se graduo la ultima clase del gran Corps des Pages, al que mi hijo tanto queria asistir pero nunca tuvo oportunidad, y la escuela se cerro. No habia necesidad de pajes, ahora que ya no existia ninguna corte. Y tampoco habia necesidad alguna de los miles de criados que antes asistian a la familia imperial ni tampoco de los gigantescos abisinios que, con sus blancos turbantes y sus zapatos curvados, permanecian en majestuosas parejas junto a las puertas de cualquier habitacion donde estuviese el emperador. Todos ellos habian abandonado Tsarskoye Selo junto con los cortesanos que no habian querido quedarse con los Romanov bajo arresto domiciliario. Un dia, en la Perspectiva Nevsky, me encontre frente a uno de esos africanos de dos metros de alto, ahora vestido con unos pantalones y una casaca, un fantasma de cara negra, una reliquia, sin puerta que abrir para el zar ni puerta que custodiar mientras el zar se ocupaba de algo tras ella. «?Adonde vas? -hubiese querido preguntarle-. ?Que cuentos de la corte rusa te llevaras contigo?» Podria haberle preguntado lo mismo a casi todo el mundo.
Si, los palacios de Petrogrado no quedaron totalmente vacios en aquella ocasion. Las calles estaban llenas de soldados de aspecto rudo, si, porque la Revolucion favorecia las chaquetas de cuero negro, las gorras vueltas del reves y la fanfarroneria, y los viejos lideres revolucionarios de 1905, Lenin, Trotski, y Chernov, si, consiguieron volver a Peter y establecer alli su residencia, o instalar sus oficinas en hogares requisados (incluyendo el mio, que tenia vistas al puente de Troitski y el muelle, una vista estrategica para cualquiera que planease un levantamiento), de modo que yo me quede en casa de mi hermano, en el dormitorio de su hija. Pero la nobleza seguia alli. Era como si toda la aristocracia estuviese bajo arresto domiciliario junto con el zar, esperando a ver como el gobierno provisional de la antigua Duma y el nuevo Soviet reinaban sobre aquella Rusia indisciplinada y se enfrentaban a los antiguos. La antigua familia imperial, parece ser, recibia unos
Mientras pasaba todo esto, Sergio permanecia en Stavka siguiendo el consejo de su hermano Nicolas, que temia por su seguridad. No habia revolucionarios alli, en el cuartel general, entre los generales del antiguo regimen. Cualquier disturbio entre los militares estaba teniendo lugar entre la infanteria acuartelada en las ciudades y en los frentes. En las cartas que me enviaba, Sergio me daba noticias de la guerra. En los frentes, los soldados estaban cansados y se negaban a luchar, y aunque el nuevo comandante supremo, Brusilov, hizo una gira animandoles a reagruparse para preparar una nueva ofensiva, se encontro con hombres a quienes no les importaba nada Galitzia ni Francia, y que solo querian volver a casa. Los hombres querian la paz con tanta desesperacion que habrian devuelto al zar a su trono si este se la hubiese prometido. En el frente del este, los hombres incluso habian empezado a confraternizar con los alemanes, que atraian a los rusos por encima del Dniester con vodka y prostitutas. Solo en el sudoeste, lejos de las grandes ciudades, los soldados seguian todavia disciplinados. Pero cuando empezo la ofensiva ordenada por los comandantes en junio, los hombres avanzaron solo tres kilometros hacia Galitzia para retomar todo el terreno que habian perdido en la Gran Retirada antes de negarse a ir mas alla y empezaron a desertar, saqueando y violando a lo largo de todo el camino en Volschinsk, Konivjy y Lvov. Sergio temia que aquellos soldados descontentos y sus iguales finalmente se abrieran camino hasta Peter y se reunieran con los varios miles de tropas acuarteladas en el lado de Viborg de la ciudad, tropas que habian ayudado a hacer la Revolucion ya desde un principio y que podian derrocar tambien al tambaleante gobierno provisional. Los miembros de la Duma estaban enfrentados con los
Exhausto y abrumado, el primer ministro de la Duma, el principe Lvov, dimitio y fue sustituido por un hombre nuevo, aquel Alexander Kerenski que habia ayudado a asegurar la abdicacion del gran duque Miguel. Kerenski habia servido en la Duma como ministro de Justicia y ministro de la Guerra y ahora parecia, en un juego de las sillas musicales ministerial que rivalizaba con los nombramientos de Alix, que seria instalado como primer ministro a cargo del pais. Los rumores aseguraban que Kerenski se habia trasladado al Palacio de Invierno, a la propia suite de Alejandro III, a su mismisima cama, y cuando no podia dormir, iba andando por toda aquella enorme habitacion cantando arias de opera, tan borracho estaba con su nuevo poder. En una ocasion quiso ser actor. Sus discursos eran tan apasionados que a veces se desmayaba despues de pronunciarlos, y de nino habia firmado notas para sus padres diciendo: «Del futuro artista de los Teatros Imperiales, A. Kerenski». Si sus guardias hubiesen sido menos ignorantes, todo Peter habria sabido ya que arias cantaba Kerenski, y de que operas eran. Ese Kerenski, dijo Sergio, habia hablado de trasladar a la familia imperial a Inglaterra o Finlandia para su seguridad, donde vivirian, quiza de forma permanente; si eso ocurria, nosotros tambien pediriamos permiso a Kerenski para irnos al extranjero. Los Romanov en la campina inglesa, cazando faisanes y bebiendo te en alguna casa dada en usufructo, cuando en tiempos habian gobernado sobre una sexta parte del mundo. En ese caso, Vova ya no seria de ninguna utilidad para ellos, ni yo tampoco. De modo que las cartas de Sergio no eran demasiado consuelo para mi, ni tampoco las de Andres. El me enviaba cartas al teatro, que mi companero Vladimirov me traia como si fuera una especie de cartero posrevolucionario. Andres describia la enorme villa blanca que su madre habia alquilado para ellos, custodiados por una docena de cosacos, las cenas, los tes y los juegos de cartas de los que disfrutaban con los Sheremetiev y los Vrontzov, que tambien habian dejado Peter por el Caucaso, y cuando yo leia aquellas alegres cartas, pensaba: «?Que extrano mundo de espejo ha encontrado esta gente en el mar Negro, donde la Revolucion parece no penetrar el azogue de ese plano?».
No habia tes ni cenas para mi. Alli donde vivia yo era un estorbo, y para las personas con las que vivia representaba un peligro. Habian hecho una pelicula pornografica sobre mi que me representaba recibiendo a un gran duque tras otro, o incluso dos a la vez, en la fantasia de algun cineasta revolucionario de lo que era el tocador de una amante:
