fotos mias de antes de los treinta anos, y aunque la familia imperial tenia camaras y pegaban fotografias suyas en los albumes por las noches, aquellas eran privadas. El zar casi nunca aparecia en publico. Los retratos oficiales que se emitian en lugar de su presencia a menudo eran fotografias pintadas o litografias coloreadas, pero en realidad imagenes idealizadas. De modo que mi doncella no sabia que aquel era el zarevich, que no queria ser reconocido, ya que sus intenciones no eran (y nunca lo serian) honradas. Pero en aquel momento a mi no me importaba nada de todo aquello, y pasaba las tardes con aquel «senor Volkoff» entre charlas ligeras que yo dominaba muy bien desde los catorce anos. Mi primer flirteo habia sido con un chico ingles, McPherson, no recuerdo ya su nombre completo, que visito nuestra dacha un verano y cuyo compromiso puso en peligro la decidida persecucion a la que yo le someti. Supongo que entretuve muy bien al zarevich, porque al dia siguiente, en un sobre de palacio, de color marfil con la corona dorada encima del monograma azul gris, Niki me escribio: «Desde nuestro encuentro vivo en las nubes». Yo le habia atrapado igual que atrape a McPherson. Niki era siempre mucho mas expresivo en las cartas que en persona, aunque nadie podia adivinarlo por sus diarios, tan laconicos y sosos como el informe de un detective.

En cuanto empezo a venir a mi casa (cosa que segun le habia dicho a Volkoff temia que le resultara algo incomodo, ya que yo vivia con mis padres) volvio una y otra vez. Mis padres no nos interrumpian en nuestro saloncito. ?Se le podia decir acaso al zarevich que se estaba haciendo tarde? ?Que las frivolidades eran demasiado escandalosas? Porque aunque Niki venia solo a veces, a veces tambien le acompanaban algunos companeros oficiales, como el conde Andre Chouvalov, o el autentico Eugene Volkoff, o el baron Zeddeler, o a veces incluso sus primos mas jovenes, los hijos del hermano de su abuelo, Miguel Nikolaievich, los guapos Mijailovich, porque asi era como nos referiamos a cada rama de la familia Romanov, como grupos a traves del patronimico, los grandes duques Jorge, Sandro y Sergio. Estos tres ultimos y Niki constituian el Club de la Patata, una broma privada. Saliendo un dia a cabalgar, algunos de ellos metieron sus caballos en un campo de patatas y los otros, al perderlos de vista, preguntaron a un campesino: «?Adonde han ido?», a lo cual el hombre replico: «?Por alli se han vuelto… patatas!». Y asi, para conmemorar su hermandad, cada uno de los hombres llevaba en torno al cuello un amuleto de oro con la forma de una patata.

El mas guapo de todos los hermanos era Sandro, con su lengua como el azogue y la ambicion que le hizo perseguir a la hermana de Niki, Xenia, prima segunda suya. El mas soso era Jorge, que era muy tranquilo y coleccionaba monedas, nada menos, y que se quedo bastante calvo cuando aun era joven, y luego quedaba otro en casa, Nicolas, que preferia los cuerpos de los hombres, que tuvo cierto renombre como historiador y a quien mas tarde asesino Lenin diciendo: «La revolucion no necesita historiadores». De todos ellos, era Sergio el que mas me gustaba. Era guapo de cara, con el pelo rubio, los ojos claros muy separados, y aunque a veces se mostraba algo taciturno -un temperamento que yo reconocia bien por el teatro-, tambien podia ser muy divertido. Era el primero en gastar una broma, el primero en proponer una travesura. Su expresion favorita de aquellos tiempos era «tant pis» (peor para ti), pero en mi casa no habia pena que valiese. Juntos, el Club de la Patata y yo nos reiamos, hablabamos, jugabamos al bacara, dabamos palmas con las canciones georgianas del Caucaso que los Mijailovich cantaban para nosotros y que conocian tan bien por los veinte anos que habia servido su padre en Tiflis como gobernador general. Esa provincia de Rusia estaba tan cerca de Turquia y de Persia que los chicos solo tenian que mirar por la ventana del blanco palacio italianizante del gobernador general hacia la Perspectiva Golovinsky para ver muias y camellos, hombres con fez negro y sables envainados que iban al mercado o a consultar con el padre de Sergio, y mujeres con tocados altos de terciopelo adornados con panuelos, con el pelo tenido de un rojo brillante y docenas y docenas de collares de plata y oro en al cuello. Venian de unas chozas de paja cubiertas de alfombras o de zindans de barro enjalbegadas al palacio en el cual el padre de Sergio celebraba cenas para cuarenta personas cada noche. Su padre tambien tenia una propiedad de ochenta mil hectareas en el campo, en Borjomi, de modo que un hombre podia cabalgar todo el dia y aun asi no llegar de un lindero a otro. La gran montana blanca de Kazbez sobresalia como un Buda al final de la gran estepa, y mediante su tamano ponia en su lugar a los hombres.

