inseparables, mientras iban desplazandose rapidamente entre las dos filas de soldados que los miraban abiertamente. Si yo me abria paso entre aquellas dos filas podria coger a mi hijo entre mis brazos, pero sabia que nuestro abrazo seria roto con violencia, de modo que me quede quieta. Ahora no, pero entonces, ?cuando?

Los dos chicos iban seguidos por el medico, Botkin, con su abrigo azul, y un hombre delgado con sombrero y una banda negra a quien reconoci por la divertida descripcion de Vova. Aquel tenia que ser el tutor frances de los ninos, monsieur Gilliard. A los otros dos hombres los reconoci tambien: el principe Dolgoruki y el general Tatishelev; ambos frecuentaban el ballet. Al oir un repentino grito, todos volvimos la vista hacia el palacio. Un sirviente que quedaba habia llamado a otro para que le ayudase a levantar a la emperatriz en su silla de ruedas y sacarla a traves de una puertaventana a la terraza.

La silla de ruedas me asombro. ?Que habia sido de toda aquella energia con la que cuidaba a los ninos, solo unos meses antes? Alix ahora parecia drogada, y quiza lo estuviera, por aquellas misericordiosas y tranquilizadoras gotas que el doctor Botkin habia introducido en la boca de los ninos cuando estaban tan enfermos con sarampion, en febrero. Ella lloraba mientras dos hombres luchaban con la silla, y su cuerpo se balanceaba en una direccion y otra, hasta que uno de ellos levanto a la emperatriz de la silla y la llevo a cuestas, con las largas y amplias mangas de su blusa aleteando, y bajo la rampa inclinada hacia el patio. El otro le siguio, empujando la silla de ruedas de mimbre con movimientos bruscos y dejando que sus ruedas grandes y delgadas traquetearan en las piedras planas y grises. Niki fue el ultimo en salir por aquella puertaventana. Hizo una pausa en la terraza, con el cuerpo algo encorvado, hasta que, realizando un esfuerzo consciente, cuadro los hombros para equilibrar mejor en ellos el peso de su familia en su solitario exilio. Hasta los caballos parecieron quedarse inmoviles mientras Niki examinaba la escena que tenia ante el. Me miro, pero sus ojos no se entretuvieron en mi. Yo era otro subdito mas que habia ido a contemplar la partida del zar. Le vi examinar el amanecer sobre el parque que los rusos habian llamado en tiempos Sarskaya Miza, o «granja alta», aquella granja que se habia convertido, durante una epoca, en el paraiso privado del zar. Y ahora le expulsaban al este. Ah, ?por que no habria insistido Niki en ir al Palacio Blanco de Livadia, o a la finca de su hermano en Orel, propiedades que quiza se hubiese podido persuadir a Kerenski de que reconsiderase?

Vi a Niki bajar la larga rampa y coger el brazo de Alix en la parte inferior, porque sin la silla, ella se habia puesto en pie, vacilante, al parecer temerosa de andar, y juntos siguieron a los chicos en el primer coche. Niki ayudo a cada uno de ellos a subir al vehiculo abierto y colocarse en una de las tres filas de asientos de cuero de alto respaldo. El coronel Kobilinski subio a la cabeza del estribo y se volvio hacia los cosacos. A ellos no tuvo que decirles nada. Conocian muy bien su papel; unos pocos guiaron a sus caballos hacia delante y junto al coche del zar, y junto a los otros dos coches como escolta. Y entonces, mientras los soldados se arremolinaban en los camiones que quedaban, en aquel largo convoy, me di cuenta de que me dejarian atras si no hacia algo. No habria un momento posterior. Un cosaco hizo un gesto con su enorme brazo para que me apartara del camino, me alejara y dejara de mirar con la boca abierta.

– Babushka! - ?Yo una babushka! Asi que era invisible. Llevo a su caballo a mi lado-. Todos se van.

Yo asenti y empece a recular, luego de lado, intentando mantener los ojos clavados en la familia sentada en el primero de los Son Imperial Majeste, y el cosaco y su caballo negro me seguian, los camiones y los coches iban dando la vuelta al patio, clop, clop, clop, siguiendo su camino por la arena ligera hasta la carretera propiamente dicha, los caballos de los cosacos manteniendo el paso con el lento giro de las ruedas. Yo supuse que cabalgarian junto a ellos todo el camino hasta la estacion, la ultima mision como sequito del zar.

El sol ponia brillo en todas las cosas, el palacio color crema, el cielo color azul, las puertas negras de los automoviles, los ojos color chocolate de los caballos que montaban los cosacos… Las aves del parque habian empezado a anunciar aquel exodo, que debia haber tenido lugar en la desolacion de la noche, pero que estaba sucediendo ahora, gracias a las cortas noches veraniegas rusas, con menos seguridad, a plena vista. Y a la luz de aquel sol yo iba caminando hacia atras, a una vida que no podia concebir que continuase sin mi hijo. ?Que le diria a Sergio cuando llegase al final de la avenida, Sergio, que esperaba que su magnifica Mathilde le devolviese a su hermoso muchacho? ?Como iba a contarle la verdad de mi fracaso? Pero con la columna ya dirigiendose por la avenida, la verdad era lo unico que me quedaba.

