los habian seguido por todas partes, decia Vova, y escuchaban tras las puertas, se negaban a dejarles hablar otro idioma que no fuese el ruso, que era la unica lengua que entendian aquellos soldados iletrados, y eso resultaba muy dificil, ya que la emperatriz siempre hablaba con sus hijas y su marido en ingles. Alexei les tenia un miedo horrible, decia Vova, ya que una vez le quitaron una pistola de juguete, y algunas tardes iban a la puerta de su habitacion solo para mirarle y susurrar cosas de su iconostasio intrincado, con muchos paneles, una extraneza en la habitacion de un nino, que normalmente solo tenia un icono y una solitaria vela.
– ?Y a ti? -pregunto Sergio-. ?Te vigilaban a ti aquellos hombres?
No tanto, decia Vova, aunque deseaba que lo hubiesen hecho y hubiesen ignorado al sensible Alexei. Pero todo el mundo sabia que Vova no era el heredero, sino el pupilo de Sergio Mijailovich y que mientras el gran duque estaba en Stavka, el zar temporalmente habia convertido a Vova en pupilo suyo. Asi que esa era la historia que Niki habia inventado y explicado a la familia, y yo intercambie una mirada con Sergio. Toda la primavera, decia Vova, cuando estuvieron mejor del sarampion, se divirtieron viendo alguna de las peliculas que le habia regalado a Alexei la compania cinematografica Pathe para Navidad:
– Y nos daban lecciones -decia-. El zar nos ensenaba historia y geografia, y nos leia cosas de la guerra en los periodicos, sobre la violencia callejera, sobre Kerenski y el gobierno provisional. Al zar no le gustaba que los soldados que nos custodiaban no se limpiasen las botas.
El zar sabia que toda su familia habia abandonado Petrogrado excepto su hermano. Vova le leia las cartas de Sergio antes de meterlas en su maleta, y por la noche Vova las sacaba, leia la parte donde decia: «Tu madre esta bien y te manda su amor» y se la metia debajo de la almohada. En Siberia el zar habia dicho que cazarian y pescarian, y yo pense: «En el exilio siberiano del pasado, los zares mandaban a veces, pero en este no», y entonces Vova quiso saber cuando podria volver a unirse a la familia, porque el y Alexei habian planeado montar una tienda en su dormitorio y poner una trampa para lobos. De modo que Vova habia disfrutado de su cautividad, donde habia formado parte de una familia que yo no podia darle, con una madre y un padre, con hermanas y un hermano, y esta habia estado unida en todo momento… unida quizas a la fuerza, si, pero unida.
El sol estaba alto cuando llegamos a la capital, y Vova pregunto por que no nos ibamos a casa cuando Sergio dio la vuelta al carro en Spasskaya Ulitsa hacia el apartamento de Iosif, nuestro hogar por el momento. Cuando le dije que nuestra casa nos habia sido arrebatada y que acababa de recuperarla, pero estaba vacia y sin muebles, Vova no podia entenderlo. Todo lo que yo habia sufrido durante aquellos ultimos meses era nuevo para el.
– ?Y nuestra dacha? -me pregunto.
– Los soldados la usan como club, pero nos la devolveran tambien -le asegure.
Y Vova dijo:
– ?Y al zar, le devolveran su casa los soldados tambien?
Fue Sergio quien contesto:
– Si, por supuesto. Claro.
– ?Cuando? -pregunto Vova-. ?Cuanto tiempo pasara hasta que el zar vuelva?
– Unos pocos meses. Cuando las cosas se tranquilicen por aqui.
– Creo que sera mas tiempo -dijo Vova, despues de una pausa-, porque han metido muchas cosas en el equipaje. -Otra pausa-. No voy a volver con ellos, ?verdad?
Kerenski dijo mas tarde que habia elegido Tobolsk porque creia que alli el zar estaria a salvo, y sobre todo probablemente porque la eleccion de Siberia como lugar de exilio satisfaria a los agitadores. ?Acaso sus camaradas no habian sido enviados alli durante los ultimos cien anos? Quizas hubiese sido asi, pero la Revolucion misma todavia no habia viajado esas mil quinientas millas hacia el este, hacia la atrasada ciudad de Tobolsk. A la familia imperial la instalaron alli en la antigua residencia del gobernador, una casa sucia, cerrada con tablas, de solo trece habitaciones, que no se podia considerar una mansion. Pintaron y empapelaron las paredes para recibirlos, sacudieron y limpiaron las alfombras, desempolvaron los muebles y los colocaron en las diversas habitaciones, pero aun asi, las chicas tenian que compartir una sola habitacion para las cuatro, y los lavabos se desbordaban, y pense en Alix que, por pudor, solia cubrir su inodoro en Tsarskoye con una tela para enmascarar su forma y su funcion. La gente de la ciudad, tal y como esperaba Kerenski, respetaba al antiguo zar y le enviaron como bienvenida mantequilla, huevos y azucar, y se llevaban la mano al sombrero con respeto cuando pasaban ante la puerta principal. Y cuando la familia iba caminando desde la mansion a la iglesia, su ruta desde la primera a la ultima flanqueada por dos filas de guardias revolucionarios, la gente del pueblo se reunia a ver la procesion y caia de rodillas al aparecer el emperador. La estupidez del pueblo por amar a aquel zar ponia furiosos a los guardias, cuyo comandante finalmente decreto que la familia no podia ir andando a la iglesia. Se les diria una misa privada para ellos en la casa.
Aquella noche acoste a mi hijo en la camita de la hija de Iosif, que al ser infantil no bastaba para dar cabida al chico (Celina dormiria con sus padres). Vova entonces me pregunto, finalmente, por el cachorrillo que le habia regalado a Sergio en diciembre. Asi que su estancia en Tsarskoye Selo no habia borrado de su mente por completo nuestra vida juntos… Con cuanta facilidad nos podian haber borrado de su conciencia, deslizandonos entre sus dedos hasta algun oscuro desague, con cuanta facilidad podia haber funcionado el plan de Niki.
– El cachorro ya es casi un perro adulto -le dije-, y esta en Stavka, es la mascota de alli, segun me cuenta Sergio.
Mi hijo sonrio y se cubrio a medias con la manta.
– ?Cuando volveremos a casa? -me pregunto. Y yo le conteste:
– Pronto. Sergio esta aqui ahora, y lo arreglara todo.
Observe a mi hijo dormido, al que no habia visto desde hacia seis meses. La pequena lamparita rosa de la mesilla de Celina revelaba los pelitos oscuros diseminados en su labio superior y entre sus cejas, que se habian espesado. Tenia la nariz mas grande. Llevaba una camiseta fina, sin mangas, que no me resultaba familiar, y en torno al cuello un estrecho cordon de terciopelo; un bultito en el cuello de su camisa ocultaba algo. Saque el bultito y encontre un relicario casero de papel: una forma ovalada con una fotografia de Rasputin delante y una plegaria escrita a mano detras. Mire la cara del
No, una foto de Rasputin no bastaba para salvar a los Romanov. El humilde nombre de Kschessinski era una proteccion mucho mejor. Con unas tijeritas de manicura de Sergio corte el cordon que rodeaba el cuello de mi hijo.
Cuando sali al salon donde me esperaba Sergio, le dije:
– Tenemos que abandonar Peter.