Pero los Romanov nunca supieron cual era su lugar, antes de que se lo mostrara la Revolucion…

El resto de la familia parecia un poco recelosa con los Mijailovich, como si el tiempo pasado en el Caucaso los hubiese hecho demasiado parecidos a los asilvestrados georgianos a los que supervisaban. El padre de Niki intento con gran entusiasmo rusificar esa parte del pais, negandoles a sus residentes su lengua y obligando incluso a los jovenes estudiantes a hablar solo ruso en la escuela, so pena de ser castigados, como el joven Stalin, a permanecer toda la manana en un rincon sujetando una pesada tabla de madera, pero el lenguaje georgiano sobrevivio y los Mijailovich lo aprendieron. Recuerdo una cancion que cantaban, tan evocadora con su sonido oriental, sobre una reina cuya voz meliflua atraia hacia ella a los amantes como las sirenas mitologicas, aunque ella no estaba sentada en las rocas del oceano, sino en su dormitorio lleno de cojines, en un castillo junto al rio Terek. Y cuando ella se saciaba con la belleza de aquellos hombres, los asesinaba y arrojaba sus cuerpos a las aguas rugientes y veloces.

De los tres hermanos, Sergio era el que tenia mejor voz, y cuando dirigia aquella cancion me miraba a mi directamente, como si yo fuera la sirena de helado corazon… Niki me habia dicho que Sergio amaba a su hermana Xenia, pero se habia apartado dejandole el sitio a Sandro, que la perseguia con tanta agresividad y a quien ella parecia preferir. Yo diria que Sergio era el menos guapo de sus hermanos, que eran todos guapisimos, y probablemente por eso la superficial Xenia habia elegido a Sandro y no a el. A Sergio a veces las mujeres le hacian bromas, como los matones del colegio, preguntandole: «?Por que eres tan feo?» (que no lo era, en absoluto), a lo que el replicaba, para disimular su dolor: «En eso reside mi encanto». ?Se habia enamorado ahora Sergio de otra chica que no podia pertenecerle?

Porque era Niki quien me perseguia a mi, eso estaba claro; aquel era el motivo por el que venian todos a mi casa y a veces acudian al teatro: Niki queria verme en mis pequenos papeles, como pastorcilla que iba subida en un coche en el escenario en la opera La dama de picas, o como pequena Caperucita huyendo del Lobo en La bella durmiente. Una noche, con una cesta en las manos y un panuelo en la cabeza, el zarevich nos entretuvo bailando mi papel de Caperucita y luego el papel del Lobo, piafando en la alfombra con la punta de sus botas y volviendo la cabeza y mirandonos de lado. Se sabia todos los papeles, los pequenos y los grandes, de la opera y del ballet: tenia una linea telefonica directa con el teatro instalada en su villa de Krasnoye Selo, asi que podia oir las operas interpretadas en el escenario del Mariinski aunque estuviera en el campo. Niki imitaba al lobo que cogia a la ninita y se la echaba al hombro, sujetando con un brazo sus imaginarias enaguas, sus imaginarias piernas que se agitaban. A veces me llamaba «senorita Caperucita», bajando la cabeza y mirandome con la cara larga y seria. «Vaya, senorita -decia-, ?ha estado usted por esos bosques?»

Cuando nos entraba sed de tanto reirnos yo me escabullia del salon y, usando unas copas hurtadas a la despensa de mis padres, servia champan. Esas veladas a veces se prolongaban hasta las cinco de la manana, porque a nosotros los rusos nos gustan las fiestas que duran horas y luego dormir hasta el mediodia, aunque una noche nuestra velada se vio interrumpida de golpe cuando el prefecto de la policia vino a decirnos que el emperador estaba furioso porque habia advertido la ausencia de su hijo. Un agente seguia a Niki a todas partes, para eterna irritacion de este, e informaba a su padre. Al parecer, Niki habia pasado de ser el nino afeminado del emperador, a quien llamaban «chiquitina», a un libertino excesivo para Alejandro III, un libertino que sin embargo escribia en su diario: «?Que me ocurre?» cuando se quedaba dormido cada manana hasta el mediodia o mas tarde aun. Y ante mi propia metamorfosis de nina a coqueta, mi padre no estaba enfurecido, sino mas bien preocupado. ?Que riesgos podria correr yo, que accion impetuosa podia lamentar?

Pero por el momento no habia intimidad autentica entre Niki y yo, aparte de un breve momento en el vestibulo, donde una noche, mientras se ponia el abrigo de lana, me metio en los faldones como si fuera a abrocharlo conmigo dentro, cerca de el. Olia a colonia (bergamota, romero y cuero), y a mi perfume de violeta, y la temperatura dentro del abrigo hizo que floreciesen todos aquellos aromas. Yo mordi un hilo de su camisa. Niki detuvo mis dientes con un beso. Niki sujeto mis manos con las suyas. Yo me habria tragado su lengua y luego todos los botones de su casaca uno a uno si con eso hubiese podido permanecer tan cerca de el un minuto mas. ?Nuestro cortejo real habia comenzado! Pero para mi gran frustracion, Niki siguio abriendose camino hacia mi a traves de las cartas mas que del tacto: «Perdoname, divina criatura, por haber alterado tu calma». Unas palabras de Pushkin, eso lo sabia yo, porque a Pushkin si que lo habia leido; todos los rusos leian a Pushkin, sus versos eran tan accesibles que incluso para una chica con escasa formacion como yo podia disfrutarlos. Las palabras no eran de Niki, pero de todos modos las guarde como un tesoro, aunque yo era demasiado estupida para

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