Asi que me coloque delante del primer vehiculo y el cosaco que estaba junto a el, agitando mis cortos brazos, y empece a chillar, con mi ruso de entonacion vulgar (si, lo admito, hablo mas como una campesina que como una boyar, aun en el frances que he aprendido en el exilio, ese sigue siendo el caso, de modo que quiza mi traje no fuese tanto una imitacion como la revelacion de mi autentico ser).

– ?Alto! ?Esperad! -Y al verme de aquella manera tan inesperada, el cosaco que iba dirigiendo la marcha detuvo su caballo, y los conductores frenaron sus vehiculos y miraron a aquella mujer demente, y a todos ellos les grite-: ?Quiero a mi nino!

?Me azotaria con el latigo, como habia hecho su camarada a aquel pobre hombre en el puente Troitski en 1905? Como un muneco de cuerda, hasta casi romperme, empece a repetir una y otra vez: «Quiero a mi nino, quiero a mi nino», hasta que el cosaco miro hacia atras, desconcertado, a uno de los camiones que contenia soldados. Desde el interior de la cabina alguien le grito que quitara a aquella vieja de en medio, y el cosaco espoleo a su caballo hacia delante. Pero como yo me mantenia firme, en lugar de pisotearme sencillamente tiro de las riendas de su caballo. Los oia respirar a los dos, y levante mis manos hacia el.

Llamo por encima del hombro a Kobilinski, que estaba de pie en el estribo de aquel primer coche, y le dijo: «Quiere a su nino». Los cosacos dejaron que sus caballos patalearan con sus enormes patas y sacudieran sus largas crines impacientes para senalarme que no aguantarian muchas mas tonterias como aquellas.

– ?Por que este retraso? Quita a esa mujer -exclamo una voz desde el final de la fila. Vi que Niki se inclinaba hacia delante en su asiento, miraba en mi direccion para atisbar mi diminuta silueta, y de repente se enderezaba. Me habia reconocido. Pero casi podia asegurar que Vova no, ya que miraba a los soldados que rodeaban el coche. Y entonces Niki abrio la portezuela y salio, y camino hacia delante, pasando junto a los faros que se habian colocado en la parte delantera del capo, mientras Alix protestaba desde su asiento, y al ver los movimientos del zar, los soldados, con sus botones de laton y sus gorros, empezaron a bajar de los camiones, corriendo alarmados hacia delante con los rifles levantados y las bayonetas fijas. Kobilinksy levanto la mano ante Niki.

– Su hijo habra salido antes, con los sirvientes de menor categoria.

– Su hijo no es un sirviente inferior -dijo Niki-. Forma parte de mi sequito.

Y senalo a Vova, que estaba en el interior del coche, sentado junto a Alexei, en el asiento de en medio. Kobilinski parecia perplejo: ?por que tenia el zar a un muchacho campesino como miembro de su sequito? ?Por que tenia el zarevich al hijo de una campesina como companero de juegos? Pero no dijo nada, miro a Vova y luego a mi. Niki examino mi rostro mientras los soldados se congregaban a mi alrededor, y yo pense: «Niki no me va a entregar a Vova. Todavia piensa, como Sergio, que volvera a Peter en otono, piensa que estoy actuando de manera precipitada, no comprende que Kerenski, segun cambie el viento, pronto correra a coger un tren el mismo para salvar su propia piel». Pero entonces Niki entro en el coche, cogio la mano de Vova y este salto al estribo y luego al suelo.

Se quedo de pie muy cerca de Niki, apretado contra el, en una postura de intimidad filial que hizo gritar a los soldados: «Mirad, es el heredero, es una trampa». Su peor pesadilla se hacia realidad: alguien de la familia real estaba a punto de escapar de sus garras. Un regimiento estaba ya apostado en la estacion, pero alli quedaban dos, y por tanto habia muchos hombres para crear un tumulto, y ademas Niki sujetaba a Vova contra el, rodeando su hombro con un brazo, y Kobilinski retrocedio en el estribo y exclamo inutilmente a los soldados alterados: «?Atras!», pero estos no tenian intencion alguna de retroceder, y rodearon los coches diciendo: «?Quien es este chico?» y «?Donde esta el heredero?», como si se preguntaran por primera vez por que en el sequito del zar habia dos chicos en lugar de uno. Y yo pense: «?Que juego es este?». Seguramente sabian perfectamente quien era cada uno de ellos. Llevaban meses custodiando a la familia real. Solo mas tarde supe que a aquellos hombres los acababan de asignar para que acompanasen a la familia, y ?de que podian servir los retratos imperiales o los arboles genealogicos (si aquellos hombres habian puesto jamas los ojos en semejantes cosas) a la hora de esclarecer la desalinada realidad humana de sus prisioneros?

En Siberia, los guardias tomarian fotografias de la familia y los sirvientes, y le asignarian a cada uno una tarjeta de identidad que, ridiculamente, debian ensenar cuando se la pidieran.

Los soldados rodearon el coche y uno de ellos paso junto al zar y entro en el interior. Ya vi que Vova no tenia

Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату